ATENTADO DAIA – AMIA. Una prueba flagrante de que siempre se huyó de la verdad como de la peste (con sorprendentes yapas)

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Desde un principio estuvo claro para quienes investigábamos el atentado (yo lo hacía para la propia mutual judía agredida) que el tránsito sobre la calle Pasteur se había reducido drásticamente justo antes de que el edificio fuera demolido. Era un hecho incontrovertido. Especulábamos acerca de cómo, dónde y por qué se había cortado el tránsito. Cuando creíamos en la Historia Oficial y su camioneta-bomba suponíamos que a diferencia de lo postulado por aquella, no había existido un chófer suicida, y que la aparición de una “ambulancia” trucha había tenido el propósito de rescatar al conductor y acaso llevarlo al vecino Hospital de Clínicas si hubiera sido herido. Otra hipótesis fue fortaleciéndose con el tiempo: que los terroristas necesitaban garantizar a) que como en el caso de la Embajada de Israel no murieran los custodios de la Policía Federal (pues en caso contrario no se podría garantizar que no hubiera investigación, tal como ocurrió) y b) que la cantidad de muertos “gois” (gentiles, no judíos) en la calle fuera demasiado alta, lo que desvirtuaría su apariencia de atentado judeófobo, motivado por odio racista (que igualmente, en la Policía Federal, desde el asesinato del coronel Ramón L. Falcón por Simón Radowitzky, siempre existió). Como fuera, pronto estuvo claro que el tránsito había sido cortado en la intercesión de Pasteur con la avenida Corrientes por un grupo de ex militares partidarios de la dictadura militar, pero el juez Galeano, como en tantas otras oportunidades, fingió demencia y se hizo el oso, el sueco, el tonto. Hace meses que me propuse hacer esta nota para publicar en este nuevo aniversario de los bombazos que, a fin de obligar a banqueros relacionados con la DAIA a saldar una deuda inconfesable, mataron a 85 personas, hirieron a unas doscientas y le arruinaron la vida a miles.

El sargento Jorge Orlando Pacífico fue avisado por medio de un periodista que lo conoce bien y que le informó que quería entrevistarlo, pero no dio señales de vida. Por fin, se desencadenó la pandemia. Así las cosas, me siento libre de contarles ahora en qué consistió la sustanciosa pista dejada de lado. JS

Cómo fue que se cortó el tránsito

 

Sargento Pacífico. Buzo, artificiero, traficante, denunciante. Un hombre ubicuo.

Apenas consumado el atentado a la AMIA-DAIA, Israel le impuso a un atribulado presidente Carlos Menem la venida de un grupo de rescatistas hebreos, que llegaron pocas horas después. Trajeron consigo, además de agentes de inteligencia, al ex embajador Dov Schmorak, quien le impuso a Menem (ver foto de presentación de ambos) difundir a coro una misma versión, coincidente con la sembrada por los mismos asesinos: que habría sido un ataque perpetrado con una camioneta-bomba conducida por un kamikaze árabe de Hezbolá, instigado por malvados ayatolás iraníes. Menem tenía cola de paja porque o bien sabía o al menos intuía la relación directa entre los bombazos con el tráfico ilegal de armas hacia Bosnia y Croacia en el que había estado involucrado personalmente junto a familiares y colaboradores directos, y no sólo aceptó todo lo planteado por Schmorak sino que además sobreactuó, dándole sus condolencias a Israel en el acto multitudinario realizado en la Plaza del Congreso, como si la AMIA no fuera una institución exclusivamente argentina.

A partir de entonces, los principales diarios, Clarín y La Nación, llegaron a un acuerdo con el gobierno (con el auspicio de las embajadas de Estados Unidos e Israel): no difundir otra información que la que surgiera del juzgado de Galeano, quien solía recibir por las tardes y compartir un whisky con el banquero y presidente de la DAIA Rubén Ezra Beraja, un interesado directo en que jamás se averiguasen los motivos de los bombazos.

