AMIA – ENCUBRIMIENTO. El de Claudio Lifschitz es un testimonio que ilumina unas zonas y oscurece otras

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(Por Juan Salinas).- Son conocidas mis muchas discrepancias con Lifschitz, comenzando por la más radical: no creo que en la Argentina ni en ninguna otra parte hayan habido antes o existan en la actualidad “células dormidas” de terroristas iraníes. Al menos, ello jamás se ha probado y no se conocen en todo el ancho mundo actos terroristas cometidos por iraníes ni por libaneses de Hezbolá excepto, dicen, los de Buenos Aires (que es fácil probar que NO fueron cometidos por mediorientales, sino por mano de obra local) y ello sigue siendo así más allá del Cercano Oriente aun si se consideraran “terroristas” los ataques dirigidos a fuerzas de ocupación, ya sean israelíes o estadounidenses, como el  que tuvo como objetivo el cuartel de los Marines en Beirut en el ya muy lejano 1983. Pueden haber habido, si, pequeños grupos de iraníes dedicados a negocios puntuales, algunos discretos, como lo es la compra de armamento. Es bueno recordar que desde 1980 hasta fines de 1988, Irán estuvo en guerra con su vecino, el Irak de Sadam Hussein, luego de que éste invadiera su territorio respaldado por el Reino Unido y Alemania, entre otras potencias occidentales.

No está probado que Khalil Ghatea o Gatea (pronúnciese Jalil) haya tenido alguna actividad terrorista, y ni siquiera que ese sea su verdadero nombre. Tampoco, que yo sepa, está probada la relación de este fantasma con el tal Ali Halvaei, y ni siquiera la existencia de éste, al menos con ese nombre (si lo guglean, verá que no figura) y muchísimo menos que el evanescente Halvaei fuera “la mano derecha” de Moshen Rabbani…  que es bueno recordar jamás se profugó, sino que se fue de vacaciones a su país, y cuando volvió, en Ezeiza no lo dejaron desembarcar, obligándolo a regresar a Teherán en la misma aeronave.

En cuanto al juez Santa María, bajo cuya férula se encontraba el aeropuerto de Ezeiza, estaba íntimamente relacionado con Alfredo Yabrán, por entonces amo y señor del mismo. Tengo claro que Yabrán cuando menos supo de ambos atentados –el de la Embajada de Israel y el de la mutual judía– con antelación, dato que no debería escamotearse a los lectores.

Al respecto, solía contar la luego asesinada secretaria de Emir Yoma, Lourdes Di Natale, que Yabrán había ido a las oficinas de su jefe, en la calle Florida 981 pasado el mediodía del martes 17 de marzo de 1992 y ambos se habían sentado muy cerca de la ventana a tomar un café, y cuando todo tembló por el estallido de la  bomba que demolió más de media Embajada de Israel, gritó “¡Eso fue una bomba!”. A Lourdes le dio toda la impresión de que “el Amigo”, como Emir le había pedido que lo anotara en su agenda, y este mismo, habían estado esperándola. Por otra parte, la empresa encargada de la limpieza de la AMIA, La Royal, era de Yabrán, y curiosamente Marta Nercellas, que se hizo rica siendo la abogada del reo Rubén Beraja y de la DAIA que aquel presidió, era desde antes abogada de varias empresad de Yabrán.

Por supuesto, esto no prueba nada, son apenas indicios, pero si se suma al hecho de que tan pronto explotaron sendas bombas en la AMIA, los policías del DPOC fueron tras la pista de dos supuestos hombres de negocios sirios radicados en Arabia Saudita que habían conseguido nacionalizarse argentinos en un trámite ultrarrápido dando como domicilio los de la familia Yahía, íntima de los Yoma, cuyo miembro más prominente, el “Tío Nosir”… se quejó amargamente porque, dijo, ya había sucedido lo mismo luego de lo de la embajada, la cosa adquiere otro color.

Entre otras cosas porque encaja con el hecho de que el juez Galeano tuviera un informe acerca de las relaciones entre los Edul y los Yoma y ese informe no haya sido nunca incorporado al expediente judicial, como revela Lifschitz.

Considero que el testimonio de Lifschitz ilumina zonas muy sugestivas del encubrimiento, pero lo hace a partir de una hipótesis incorrecta, inducida por lo sesgado de su actuación como agente infiltrado de la Policía Federal en el juzgado de Galeano, lo que le dificultó y acaso hasta le impidió ver hasta qué punto otros “plumas” y “halcones” de ese mismo servicio de informaciones estaban involucrados tanto en el encubrimiento como en la misma factura del atentado.

En estas condiciones, si por un lado ilumina, por el otro oscurece el hecho harto evidente para mi y para otros investigadores que en otros aspectos estamos enfrentados de que no hubo vehículo-bomba y si dos (o tres) explosiones, cuando menos una externa y otra interna.

No obstante, el testimonio de Lifschitz, recopilado en un libro hoy inconseguible, tuvo un altísimo impacto en lectores calificados por provenir como quien dice “de las entrañas del monstruo”. En momentos en que el gobierno nacional ha decidido dejar de sostener la acusación contra los imputados por encubrir a los asesinos para, en los hechos, ponerse a su lado (lo que provocó la renuncia de la hasta entonces representante del Estado en el juicio, Mariana Stilman, y la de quien seguía la causa de sus inicios para la misma querella, el abogado Ezequiel Strajman) me parece importante no escamotear esta declaración, que ni siquiera fue escuchada por Miguel Inchausti, adláter del impresentable ministro Germán Garavano, quien ordenó cambiar las tornas, es de suponer que por indicación del presidente Macri, habida cuenta de la gravedad institucional que entraña este giro de 180º que procura garantizar la impunidad de los acusados, en sintonía con los deseos de la DAIA, Israel y los Estados Unidos.

