AMIA. Siguen hablándonse encima.
Mi editor y Pepe Grillo en asuntos de la red .2 me pide que escriba un artículo conmemorativo del atentado a la AMIA. ¡Ésta! le digo haciendo un gesto últimamente muy enfatizado por Violencia Rivas. Pero, bueno, les puedo ofrecer dos artículos escritos hace cuatro y cinco años, originalmente publicados en Nueva Sión. En el primero basta con cambiar «el juez Galeano» por «el fiscal Nisman» para que se pueda leer de corrido sin necesidad de tocarle siquiera un punto. Si leen con atención el segundo verán que el cerebro del encubrimiento es tan hábil y evanescente sigue teniendo tanta banca que ni siquiera será juzgado junto a quienes ejecutaron sus órdenes o «sugerencias». En síntesis: a nadie le importa identificar, detener y juzgar a los asesinos. Y hay un acuerdo de todos para echarle falsamente las culpas a Irán, lo que es muy funcional al Pentágono y a Israel, que quieren atacar a ese país y hundirlo en la Edad Media, tal como explico aquí.
2005:
No me gusta que me tomen por boludo
Por Juan Salinas
Me pone mal que me pidan artículos o opiniones sobre el tema AMIA. Después de toda una década (durante más de tres años contratado por la propia mutual) inmerso en él mismo me siento un disfrazado sin carnaval: nadie, absolutamente nadie está interesado en establecer qué pasó, cómo pasó y quienes fueron los asesinos inmediatos y mediatos. Ni siquiera Laura Ginsberg, que sucumbió a la tentación trotskista de echarle toda la culpa -así, genéricamente- al Estado argentino… aun cuando esté claro que el ataque estuvo inscripto en una trama internacional.
¿Para qué hablar de los demás? Me subleva no encontrar quienes no se hayan plegado consciente o inconscientemente al consenso israelí-norteamericano-menemista: erigir una versión completamente falsa acerca de los motivos y el modo en que se llevaron a cabo ambos ataques. Que tantos se hagan los tontos ante lo que me resulta una evidencia cristalina: que estuvieron motivados por ajustes de cuentas entre los participantes de una trama planetaria de tráfico de armas y drogas (¡y del lavado del dinero obtenido!) que se puso en marcha con el Irangate o affaire Irán-contras y que jamás se detuvo.
Un trasiego motorizado, entre otros, por los servicios secretos de Israel, Siria, Estados Unidos y Arabia Saudita y en el que participaron, y acaso sigan participando, una miríada de árabes como los tristemente célebres Adnan Kassogui y Monzer al Kassar; pero también otros de nacionalidad israelí, estadounidense, francesa, argentina y hasta algún judío británico. Es por eso que contra toda evidencia, se sigue manteniendo contra viento y marea la falsa historia de los ataques cometidos con camionetas rellenas de explosivos, siendo como es que ambos se ejecutaron aprovechando que tanto la Embajada de Israel como la AMIA estaban siendo sometidos a refacciones, para «colar» los explosivos entre los materiales y de construcción y conseguir sendas «implosiones».
La figura del fedayín-kamikaze era imprecindible para ocultar que quienes pusieron materialmente las bombas y las hicieron detonar -por encargo- fueron argentinos, miembros de una extensa banda dirigida por altos oficiales de la Policía Federal que durante la dictadura integraron los «grupos de tareas» que secuestraron, torturaron y asesinaron a miles de personas. Banda cuyo objetivo principal no era, por cierto, poner bombas, sino ganar mucho dinero a través del robo y duplicación de automotores, el tráfico de cocaína, etc.
Investigar los ataques suponía exponer a la luz esta trama doméstica, lo que garantizaba que ningún policía lo hiciera. Y era necesario ocultarlo porque, de identificarse a los autores materiales, podría establecerse quiénes los habían contratado. Lo que hubiera permitido establecer lo que, si se sabe mirar, estaría a la vista. Por ejemplo que tal como le informó rápidamente la CIA al gobierno argentino, el ataque a la AMIA estuvo directamente relacionado, entre otras cosas, con la «mexicaneada» de 20 millones de dólares provenientes de la venta de cocaína colombiana en Italia.