Mucho más débil que aquellos, también Página/12 aceptó este arreglo. Su director, Jorge Lanata, había establecido un pacto con el gobierno a través de Alberto Kohan, y los principales periodistas que cubrieron el tema fueron Roman Lejtman y Raúl Kollmann, quienes establecieron una estrecha relación con el secretario legal y técnico de la Presidencia, Carlos Corach, quien en enero de 1995 asumió como ministro del Interior y responsable de la Policía Federal, encargada de la investigación. Lanata, que estaba yéndose del diario, no participó entonces del encubrimiento, sino que escribió junto al estadounidese Joe Goldman, un libro, Cortinas de humo, que puso en entredicho la existencia de una camioneta-bomba y por ende toda la Historia Oficial. Una vez que se marchó, el diario pasó a ser controlado por el Grupo Clarín (1).

Así se cerró el círculo. Al menos en los puntos centrales, no habría voces discordantes. De esa manera, ni el juez ni los diarios que seguían el tema pusieron nunca en duda la existencia de una camioneta-bomba, etc., etc. Y el juez Galeano desechó sistemáticamente todos los testimonios que la negaban con vehemencia -incluyendo los sobrevivientes que se encontraban a metros de la puerta de la mutual contra la cual, según la Historia Oficial, una Trafic repleta de amonal se había estrellado.

Ni dos explosiones, ni silencio, ni pollas en vinagre

Del mismo modo, por no avenirse con esa versión, Galeano desechó sistemáticamente los muchos testimonios de que se habían registrado dos explosiones consecutivas (incluyendo los de testigos tan valiosos como el de Gabriel Villalba, que estaba mirando hacia la puerta de la AMIA cuando se produjeron y las describió con detalles, además de negar que hubiera explotado una Trafic, y el de Simja Sneh, el anciano judío-polaco veterano de la II Guerra Mundial, que se dedicaba a traducir al castellamo las mejores obras de la literatura en ídish en la biblioteca de la mutual y sobrevivió milagrosamente casi ileso) y también los que destacaron que aquel lunes a media mañana, poco antes de las explosiones, cesó de improviso el estrépito habitual, que dejó lugar a un ominoso silencio (2).
Hablemos de unos pocos. Recuerdo particularmente el de Silvia Castillo, la joven -paraguaya y pelirroja- encargada del pequeño bar “Kaoba”, ubicado justo enfrente de la AMIA. Silvia dijo que no había nadie en el bar cuando entró al mismo uno de los policías que custodiaba la AMIA, el sargento 1º Adolfo Guido Guzmán, que le pidió un té y se metió en el baño. En ese momento, dijo, muy extrañada por el silencio, se asomó a la calle y vio que había muy poco tránsito, a diferencia de lo habitual cualquier día hábil. También dijo haber visto como el otro policía de la custodia -el cabo 1º Jorge Eduardo Bordón– se alejaba raudamente en dirección a la calle Pasteur. Y agregó que seguidamente se puso a preparar el té, y que en eso estaba cuando una explosión la hizo volar, literalmente.
El propio cabo Bordón declaró que le había llamado la atención la drástica disminución del tránsito y se lo había comentado a Guzmán, pero este negó que tal cosa hubiera ocurrido.
Luisa Mieldnik, ascensorista de la AMIA, dijo en diálogo con el periodista Walter Goobar que apenas bajó del colectivo 99 en la esquina de Viamonte y Pasteur se sintió sorprendida por “el silencio de la calle” (3). Y el joven sobreviviente Daniel Levy, que se encontraba en el 3º piso del edificio, que al salir a la calle le llamó la atención “que había muy pocos autos estacionados” sobre la mano derecha de la calle Pasteur, la vereda de la mutual, cuando lo habitual es que no hubiera lugar en ambas veredas.

Acerca de unos videos curiosamente desaparecidos

Página de AMIA, El Atentado referida los videos desaparecidos, que es de esperar reaparezcan.