Aqui tienen la primera y la segunda partes de su testimonio. Ofrecemos a continuación la tercera parte. Como no estuvimos allí el pasado jueves, tomamos como base la crónica elaborada por Claudio Goldman para su sitio, EMET Digital; se la remitimos al propio Lifchitz para que la corrigiera, y luego la editamos y añadimos comentarios.

He aquí el resultado:

 Audiencia Nº 81, 23/3/17

“La SIDE infiltró la célula y se retiró, no se le escapó”

 

Moshen Rabbani en 1995. Los demás iraníes mencionados no tienen fotos de mínima calidad que estén en la red.

Continuó el juicio oral y público por encubrimiento de autores o cómplices del atentado a la AMIA, ante el Tribunal Oral Federal Nº 2, la declaración de Claudio Lifschitz, prosecretario del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal Nº 9 entre mayo de 1995 y octubre de 1997, cuando estaba a cargo de Juan José Galeano, y posterior denunciante de numerosas irregularidades y delitos presuntamente cometidos en esta investigación, lo cual ratificó en esta segunda audiencia.

En primer lugar completó su interrogatorio de cinco horas el fiscal ad hoc Miguel Yivoff y luego comenzaron a preguntar las querellas, que continuarán haciéndolo el próximo jueves, desde las 10.30 hs., y todo parece indicar que habrá al menos otra audiencia.

La desaparecida Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) “infiltró la célula (terrorista iraní) y se retiró, no se le escapó; por eso vino el atentado”, sentenció el testigo durante esta segunda exposición de tres horas y media.

A su juicio, ello se vio favorecido por el hecho que “las autoridades políticas, dirigenciales judías y judiciales no querían investigar el tema, como se vio en la causas nº 1395 y 1627 del entonces titular del Juzgado Federal en lo Criminal y Correccional Nº 1 de Lomas de Zamora, Alberto Santa Marina”

Para principios de noviembre de 1995, “mis hijos iban al colegio St. Patrick’s School en Villa Urquiza. Como era público que trabajaba con Galeano en la causa AMIA, la mamá del compañero de uno de ellos le dijo a mi mujer de entonces, Beatriz Toribio Astorga, que su marido quería hablar conmigo del tema. Así fue que un viernes me  reuní en el local de una cadena de hamburguesas sito en la avenida Triunvirato y Monroe, siempre en Villa Urquiza, con quien era entonces el supervisor de Inspectores de la Dirección Nacional de Migraciones, Rodolfo Rigamonti, quien me mostró un montón de papeles sobre el iraní Khalil Ghatea, que había querido viajar a Canadá saliendo por Ezeiza el 4 de abril de 1994 en un vuelo de Canadian Airlines con un pasaporte estadounidense que, después se averiguaría, no había sido robado, sino que le había sido comprado a Scott Gregory Hall, quien había denunciado su sustracción.

“Me pareció tan importante lo que me decía Rigamonti  que llamé a Galeano, no recuerdo si a su casa o a su celular para verlo de inmediato, pero él me dijo que nos viéramos el lunes (6 de noviembre de 1995). Ese día tuvimos una reunión con “Marta” y “Graciela”, que eran estrechas colaboradoras del Sector 85 (Contrainteligencia) a cargo de “Jaime” Stiuso’ en el restorán Bulls & Beers de Costa Salguero, a quienes les mostré la documentación aportada por Rigamonti”, prosiguió Lifschitz.

“Galeano me aseguró entonces que no sabía nada, pero después yo advertí que tenía cosas de Santa Marina en la caja fuerte y una vez lo vi a Santa Marina en el juzgado antes de la mudanza (del Palacio de Tribunales a Comodoro Py 2002), sin saber quién era. Fue alrededor de junio de 1995 por lo que no creo que Galeano ignorara la existencia de la causa de Ghatea.

“Le avisé a Galeano que Rigamonti quería declarar, pero él ordenó a los secretarios que la documentación se incorporara como un anónimo y nunca lo citó; insistí en que lo hiciera, pero no me dio explicaciones y se guardó la información”, denunció el testigo.

El 12 de mayo, Santa Marina dispuso la intervención del teléfono de Tapiales 1420 5º B, Vicente López, una presunta “casa segura” que Ghatea compartía con Ali Halvaei “mano derecha” del entonces consejero cultural de la Embajada de Irán y hoy técnicamente prófugo, Mohsen Rabbani, con quien había mantenido comunicaciones”, explicó Lifschitz. Sin embargo, el 11 de julio -siete días antes del atentado- autorizó su salida del país con destino a Teherán, con la insólita condición de que prometiera por escrito  volver antes de los treinta días.