Fue para que estas identificaciones no pudieran hacerse y se expusiera a la luz quienes participan del tráfico mundial de armas y drogas que (Carlos) Corach, (Raúl) Beraja y compañía siempre dieron la lata con el sonsonete de que los ataques fueron «fundamentalistas» (¡hasta quisieron endilgárselos años después a Osama Bin Laden!). Y este es el meollo, el carozo del asunto. Si el embajador Mengano, el banquero Zutano, el traficante Perengano y el funcionario Felicitano están asociados en la explotación, por ejemplo, de un banco de fotografías sexuales de niños para consumo de pedófilos y se roban entre ellos; si como consecuencia de ello hay atentados con muchos muertos del todo inocentes («daños colaterales»), no puede esperarse que el banquero cuyo banco fue demolido y sus empleados asesinados salga a decir la verdad. Ni siquiera algo remotamente parecido a la verdad. Antes dirá, impertérrito, que el ataque fue cometido por extraterrestres…
Quien de buena fe requiera mayores precisiones, puedo ofrecérselas. Los demás pueden echarle todas las culpas al inimputable del ¡todavía! Juez Galeano. Tengo muy presente la cara de gaznápiros que pusieron cuando hace siete años lo taché públicamente de «delincuente». Y cómo defendieron lo indefendible cuando (Jorge) Lanata mostró por TV cómo inducía a Telleldín a acusar falsamente a un grupo de policías para desviar cualquier investigación hacia una vía muerta. Tienen ahora la oportunidad de buscar conexiones entre los atentados de Londres y los de Buenos Aires, cosa de volver a ponerse la careta de dolor, estupor y desconcierto cuando dentro de un año se cumpla un nuevo aniversario.
2006:
Rercusiones por los discursos del 18
Kirchner: «Yo no me ato las manos a ninguna impunidad»
Por Juan Salinas
El Presidente Kirchner respondió con dureza a las fuertes críticas que le hicieron la representación política de la colectividad judía, la DAIA, el Presidente de la AMIA -Luis Grynwald- y el grupo de Familiares y Amigos de las Víctimas. Los acusó nada menos que de apuntalar «el contubernio» entre Rubén Beraja y Carlos Menem para impedir que se conozca la verdad. Sin embargo, Kirchner terminó de referirse a asunto tan enojoso con palabras de amor a los argentinos de religión o ascendencia judía («estoy abrazado a la comunidad judía para buscar la verdad porque el atentado a la AMIA fue contra argentinos que practican la religión judía, argentinos a los que amamos y queremos») y al día siguiente recibió a la delegación del Consejo Judío Mundial e intercedió exitosamente para que Hugo Chávez recibiera a estos dirigentes.
Sorpresivamente, Kirchner también exhortó a exponer a la luz a los encubridores: «vayamos a buscar a las cuevas a los que tenemos que ir a buscar que son los responsables de la impunidad. Esa es la tarea que tienen y que yo voy a llevar adelante». En su respuesta a los oradores del acto central del 18-J, Kirchner explicó que «llegar a la Justicia a fondo después de 14 años de impunidad es difícil. Yo no soy mago ni Mandrake. Soy un tipo honesto, decente, creo en la Justicia y les puedo asegurar de corazón que peleo contra toda la impunidad y no me ato las manos a ninguna impunidad».
«Todos los argentinos deben saber que la causa de la AMIA, durante años estuvo paralizada o entretenida con un juicio», continuó, poniendo el dedo en la llaga. «Durante mucho tiempo, desde la Comisión Bicameral (de supervisión de la investigación de los atentados) Cristina les dijo a los familiares e integrantes de las organizaciones AMIA y DAIA que ese juicio que llevaba Galeano se hacía para entretener pero que nunca iba a llegar a la verdad, y que el Juez Galeano no quería la verdad. Ellos decían que tenían que seguir con el juicio y no la escucharon. Perdieron mucho tiempo y los que siguieron con ese juicio también, (el juicio) fue totalmente equivocado y nefasto para la causa (ya que) ayudó a pasar el tiempo y tapar las pruebas».
