ANTÁRTIDA / 2. De importancia vital / En nombre del padre
A la memoria del capitán sin tacha, José Luis D’Andrea Mohr.
Los lectores de este libro podrán seguir las andanzas de los pioneros que se aventuraron a navegar por los mares australes, revivir las hazañas de los primeros expedicionarios que invernaron en la Antártida, y la de quienes alcanzaron el Polo Sur, conocer la historia de las bases antárticas argentinas, desde la primera instalación permanente hasta las más recientes y modernas y, por fin, sopesar el rol cumplido por la Argentina en el Tratado Antártico. Una obra que rescata el valor histórico y cultural de la presencia argentina en el continente blanco, refleja el temple de sus protagonistas y busca inspirar a las nuevas generaciones a seguir explorándolo.
Pájaro Rojo ofrece aquí dos textos del libro, dos pilares, el prólogo escrito por un especialista, José Manuel Acevedo, y el cuento ganador del certamen —del cual fueron jurados el propio Acevedo, Juan Tangari y Emilio Gauna— cuyo autor es Ernesto Ezequiel Chacón Oribe, bailarín de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea de la Dirección Nacional de Elencos Estables del ex Ministerio de Cultura de la Nación, degradado por el actual gobierno a secretaría.
Se trata de un relato conmovedor con una temática que, además de la antártica, íntima… que me hizo acordar a obsesiones comunes con Osvaldo Soriano y que bien podría haberse llamado «En nombre del padre».

La gran oportunidad
De alcanzar la independencia económica y la justicia social
En el año 2048 cualquiera de las partes consultivas del Tratado Antártico podrá solicitar la revisión del Protocolo sobre Protección del Medio Ambiente; este protocolo designa a la Antártida como reserva natural, consagrada a la paz y a la ciencia y tiene, entre otras prohibiciones, la explotación de los recursos minerales.
De este modo, los Estados estarán en capacidad de mantener las reglas actuales o producirse una salida del Tratado, con la intención de explotar esos recursos, provocando la ruptura del statu quo de este instrumento jurídico regulatorio de la Antártida.
Ya para mediados de la década de 1950, se poseía la visión estratégica de que el control del Atlántico Sur y su proyección antártica permitiría obtener una ventaja superlativa a quien lo dispusiese en el futuro y ha formado parte de las estrategias de la República Argentina y de otros Estados que, desde hace varios años y sistemáticamente las aplican, orientadas hacia la concreción de la defensa de sus intereses nacionales. Sin embargo, en nuestro país, han estado ligadas exclusivamente a gobiernos de carácter nacional y a grandes estadistas, padeciendo el pueblo argentino el desaliento sobre los intereses nacionales, por las permanentes intromisiones de intereses económicos y geopolíticos foráneos.
En el escenario de expansión demográfica mundial, escasez de agua, de alimentos y de espacios productivos que se aproxima, los recursos minerales, energéticos y naturales constituirán la principal fuente de riquezas y de supervivencia mundial, y el Atlántico Sur y nuestro país bicontinental integrado a la Antártida, constituyen la zona del mundo donde, en razón de su escasa población y de la escasa explotación de estos recursos, se encuentra una de las mayores reservas de materias primas y alimentos del mundo.
Es necesario comprender que, al aumentar la demanda mundial de alimentos, la disponibilidad de tierras descenderá, por lo que se producirán desfasajes que generarán escenarios por la competencia de espacios terrestres y marítimos productivos que provocarán conflictos, por lo cual las potencias centrales invertirán sus esfuerzos en los denominados “espacios comunes globales”, siendo uno de ellos la Antártida y el área del Atlántico Sur.
Este proceso se ha acrecentado a partir de la imposición de las privatizaciones como esencia de la estrategia de la globalización neoliberal, con una mirada competitiva para vender productos a precios accesibles, creada por corporaciones financieras internacionales, orientada desde el ámbito académico de los países centrales insistiendo “desinteresadamente” en que, en el escenario internacional el papel de los Estados nacionales es cada vez más reducido y que éstos deben ser sustituidos por empresas transnacionales.