“El 25, Rigamonti impidió la salida de Ghatea porque había una prohibición se salida para todos los iraníes; discutió con otros inspectores, que hablaron con el juez, pero se mantuvo firme. Intervino la Cámara Federal de La Plata que revocó la autorización de salida firmada por Santa María y le ordenó a éste que le remitiera copia de la causa al juez Galeano por su íntima (sic) relación con la Causa AMIA”, continuó el ex prosecretario. Ese mismo día, la Policía Federal allanó el departamento de Ghatea, al que Rabbani había llamado dos veces durante la semana del atentado.

El 1º de septiembre, “Santa Marina abrió una segunda causa, por ‘delitos contra la seguridad nacional’, también en la Secretaría (Nº 2) de (Jorge) D’Amore, para encubrir la investigación de la Causa AMIA; Santa María decidía qué ponía en cada una y ordenó intercepciones de teléfonos que ya estaban intervenidos en la primera causa.

“Santa Marina armó esta nueva causa a partir de un anónimo para asegurarse de que se la vinculara con la Causa Amia a causa de las fotocopias que la Cámara Federal de La Plata le había ordenado que enviara a Galeano. De esta manera podía seguir controlando el expediente sin conocimiento de la cámara ni del juez del Caso AMIA. Motivo por el que armó esta segunda causa, melliza de la primera.

“Es por eso que la primera causa quedó vaciada de contenido y pruebas, y  fueron agregados a la iniciada falsamente por Santa Marina todas las diligencias que debieran haberse glosado a la primera, iniciada con motivo del intento de salir del país de Ghatea.

“Puse en conocimiento del fiscal José Barbaccia  la necesidad de ir a La Plata a ver esa primera causa, pues solo habíamos tenido acceso a la segunda, armada por Santa Marina.

“Nos entrevistamos con el fiscal del juicio, que se sintió tranquilo al hablar con nosotros porque temía que en cualquier momento se dijera que esa causa estaba vinculada con la de la AMIA.

“Como ya dije, esa causa elevada a juicio por el pasaporte estadounidense supuestamente robado que utilizaba Ghatea, había sido vaciada de contenido y de pruebas. Doy un ejemplo: una conversación de donde surgía con claridad que el pasaporte no había sido robado sino que se le había comprado a Gregory Hall estaba agregada a la segunda causa y por ende era desconocida por el fiscal de juicio. Y como esto había otras muchas cosas.

“Rigamonti me dio copias del pasaporte y de la visa de Ghatea y me señaló que ésta tenía errores ortográficos que eran imposibles y que los sellos no se correspondían con los modelos de sellos que Teherán había cursado por vía consular como sellos autorizados (de sus autoridades, lo que a priori parece indicar que Ghatea posiblemente fuera un delincuente pero no un espía, ya que los espías utilizan sellos auténticos de sus países. N. del E.)”, aclaró el testigo.

“Me dijo que había gente en Migraciones, como (los entonces inspectores) Horacio Moreno y René Navarré, que hacía arreglos para dejar pasar a determinados colectivos, por ejemplo gente de Medio Oriente”, siguió diciendo Lifschitz. Y agregó que siempre se les dio protección: en una reunión en (el Área Exterior de la SIDE, conocida como) ‘Sala Patria’ con los fiscales (los hoy juzgados Eamon Mullen y Barbaccia); los secretarios (Javier de Gamas y Carlos Velasco) y otros prosecretarios, planteé la necesidad de investigar y detenerlo (a Navarré) para ver a quién había dejado pasar, pero no se hizo nada a pesar de que esa investigación podría haber echado luz sobre el atentado a la Embajada de Israel”, destacó.

“No me cierra por qué, pero intervino la Cámara Federal de La Plata y le exigió a Santa Marina que le remitiera copia de las actuaciones a la Causa AMIA”, pero, siguió diciendo Liftschitz, “no pude corroborar si llegó; me enteré que Galeano rechazó la conexidad y que terminó por aceptarla después de que yo denuncié la situación en que se encontraba”, pero “no sé dónde la agregó porque lo manejaba intencionalmente y no se hizo ningún allanamiento”, añadió.

Las enigmáticas causas sobre Ghatea

“Fue con Barbaccia, Mullen y su secretario en esa época, Fernando Yuri, que nos entrevistamos en La Plata con el fiscal del juicio de Ghatea. Galeano me dijo que no la podía pedir oficialmente porque la había solicitado (el imputado y entonces secretario de Inteligencia, Hugo) Anzorreguy, que había causas similares en Rosario y Tucumán que no pude identificar y que se la pediría a la SIDE”, contó Lifschitz.

“Pasaron un par de meses hasta que la llevaron a la base ‘Incas’ (situada en la Avenida de los Incas y Tronador) de ‘Sala Patria’, donde pudimos verla con (el entonces auxiliar Roberto) Dios, (el fallecido imputado, mayor retirado del Ejército y ex jefe operativo de ‘Sala Patria’, Alejandro) Brousson, Luis González (‘Pinocho’, el segundo de Brousson) y dos mujeres; estudiarla me llevó otros dos o tres días e hice un informe muy meticuloso”, explicó.

“Estaban intervenidos los teléfonos de la Embajada de Irán, de la consejería cultural, el celular de Rabbani, de (Kian) Ghorbani y de otra gente que había mencionado Wilson dos Santos”, un presunto espía brasileño que advirtió sobre el atentado y en 2003 fue condenado a seis años de cárcel por falso testimonio agravado. “Algunas (intercepciones) no tenían autorización judicial; no recuerdo cuáles, pero lo declaré en el TOF (Tribunal Oral Federal) 3 y en la instrucción” de esta causa, destacó el ex prosecretario.

