Affaire Vargas Llosa: De la objeción a la discusión
Por Eduardo Grüner / Página 12
2 ¿Qué queremos decir con todo lo anterior? Que el problema es político, y no “literario”. Aun si, como sostenemos, esos dos aspectos no se dejan separar fácilmente, las circunstancias particulares hacen que casi siempre uno de ellos sea el dominante. Y aquí es –o debería ser– el político. Y no es que lo digamos nosotros: permítasenos insistir en que es el señor Vargas Llosa el que viene sistemáticamente subordinando la literatura a la política, no tanto por lo que escribe sino por las maneras en que usufructúa políticamente su nombre público, conquistado literariamente. Del mismo modo que aprovechará ahora el honor de inaugurar la Feria para prestigiar ante la derecha mundial su movimiento abyectamente antipopular, en el mismo país que lo va a albergar como huésped de honor, y a cuyo pueblo ha insultado reiteradamente de las peores maneras. Bien: es legítimo, y está en su derecho de hacerlo. Y nosotros en nuestro derecho de oponernos, sin que se nos extorsione con el fantasma de la “censura”. Pero entonces hay que responderle en el campo de la política, y no en el de la “pura” literatura. ¿Qué importa, a los efectos de esta discusión, si escribe bien, mal o más o menos, si ganó el Premio Nobel, –y a esta altura no debería hacer falta recordar el carácter muy frecuentemente político de ese premio– o cualquier otro? Invocar cosas como la “libertad de expresión” a este propósito es un completo des-propósito. Para empezar, ¿quién se la está cuestionando? Es libre de decir lo que le venga en gana en donde quiera. Lo que se discute, en todo caso –lo que Horacio González, con toda mesura, puso en discusión–, es que lo diga en el acto inaugural de la Feria, con la carga simbólica (y política) que eso tiene. Si no iba a ser un escritor argentino, si por las razones que fueren –Noé Jitrik, también con mesura, ha sugerido algunas bien verosímiles– tenía que ser un Premio Nobel, ¿no había muchos otros? Algunos podrían decir que es la Presidenta la que no toma en cuenta la “libertad de expresión” cuando les pide a los intelectuales simpatizantes que no hagan tanta ola con la cuestión. Tampoco sería cierto: finalmente es lógico que un (o una) líder político, equivocadamente o no, pida alguna disciplina en sus filas. No hay por qué obedecer, desde ya. Pero entonces el problema es político.
3 ¿Y la Feria del Libro, ya que estamos? A nadie, en el “campo intelectual”, se le puede ocultar que es un fenómeno comercial, o de la industria cultural, antes que estrictamente literario. Son las reglas del juego: hasta nuevo aviso, estamos en el capitalismo. Pero pasan por allí, en promedio, un millón de personas. Y si además sirve para promocionar buenos libros y debates interesantes, está bien. Pero un millón de personas es un hecho fuertemente político, aunque en la Feria se hablara solamente de la poesía mística del Siglo de Oro. Y ni qué hablar del significado tradicionalmente político del acto inaugural: más de un presidente, un ministro de Educación o un secretario de Cultura se ha tenido que comer una buena rechifla o cosas peores (si bien en general a los gobiernos anteriores eso les ha preocupado menos que las silbatinas de la Sociedad Rural, que casualmente funciona en el mismo predio) en ese acto. ¿Entonces, por qué no hacerse cargo de esa dimensión y dar el debate en esos términos, en lugar de desviar el eje con cortinas de humo como la “libertad de prensa” y sonsonetes afines? En un momento en que tanto se habla del “retorno de la política” (no sabemos adónde se había ido, pero en fin, entendemos el sentido que se quiere dar a la figura), ¿vamos a despolitizar nada menos que la Feria del Libro? ¿Vamos a creernos que en el “campo intelectual” no hay política (aunque por supuesto la literatura no pueda reducirse a ella)? ¿Que flota como una nube vaporosa y prístina por encima de los conflictos ideológicos, la lucha de clases, la mundialización del capital, las rebeliones populares en el Norte de Africa, las intentonas más o menos golpistas contra varios gobiernos latinoamericanos (recordar, por favor, que hablamos de Vargas Llosa, locuaz ideólogo)? Como diría algún intelectual de otras latitudes: ¡joder, hombre!
4 En otro plano –para ser muy modestamente provocativos– habría que decir: la verdad, mire, me importa un bledo si don Vargas Llosa habla o no en la inauguración de la Feria. Convengamos en que –salvo por el hecho de que los intelectuales a veces tenemos la tendencia a recocernos en nuestra propia salsa– no es un gran drama nacional. Cualquiera puede con todo derecho decirnos que, frente a tantas otras cosas, es un ítem menorísimo. Puede ser. Pero es al mismo tiempo un síntoma riesgoso. Más allá de interpretaciones más o menos conspirativas –que en la Argentina suelen tener alguna razón de ser– sobre si se quiso poner en apuros al Gobierno en un año electoral, y más allá de si hubo errores o descálculos en la organización de la Feria, es una evidencia de que lo político termina subordinándose a la lógica de la industria cultural, el mercado internacional, el aparato publicitario de masas, y demás. No es algo para extrañarse mucho, ni se va a acabar el mundo. Pero es bueno que se diga, para que no olvidemos que algunas cosas siguen tan vigentes como siempre. El gesto de Horacio González y el debate de los últimos días (y ojalá siga) han servido al menos para poner eso sobre el tapete. Y no sólo eso: también para tratar de repensar cuál es el famoso “rol de los intelectuales” en el campo político, incluso –y quizá sobre todo– de aquellos que se sienten cercanos al Gobierno. Y también de los que no, sean de izquierda o de derecha. Me consta que lo hacen permanentemente, y que no son tímidos a la hora de procesar sus propios dilemas (este debate es una prueba), pero sería un paso interesante que la cuestión tome estado cada vez más público. Es –como ha dicho muy bien en estos días el escritor Luis Gusmán– la oportunidad de pasar de la mera objeción a la discusión en serio.