1933, el ascenso nazi, «La Nación» y Evita
Una tremebunda nota editorial de La Nación de ayer «1933», provocó un bello texto homónimo de Nahuel Coca, quien suele colaborar con Pájaro Rojo. Me olvidé de subirlo ayer (me quedé viendo a San Lorenzo y después me dormí y me desperté hoy comprobando que hasta la DAIA le salió al paso).
Cosas veredes Sancho.
1938. Acto nazi en el Luna Park para festejar la anexión de Austria por Hitler. Dicen que fue el más grande fuera de Alemania |
Transcribo el texto de Nahuel haciendo la salvedad que a mi juicio Evita no tenía 14 sino 11 años cuando el golpe de 1930.
Evita a los 15 en su casa de Junín |
A veces las ideas pueden forzarse hasta extremos ridículos, al extremo de escribir que el Estado argentino llegaría, en apenas unos años, a eliminar con métodos industriales a una parte importante de su población. Los miembros de la sociedad rural serían primero segregados, obligados a usar un distintivo para que el resto de la sociedad los conozca y los distinga. Los periodistas díscolos tendrían que exiliarse o arriesgarse a la clandestinidad, cambiando sus nombres y haciendo llegar sus notas de forma clandestina a las pocas redacciones que se animen a publicarlas. Los gerentes de las fábricas intervenidas tendrían que moverse en coches blindados o ir armados a la oficina, habiendo asegurado a sus familias con algún familiar del extranjero, que nunca falta. Los políticos opositores simplemente abandonarían el país sin cerrar puertas ni ventanas, ya que ni tiempo tendrían de prevenirse de los comandos políticos que fueran a por ellos.
Sin lugar a dudas es un guión maravilloso para una película de ciencia ficción, y no faltaría imaginar un personaje como aquel inolvidable héroe que en la película V de Venganza representaba la rebeldía contra un régimen político del terror que se había instalado en Inglaterra después de una epidemia que más que virósica era política, intelectual. Según este loco delirio, podríamos tener un personaje con la careta de Bartolomé Mitre y la melena de María Kodama revoleando cuchillazos como aquella vez en el Paraguay, con el mariscal López acorralado. El gran final vendría con fuegos artificiales como los del otro día pero haciendo estallar en mil pedazos la cúpula del Congreso, mientras de fondo suena, y a todo volumen, Avenida de las Camelias.
Claro que eso sólo puede suceder en la mente de un perverso anónimo (con 3 o 4 autores posibles, aunque no se descarta un cadáver exquisito) como el que redactóla carta editorial del día de la fecha del diario La Nación, que luego de enumerar correctamente los hechos previos al ascenso de Adolf Hitler al poder, advierte la posibilidad de que lo mismo ocurra en nuestro país y a partir del actual gobierno.
Una imaginación frondosa no se manifiesta de manera espontánea. Hay que tener experiencia directa con las formas más sectarias y organizadas de la muerte para poder concebir y temer como un peligro real un régimen totalitario y genocida nacido debajo de la pollera de Cristina Fernández de Kirchner. En esta Argentina del siglo XXI y con 30 años de democracia a cuestas, hay que tener mucho odio en las venas y el alma muy enferma para creer que de una plaza llena de jóvenes, niños y ancianos como la del pasado 25 de mayo pueden surgir tropas de asalto que aniquilen por millares a sus hermanos, sólo por diferencias políticas.
Los directivos de La Nación y todos aquellos intereses que esa junta representan fueron jueces y parte durante la última dictadura militar, en la que desaparecieron sin rastro de este suelo más de 30 mil seres humanos. Y en medio de la masacre el diario aprovechó para quedarse con una buena parte de Papel Prensa, junto a Clarín, otro medio colaboracionista, fundado por un nazi criollo.
Sus propios fantasmas los llevan a temer que la sociedad les pague con la misma moneda, desapareciéndolos, proscribiéndolos, condenándolos a la miseria, el exilio y a la desesperación de buscar a sus muertos para dejarles una flor durante 30 años, sin más ayuda que una mano cerrada. No son los fantasmas de navidades pasadas los que los conmueven el corazón, sino los de posibles navidades futuras los que calan hasta los huesos de terror.
Quien nunca pudo amar no puede comprender más lógica que la del odio. Quien no pudo ser garante de derechos sólo entiende de privilegios. Quien no pudo compartir siente el hambre del egoísmo antemano. Los censores de ayer tiemblan de miedo en un mundo en el que todos podemos dar y recibir información libremente, en un segundo y sin ningún tipo de restricción. El futuro los aplastó sin matarlos y hoy apenas si pueden publicar pavadas.
Muy lejos de la Alemania nazi, en un pueblito de provincia, una tarde de julio de 1933 una chica huérfana de padre llegaba a clases con un moño negro sobre el delantal blanco. Con apenas 14 años, la chica le explicó a sus compañeros y compañeras que estaba de luto por la muerte de Hipólito Yrigoyen, presidente constitucional depuesto por las tropas prusianas de José Félix Uriburu, quien había leído con satisfacción cómo la tribuna de doctrina celebraba su existencia y su gestión.
Esa chica se llamaba Eva Duarte. Y nos enseñó a dar amor. Hoy es eterna en el corazón de su pueblo.
Los directivos de La Nación, que llevan 30 años frotándose las manos para que se vaya la sangre, siguen sin comprender que no somos como ellos, que levantaron un imperio de ideas en los cimientos de la figura de un genocida como Bartolomé Mitre, responsable del aniquilamiento de una buena parte del pueblo paraguayo durante la guerra de la Triple Alianza.
Y siguen demostrando su mezquindad al negarle a sus empleados justas condiciones laborales en paritarias abiertas, una práctica que ya no pueden evitar.
Nosotros no somos así. Nosotros somos mejores. Y si este acto intelectual resulta en la división de la gente, bienvenido sea. Ya era hora de que los que ven en el otro a un enemigo que debe ser pasado por las armas abandonen de una vez los privilegios que les diera poseer un monopolio de la verdad y se retiren a cuarteles de invierno.
Qué lindo es que los genocidas mueran en la cárcel cuando afuera hay libertad. Pero los genocidas recibieron justicia, la misma que negaron a sus víctimas. No teman. Las nuevas generaciones no les daremos el trato que ustedes le dieron a Rodolfo Walsh, ni justificaremos hechos atroces para ver instalado nuestro proyecto político. Nosotros aprendimos de los errores de ustedes y tenemos la democracia y el respeto a los derechos humanos metido en el ADN. Somos una generación nueva. Nosotros no somos como ustedes. Somos mejores. Y no pagamos con la misma moneda. Si depositaron dólares, recibirán pesos, y una sonrisa.