En esta línea, comentó, “en la ‘famosa’ foja 114 (de la ‘causa AMIA’) hay teléfonos intervenidos que no estaban vinculados con (el último poseedor conocido de la supuesta camioneta-bomba Trafic, Carlos) Telleldín y que la SIDE ya había interceptado antes para Santa Marina”.

Asimismo, continuó diciendo, “pedí a Telecom o Movicom que me mandaran todas las intervenciones telefónicas al 18 de julio de 1994 y vi la de la Embajada de Irán” ese día o el anterior, aunque ello “me generó un llamado de atención del juez por hacer lo que quería”, rememoró el testigo.

En tanto, siguió diciendo “había más de cincuenta fojas de informes referidos a (Alberto Jacinto) Kanoore Edul, que firmaba (el entonces encargado de la investigación por parte de la Policía Bonaerense, el comisario inspector Hugo) Vaccarezza que correspondían a la Causa AMIA y transcripciones que es imposible que Santa Marina y la SIDE no supieran que estaban directamente vinculadas con el atentado”, como “cosas de (el sospechoso de origen sirio e hijo de un amigo del entonces Presidente y hoy acusado Carlos Menem) Edul que no se las mandó a Galeano, quien tampoco, sugestivamente, pidió que se investigara la sospechosa actitud de su colega”, continuó diciendo Lifschitz.

También “había un manuscrito y escuchas de una conversación de Ghatea -usando el alias ‘Homayun’ con Mizrafi que estaba en Inglaterra por el atentado de allá (a la Embajada de Israel en Londres, el 26 de julio de 1994), que vinculó con el de la AMIA”, agregó Lifschitz. (Consultado Lifschitz dijo que no recordaba quien era Mizrafi, que se había referido a la transcripción de una conversación en la que Ghatea se comunicaba con una persona de ese nombre, o aproximado, utilizando su nombre de guerra, “Homayun”, y que “esa es una denuncia que yo hice, precisamente que nunca se investigó esa pista ni los contactos que tenía Ghatea con ‘células domidas’ en Inglaterra, Francia, Canadá y los Estados Unidos”. (Como puede apreciarse, se trata de una serie de conjeturas encadenadas: que Gathea es iraní y se llama realmente así; que utilizaba el aliás de Homayun; que había un iraní llamado Mizrafi, que éste tenía que ver con el estruendoso (se rompieron muchísimos vidrios, pero no hubo muertos ni heridos de gravedad) ataque a la Embajada de Israel en Londres mediante un coche bomba estacionado en un parking  adyacente el martes 26 de julio de 1994… Por cierto, por ese ataque hubo condenados palestinos, ningún iraní. Y es que la presunción de la existencia de “células dormidas” de terroristas iraníes jamás se comprobó. Si realmente hay alguna célula dormida en alguna parte, duerme tan profundamente que jamás ha cometido atentado alguno ni nadie los acusa de ellos en ningún país excepto en lo que hace a los atentados perpetrados en Buenos Aires por Estados Unidos e Israel. N. del E.)

Continúa Lifschitz: “El traductor de farsí, Sjorab Yazdani, trabajaba para la SIDE, pero no me dijeron para qué sector”, y el policía Jorge “Rauch, que venía de la Comisaría 50ª, me habló de Ibrahim al-Ibrahim (así se llamaba el coronel de inteligencia sirio que se casó -estando ya casado, es decir, se convirtió en bígamo- con Amalia Beatriz “Amira” Yoma y fue nombrado jefe de los vistas de aduana de Ezeiza por el vicepresidente Eduardo Duhalde el día del cumpleaños de ella, dando origen al Yomagate o Narcogate. N. del E.) un barman iraní de un prostíbulo de (el ex agente de la SIDE y socio de “Jaime” Stiuso) Raúl Martins, que éste le había presentado al ‘Lauchón’ (el espía Pedro Viale, muerto a tiros por los “halcones” de la policía bonaerense) para oficiar de intérprete porque tenía relación con él y con Stiuso, que decía que no tenía traductores pero que mentía porque tenía al menos dos”, resaltó.

“En 1996 llevé (al iraní que traducía del farsi y que conocía a Ghatea personalmente) a la sede de los ‘poquitos’ (un juego de palabras entre la cantidad de agentes-ocho- y su procedencia, el DPOC, sigla del disuelto Departamento de Protección del Orden Constitucional. N. del E.), los efectivos federales afectados a la causa, en la Avenida de los Inmigrantes. Allí le propuse a Galeano que le hiciera escuchar esa conversación”, en referencia a la ya transcripta que Ghatea había tenido con el tal Mizrafi. El traductor se sorprendió mucho, “le llamó la atención porque (en su relación con él) Ghatea no hablaba así, ni se identificaba como ‘Homayun”, refirió el ex prosecretario.

