FRANCIA – FENÓMENO. EL Frente Nacional: el calidoscopio de una Francia irritada

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POR RAFAEL POCH / LA VANGUARDIA

En 35 años, el FN ha pasado de ser el grupúsculo marginal de extrema derecha que obtuvo el 0,18% de los votos en 1981 al “primer partido de Francia”: 6,8 millones de votos (30%) de la segunda vuelta de las regionales de 2015, en las que fue el partido más votado en la primera vuelta en la mitad de las regiones y más de la mitad de los ayuntamientos. Entre aquella insignificancia y el actual título de primera fuerza política hay toda una escala de ascenso particularmente clara en los últimos años; 3,5 millones de votos en las legislativas de 2012, 4,7 millones en las europeas de 2014, 5 millones en las departamentales de 2015, 6 millones en la primera vuelta de las regionales y 6,8 millones en la segunda.

Hasta el momento dos cosas han impedido que este partido en ascenso ocupe posiciones de poder en el país; el sistema electoral proporcional que selecciona en segundas vueltas exclusivamente a los dos primeros clasificados, y la alergia y desconfianza que una mayoría de franceses expresan hacia el Frente Nacional, considerado por más del 58% de ellos como “un peligro para la democracia”. Esa barrera sigue ahí, es sólida, e impide el acceso del FN al poder.

Superar el mayoritario rechazo

El partido de Marine Le Pen, hija del fundador de la formación el octogenario Jean-Marie Le Pen, se dio cuenta en 2012 de la necesidad de superar ese rechazo mayoritario y de derribar los límites al éxito de su partido, siempre derrotado en las segundas vueltas (últimamente gracias a insólitas coaliciones de la derecha con la izquierda contra el) pese a sus excelentes resultados. Por eso, para actuar contra esa alergia, la nueva presidenta del partido inició una nueva política en busca del voto de los sectores más hostiles y de cierta respetabilidad.

Auspiciado por su talentoso vicepresidente Florian Philippot (foto, detrás de Marine Le Pen), un diplomado gay de la Escuela Nacional de Administración, cantera de cuadros políticos de la República, el cambio iniciado por Marine Le Pen se planteó como meta abandonar la etiqueta de “partido de la ultraderecha” en dirección a una oferta “ni de izquierda, ni de derecha”, con reivindicación del gaullismo social y búsqueda de cuadros capaces de administrar el estado desde un eventual gobierno. Una de las primeras consecuencias de este proceso llamado de “desdiabolización” del FN fue matar al padre: apartar del partido a su viejo fundador, Jean Marie Le Pen, un ex paracaidista con pedigrí de torturador en Argelia, antisemita y nostálgico del régimen del Mariscal Petain y de la “Argelia francesa” furibunda enemiga del General de Gaulle.

El octogenario Jean-Marie fue expulsado por su hija en agosto de 2015. El partido proclamó que, “la divisoria fundamental en Francia ya no es entre izquierda y derecha, sino entre patriotas y mundialistas”. El pasado octubre se conoció la creación de un foro de empresarios, altos funcionarios y cuadros técnicos simpatizantes del partido, el Club des Horaces, cuya misión es elaborar informes “profesionales” para Marine Le Pen sobre los aspectos fundamentales de la política (Europa, finanzas, defensa, política exterior) y remediar la falta de preparación para gobernar. Desde octubre el número de socios de ese discreto club cuyos miembros se reúnen una vez al mes con Marine Le Pen en diferentes restaurantes de París en condiciones casi conspirativas, se ha incrementado exponencialmente.

“Ya no hay sectores que nos sean impermeables”, se jacta Nicolas Bay, secretario general del Frente Nacional.

Estos preparativos para un “asalto final” al poder por parte del Frente Nacional son tomados en serio a izquierda y derecha del espectro político francés. “Estamos bailando sobre un volcán”, dice Jean-Christope Cambadélis, secretario general del Partido Socialista. “En los pueblos escucho a mucha gente decir, “votaremos antes a Le Pen que a un ultraliberal que quiere recortar las pensiones y los funcionarios”. “Cuando hacemos campaña puerta a puerta cada vez oímos más, “estamos hartos de los viejos partidos, apostamos por Marine”, explica el socialista. Al frente de la región nord-oeste del país, el conservador Xavier Bertrand, que solo ganó su puesto en 2015 gracias a la suma del voto de la izquierda para prevenir una victoria de Le Pen, recuerda la misma imagen: “nos decían, no estamos por el Frente Nacional, estamos contra vosotros”.

“Para la derecha francesa el gran desafío es detener la hemorragia de esta transferencia de cuadros de Los Republicanos (el partido conservador) hacia el Frente Nacional”, estima Edouard Husson, vicepresidente de la Université Paris Sciencies et Lettres (PSL). Husson se declara convencido de que en las presidenciales de abril/mayo, Le Pen, “tendrá aún mejores resultados que en las regionales”. Marine Le Pen ha trabajado mucho, ha ampliado su red, gracias a Philippot se ha hecho con un segmento del electorado de izquierdas, no creo que gane pero si logra un 40% o 42% en la segunda vuelta, será potente”, dice este observador.