Así las cosas, siempre estuvo claro que el tránsito había sido cortado más allá de Tucumán y Lavalle, calles por las que se constató una circulación normal. Y siempre hubo una sola y clara hipótesis sobre cómo se había podido cortar, de tal manera de reducir drásticamente la cantidad de vehículos en la calle Pasteur a partir de las 9.50 de aquel lunes: atravesando una vieja camioneta Dahiatsu blanca estacionada en la esquina de Pasteur y Corrientes que fue, casualmente, la primera “ambulancia” en llegar al lugar de la catástrofe, con una baliza azul como la que usa la policía destellando en el techo y con algunos tripulantes con una pechera blanca con una cruz roja.
Galeano no investigó y es de presumir que jamás hubiera investigado esta pista si no fuera porque lo obligó a ello una policía bonaerense que, intuyendo o sabiendo positivamente que se tramaba endilgarle el atentado al comisario Juan José Ribelli y sus hombres, volvió a poner el asunto en primer plano a través de testigos de identidad reservada.
Resulta que uno de los tripulantes de aquella “ambulancia” había sido el sargento 1º del Ejército retirado (como consecuencia de su participación en el primer levantamiento carapintada de Semana Santa de 1987) Jorge Orlando Pacífico, buzo táctico especializado en explosivos. Y que aparte de tener un trabajo formal como secretario del concejal porteño por el MODIN (el partido dirigido por el principal insurgente de entonces, el teniente coronel Aldo Rico), Alejandro Montiel, un íntimo amigo del almirante Emilio Eduardo Massera, se dedicaba a la venta de armamento al mejor postor, y no hablamos de armas cortas, ni de algunas granadas: en su catálogo de ofrecimientos hasta figuraba un TAM (Tanque Argentino Mediano) y un helicóptero artillado.

Foto de Pacífico al ser detenido.

Cuando los testigos aportados por el comisario Ángel “El Mono” Salguero le dijeron que el cabecilla de este ingente tráfico de parafernalia era el teniente Juan Carlos Coppe, quien estaba “muy preocupado porque cree que está siendo vigilado a causa del atentado a la AMIA” ya que “sabe quienes armaron el artefacto explosivo” y que si bien parecía ajeno al atentado, “sugestivamente estuvo muy cerca de la AMIA esa mañana”, Galeano o bien picó o bien no pudo seguir haciéndose el tonto.
Obviemos todo lo concerniente con esta banda dedicada a saquear los arsenales del Ejército (lo que no debe extrañar demasiado, pues de ellos habían a salido a comienzos de la década obuses Otto Melara rumbo a Croacia sin que nadie, aparentemente, se percatara) para proveer a bandas de piratas del asfalto y asaltantes de transportes blindados de caudales, bandas en gran medida integradas por ex miembros e incluso miembros activos de fuerzas militares y de seguridad. Lo que interesa aquí es que estas denuncias volvieran a poner en primer plano a Pacífico y sus adláteres, que habían estado reunidos en un café de Corrientes y Pasteur, a menos de 250 metros de la AMIA y que habían acudido a ella supuestamente en plan de prestar ayuda.
Pacífico admitió que el 18-J a las 9.30 se encontraba en un bar situado en esa esquina en compañía de su chofer, Miguel Angel Calvete (el mismo que se haría muy conocido por ser el rostro visible de una de las dos cámaras de autoservicios y supermercados de ciudadanos chinos) y de una persona discapacitada cuyo nombre dijo haber olvidado y que terminó siendo su camarada, el ex cabo Miguel Angel Burgos, como él raleado de las filas del Ejército por su adhesión al primer levantamiento carapintada. Dijo que los tres conversaban acerca de la fundación de una asociación civil para ayudar a los niños y a los discapacitados cuando fueron sorprendidos por una explosión.
Pacífico aparecía entre quienes socorrían a las víctimas en tres tomas de video. Pretendió que él, aquellos y algún otro que nunca, que se sepa, fue identificado, habían sido socorristas espontáneos. “Fui a ofrecerme para rescatar a las víctimas que se encontraban entre los escombros”, aseguró. Sin embargo en dichos videos no aparece ayudando a los heridos sino conversando con un policía, luego sobre una montaña de escombros, y mirando los daños, como evaluándolos.

Busqué en Youtube estos videos y no los encontré. Tampoco encontré otro, aportado por Gabriel Levinas, donde se ve irse de la escena a un sospechosimo hombre rubio que jamás fue identificado. La descripción de aquellos videos es la que hice en mi primer libro sobre el tema, AMIA, El atentado. Quienes fueron los autores y por qué no están presos (Planeta, 1997).