Así fue. Esta es la madre del borrego; desde un comienzo estuvo claro para quienes habíamos investigado y conocíamos el expediente, que el juicio era un montaje de cabo a rabo, por lo que no había que participar en él. En lugar de atraparse a los autores materiales y a quienes los habían contratado (oficiales de la Policía Federal y allegados al presidente Menem de origen sirio) se había detenido a policías bonaerenses y a un proxeneta y delincuente polirrubro, y se acordó que el proceso oral y público ratificaría las condenas genéricas, puramente retóricas, contra Hezbollah e Irán. Participar del proceso era convalidar la trampa. Simular que si a un cuchillo se le cambia sucesivamente la hoja y el mango sigue siendo el mismo cuchillo en tanto conserve un mísero remache.
La más conocida de los familiares de las víctimas, Laura Guinsberg, se negó a ello y fue radiada de Memoria Activa. La DAIA berajista y postberajista apoyó a Galeano hasta el fin. La Historia Oficial II La Memoria Activa descafeinada post Laura Guinsberg (que cayó en el testimonialismo trotsquista al echarle genéricamente la mayor culpa del encubrimiento «al Estado», lo que, sin dejar de ser formalmente cierto, es inoperante) fue gran protagonista del proceso llevado a cabo por el Tribunal Oral Federal número 3, que desmanteló el grosero encubrimiento ordenado por Menem y Corach y ejecutado por Galeano, y puso en marcha otro. Sí, Memoria Activa y el TOF -con el inestimable apoyo de Stiusso y compañía- pusieron en pie otro encubrimiento, más sofisticado, al apuntalar el encubrimiento diseñado por los propios asesinos y refrendado por Israel, esto es, la existencia de sendas camionetas-bomba tripuladas por suicidas, lo que una atenta lectura de los expedientes desmiente por completo.
Kirchner recordó que su orden de eliminar el «Secreto de Estado» fue la que hizo posible que se desplomara la historia pergeñada por Galeano con la «Sala Patria» de la SIDE, que ordenó la apertura de los archivo de la SIDE (una apertura que en la práctica resultó ultrarrestringida) y que «designamos por pedido de los familiares y de las organizaciones, la Unidad Fiscal de Investigación del Atentando que está a cargo del fiscal Dickman…». Cometió, así, un lapsus que ojalá fuera cierto, ya que el viejo Enrique Dickman fue un gran dirigente socialista que encabezó las investigaciones de las redes nazis que infestaron la Argentina a partir de la segunda mitad de los años ’30 y que luego, a contramano de su partido, se plegó a la revolución pacífica que lideró Juan Perón. Pero no, se refería al fiscal que se apellida Nisman, se llama Alberto, que trabajó junto a los execrados y radiados fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia en el viejo encubrimiento. La única diferencia entre aquellos y él es que Mullen y Barbaccia quedaron enredados con la facción perdidosa de la SIDE, «la Sala Patria», los que se incineraron al pagarle a Telleldín para que acusara falsamente al comisario (Juan José) Ribelli y los forajidos de sus subordinados.
Nisman (tras esperar a que su esposa, Sandra Arroyo, fuera nombrada jueza federal de San Isidro) concertó con Stiusso, encargado de materializar los acuerdos entre los servicios secretos de Estados Unidos e Israel, para seguir culpabilizando retóricamente a Hezbollah e Irán y, de paso, criminalizar a los comerciantes libaneses y palestinos de la Triple Frontera. Nisman es el rostro que Stiusso, por definición, no puede mostrar. Baste decir que no sólo fue el encargado de jurar y perjurar que hubo una Trafic-bomba y un chofer suicida, un tal Berro, de nacionalidad libanesa, del que rápidamente sus hermanos dijeron desde Estados Unidos que murió combatiendo la ocupación israelí en el sur de su país: Nisman también puso la jeta para acusar de haber organizado el ataque a un fantasmagórico brasileño de apellido Marques que, cuando no, se refugiaría en la Triple Frontera.
