EEUU – MIGRANTES. Racistas y republicanos quieren arrasar las ciudades-santuario

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Jorge Mujica Murias (foto) es un periodista y luchador social mexicano que vive en Chicago hace muchos años, y que hace muchos también, alrededor de una década, escribe la columna “México del Norte”, que supongo se ha replicar en muchas publicaciones pequeñas y medianas de México. JS

¡Santo Santuario, Batman!

Santuario es, por definición, el lugar en donde están los santos. Según eso, ningún lugar puede ser un santuario, porque lo que está en algún lugar son los restos mortales de las personas que las iglesias declararon “santas” y los santos estarán en el cielo.

Con el tiempo, “santuario” adquirió otra definición: el lugar de refugio, dice el diccionario es “un lugar donde se da protección o asilo”, recintos sagrados donde los fugitivos estaban fuera del alcance de la ley. Esta definición tiene que ver con la extraterritorialidad concedida a las iglesias en muchos lugares, en donde la mano larga de la justicia, particularmente las del tipo más injusto, no podía llegar por considerarse prácticamente territorio extranjero.

Acá en México del Norte, desde por allá por los 1980’s, “santuario​” tiene otro significado: son las ciudades donde la policía local no puede andar arrestando inmigrantes indocumentados solamente por violar la ley de inmigración. Por pasarse un alto si, y por manejar borracho también, pero no por no nomas por falta de papeles​. Excepto en Arizona.

En aquellos tiempos, cuando las guerras civiles y las sangrientas masacres en Nicaragua, Guatemala y El Salvador, una serie de ciudades de Estados Unidos se declararon “santuario” no por su nombre (Los Ángeles, San José y San Francisco), sino porque ofrecían protección a los refugiados de aquellos países. Dice la leyenda que para llegar a la costa este de Estados Unidos, muchos migrantes subían desde Tijuana hasta Seattle por toda la cadena de “santuarios”, y luego cruzaban el continente por el lado de Canadá, para bajar de nuevo hacia Nueva York o Boston.

Y desde hace menos años, “santuario” tiene una definición más: son ciudades o condados que no le hacen caso a las peticiones de la Migra de mantener algunas personas en la cárcel cuando un juez ordena su libertad. Por rutina, la Migra pide que cualquier “sospechoso” de ser indocumentado (y han incluido como “sospechosos” hasta ciudadanos estadounidenses de nacimiento), sea retenido aunque el juez ordene su liberación, para darse tiempo de ir por ellos e iniciarles procesos de deportación.

Sensenbrenner Renovado

Esa práctica, por supuesto, le irrita terriblemente a todos los nativistas anti-inmigrantes y particularmente a los políticos del Partido Republicano. Quieren que ningún “criminal” salga a la calle y mate a alguien antes de que la Migra tenga chance de ir por él. Muchas ciudades han adoptado reglamentos “santuario” porque el costo de mantener a alguien en la cárcel recae en las ciudades, y rara vez la Migra paga por estos gastos.

Así que la próxima semana el Congreso posiblemente vote un proyecto de ley de nombre “Detener las Políticas de Santuario y Proteger a los Americanos” (para nombres de leyes los señores, sin duda, se bastan solos).

La propuesta de ley fue presentada por el Senador David Vitter, de Louisiana, quien de paso es candidato a gobernador en las elecciones del 24 de octubre, y no es la primera. Ya en julio había propuesto algo similar, pero ahora, a la mejor porque le faltan votos en las encuestas, la acaba de renovar y hacer aún más dura.

La ley castigaría a las llamadas “ciudades santuario”, quitándoles parte de su presupuesto federal. En el caso de mi rancho, Chicago, le quitaría 3 punto 2 millones de dólares al programa llamado “Policías en las Calles”, otros 2 punto 6 millones al programa de Justicia Byrne, y 3 punto 4 millones más al Programa de Desarrollo de Cuadras en los vecindarios.

Traducido, le quitaría dinero a programas de prevención del pandillerismo, la drogadicción, la violencia doméstica y el desarrollo comunitario. Curiosa manera de prevenir que los criminales anden en las calles, pero en fin.

De pilón, la ley impondría una sentencia de cárcel obligatoria de cinco años a cualquier inmigrante que sea detenido sin papeles en Estados Unidos después de haber sido previamente deportado.

En corto: es un horror de ley, tan horrorosa como la famosa Sensenbrenner, que nos calificaba a todos de criminales y que derrotamos a fuerza de marchas en 2006.

En vez de hacer más profundo el problema “castigando” ciudades con sentido común, los legisladores debían estar pensando en cómo solucionarlo de fondo, con una reforma sensible al sistema de inmigración que elimine la necesidad de cruzar las fronteras sin papeles.


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