Sin embargo, si encontré algunas tomas sueltas de la camioneta Dahiatsu saliendo marcha atrás de la AMIA:

Y, por fin, una foto de la camioneta entera:

Pacífico reconoce que no dijo toda la verdad…y vuelve a mentir

Por fin, el sargento admitió que no había concurrido al bar de Pasteur y Corrientes sólo para debatir como ayudar a niños y discapacitados. Que era un especialista en automóviles BMW, y que esperaba encontrarse en ese café con “el doctor Enrique Rodríguez Day“, apoderado del MODIN, quien estaba interesado en comprar un auto de esa marca alemana que se exhibía allí cerca, sobre la calle Pasteur. Rodríguez Day le había pedido que lo asesorara en esa labor, aseguró.
Desmontar esa coartada fue fácil. Resultó evidente que Pacífico y Rodríguez Day la habían fabricado tras zambullirse en las páginas de los avisos clasificados publicados por Clarín el domingo 17 de julio. Claro que al hacerlo tiempo después del hecho no podían saber que el automóvil en el que dijeron estar interesados ya estaba vendido e incluso que jamás se había exhibido en la calle Pasteur. Aquel aviso tenía un teléfono y una dirección. A quienes esa mañana llamaron por teléfono se les informó que el auto había sido vendido en la víspera. Y a quienes habían llamado antes, el domingo, se los había invitado a ver el auto en garage de la calle Juncal.
De las intervenciones telefónicas ordenadas por Galeano pudo deducirse que, Pacífico, Rodríguez Day y Coppe tenían información puntual sobre los autores del atentado. Rodríguez Day instaba a Pacífico a vender esa información o aportársela al juez Juan José Galeano y a reclamar seguidamente la recompensa instituída por el gobierno, y Pacífico jugaba con la idea de extorsionar a alguien. Ambos conversaban telefónicamente también con un tal “Alberto” que resultó ser Guillermo Alberto Nyari, hasta muy poco antes funcionario del Ministerio del Interior, es decir, subordinado de Carlos Corach.
Una vez detenido por su participación en el tráfico ilegal de armas, al ser indagado, Pacífico le dijo a Galeano que cuando en una conversación le había dicho a Rodríguez Day que “la Policía Federal no dio señales de interés” quiso expresar que tras “tirar líneas” entre oficiales amigos de la PFA, había llegado a la conclusión de que a éstos no les interesaba en lo más mínimo “conocer detalles del atentado a la AMIA”. Según Galeano, de los diálogos interceptados podía deducirse que Pacífico, Rodríguez Day y Nyari daban por acreditada la participación en el atentado de dos personas a las que mencionaban como “Chispita” y “El Negro”.
A su turno, Nyari dijo quue ambos eran, precisamente, dos conocidos suyos, el inspector de la PFA Walter “Chispita” Rial, un experto en explosivos, fanático de Videla y la dictadura, y Mario “El Negro” Ortiz, también vinculado a la PFA. Rial y Ortiz, explicó Nyari, le habían asegurado que tenían “una punta del tema AMIA”, aunque, agregó, él había podido comprobar que la información que le ofrecían era irrelevante.
Asi, sin más explicaciones, Galeano dio por buena esta “aclaración”.
Otra explicación, tampoco verosímil, la daría posteriormente Pacífico ante el juez. Alegó que Rial y Ortiz decían que en algún lugar de Córdoba (sic) se almacenaban explosivos para perpetrar un tercer atentado, pero que el el jefe de Rial en la Policía Federal un tal (¿comisario?) Rodríguez (sic) le había dicho a él que “Chispita” era un macaneador. Contentándose con esta pueril declaración, Galeano no investigó el tema. Quienes entonces cubrían el tema AMIA para el diario Página/12, Roman Lejtman y Raúl Kollmann, ambos entonces alineados con la Historia Oficial, comentaron que el juez tenía “importantes evidencia para forzar el pase a retiro de un puñado de comisarios y subcomisarios” con fluidás conexiones con la Presidencia de la Nación, pero que en aras “de seguir contando con la colaboración” de la Policía Federal, había acordado postergar dicha “grave denuncia”. Sine die.