Pero todo esto es dinámica política, ¿Cuál es su contexto? ¿Qué pasa en Francia para que un partido xenófobo y ultraderechista alcance posiciones de liderazgo y determine, como lo está haciendo, gran parte del debate político nacional? Es obvio que no puede considerarse al 30% del electorado activo de Francia como “racista” o “ultraderechista”. Entonces, ¿qué ocurre?

Sobre una larga degradación

Ante todo, dos cosas explican el fenómeno: una degradación general del clima social y político, y toda una serie de deserciones cambios y sustituciones que han vaciado el espacio del Estado y de la soberanía nacional. No es un fenómeno francés, pero en Francia se sufre particularmente porque Francia se consideraba un país socialmente avanzado con un Estado, un buen gobierno y unas instituciones republicanas razonablemente robustas y una ciudadanía exigente. El declive de todo eso se hace sentir particularmente, incluso si, objetivamente, la enfermedad no es más grave que en otros países: porque se parte de un mayor nivel y eso ocurre en la sociedad seguramente más politizada de Europa.

En los últimos treinta años, el sistema socioeconómico se ha hecho claramente más duro y difícil para las mayorías sociales medias y bajas francesas que prosperaron durante los “treinta gloriosos”, la larga época de prosperidad de posguerra en la que se afianzó el Estado social. Han aparecido nuevas divisiones sociales en el marco de la desestructuración social y territorial, con la desertificación de departamentos rurales o la más conocida degradación de “los territorios abandonados de la República” en las periferias urbanas.

En Francia hay muchos lugares como la localidad normanda de Saint Vast, que tiene 2000 habitantes. En 1985 tenía 2 cafés, 2 restaurantes, una panadería, charcutería, dos tiendas de alimentos, un taller mecánico y 7 artesanos. Había también una oficina de correos y una escuela. En 2015 no quedaba más que una escuela primaria.

“Este declive es una de las formas que adquiere el retroceso de las sociabilidades populares y la erosión de la vida colectiva en la localidad”, explica Emmanuel Pierru, sociólogo de la Universidad de Lille que ha estudiado el avance del voto frontista en el medio rural.

Los desbordamientos de los mecanismos de integración del flujo de población emigrante que durante décadas funcionaron bastante bien en Francia -desde el sistema educativo, hasta el acceso a la vivienda, y sobre todo el trabajo, cuya ausencia elimina cualquier propósito y perspectiva de ascenso e integración- complican hoy sobremanera la convivencia, dividen a los de abajo y fomentan el conflicto. La erosión de la condición asalariada conocida en los últimos treinta años, con su desempleo de masas, precarización y la inseguridad social que resulta, reactiva la amenaza de “desestabilización de los estables”, el peligro de recaídas en la inseguridad, en la miseria y en la asistencia pública, el llamado “assistanat”.

En ese contexto, ha aparecido, “una mezcla de resentimiento, de agria amargura, de parte de sectores de la población que habían adquirido, conquistado, localmente, una forma de respetabilidad social que hoy ven desaparecer, con el riesgo de ser etiquetados por periodistas y sociólogos como “petits Blancs” o “blancos pobres”, a quienes se imputan reflejos y comportamientos racistas”, resume el politólogo Stéphane Beaud. No puede acusarse a éstos nuevos sujetos de la desafección que amenaza a parados y precarios, de las consecuencias de la división y fragmentación de los de abajo, dice.

Soberanía perdida

El ascenso del FN en los últimos años se explica en ese contexto general de degradación del clima social y político que afecta cada vez más a las clases medias y bajas, pero también por la creciente credibilidad de la denuncia que el Frente Nacional hace de lo que llama UMPS (el correspondiente francés al PPSOE, sigla con que los españoles denominan  al contubernio Partido Popular – Partido Socialista Obrero Español, es decir que no hay alternativa sino que  “son todos lo mismo”. N. del E.). Es una denuncia que la propia realidad se encarga de demostrar: en las cuestiones fundamentales, las fuerzas políticas del bipartidismo institucional forman parte del mismo Partido Neoliberal Europeo. No hay diferencia de fondo entre “izquierda” (socialdemócrata) y “derecha” (liberal) ante la austeridad y el recorte. Es más, esas calamidades vienen a menudo en el mismo paquete junto con medidas y discursos liberales asociados a los derechos de minorías y a la apertura hacia la diferencia, ley de matrimonio homosexual, actitud liberal ante los emigrantes, etc. Además, los gobiernos nacionales no tienen margen de maniobra ante las directivas europeas e imposiciones de la globalización.