Estos argumentos sobre el debilitamiento del Estado y la supremacía de los “mercados” son elaborados para distraer a los países periféricos con la finalidad de que no se dediquen a fortalecer sus respectivos Estados nacionales y, con instituciones débiles, no encontrarse preparados para neutralizar las amenazas que los acechen. El acceso a los recursos naturales no sólo se logra con capital, sino fundamentalmente con la fuerza laboral y el desarrollo tecnológico e investigación científica, donde la Antártida constituye un territorio lleno de oportunidades para crear, acumular y distribuir mejor la riqueza, lo que elevará la calidad de vida de los argentinos, alcanzándose así la independencia económica y la justicia social.
La patria no es sólo el territorio, también lo es el pueblo que la conforma. Contamos con 25 años -o tal vez menos- para desarrollar una identidad y conciencia nacionales, que nos permitan incrementar el potencial y el posicionamiento estratégico de la Argentina en el escenario regional y mundial, mediante el ejercicio real de la soberanía política, defendiendo nuestros avales de títulos históricos logrados en nuestra patria blanca, la Antártida Argentina.

Cuando llegué, apenas lo conocía…

Pero sobre todo lo hice por tu madre y por vos. Por vos: ¡mi hijo, mi muchacho, mi futuro! El futuro de todo por lo que luché. Y ahora venís con esta locura… Decime. ¿Qué servicio a la patria puede hacer un bailarín?
Siempre es igual, me despierto antes de contestarle. Me quito los tapones de los oídos, prefiero el ruido ensordecedor de los motores del Hércules antes que volver a escuchar aquella pregunta de mi viejo.
Hace tres horas que salimos de Río Gallegos. Tengo entumecidas las piernas y me duele la cintura porque mi respaldo es la espalda del soldado que está detrás de mí y no para de moverse. Estar tanto tiempo sentados sobre cuerdas entretejidas no es bueno antes de una función, pero ya nos dijeron que por cuestiones climáticas vamos a bailar ni bien aterrice el avión. Apenas podremos estirarnos un poco y hacer alguna clase de precalentamiento. Lo importante no será si bailamos bien o mal; lo importante será la foto.

Sobre la pista de aterrizaje de la base Marambio, hecha de tierra, piedra y hielo, nos recibe una larga hilera de militares que aguantan el frío con estoicismo porque alguien les ordenó hacerlo. Visten sus trajes naranjas, parecidos a los que llevaba mi viejo en las fotografías que me mostraba cuando yo era chico. Los veo y es como ver una película que ya me contaron: la vida militar se basa en la disciplina y los sacrificios.
Sacrifican hasta a su familia para dedicarse “al servicio de la patria”. ¿Qué sabrán ellos sobre lo que quiere la patria?
El primer militar de la fila –un tipo alto y canoso, supongo que es el responsable principal de la base– me extiende la mano y lo saludo con la misma seriedad con la que saludaría a mi padre.
—Bienvenido a la parte más austral de nuestra Argentina —dice con una amable sonrisa que hasta parece sincera. Me sorprende. Y me sorprenden todos los que le siguen que también nos saludan con sonrisas, apretones de manos y palabras de bienvenida como si fuéramos viejos conocidos, como si esto no fuera una visita institucional y de verdad nos estuvieran esperando.
De inmediato, nos guían por unas pasarelas que atraviesan el terreno hasta el edificio central de la base, que apenas es una casita naranja. Pero, al entrar, aparece un largo pasillo de casi dos cuadras de extensión que desciende en etapas. Las paredes están decoradas con fotografías de las dotaciones que año tras año han trabajado en esta base. En alguna de esas fotos debe estar mi viejo. Camino rápido y trato de no mirarlas.