Antes de ser la cara de los supermercadistas chinos. Calvete fue concejal en La Matanza. Y su gestión fue bastante controvertida.

Pan de molde y desodorante en barra

Luego de que le hicieran escuchar una conversación que había mantenido con Coppe, Pacífico admitió que éste estaba interesado en comprar “un helicóptero marca Bell UH1H amarillo de propiedad de un amigo mío, un oficial retirado de la Fuerza Aérea”, aparato que se encontraba en Mar del Plata, así como que él le había ofrecido mejor precio por la adquisición de un helicóptero en Paraguay. También reconoció que cuando Coppe le dijo que necesitaba “trescientos de pan lactal”, se había referido a panes de trotyl, pero argumentó que en esa ocasión él se había limitado a seguirle la corriente con la única intención de concretar la venta de aquél helicoptero.
Coppe, en cambio, negó que al pedir en otra ocasión “cincuenta kilos de pan lactal” se hubiera referido a explosivos: dijo que en realidad se había referido a ametralladoras. Nadie que conociera la jerga de las ametralladoras (tartas, por tartamudas) podía creerle un ápice, y menos cuando seguidamente dijo no recordar a qué se había referido al hablar de “barritas de desodorante”, al parecer en referencia al gelamón.

Según Galeano, el alma mater de la banda resultó ser el sargento ayudante Ricardo Villarino, de 40 años. Portador de un apellido mítico en el hampa argentina, Villarino mantenía fluídas relaciones tanto con Pacífico como con Coppe, quién, según un agente de la SIDE infiltado en la banda de proveedores de armas cuyo nombre de fantasía era “Daniel Norberto Graciano” sabía mucho acerca del atentado y a sus autores “y eso no lo dejaba vivir en paz, porque por un lado creía que debía contárselo a la justicia, y por otro no quería quedar como un traidor”.

La Cámara Federal, en un fallo muy criticado, iba a excarcelar a los tres, Villarino, Pacífico y Coppe, con el argumento de que Galeano no había podido probar que alguno de ellos hubiera sido el jefe de los otros. Solo que eran socios.

La evolución de la ambulancia trucha y de sus “enfermeros”

 

 

En las imágenes en poder del juzgado puede verse como es cargado en Daihatsu blanca travestida de ambulancia un hombre que viste vaqueros y zapatos con suela tipo tractor. No hay camilla y el hombre es depositado sobre una alfombra de goma. Tiene la pernera derecha ensangrentada casi por completo, como si estuviera herido cerca de la ingle, por donde pasa la arteria femoral. Cuando el hombre termina de ser cargado, baja del vehículo un muchacho corpulento de pelo rapado que viste vaqueros y un pulóver oscuro con peto claro lleno de escudos que sale de la escena. También se ve a una mujer bien arreglada de 35-40 años. Ambos salen de la escena y que quien escribe sepa, nunca fueron identificados.
En la caja del vehículo, junto al herido, está un hombre de no más de treinta años, moreno, de rostro con rasgos afilados. Tiene puestos guantes de látex como un cirujano, lleva vaqueros y sobre su ropa oscura parece haberse colocado apresuradamente -por que no está bien sujeto- un chaleco blanco con una cruz roja. Reclama a los gritos “una tijera, un cuchillo”, algo para cortar el pantalón del herido. La cámara enfoca a otro hombre que está sobre la calzada, de espaldas, y saca del bolsillo trasero derecho de su vaquero un cortaplumas rojo, tipo suizo, y se lo da.
En ese momento la “ambulancia” comienza a retroceder, a desandar el camino. Otro hombre alto y corpulento, un poco obeso, que viste vaqueros y lleva el pelo corto, le abre paso desde la calzada llena de escombros con gestos enérgicos. Al igual que el chofer y el que lleva el peto blanco con la cruz roja, no hay duda de que pertenece a la tripulación del vehículo.
El chofer, el cabo minusválido Burgos, le dijo al juez que la camioneta (que se había utilizado en las campañas electorales del Modin) se usaba precisamente para transportar discapacitados. “Tan pronto como explotó la bomba acudí con la camioneta a socorrer a las víctimas y llevarlas al Clínicas.” ¿A quienes habían transportado? Burgos dijo que a dos mujeres, a un niño y a un hombre gravemente herido en una pierna.
Las dos mujeres quizá huyan sido La Colorada Castillo y Betina Rivero, las camareras del bar Kaoba. Ambas dijeron haber sido rescatadas en los primeros momentos después de la explosión por una “ambulancia” que, se diría por la prontitud con que llegó, estaba apostada en las inmediaciones.