Continuó diciendo Lifschitz, “hice cuadros sinópticos sobre iraníes que eran estudiantes crónicos de Medicina o taxistas y brindaban ‘casas seguras’, e investigué en el Hotel de las Américas (domicilio dado por el chofer de la Trafic blanca estacionada el viernes 15 de julio de 1994 en “Jet Parking”, como se llamaba entonces la concesión del estacionamiento de la UBA sito en  Azcuénaga 959) a un paraguayo que no tenía nada que ver. También estaba alojado un iraní (ese hotel era el alojamiento habitual del personal de bajo rango de la Embajada de Irán. N. del E.) pero cuando fuimos con (Javier) De Gamas (entonces secretario de Galeano, hoy juez en Tierra del Fuego) a buscar información (al hotel) nos dijeron que ya la había retirado la SIDE” en varias cajas. “Esas cajas nunca aparecieron y ‘Marta’ y ‘Graciela’ aseveraron que en esa época no buscaban” iraníes, apostilló el ex prosecretario.

Además, siguió diciendo Lifschitz, “viajé a los Estados Unidos con ‘Pinocho’ “González y tuvimos reuniones con el FBI sobre las ‘células dormidas’-, y con la ADL (Liga Antidifamación). Un rabino de la Liga estaba enojado con la Argentina porque decía que éramos antisemitas, etc.”

Por otra parte, continuó, “se decía que ‘85’ (la Dirección de Contrainteligencia de la SIDE) había fotografiado a Rabbani buscando una Trafic tres meses antes y que también lo habían visto cerca de Jet Parking el 15 de julio de 1994, cuando dejaron la camioneta”, pero “Movicom jamás hizo un trabajo para identificar la celda de (su celular ese día), así que Stiuso lo sabía porque tenía a alguien infiltrado en la célula”, concluyó.

(Una larga pero imprescindible digresión: Resulta obvio que la SIDE sabía que Rabbani había hecho una llamada con su aparato (que no era de la compañía Movicom, como se consigna erróneamente, sino de Miniphone) a través de una fuente humana -el chofer Isaac García- ya que en ningún lugar consta que la SIDE haya consultado a Miniphone, lo que sí hizo Galeano para corroborar la información. Miniphone informó que la llamada de Rabbani había sido cursada a través de la celda “Lasalle, sector C”·, sita en la calle Riobamba 650, a casi seis cuadras del estacionamiento.

El chofer de Rabbani, García, era un agente infiltrado por la SIDE y fue quien le tomó una foto Rabbani entró a una concesionaria y preguntó precio por una Trafic. Tengo para mi que si hubiera preguntado por otro tipo y marca de vehículo, por ejemplo, una camioneta Mercedes Benz, ésta hubiera sido la escogida para cumplir el rol, no de vector y contenedor de explosivos, sino el de señuelo distractivo para ocultar el modo en que se dispusieron y detonaron los explosivos. La SIDE ligó a Rabbani con el atentado a la  AMIA alegando que el viernes 15 de julio y en el mismo momento que ­–según todo indica, los jóvenes Tomás David Lorenz y Alejandro Martínez, éste último agente de policía, ambos vecinos de San Telmo, compañeros de estudios y amigos desde la infancia y ambos relacionados con Alejandro Monjo, fabricante de autos “mellizos” en sociedad con la cúpula de la Policía Federal y proveedor habitual de Carlos Telleldín- dejaron estacionada en Jet Parking una Trafic blanca, Rabbani había hecho una llamada a la mezquita chiíta de Floresta dónde era la máxima autoridad con su celular “ladrillo” y que esa llamada había salido por la misma celda por la que salían cursadas las llamadas hechas desde el estacionamiento, lo que indicaba que Rabbani no se encontraba lejos de allí. Por entonces, en épocas en que la tecnología celular estaba aún en pañales, las celdas cumplían un radio mucho más amplio que el actual, y la utilizada estaba a casi seis cuadras del estacionamiento. N. del E.)

Cambiando de tema, Lifschitz dijo que al ex comisario bonaerense Luis Vicat, imputado de presionar a imputados, “lo trajeron Brousson y González para que colaborara con nosotros en la investigación y lo presentaron como una persona impoluta, que no era parte de la ‘maldita policía’, y un experto en seguridad e inteligencia que había hecho cursos con el Mossad (Vicat, que se había especializado en seguridad bancaria, tenía una relación muy estrecha con el presidente de la DAIA, el hoy imputado Rubén Beraja, y con el Banco Mayo, del que Beraja era el principal accionista). Tuve trato con él y estuvimos reunidos con el Galeano en su despacho”, aunque “no recuerdo haberle mandado un cuadro de contactos”. intentó rememorar Lifschitz, parace evidente que ante una pregunta.

“Vicat reportaba directamente al juez y tenía problemas para investigar a (al falsamente acusado liderar la ‘conexión local’ del atentado, comisario Juan José) Ribelli por un tema previo que no sé cuál era”, agregó.

Lifschitz dijo que las intervenciones telefónicas las hacía Observaciones Judiciales (llamada en  la jerga “la Ojota”. N. del E.) y las transcripciones, Contrainteligencia. “No sé por qué antes de que llegaran a Tribunales también las hacía el DPOC”, puntualizó. Y agregó que las desgrabaciones realizadas por ambas dependencias tenían diferencias notables entre sí, por ejemplo las “de los 66 casetes desaparecidos de Telleldín” (grabados al teléfono de la casa de éste en Villa Ballester cuando Telleldín sehabia fugado a Misiones, y en su casa atendían sus llamadas agentes de la SIDE, del DPOC y de la Policía Bonaerense. N. del E.).