Todo lo importante (economía, social, política exterior) se decide fuera y al margen de la soberanía nacional, en Bruselas, en el Banco Central Europeo, en el FMI, en Berlín, en la OMC o en la OTAN, pero desde luego no en la Asamblea Nacional francesa ni en las elecciones francesas, así que todo eso suscita apoyos a un discurso que ponga en valor la soberanía e identidad nacional, los valores tradicionales, el valor trabajo, y la vigencia de los servicios públicos, explica el politólogo Patrick Lehingue de la Universidad de Picardía.

¿Un partido de obreros?

El Frente Nacional no es, como se dice frecuentemente, el nuevo “partido de los obreros”, ni mucho menos el relevo de quienes antes votaban al Partido Comunista francés, como suele afirmar el informe mediático. En las últimas elecciones (regionales), “pudo pasar como el primer partido de las clases populares”, con dos tercios de sus electores incluidos en esa categoría, pero siempre que se olvide que, “el 61% de los obreros franceses se abstuvieron y que un 17% ni siquiera están inscritos en los censos electorales”, explica el sociólogo Gérard Mauger, del CNRS. “Al final, los datos muestran que solo uno de cada siete obreros votaron por el FN”, dice. El verdadero partido de los obreros franceses es, sin duda, la abstención.

En la Francia de hoy (1990-2012), los obreros aún votan más a candidatos de la izquierda (40%) que del Frente Nacional (31%), pero es obvio que la ultraderecha ha avanzado en el medio obrero, en el que la izquierda ha perdido 20 puntos en las elecciones y la derecha 7 en un cuarto de siglo. Respecto al Partido Comunista, hay que hablar más de un relleno de vacíos dejados que de una “herencia”.

El antiguo PCF tiene tan poco que ver con el FN como la Francia de los años setenta y ochenta con la de ahora. La fuerza del PCF reposaba sobre una tupida red militante, en sindicatos, municipios y asociaciones, en la que se encontraban obreros sindicalistas, pequeña burguesía del ámbito funcionarial y socio-cultural, así como intelectuales, que superaba ampliamente al partido.

En el FN la red de militantes es bien débil y su implantación “orgánica” territorial inexistente. Sociológicamente en las zonas populares el ambiente FN se teje entre sectores de la pequeña burguesía comercial y artesanal, y empleados de pequeñas empresas. Al mismo tiempo, es verdad que los desencantos políticos y las reconversiones industriales que erosionaron al PCF han dejado desiertos sociales en los que el FN puede prosperar en condiciones bien diferentes. Con todas esas salvedades y teniendo en cuenta que más de la mitad del electorado entra dentro del concepto “sectores populares”, puede decirse que el FN, “es el partido que mejor representa, o que representa menos mal, a las clases populares”, puntualiza Patrick Lehingue.

Esa preponderancia “popular” no impide, por otro lado, que el partido reciba también el voto de cuadros con educación superior, o el de sectores acomodados, como muestra el hecho de que un 21% de los habitantes del elegante distrito XVI de París hayan votado alguna vez al FN o no descarten hacerlo en el futuro. Con el chocante título de “Votar al Frente Nacional en el château”, los sociólogos parisinos Samuel Bouron y Maïa Drouard han escrito incluso un artículo que describe la opción frontista de rancios sectores acomodados, tradicionalistas, enemigos de la República y nostálgicos de las jerarquías del antiguo régimen. Le Figaro, diario conservador-burgués por excelencia en Francia, publica regularmente tribunas de autores de extrema derecha como Eric Zemmour, un partidario de la deportación de 5 millones de emigrantes, o Ivan Rioufol, personaje que se define como “neoreaccionario”, evidenciando claros puentes y puntos de contacto de la ideología frontista con el conservadurismo más establecido y respetable.

Fragilidades

Todo este éxito, este avance aparentemente arrollador, es al mismo tiempo frágil y endeble, porque el electorado del FN es el más volátil e inestable de todos: en los años noventa más de la mitad de sus votantes no eran constantes, solo 2,3 millones de los casi 6 millones de franceses que en alguna ocasión votaron por el partido eran fieles y constantes, hasta el extremo de que los estudiosos del fenómeno prefieren hablar de un “conglomerado” antes que de un verdadero “electorado” del FN. Es un votante que no se adhiere a un programa o ideología -una vez más: es obvio que no puede considerarse al 30% del electorado activo de Francia como “racista” o “ultraderechista”- sino que más bien responde a un cúmulo bastante diverso de motivaciones y situaciones, lo que complica sobremanera cualquier intento de hacer un “retrato robot” del votante FN.

La sugerencia es que el éxito del FN es reversible, siempre que surjan ofertas que sin renegar del cuadro republicano y democrático (libertad, igualdad y fraternidad) den respuestas convincentes a todo aquello que lleva tantos años irritando a los franceses. El movimiento de la Francia Insumisa del ascendente candidato republicano de izquierdas y ecologista, Jean-Luc Mélenchon, está siendo la gran sorpresa de este mes de abril. La derrota social del Frente Nacional depende en gran parte del éxito electoral de Mélenchon. Si eso no funciona, la creciente hipótesis de un sobresalto tipo Brexit o trumpetazo en Francia, seguirá planteada.


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