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AMIA – ATENTADO. Horacio Lutzky publicó «La explosión», libro que ofrece una versión tranquilizadora

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Publicamos seguidamente dos notas de y a Horacio Lutzky que la agencia Télam publicó en el término de 48 horas, lo que es muy inusual. Se trata de un artículo de opinión firmado por él y de una entrevista que le hizo Guillermo Lipis, que en los años ’90 lo sucedió como director del periódico Nueva Sión. Periódico en el que colaboré asiduamente ad honorem a fines del siglo pasado y comienzos de éste. Era Nueva Sión entonces uno de los pocos medios, sino el único, interesado en la investigación del atentado a la AMIA y, por cierto, siempre pude publicar sin cortapisas, sin censura alguna, notas siempre vinculadas a esa investigación.

Durante todos esos años, Lutzky y yo (y también Lipis, pero no con tanta intensidad) compartimos la obsesión de descubrir y exponer a la luz la trama de los ataques a la Embajada de Israel y la AMIA, producto de la cual ambos escribimos tres libros. Sin embargo, también discrepamos en un punto central: si la República Islámica de Irán estaba o no vinculada a los ataques, lo que algunas veces debatimos de manera encendida. Horacio nunca lo puso en duda (y si lo puso, no lo hizo público) y yo. tal como lo haría recientemente Carlos Escudé, me fui rindiendo a la evidencia de que no había absolutamente prueba alguna acerca de la presunta calidad de instigadores de los altos funcionarios iraníes a los que acusaban Israel, el inicuo juez Galeano y Alberto Nisman, en ese orden y con creciente intensidad. Baste decir que la principal acusación contra el agregado cultural de la embajada persa en Buenos Aires (señalado nada menos que como el organizador del ataque) Moshen Rabbani es que hizo una llamada a la mezquita de Floresta tres días antes de la voladura de la mutual desde las cercanías del estacionamiento donde se dejó fugazmente una Trafic blanca que luego se supuso había servido como vehículo bomba… y que no fue más que un señuelo para llamar la atención y desviarla del modo en que, en verdad se dinamitó el edificio.

Lutzky acaba de publicar su tercer libro vinculado al atentado, «La explosión». No lo he leído aún pero de acuerdo a lo que en ambas notas se trasmite es que aborda casi al milímetro la misma temática que abordé yo hace más de una década en «Narcos, banqueros & criminales. Armas, drogas y política a partir del Irangate», que recientemente publicó, actualizado, la editorial Punto de Encuentro.

La diferencia está en que en las notas que siguen, Lutzky no menciona para nada el tráfico de drogas (que sostengo que tuvo tanto o más que ver con el ataque a la AMIA que el tráfico de armas), ni el evidente protagonismo de varias dependencias de la Policía Federal en los atentados (que el mismo Lutzky contribuyó a probar con su «Iosi», el libro que escribió en sociedad con Miriam Lewin) y, sobre todo, que soslaya por completo las fundadas sospechas de que los ataques, si bien fueron organizados y pagados desde el entorno del presidente Menem, se ejecutaron con la complicidad de al menos un sector de los servicios de inteligencia de Israel. Sin ir más lejos, del Shin Beth, la contrainteligencia que actúa en Israel y los territorios ocupados y es también responsable de la custodia de las embajadas de Israel, servicio que estaba por entonces embarcado en una oscura conjura contra el primer ministro Isaac Rabin, que además de autorizar a la Yasser Arafat y la OLP a dejar su exilio en Túnez y radicarse en Ramalá, constituyéndose como Autoridad Palestina, también se mostraba dispuesto a negociar una paz duradera con Siria devolviéndole los altos del Golán. Un conflicto intestino que se «resolvió» con el asesinato de Rabin por un extremista manipulado por el Shin Beth.

Tampoco se mete Lutzky con el tema de si hubo o no camionetas-bomba en ambos atentados, como si este fuera un tema menor, baladí, y no un asunto central. Del mismo modo, al menos en estas notas, soslaya pronunciarse sobre la muerte de Nisman ni sobre (Elbaum dixit) «la delirante sospecha de su homicidio».