Relaciones con la familia Yoma, una llamada de Munir Menem

“No hubo intención del tribunal de investigar a Kanoore Edul, que llamó a Telleldín el día de la entrega de la camioneta (10 de julio de 1994); se determinó que fue desde un celular fijo en un auto, o sea que estaba camino a algún lugar…”, dedujo Lifschitz. (hasta ahora tenía entendido todo lo contrario: que estaba probado que ese Peugeot 505 marrón flojo de papeles estaba estacionado ese domingo en la calle y muy cerca de la casa de Edul, posiblemente sobre la calle Constitución. N. del E.)

En 1995, “en el juzgado no tenían presente que sus teléfonos (los de Edul, ya) no estaban intervenidos. Creían que si lo estaban y se armó un gran revuelo cuando se enteraron de que no era así. Luego se explicó que se les había pasado la prórroga y que la SIDE no había pedido su renovación”.

“Revisar las agendas de un sospechoso es elemental después de un allanamiento –dijo Lifschitz­–, sin embargo fue nulo el relevamiento de los elementos secuestrados a Kanoore Edul, si bien me dijeron que el sector 85  tenía una copia de los mismos”, recordó el testigo.

“Les pedí a la SIDE y al DPOC que averiguaran una dirección en la avenida Rivadavia que figuraba en la agenda de Edul como de (un presunto infiltrado en la comunidad islámica Youssef) Surami y de Rabbani para ver cuál mentía, y cada uno informó algo distinto”, agregó.

Lifschitz se refirió así a una anotación manuscrita que figuraba en la agenda de Alberto Jacinto Kanoore Edul: “Youseff Surami-Mezquita/Rabbani; San Nicolas-Rivadavia 3981”, dirección dl barrio de Almagro que corresponde actualmente a un bodegón llamado “Los Orientales” y que parece hacer más referencia a dueños uruguayos que a chinos.

Edul dijo no conocer a Rabbani, que jamás había pisado la mezquita de la calle San Nicolás (Al Tauid, en el barrio de Floresta, lo que parece lógico ya que Edul es suní y la mezquita chií) ni recordar por qué había hecho esa anotación, pero que presumía que habría sido por motivos religiosos o sociales. recordó Lifschitz.

Alejandro Olmos Gaona , que se puso a investigar el tema bajo el presupuesto de que Edul fue involucrado para desviar la investigación de los verdaderos asesinos, se refiere a un tal “Corrado, cuyo verdadero nombre es Youseff Surami que no fue imputado en la causa, que negó conocer a Kanoore, y sólo creyó recordar que alguna vez le habían presentado al padre (homónimo de Edul, Alberto Edul, nacido en Yabrud, Siria, y conocido del presidente Carlos Menem, con el que al parecer se encontraba distanciado) en una reunión del Centro Islámico.

(Lo que no aclara demasiado puesto que si el tal Surami fuera un infiltrado en la mezquita chií, aquel sería su nombre de falso converso y Corrado el verdadero, y no a la inversa. En fin, que si hay algo que está claro es que desde bastante antes de la demolición de la AMIA, chiítas iraníes y libaneses eran minuciosamente vigilados (baste recordar que Stiuso declaró en el juicio AMIA que sus hombres habían interceptado y grabado más de 3000 horas de conversaciones efectuadas a través de los teléfonos de la Embajada de Irán, y de haberles entregado los casetes resultantes al Mossad sin quedarse con copias) y muy especialmente lo estaba Rabbani, cuyo chofer informaba a la SIDE de todos sus movimientos. N. del E.).

Olmos Gaona recuerda que Edul fue interrado sobre la anotación de marras mucho después de haberla hecho. “…después de seis años a nadie la resulta fácil individualizar una vaga anotación, ni recordar minuciosamente la circunstancias en las que fue realizada·, escribió. Y destacó que en las agendas de Edul no aparece ninguna otra mención de Rabbani, ni “se menciona su teléfono particular, ni su domicilio, ni el de la Embajada de Irán, y resulta más que obvio, que de haber existido esa vinculación, tendría que haber otros datos, y no la simple mención de un apellido”. Por fin, Olmos Gaona subraya que “la División Unidad Antiterrorista (DUIA) de la Policía Federal, efectuó un minucioso análisis y seguimiento de las personas cuyos nombres se consignaran en la agenda, sus direcciones y teléfonos, sin encontrar nada vinculante al atentado, ni persona alguna relacionada con él”.

El dato no es menor porque el jefe de la DUIA era el ahora imputado comisario Jorge “El Fino” Palacios, el mismo al que Mauricio Macri pondría al frente de la nueva Policía Metropolitana y al que por entonces servía Lifschitz, un “pluma” infiltrado en el juzgado de Galeano.

Luego de señalar que rara vez los informes de la SIDE coincidían con los del DPOC. Lifschitz recordó que Contrainteligencia (es decir, el sector conducido por Jorge Lucas y Stiuso) “aportó un ‘blanco’ mal hecho, con líneas de contactos de su familia (la de Edul) que la vinculaban con los Yoma, que el juez o los secretarios me lo enseñaron y creo que ya estaba cuando llegué”, pero que, sorprendentemente, “no se había incorporado al legajo”.

“Galeano tenía ese cuadro para demostrar las vinculaciones de Kanoore Edul, pero no recuerdo a quién se lo enseñó, si bien tengo un vago recuerdo sobre la querella de la DAIA”, añadió. Respecto a ese cuadro, Lifschitz dijo que el sector 85 de la  SIDE “no lo investigó y esto era una constante” porque “nada hizo en relación con el atentado, ni seguimientos, ni entrecruzamientos de llamadas; (lo suyo) era más un control (de lo que investigaban los demás) que una investigación”, describió.