El pasillo llega a un gran comedor donde nos esperan con un desayuno caliente. Todos los que integramos la comitiva del Ministerio de Cultura de la Nación –bailarines, personal de prensa y funcionarios– nos sentamos juntos. Con el café y la calefacción del lugar recuperamos la temperatura. Todos hablan del frío, el viento, los témpanos y de lo increíble que es estar acá, tan lejos de Buenos Aires. Alguien vaticina que lo que dice aquel cartel, donde parece estar hablando la Antártida misma, será verdad: “Cuando llegaste, apenas me conocías… cuando te vayas me llevarás contigo”.
A diferencia de ellos, para mí nada es una novedad. Antes, papá siempre me contaba historias de este lugar. Hace mucho, cuando todavía me hablaba.

Después del desayuno nos llevan a la sala de conferencias. Allí nos dan una charla informativa junto a una serie de procedimientos. Muchas reglas para un día de estadía. Luego, el Comodoro Federico Vassallo, el que primero nos saludó al bajar del avión, ordena que varios integrantes de la base nos cedan sus equipos de frío, guantes, pantalones térmicos y rompevientos naranjas.
—No sé cómo vas a hacer. Estas ropas saben de mecánica aeronáutica. Ni un chamamé saben bailar, pero seguro que no te vas a congelar —me dice entre risas el militar que me entrega su equipo mientras me palmea la espalda.
—¿Y ustedes qué van a hacer sin esta ropa? —pregunto.
—A mí me toca ayudar en la cocina. Acá todos hacemos todo. Menos bailar. Eso les toca a ustedes —vuelve a decir entre risas.
Vestidos con las nuevas ropas, nos llevan afuera, donde el viento helado es un recordatorio constante del lugar geográfico en el que estamos. Llegamos a la puerta del hangar que tiene la palabra MARAMBIO escrita en su fachada. Éste será el telón de fondo de nuestro baile. Sobre la rampa de aluminio que será nuestro escenario, frente a todo el personal de la base y mientras los camarógrafos acomodan sus equipos, los bailarines improvisamos un precalentamiento para quitarnos el frío y las cuatro horas de vuelo en el Hércules. El personal de la base nos ve elongar, hacer equilibrios y saltar. Uno de ellos, un cordobés, confiesa que nunca había visto la rodilla de una persona pasar tan cerca de la oreja de esa misma persona. El comentario provoca risas entre militares y bailarines que, mimetizados con los abrigos naranjas, podría decirse que pertenecemos todos a un mismo regimiento o a un mismo ballet.
—Empecemos antes de que se venga la bruma —ordena el Comodoro.
No sé a qué se refiere porque el cielo está despejado. Imposible que haya bruma con este viento; pero todos obedecemos y nos preparamos.
El acto lo empieza Eliana Zanini, la jefa de gabinete de la Secretaría de Gestión Cultural que, tras los agradecimientos institucionales pertinentes, dice:
—En el Ministerio de Cultura de la Nación creemos que la cultura es una herramienta más para ejercer nuestra soberanía. Por eso hoy llegamos al punto más austral de nuestro país. Y vale mencionar que vamos a presenciar un hecho histórico para la Base Marambio y para toda la Antártida, ya que ésta es la primera vez que la danza estatal, la danza profesional, hará sus primeros pasos, giros y saltos en el continente blanco.
Un escalofrío me recorre. No había tomado conciencia de lo que estamos a punto de hacer. De pronto, siento el peso de toda la danza sobre nuestros hombros. Dejo de escuchar el discurso y por mi mente pasan las caras de todos mis maestros, de esos grandes bailarines que merecerían ser los primeros en pisar este continente
con su danza.