Hay momentos en que, como sucedía antes con las placas fotográficas en el cuarto oscuro, llega el momento de las revelaciones. La visita besamanos de Florencio Randazzo, Alberto Fernández y Juan Manuel Abal Medina (h) a las autoridades de la DAIA (hundidas hasta las heces en el encubrimiento) ante las que repudiaron el Memorandum de Entendimiento firmado por el gobierno de CFK con Irán (y refrendado por ambas cámaras del Congreso, incluso por el carpeteado Abal Medina) descalifica a «Cumplir» (otra cosa hubiera sido si hubieran visitado a alguno de los tres nucleamientos que congrega a familiares de las víctimas, todos los cuales repudian a la dirigencia de la DAIA y de la AMIA de Agustín Zbar, la misma que acaba de ser recibida en la Casa Rosada por el presidente Macri) poniendo blanco sobre negro su sumisión a Clarín y el establishment.

Mientras Irán volvió a ofrecer su colaboración para esclarecer quienes, cómo y por qué colocaron y detonaron las bombas, aquellos dirigentes «neocons» (recomiendo leer la nota publicada hoy en Página/12 por Jorge Elbaum, que se transcribe a continuación) coinciden en auspiciar el engendro anticonstitucional del «juicio en ausencia», de manera de condenar a sus funcionarios sin necesidad de probar nada, lo que es rechazado por las tres agrupaciones de familiares de las víctimas.

Y es que estamos en la era de «la posverdad» eufemismo posmo para no hablar de mentiras «piadosas», digestivas, para almas bellas y conciencias narcortizadas.

En este sentido, las posiciones de Lutzky y de Lipis son una última, tranquilizadora frontera: La culpa fue de Irán y de Siria y de algunos mercenarios locales, pero Israel no tuvo nada que ver.

Incluso, ambos, conscientes de que las acusaciones contra los funcionarios iraníes son papel mojado, hacen un último esfuerzo y exhuman y ponen en circulación a un enésimo, nuevo iraní, presuntamente sospechoso: Seyed Jamal Youssefi.

Cuyo nombre ha sido echado a rodar por los servicios israelíes.

Ahora, si Israel no tuvo nada que ver…. ¿por qué sus gobiernos, la DAIA y la AMIA no hacen más que encubrir a los asesinos desde hace un cuarto de siglo?

Cuando lea «La explosión» como es debido, haré nuevos comentarios.

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Opina Horacio Lutzky (*)

Amia: la trama tras el atentado

  • Memoria Verdad y Justicia - TélamLa causa judicial del atentado a la AMIA es, desde la foja 1, el más increíble muestrario de la actividad delictiva de funcionarios y personajes influyentes, encaminada a limpiar las huellas y las evidencias, y a construir una historia falsa para cerrar el expediente y dar una «explicación» a la sociedad. 23 años después, sólo dos cosas sabemos con certeza: que el 18 de julio de 1994 volaron la AMIA causando 85 muertos y centenares de heridos, y que desde los más altos estamentos del Estado se propició una actividad sistemática de encubrimiento de la mecánica de los hechos.

La pretendida «investigación», promovió desde inicio un «desorden organizado». Se tiraron sin control los restos de la explosión al borde del Río de la Plata; se omitió preservar la zona del desastre del ingreso de decenas de personas sin identificar; se perdieron pruebas; se plantaron pistas falsas; se borraron grabaciones telefónicas a sospechosos y se «extraviaron» las transcripciones obrantes tanto en la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) como en la Policía Federal (algunas, realizadas a diplomáticos iraníes antes y después del atentado). Se quemaron cintas de filmaciones. Se suspendieron escuchas judiciales y allanamientos sin dar razón. Se coaccionó a testigos para que callaran y a otros para que mintieran y, a uno de ellos, el entonces preso Carlos Telleldín, se le compró una declaración falsa por casi medio millón de dólares.

Todo ese coherente accionar no puede sino obedecer a una lógica superior, impuesta por necesidades ajenas a la verdad. Una verdad que puede resultar intolerable para el público, y a la vez afectar la diplomacia secreta de varios países.