A la hora de la autocrítica Kirchner recordó que puso a disposición de sus contradictores (y no, desgraciadamente, de todos los periodistas) «1.700 carpetas de la Secretaría de Inteligencia con 400.000 fojas a disposición», que «se realizaron todos los entrecruzamientos telefónicos, que abrimos el Estado de par en par» y que, en fin, «fuimos tomando todas las medidas que estuvieron a nuestro alcance». Y agregó que fue «por eso que me cayeron lágrimas» cuando escuchó que se lo responsabilizaba por la falta de resultados tangibles.
«Yo no soy Mandrake el Mago. La Argentina tiene un presidente que está tratando de honrar a los argentinos en la claridad. Si hubo 9 años durante los cuales se trabajó permanentemente para la impunidad de las dos causas, no es culpa mía. Con lo que me encontré (sic, lo que incluye entre otras rémoras a los Stiusso, Nisman y el juez Canicoba Corral) estoy empujando para adelante. Seguramente va a haber novedades, pero yo no voy a mentir, ni voy a entretener, ni a inventar juicios, ni a inventar culpables. Quiero que lleguemos a la verdad y para llegar a la verdad hay que profundizar, hay que trabajar y tener un gran sentido de autocrítica».
Eso. Kirchner había dicho antes con mucho énfasis que esperaba «que en los próximos días empiecen a salir las responsabilidades de haber ocultado este juicio, de haber ocultado la verdad durante tanto tiempo». Y agregó: «Yo no sé por qué estuvieron durante tantos años siguiendo con el juicio de Galeano y siguiendo todo un proceso que tendió a entorpecer el esclarecimiento de los hechos. Integrantes de Familiares, integrantes de la DAIA y de la AMIA, como se los dije con toda claridad en la reunión que tuvimos ayer: Yo no tengo la culpa de los acuerdos, del daño que hicieron dirigentes que los representaban a ustedes con aquel gobierno menemista, no es mi culpa (…) Nunca sostuve y nunca avalé la investigación del juez Galeano, Cristina tampoco lo hizo».
Una disgresión necesaria: lo último no es el todo cierto. Cristina avaló el primer informe de la Bicameral, poniéndole la firma a la historia armada por Galeano a partir del falso hallazgo de un pedazo de block del motor de una Trafic entre las ruinas de la AMIA, pero luego se arrepintió… lo mismo le había pasado antes a quien escribe, que engañado por los abogados de la querella AMIA-DAIA, escribió todo un libro sin poner en tela de juicio la existencia de la Trafic fantasma ni su traspaso a las manos de Ribelli y compañía, lo que durante el proceso oral se demostró un puro invento para descargar en Duhalde y la Bonaerense las responsabilidades que le correspondían a la PFA, la SIDE y Menem.
Como el Presidente aseguró no estar «atado a ninguna impunidad», es bueno tomarle la palabra, y que por lo pronto escuche a quienes, como quien escribe (que, vale recordad, estuvo contratado por la AMIA como investigador durante tres años) y Gabriel Levinas (que fue contratado por la DAIA para supervisar la investigación judicial) sostienen (y han escrito mucho al respecto) la falsedad de las historias echadas a rodar acerca de camionetas-bomba en ambos atentados. Lo que es, precisamente, la base del encubrimiento.
¿Qué se pierde si se acepta como hipótesis nuestra certeza, que tiene adherentes de muy variadas ideologías y posiciones políticas, además de testigos presenciales como Gabriel Villalba (que estaba mirando la puerta cuando vio dos fogonazos y escuchó dos explosiones) y Daniel Joffe y Juan Carlos Alvarez (que estaban muy cerca del epicentro de las explosiones, sufrieron gravísimas heridas y niegan enfáticamente que haya habido Trafic-bomba)? La lógica más elemental exige que se lo haga y que deje de dar por demostrada de antemano (como si fuera el dogma de la Santísima Trinidad) la milagrosa existencia de un supuesto fruto sano (la Trafic-bomba invisible conducida por un kamikaze libanés que se pulverizó con el estallido) de un árbol podrido (la «investigación» pilotada por Galeano) y se preste atención a las decenas de testigos visuales y auditivos que niegan la Trafic y aseguran la existencia de dos explosiones sucesivas.