Los aplausos de los presentes me vuelven a la realidad. Ahora, el Comodoro Vassallo toma el micrófono y dice:
—Me sumo a las palabras de Eliana y agrego que, con verdadera alegría y emoción, recibimos la visita de estos artistas en nuestra Antártida Argentina, donde, año tras año, miles de hombres y mujeres trabajamos en las distintas bases para mantener nuestra soberanía en este territorio tan inhóspito y que, al mismo tiempo, sentimos tan nuestro. Y así como ya lo hacen los científicos, militares y familias antárticas, también es importante plantar bandera desde la cultura, desde el arte, y así reafirmar que la patria la hacemos entre todos. Por eso, y aún antes de ver el espectáculo que nos trajeron, les agradezco a estos bailarines, de corazón, y en nombre de todos los presentes, que hayan venido a mostrarnos un poco de su arte. Y así como sus huellas
bailadas quedarán impresas en este continente –dice, pero ya no a las cámaras, sino que gira su torso y se dirige directamente a nosotros, los bailarines– esperamos que al volver a sus hogares ustedes se lleven en sus recuerdos un poco de nuestra querida Antártida.
Todos aplauden, pero no por compromiso o porque les ordenaron hacerlo. Asienten y sonríen como si las palabras del Comodoro fueran la expresión del pensamiento de cada uno de ellos; como si las palabras soberanía, alegría, patria y familia tuvieran un peso distinto en estas tierras y pudieran conmoverlos de una forma muy verdadera.
Tal vez por un error de coordinación o no, antes de que se congelen los aplausos comienza la música y nos vemos obligados a entrar al escenario, a la rampa de aluminio. Aún aturdido por esas palabras, empiezo a moverme junto a mis compañeros y, aunque hacemos lo mismo que ensayamos cientos de veces, se siente distinto. No es el frío, ni el viento, ni estas camperas naranjas con las que cuesta moverse. Lo distinto son los ojos de esos hombres y mujeres que nos ven bailar donde ellos suelen trabajar.
Trato de concentrarme en la coreografía, en mi danza, en mis compañeros. Me cruzo con Romina, con Sol y llego hasta Betty. Conella giro dos veces y vamos al centro donde nos juntamos todos. Allíabrimos y cerramos el grupo como un corazón que se expande y secontrae en cada latido. Hernán, Pablo y Alexis me ayudan a levantar a Victoria que se eleva más que nunca hasta que entre todos la bajamos al piso con sumo cuidado. Mientras bailamos miro el rostro de mis compañeros y ellos también están diferentes. Pasa algo extraño. Esa conexión que los bailarines siempre buscamos crear entre nosotros,en cada función, hoy sucede sin esfuerzo, de manera natural. Tantoque pareciera que no es necesario pensar la coreografía. Sólo hay quesoltar el cuerpo y dejar que la música nos mueva.
Y así, nadando entre notas musicales, casi sin darme cuenta, llegamos al final.
—Ustedes, con su danza, expresaron todo lo que se vive acá. Todo el sufrimiento, el sacrificio, el trabajo en equipo, las alegrías y las pérdidas que vivimos en este lugar. Con esos movimientos, cuando se alejaban o se abrazaban, podían decir todo eso que yo no puedo explicar con palabras. Me hicieron llorar. Me hicieron bailar con ustedes. Gracias, gracias por venir.
Su voz quebrada y sus ojos llorosos, tan lejos del protocolo institucional al que estamos acostumbrados, me hacen creer por un momento, que esta gente necesitaba que viniéramos.
—¡Qué bueno! ¿Lo que bailaron acá también lo van a bailar allá?
—Sí, tenemos programada una gira por todo el país.
baile que van a mostrar allá, fue muy importante para todos nosotros. De alguna manera, nos hicieron sentir en casa. Fue una linda forma de decirnos que no se olvidan de nosotros.
—Perdón, no entiendo.
—Acá —y señaló a uno de los hombres más jóvenes en la foto. Afino la vista y lo reconozco.
mi primera invernada. Me cuesta mirar esta foto: hay muchos amigos que… Pero la pasamos bien…