Es por ello que los datos esenciales sobre la trama que hizo posible el atentado a la AMIA en 1994 (al igual que el precedente de 1992 a la Embajada de Israel y el de 1995 a la fábrica militar de Río Tercero), no están dentro de los expedientes judiciales. O por lo menos, no en su totalidad.

Las respuestas se encuentran en centenares de documentos existentes en fuentes públicas y privadas, del país y del exterior, que esperan una investigación independiente e incondicionada, sin importar qué intereses afecte. Y sin depender exclusivamente de sesgados e incomprobables informes de inteligencia, teñidos de condicionantes políticos.

Se persiste en tratar el atentado a la AMIA como un evento a-histórico, desconectado de lo que por aquellos años ocurría en nuestro país, y de los otros dos tremendos atentados perpetrados en los 90.

Lo cierto es que desde unos meses antes del atentado a la Embajada de Israel, en marzo de 1992, y hasta unos meses después del atentado contra la AMIA, en julio 1994, un gigantesco operativo clandestino de transferencia de armamento se desarrolló desde el puerto de Buenos Aires hacia los Balcanes, bajo directivas del gobierno de Carlos Menem.

El presidente peronista, bajo una política de sumisión al gobierno norteamericano, realizaba el trabajo sucio que los Estados Unidos no podían hacer directamente: el contrabando de armas y explosivos para Croacia y los musulmanes bosnios apoyados por Irán, operativo ilícito que violaba el embargo dispuesto por la ONU para la región. Por eso, mientras se acusa a Irán de haber puesto la bomba, se oculta la red de contrabando de armas y explosivos que Irán compartía con Argentina, cerrándose la posibilidad de investigar ciertas pistas.

Triangulaciones de armas israelíes y norteamericanas para Irán se venían llevando a cabo con participación argentina desde la década anterior, en el marco de la guerra que enfrentó a Irak e Irán entre 1980 y 1988. Así fue que otro 18 de julio, pero de 1981, fue derribado por cazas soviéticos un avión de carga de Transporte Aéreo Rioplatense (TAR) piloteado por el capitán argentino Héctor Cordero, cerca de la entonces triple frontera entre la Unión Soviética, Turquía e Irán. Era uno de los tantos vuelos de la TAR, cargados de armas israelíes para Teherán.

Luego, unos años antes de los atentados, fueron los propios norteamericanos quienes -a cambio de liberación de rehenes y de dinero negro para «la contra» centroamericana- enviaron armas a los iraníes. El 3 de noviembre de 1986, el periódico libanés Ash-Shiraa reveló el tráfico clandestino de armas entre los Estados Unidos y la República Islámica de Irán, dando comienzo al escándalo internacional conocido como «Irán-contras» o «Irangate».

En 1992 el presidente George Bush -ex jefe de la CIA- indultó a los funcionarios que habían sido condenados por el Irangate. Y no dejó de mostrarse sonriente con su nuevo «gran amigo», el presidente argentino Carlos Menem.

(*) Abogado, escritor y periodista. Ex vocero de AMIA en un tramo del primer juicio por el atentado. Autor de los libros «Brindando sobre los Escombros. La dirigencia judía y los atentados: entre la denuncia y el encubrimiento», «Iosi, el espía arrepentido» (en coautoría con Miriam Lewin), y «La Explosión», de reciente publicación por editorial Sudamericana.

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Entrevista con Horacio Lutzky, autor de «La explosión».

Lutzky relaciona el atentado a la AMIA con el Irangate y la venta ilegal de armas a Croacia

 Memoria Verdad y Justicia - Télam(Por Guillermo Lipis).- La venta ilegal de armas a Irán y Croacia fue el motivo de la explosión de la fábrica de armas de Río Tercero y explica en parte los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, aseguró Horacio Lutzky, ex vocero de la AMIA en un tramo del primer juicio por la voladura de la mutual judía. Ex asesor parlamentario en el juicio político a la Corte Suprema
de la época menemista y autor de una trilogía editada con los libros «Brindando sobre los escombros», «Iosi. El espía arrepentido», en coautoría con Miriam Lewin, y «La explosión», Lutzky pone en contexto y relaciona aquellos hechos traumáticos de la Argentina de los años 90, a días del aniversario número 23 de la bomba en la mutual judía, el 18 de julio de 1994, que provocó 85 muertos.

