Aprender de la derrota electoral, asumirnos oposición, no dejar pasar sin responder ninguna vulneración a nuestros derechos

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Escribo estas líneas porque en los últimos días encontré a muchos compañeros, amigos y conocidos afectados por un importante desasosiego, y la pregunta que provoca esa inquietud es la misma de siempre: ¿Qué hacemos?
Primero que nada, entender lo que nos sucede.
Este jueves llegó a la presidencia el candidato de un partido minoritario, el PRO, representativo de los intereses de los más ricos y poderosos del país (y de otros países también, cómo no), arrastrando también a su paso los anhelos de la franja más conservadora de nuestra población.
De haber contado sólo con el apoyo del poder, que sustentó su campaña publicitaria y le dio blindaje periodístico, no le hubiera sido posible acceder al triunfo en el balotaje.
Los conservadores dejaron de triunfar en elecciones en las que confesaran abiertamente su programa de gobierno, desde el mismo momento en que se consagró el sufragio universal.
Lo que revirtió esa situación histórica no ha sido el poder económico ni los medios, sino el voto popular de una mayoría integrada por el grueso de los adherentes al radicalismo, de algunas variopintas expresiones del socialismo y el progresismo, y de un grupo importante que se define como apolítico, neutral, librepensante, etc.
Son sectores diferentes, pero su reacción adversa al gobierno de Néstor, al de Cristina, y al peronismo en general, los agrupó en estos últimos años, llevándolos a convalidar que el partido que hasta ayer gobernaba sólo una ciudad (la más populosa del país, pero una ciudad al fin) ahora pase a controlar el destino de la provincia más poblada, y del poder ejecutivo nacional.
Al mismo tiempo, lo que reciben Macri y su gente no es un cheque en blanco, porque llegan al gobierno a través de comicios en los que los ciudadanos votamos de manera muy pareja entre dos propuestas bien diferenciadas. No ha sido un empate, pero en términos políticos se le parece bastante.
Esto es un dato que esperamos valoren prontamente dirigentes y conductores del movimiento que hoy constituye la oposición. Reunimos 12 millones de votos en apoyo al candidato del frente para la victoria, y sus propuestas, y haber perdido el control del poder ejecutivo ( por el 2%) nos condiciona, pero no nos obliga a pasar a la resistencia.
Es decir, no estamos proscriptos ni mucho menos. Y nuestros representantes son depositarios de las esperanzas y anhelos del 48% de los votantes. La mitad de eso le alcanzó y sobró a Néstor Kirchner para no dejar sus convicciones a un costado en los momentos cruciales, y reconstruir una sociedad sojuzgada por el poder económico y arrasada en lo político.
Asumir esta responsabilidad con determinación – lo que implica seguir de cerca, y responder adecuadamente frente a cada una de las decisiones del nuevo gobierno – será lo que a nuestros dirigentes y conductores les permita cumplir con el mandato popular. 12 millones de votos les piden hacer su mejor esfuerzo para que lo logrado en doce años no se pierda, y pelear a cada minuto por la consolidación de las medidas de inclusión, justicia, independencia, crecimiento y desarrollo que le han cambiado el rumbo a nuestro país, apartándonos a todos del infierno del terror, censura, desempleo, endeudamiento, inseguridad y falta de visión que los argentinos padecimos durante décadas.
Este comportamiento, que no es otra cosa que una forma de enfrentar la realidad que apareció con el resultado electoral, puede también darnos oxígeno a todos para comprender (lo que no implica avalar) el particular comportamiento que ha tenido la otra mitad de los votantes de nuestro pueblo.
No hacerlo equivaldría a encarar este período democrático de los próximos cuatro años, pensando que la derrota en las urnas se debe exclusivamente a cuestiones internas, señalando errores y desaciertos (que los hubo, por supuesto), pero obviando o ninguneando a los que no votaron como nosotros.
Creer que tanto los aciertos como los errores son obra nuestra y que los demás son espectadores, es delirante y miope. Igual que lo es estar repartiendo culpas a troche y moche, en lugar de fomentar la unidad y hacer valer el apoyo indeclinable de la mitad de la población. Para patear en contra nuestra, no faltan comedidos y zánganos a sueldo en los medios de comunicación a quienes les importa poco y nada de los justicialistas, porque nos consideran una plaga desde 1945.
Ahí se encuentra otro factor determinante para el triunfo de Macri. Los grandes gestores de este “cambio” al que buena parte de la población votó son dirigentes del radicalismo, y de las fuerzas que se hacen llamar progresistas, entre las cuales navegan personajes que parasitan desde hace años en la comunidad política gracias​ ​a sus declaraciones rimbombantes y su desfachatez.
En ese grupo se refugian quienes lideraron el tramo final del proceso neoliberal que hizo estallar el país en el año 2001. Se postularon en 1999 como un freno a aquel brutal saqueo para revelarse luego como piezas fundamentales en la continuidad de la corrupción neoliberal.
Tras la gran fuga que les facilitó el grito de cacerolas destempladas (“que se vayan todos”), no tuvieron la vergüenza de ensayar una autocrítica, y regresaron al ruedo político una vez que el país encontró la tranquilidad, a trabajar de opositores profesionales, sin exponerse al debate ni al diálogo.
Ellos son los creadores de “la grieta”. Frente a cada conflicto de intereses que los argentinos debimos enfrentar, su declamación de “la grieta” tapó su inoperancia como oposición política y les permitió excusarse de hacer lo correcto.
Así atravesaron la última década, refugiados en un escenario mediático que les permitió posicionarse como fiscales, cultivando el odio, la calumnia, la injuria, y una indignación inédita, esa que nunca muestran frente a los verdugos del pueblo argentino.
Eligieron apartarse de toda movilización popular, y renegar de la felicidad de un tiempo de cambio y reparación que no supieron acompañar. Fueron víctimas, pero sólo de su falta de apego a la democracia, de su desprecio por los más humildes, y su tendencia a la politiquería.
Para lograr ese encubrimiento contaron con el concurso de miembros del Poder Judicial, y también de muchos colegas periodistas. Algunos habían vendido hace rato su dignidad por monedas, otros nos sorprendieron exhibiendo una mediocridad sólo proporcional a la corrupción que anida en las empresas que los emplean.
Perdón si lo que digo a alguno le resulta obvio: es que aclarar algunas cosas me parece que ayuda. Y nos permite pensar en el presente y el futuro. Y encontrar una estrategia para la vida diaria que no se base en el reparto de culpas a propios y vecinos, en la autoflagelación, ni en la agenda estéril que imponen las empresas periodísticas.
Pensar, sin dejarnos abrumar, es una tarea simple y concreta que nos permite a cada uno la certeza de estar ejerciendo la militancia, el compromiso, y la felicidad de seguir siendo parte del cambio. Ese que empezó hace 12 años.
Los argentinos tenemos los mecanismos para hacer prevalecer la voluntad popular, igual que lo logramos hace 100 años, cuando ni siquiera se nos permitía votar. Desde entonces, derrotamos a los reaccionarios muchas veces, y podemos hacer respetar nuestros derechos en las urnas, en el Congreso, en cada oficina, en cada ventanilla, y por supuesto en la calle. Todas las veces que sea necesario.
Como dijo un maestro: “Mejor ponernos colorados cada tanto, para no ponernos amarillos todo el tiempo.”

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