Un poco de verdad

Antes de que se cumpliera el tercer aniversario del ataque, Luis Dobniewski, entonces el abogado de la AMIA, reveló a la revista “Pistas”, dirigida por Enrique Sdrech, que entre la querella, los fiscales y el juez,  había un consenso, se sabía “de forma absolutamente categórica que la Trafic-bomba no tuvo conductor suicida, lo que reafirma mi creencia en que el atentado nació en Argentina y los ejecutores son también locales, aunque al parecer se procuraron un paraguas o apoyo internacional”.

Gulp. Hasta entonces, todos los medios denominaban (quizá por pereza mental) a los killers vernáculos “conexión local”. Utilizando esa expresión pero dándola vuelta como un guante, Dobniewski dijo que lo más correcto sería afirmar que el atentado había contado con una “conexión internacional” que había cumplido “un rol de cierta relevancia”, pero que estaba más que claro que “la autoría material del atentado le correspondió a la conexión local”.
Sus dichos fueron pronunciados en la terraza de un café de Cordoba y Carlos Pellegrini frente a los periodistas Mario Moldovan, Rubén Furman y quien escribe. Y publicados con amplio destaque por “Pistas”.

Los grandes medios hicieron como que nunca hubiera sucedido.

Polivante

Pacífico reapareció en público en noviembre de 2011 cuando, pocos días después de la victoria de la fórmula compuesta por Cristina Fernández y Amado Boudou, se acercó personalmente a la redacción del diario Clarín para decir que según había escuchado de otros en un bar estando de espaldas y sin verles los rostros (una excusa clásica de quienes vehiculizan “informaciones” aportadas por los servicios de inteligencia) Alejandro Vandenbroele, Nicolás Ciccone y otros habrían incurrido en el delito de lavado de dinero, relacionado con la compra de créditos para levantar la quiebra de Ciccone Calcográfica, y obteniendo así fraudulentamente un plan de pagos de la AFIP.

Servilletas verdes. Centeno y Pacífico compartieron cursos como suboficiales.

Ya ante el juez federal Daniel Rafecas, Pacífico dijo “tomé conocimiento de esos delitos de acción pública, por una conversación y a lo que surge de internet google: 1) que la empresa The Old Fund (en adelante TOF), compradora de la quiebra de Ciccone Calcográfica S.A., resulta ser la pantalla de la familia Ciccone y de una o varias personas políticamente expuestas (textual la palabra utilizada en la charla informal que escuché), alto funcionario del Gobierno Nacional, para recuperar la empresa antes fallida. 2) Utilizando las influencias de ese desconocido personaje político, consiguieron que la AFIP-DGI otorgase a la empresa fallida un plan de pagos de 108 cuotas de la deuda fiscal que era de alrededor de $230.000.000, por fuera de cualquier marco legal”. También indicó Pacífico que los denunciados necesitaron la venia de un alto funcionario del gobierno, e insistió en que todo lo dicho podía ser probado a través de internet y de los autos “Ciccone Calcográfica S.A s/quiebra”, que tramitaba ante el Juzgado Nacional en lo Comercial n° 8, Secretaría n° 15.

Aunque todo esto quedó en la nada, el “desconocido personaje político” que era a su vez “un alto funcionario del Gobierno” resultó ser el vicepresidente Amado Boudou, quien fue condenado en primera instancia y permanece en prisíón, aunque domiciliaria. Muchos sospechámos que por haberle arruinado a Héctor Magnetto y los bancos el fabuloso negocio de las AFJP.