-En «La explosión» usted hace mención a la voladura de la fábrica de armas de Río Tercero, el Irangate y la venta de armas a Croacia. ¿Cómo relaciona estos temas con el atentado a la AMIA?

-Lutzky: Desde unos meses antes del primer atentado a la Embajada y hasta después del de la AMIA, en el puerto de Buenos Aires se concentraron en secreto miles de toneladas de armas y explosivos que formaron parte de un operativo clandestino destinado a proveer armas a croatas y musulmanes bosnios. Yugoslavia se estaba desintegrando en la «Guerra de los Balcanes» y el enfrentamiento principal era entre el ejército federal yugoslavo (en manos de los serbios) y croatas y bosnios -por el otro- que querían independizarse. Las Naciones Unidas habían decretado el embargo o prohibición de venta de armas en esa región, hecho que beneficiaba a los serbios, que poseían todo el arsenal yugoslavo y la solidaridad rusa. Del otro lado, los croatas estaban apoyados por Estados Unidos, Alemania y el Vaticano, pero tenían un arsenal insuficiente para frenar a los serbios y su vecina Bosnia, de mayoría musulmana, prácticamente carecía de armas.

-Pero Estados Unidos era el garante del embargo decretado por las Naciones Unidas.

-Sí, y no logró levantar la prohibición. Así que, como otras veces, buscó violarlo mediante terceros países que hicieran el trabajo sucio. Desde los años 70, traficantes y militares argentinos reiteradamente fueron el engranaje indispensable para esa tarea, y participaron en el «Irangate» (suministro clandestino de armas israelíes y norteamericanas a Irán) que se desarrolló en buena parte de la década de los 80. En esta ocasión Estados Unidos impulsó un gigantesco contrabando de armas hacia Croacia, en el que el gobierno de Carlos Menem ocupó un rol decisivo. Entre los principales financistas y arquitectos del contrabando a Croacia se destacaron algunos prominentes nazis croatas (ustachas) que habían encontrado refugio en Argentina, y que fueron nexo con Franjo Tudjman, quien llegaría a ser el primer presidente de Croacia.

-¿Cuál era la situación de los bosnios?

-Los bosnios -de mayoría musulmana- se encontraban más desamparados. Por eso Irán llamó a combatientes musulmanes del mundo a librar una guerra santa en su ayuda, y se hizo cargo del financiamiento de armas para los bosnios, parte de las cuales salían de Buenos Aires. Como Bosnia no tenía salida al mar, el paso de las armas debía acordarse con los croatas, generándose en ocasiones robos y graves enfrentamientos. El embajador norteamericano en la región, Peter Galbraith, logró en abril de 1994 unificar el frente bosnio-croata contra los serbios para preparar la contraofensiva y aceptó la intervención abierta iraní en la ruta de las armas y en el envío de combatientes del Hezbollah.

La orden era no interferir con ninguno de los segmentos de este gigantesco operativo clandestino, uno de cuyos vértices estaba en Buenos Aires, con la participación de Fabricaciones Militares, más la intermediación de traficantes de origen sirio y agentes iraníes.

Pese a los atentados, ese operativo de acumulación y contrabando de armas y explosivos no podía detenerse, así que siguió hasta los primeros meses de 1995.

-¿Qué pistas sobre el atentado a la AMIA deberían haberse profundizado?

-Si la hipótesis oficial en los atentados en Argentina es que Irán puso la bomba, lo lógico hubiera sido profundizar en las compras legales e ilegales de armas que iraníes y musulmanes bosnios -financiados por Irán- hacían a Fabricaciones Militares. Cuando una delegación de la ONU estaba por viajar a la Argentina en noviembre de 1995 para investigar el contrabando de armas, un atentado voló el arsenal de Río Tercero y parte de esa ciudad, para borrar las pruebas. Por el atentado de Río Tercero están condenados los mismos militares que lo fueron por el contrabando de armas junto al ex presidente Menem.