“Yo llevaba y traía fotocopias y ésta me quedó; no tiene firma y las anotaciones de adelante son mías, pero no las de atrás”, explicó Lifschitz sobre el cuadro de contactos que había aportado en su momento y que genera dudas sobre su “casual” retención del mismo.

“También había un listado de talleres (mecánicos), que deben haber hecho después que hablé del tema, pero no lo presentaron en la causa, ni elaboraron un informe”, cuestionó.

Lifschit dijo que “yo no llevaba el legajo de Edul ni lo conocía en forma detallada y no recuerdo quién lo hacía, pero si iba agregando datos e insistía con (que había que investigar a su primo, el subcomisario de la policía bonaerense) Víctor Youssef Chabán”.

Respecto a la animadversión que se granjeó por parte del sector de la SIDE comandado por Stiuso (no de la Sala Patria, con la que en un principio colaboraría gustoso, acaso porque era rival de aquel). Lifschit dijo que “a veces la SIDE, que dependía de la Presidencia de la Nación –subrayó–, escribia cualquier cosa porque no hacía escuchas previas; por mi experiencia en inteligencia las confrontaba con las transcripciones y eso le molestaba.”

Dio ejemplos de lo que afirmaba. Asi fue, dijo, que en una minuta “de 1996 ó 1997 pusieron que Chabán hablaba de ‘diez gramos de secuestro’ y como no ‘me cerraba’, pedí el casete y descubrí que eran ‘diez gramos de C4’, un explosivo que se consigue en Paraguay y que podía servir como arrancador del amonal (el explosivo utilizado en el atentado). Era muy llamativo que el transcriptor no se hubiera dado cuenta…”.

“También (Chabán) había hecho algunos comentarios contra los judíos y hablaba en clave con otro policía (con quien se dedicaría al ‘recupero’ de autos siniestrados y que entonces trabajaba en el Registro Nacional Automotor, que dependía de la División Sustracción de Automotores de Vicente López, Daniel) Cortiñas, a quien le mandó un fax con citas del Corán, lo cual era sospechoso”.

Al respecto, continuó Lifschitz, le había propuesto al secretario Velasco “que secuestráramos ese aparato (el celular de Chabán)  pero esa probable evidencia se perdió porque Velasco me contestó: ‘No es el momento, ¿en qué ‘quilombo’ querés que nos metamos si la otra vez -cuando detuvieron a Kanoore Edul- nos llamó el hermano del Presidente -por Munir Menem- y habló con el juez?’”.

Por si hiciera falta, Lifschitz aclaró que De Gamas le había dicho que Galeano y sus inmediatos colaboradores habían tomado ese llamado como “una presión”.

A preguntas que le hicieron, Lifschitz ratificó que el episodio “ya me lo habían contado De Gamas y prosecretarios como (Ana) Sverdlick cuando llegué a Tribunales”, pero admitió que nunca había hablado con Galeano del tema.

Carapintadas

Le preguntaron por su intervención en el armado de la causa que pretendió vincular a unos carapintadas incursos en el delito del robo de armamento de los arsenales del Ejército con el atentado. “El juez necesitaba a alguien para infiltrar a los (ex militares) ‘carapintadas’ y le propuse a Oscar ‘El Cordobés’, que era un informante de la Policía Federal, para que no lo hiciera ‘85’, ni (el comisario de la policía bonaerense Ángel) Salguero; la idea era que (Daniel) ‘Graciano’, que se hospedó en un hotel céntrico, aportara una camioneta robada para que la llenaran de explosivos, pero después Galeano abortó (la operación) por temor a que desembocara en una segunda AMIA”, narró Lifschitz.

Galeano, siguió diciendo, “actuaba diplomáticamente y les avisaba a los responsables, como a (el entonces jefe del Ejército, Martín) Balza antes del allanamiento en Campo de Mayo”, donde “estuve semanas buscando un cadáver enterrado que no existía. Aunque era muy probable encontrar algo) con todo lo que pasó en la dictadura, justo ahí no había nada”, destacó.

“Galeano quería el apoyo de la AMIA y la DAIA y habló con Luis Dobniewski (el abogado de la mutual en la causa) quien hizo venir a (Juan) Cortelezzi que era camarista de la Sala II con quien estaba relacionado. Le hizo escuchar los casetes, pero Cortelezzi dijo que en ellos no había nada que relacionara a esos militares con el atentado”, relató el ex prosecretario.

Reunión en la SIDE para evitar críticas comunitarias

Ante nuevas preguntas Lifschitz rememoro que hacia mediados de 1996, “todos vimos que Galeano llevó a (el imputado y entonces presidente de la DAIA, Rubén) Beraja al despacho de Sverdlick y ‘Grace’ (por Graciela Burzomi) y le mostró el video en que Telleldín habla de las fotos (que le proveyó Galeano para que identificara falsamente a los policías bonaerenses que supuestamente le habían quitado la Trafic supuestamente utilizada para consumar el atentado) estaba solo y no sé si otra parte lo vio”, narró Lifschitz, quien el lunes anterior había dicho no recordar qué video le habían exhibido.

