AGUSTÍN GARCÍA CALVO. En su memoria

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Me lo envía Pablo Chacón. Conozco a Alemán, pero admito no haber conocido a García Calvo, de quien, además, nunca leí nada. Pero a partir de ahora estaré atento a su nombre.


JORGE ALEMÁN

En memoria de Agustín García Calvo

Si hubo un pensador que contribuyó -junto con Freud, Lacan y Heidegger- a dar consistencia intelectual al psicoanalista, ensayista y agregado cultural de la embajada argentina en Madrid, Jorge Alemán, ése fue Agustín García Calvo, teórico de las masas, el poder, el pueblo y las revoluciones, como lo demuestra este texto exclusivo del argentino para esta agencia.
«En 1976, con 25 años, llegué a Madrid, exiliado de la dictadura de Videla. A los días de estar por los bares, escuché su nombre. El volvía, regresaba de su exilio francés, había sido expulsado de la Universidad por el franquismo. Lo fui a ver sin saber mucho de él, suponiendo que al ser un intelectual exiliado quizás encontrara una hospitalidad eventual en su decir.
«Al instante de encontrarlo, supe que nunca había visto a un hombre así. No era un intelectual ni un profesor como los que yo había conocido. Hablaba desde un lugar extraño, excéntrico, imposible de capturar por cualquier definición. Solo podía afirmar que hablaba.

«Pero en su hablar se ejercitaba en acto un modo de desencubrir a la palabra a través de la palabra radicalmente distinto. Diferente de los modos de la circulación de los discursos en la distribución de los saberes. Hablaba por fuera de las profesiones, de los especialistas, de los expertos, de las titulaciones universitarias, de las jerarquías institucionales.

«Hablaba por fuera del metalenguaje a partir de un acto de enunciación que producía una turbulencia que borraba cualquier distribución ordenada. Hablaba un castellano con un ritmo zamorano y una respiración planetaria, donde en cada escansión se hacía patente su decisión con respecto al lenguaje: escribir como se habla, hablar como se escribe.

«Al modo de Wittgenstein y de Heidegger había conquistado ese lugar de libertad donde las citas y las referencias se esfuman, ya no cumplen más que una función de autoridad irrelevante con respecto a lo que se trata de desocultar. Tratándose de la razón común, el encubrimiento y la falsedad se enfrentan desde el lenguaje mismo.

«Así le vi traducir a Heráclito y a Parménides, con tarjetas escritas en griego que brillaban como naipes de oro en los bares de Madrid o lo vi regañar a los que citaban, como yo, autores contemporáneos, que distraían la tarea.

«Así lo vi condescender con Freud y con Marx, así lo vi desplegar el psicoanálisis como un proyecto de disolución de las almas llevado a cabo por una mujer. Lo vi como un hombre que había nacido de nuevo en su invención de una lengua sin amo. Lo vi recitar con un ritmo y entonación propia de una época extraña. Lo vi atravesado por extravagancias y apariencias de un anacronismo intempestivo. Lo vi escuchando una y otra vez a los locos y a las locas sedientas de verbo, que lo asediaban esperando su palabra justa.

«Lo vi traduciendo La negación, de Freud, a través de puntuaciones que nos devolvían un texto original y un inconsciente semejante a una lengua sin dueño. Lo vi ofrecerme refugio en la entonación de su voz, atestiguando la condición insobornable del pueblo cuando se separa de la masa. Lo vi mostrando el lugar que el dinero no puede alcanzar.

«En las tardes madrileñas de los miércoles, entre exiliados, locos, profesores, escritores, artistas. Y la verdad, el rigor, la invención teórica más exquisita y sutil. Dando forma y cobrando materia en la lengua, gracias al pensador, atravesando las calles de la ciudad eterna». 


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