-¿Por qué cree que la investigación inicial sobre el atentado a la AMIA no consideró la pista siria e hizo recaer la responsabilidad sólo en Irán?

-Por varios motivos. Por un lado, entre los principales sospechosos se encontraban personas de origen sirio que integraron el círculo íntimo del presidente Menem y de la familia Yoma. En segundo lugar, uno de los sirios más prominentes aquí por entonces, proveniente de Yabrud -el mismo pueblo de origen de las familias gobernantes en nuestro país- el traficante Monzer Al Kassar, participaba del operativo de contrabando de armas a Croacia. Incluso llegó a ser representante del Ministerio de Defensa de Menem, y tenía relación estrecha con la cabeza del gobierno sirio. Recordemos que en esos años funcionarios argentinos le inventaron a Al Kassar documentos y pasaporte argentinos. Al Kassar, hoy, está preso en Estados Unidos cumpliendo condena por vínculos con el terrorismo.
En tercer lugar, además de la necesidad de tapar el tráfico de armas, la geopolítica del momento prohibía involucrar públicamente a Siria porque se estaban desarrollando discretas e intensas negociaciones de paz entre este país e Israel. En ese auspicioso marco, en la semana siguiente al atentado a la AMIA, Israel firmó un acuerdo de paz con Jordania. Es evidente que los gobiernos involucrados consideraban que el avance de un expediente judicial en el sur del continente americano podía proporcionarles más molestias que ventajas.

-El tema de la pista siria sólo comenzó a tomar fuerza cuando la reflotó Nisman. Sin embargo el involucramiento de elementos de esa nacionalidad está en el expediente desde el primer momento. ¿Cuáles son esas pruebas aportadas por Estados Unidos y por qué cree que las evitaron?

-Por un lado, el 1 de agosto de 1994 hubo una directiva desde la Casa Rosada al juzgado de Galeano, y de allí a los auxiliares, de no investigar la llamada «pista siria-local», o pista Kanoore Edul, Haddad, etc., que eran por entonces los más claros sospechosos. Por eso en estos días se desarrolla un  juicio oral por encubrimiento. Esta pista no es en modo alguno excluyente de la iraní, y Edul tenía en su agenda el teléfono del imputado agregado cultural de la embajada iraní, Mohsen Rabbani.

-Por aquel entonces hubo un informe norteamericano ¿no es cierto?

-Sí. Investigadores de Estados Unidos avalaban la autoría conjunta sirio-iraní, y a los pocos días del atentado los directivos de la Comisión Republicana de la Fuerza de Tareas sobre Terrorismo y Guerra No Convencional de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Yossef Bodansky y Vaughn Forrest, presentaron un informe muy detallado basado en fuentes de inteligencia e investigaciones. Allí afirmaron categóricamente la participación de agentes iraníes y sirios, indicaron «la confianza de la inteligencia siria de que sería posible contar con una advertencia adelantada sobre cualquier descubrimiento de la conspiración» y que había «agentes sirios de alto rango en el entorno inmediato del presidente argentino».

El reporte, elaborado a días del atentado por los representantes de la Task Force norteamericana, fue rápidamente silenciado porque contrariaba la versión oficial que dejaría fuera de la investigación la pista siria. Uno de los tantísimos reproches al juez Galeano en su proceso de destitución fue no haber hecho nada para corroborar los datos y conclusiones de ese informe.

Usted también hace foco en el rol del iraní Seyed Jamal Youssefi. ¿Cree que puede ser el eslabón perdido entre las operaciones ilegales de venta de armas y los atentados a la embajada de Israel y la AMIA?

No es el único, pero creo que sí. Era un cuadro muy importante de la Guardia Revolucionaria Iraní, de gran poder en la embajada de Irán en Buenos Aires, que fue enviado al país cuando Irán se involucró en el tráfico de armas para los musulmanes bosnios. Llegó a figurar en uno de los pedidos de captura de Galeano contra funcionarios iraníes. Luego se descubrió que durante tres años había sido inquilino de un ex presidente de la DAIA (José Hercman), y dejó de aparecer en las resoluciones judiciales.


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