“Esa oficina tenía una ventana que apuntaba al lugar común donde estábamos los prosecretarios”, pero de todas formas, la frase “¿Qué quiere este tipo?” proferida por Beraja respecto a Telleldín “la escuché dentro de la misma, apenas traspasando la puerta”, que “siempre estaba abierta”, reconoció.

Lifschitz dijob también que el 17 de julio de 1997 hubo una reunión en la SIDE (en la sede de ‘Sala Patria’) y la idea era demostrar que estaban trabajando para evitar críticas a la investigación en el acto del día siguiente”.

“Llegaron Beraja (y los entonces abogados de la AMIA Luis) Dobniewski y (Javier) Astigarraga (que también reportaba a la SIDE), más (el imputado secretario de Inteligencia, Hugo) Anzorreguy, el juez, los secretarios, los prosecretarios y los fiscales; participé en parte, para explicar sobre (las causas del juez) Santa Marina”, detalló.

“Ya en esa época apareció (el supuesto terrorista suicida Ibrahim) Berro; por eso digo que (entonces) no había tanta diferencia entre ‘85’ y ‘Sala Patria’”, subrayó el ex prosecretario. (Se trata de que la pista sobre ese supuesto kamikaze le había sido provista por Israel a la Sala Patria, y que cuando ésta fue desarticulada a raíz del pago del soborno a Telleldín y la investigación regresó a manos de Stiuso, éste encontró la documentación correspondiente y la reflotó. Fue así que viajó junto con los fiscales Alberto Nisman y Marcelo Martínez Burgos a Detroit, a entrevistarse –FBI y justicia estadounidense mediante-  con dos hermanos del señalado como posible chofer suicida de la supuesta Trafic-bomba, el libanés Ibrahim Hussein Berro. Aunque ambos hermanos dijeron que Ibrahim, que había quedado contrahecho a consecuencia de un bombardeo israelí –motivo por el cual no había podido emigrar como ellos a los Estados Unidos- estaba vivo después del julio de 1994 –uno de ellos había estado con él- y había perecido más tardea consecuencia de un nuevo bombardeo de su aldea por parte de Israel, a su regreso a Buenos Aires Nisman anunció que el caso AMIA estaba resuelto y el supuesto kamikaze identificado. Bastaron unas pocas horas para que Rolando Hanglin se pusiera en contacto telefónico con uno de los hermanos Berro y desbaratara la jugada. N. del E.).

“Cuando terminó la reunión, Anzorreguy habló con (Carlos) Menem en la antesala y le pasó el teléfono a Beraja; no sé de qué conversaron”, pero “después se comentó -en la SIDE y el juzgado- que estaban tranquilos y contentos porque no habría cuestionamientos de la DAIA”; por ejemplo, “Brousson y González dijeron que había salido todo perfecto y no habría problemas al día siguiente”, precisó respecto del acto que significaría un quiebre entre familiares y dirigentes y entre la comunidad judía y el menemismo, tras el “Yo acuso…” de Laura Alche de Ginsberg y la silbatina generalizada que recibió Carlos Corach, representante del Ejecutivo en el acto.

“Dobniewski y Astigarraga tuvieron un rol activo para defender a Galeano cuando se hizo público el video (de su negociación sobornadora con Telleldín), pero no me acuerdo que antes” lo hubieran hecho, dijo Lifschitz.

Tampoco “recuerdo alguna reunión en el juzgado entre una querella y un imputado o testigo”, pero sí que “una vez, en 1995, antes de que nos mudáramos, los tres fueron al POC y también estuvieron el juez, los secretarios, los prosecretarios, Barbaccia y uno de sus secretarios”, aunque “no recuerdo de qué se habló”, aportó.

Por su parte, siguió diciendo, el entonces secretario general de la DAIA, Rogelio “Cichowolski era el segundo de Beraja en la querella”, pero “no me consta que supiera de la negociación con Telleldín”.

En cambio, continuó, “había una relación muy estrecha con Sverdlick: tramitó un crédito en el Banco Mayo y uno de los que la convenció de quedarse cuando quiso renunciar por los apremios a (el socio de Telleldín) César Fernández fue Dobniewski”, de quien agregó: “Imagino que sabía” de dichas torturas, efectuadas por gente de Stiuso.


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Un comentario

  1. Todo tiene que ver con todo ?
    Encubriendo por un lado y desincriminando por el otro ?

    ” Aparece ” un WhatsApp.

    Otra vez el ” encanto ” de Natasha …
    Periodista de Clarín ” desincrimina ” a Lagomarsino.

    https://www.pagina12.com.ar/29717-un-chat-despues-de-la-hora-senalada

    https://m.youtube.com/watch?v=Q3UQgb1xTqc

    Todo un perfil …

    http://tallerlaotra.blogspot.com.ar/2015/03/nisman-pato-bullrich-carrio.html

    https://pajarorojo.com.ar/?p=13335

    http://www.enorsai.com.ar/politica/14825-denuncian-que-periodista-supuestamente-amenazada-trabaja-para-servicios-secretos-extranjeros.html

    https://www.loveartnotpeople.org/2014/05/19/increible-pero-real-snatasha-niebieskikwiat-es-la-novia-de-un-lider-camporista/

    Indudablemente Lagomarsino sabe mucho más … No les parece ?
    Y Natasha ?
    Natasha también …

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