Pacífico era camarada del sargento retirado de los saqueados arsenales del Ejército, vinculado al todavía increíblemente fiscal Carlos Stornelli, ex chofer del funcionario kirchnerista, Roberto Baratta, estrecho colaborador del ministro Julio De Vido,  al parecer reconvertido como “buche” de la Policía Federal y origen de la sospechosíma causa “cuadernos”.

Debe ser, como dijo un afinadísimo Carlos Menem un efecto de “la casualidad permanente”.

Notas

1) En 1995, Lanata se fue de Página/12, años después diría que uno de los motivos de su alejamiento fue que Héctor Magnetto, CEO del Grupo Clarín, habia accedido a su control a través de un testaferro luego de oblar siete millones de dólares.

2) Del mismo modo, el juez jamás investigó si como hicieron notar varios testigos, inmediatamente antes de las explosiones, se produjeron dos brevísimos cortes del sumnistro eléctrico.

3) Miednik, ya fallecida, dio testimonio de algo todavía más importante, absolutamente crucial: vio al ingresar a la AMIA, escasos minutos antes de las explosiones, como se descargaban desde una pequeña camioneta a la vereda bolsas blancas como de cal o Klaukol. Dijo que en ese momento no le extraño porque la AMIA estaba en refacciones y que esa escena era habitual como habitual era que las bolsas de inmediato se llevaran al hal del edificio. Galeano nunca investigó el tema, que fue reflotado durante el juicio por el encubrimiento por el abogado Juan Carlos García Dietze.

YAPAS: Casi, casi el fin de la grieta

  1. Si tienen un poco de tiempo, escuchen al doctor García Dietze, que fue abogado de Ariel Nitzcaner, un mecánico y chapista de origen judío que fue torturado para que se hiciera cargo de haber manipulado la fantasmagórica Trafic que, dicen, se habría estrellado contra la AMIA:

https://radiocut.fm/audiocut/tema-amia/ (Escuchen a partir del minuto 9 a partir del cual  Eduardo Anguita dice cosas atinadas o, si tienen un tiempo acotado, a partir del minuto 16:30, cuando comienza a hablar el entrevistado.

2) El primero en descubrir que no había habido una Trafic-bomba fue Carlos De Nápoli, con quien escribí el que acaso sea mi mejor libro, Ultramar Sur. Pero el que explotó ese conocimiento fue Gabriel Levinas, quien accedió a la causa contratado por Beraja (1) pero para gran disgusto de éste, que se sintió traicionado, escribió el libro “AMIA, La justicia bajo los escombros”, que lo demostró palmariamente. A Horacio Verbitsky le llamó la atención y le hizo una larga entrevista en la que, entre otras cosas, Levinas ´destacó la inexistencia de la presunta Trafic-bomba. A raíz de esa entrevista, un aprovechado le hizo juicio a Verbitsky, a favor de cuya absoluta inocencia y buena fue en este tema declaré en sede judicial. En cambio, Levinas escribió un libro infamante sobre Verbistky. Y en consonacia con ello y siguiendo la estela de Jorge Lanata, que pasó de denunciar e incluso vituperar al Grupo Clarín a venderle, cara, su inteligencia y alma (si es que la conservara) , Levinas se pasó primero a las filas de Elisa Carrió y luego a un antiperonismo y antikirchnerismo cerril, para arreglar luego con el Grupo Clarín y la TV mainstream. Me encuentro en las antípodas de Levinas en materia política y acaso también espiritual, porque aunque él haya sido el fundador de El Porteño pensándolo como un émulo sureño de The New Yorker, estoy seguro de haber sido quien mas quiso a esa revista que fue cooperativa y a partir de la cual Lanata y Ermesto Tiffemberg, diseñaron Página/12.

Todo este largo circunloquio viene a cuento de invitarlos a ver este video que hizo hace siete años Gabriel Levinas con un periodista de su medio de entonces, Plaza de Mayo. Es que a pesar de que me encuentro en muchísimos casos en sus antípodas, en este punto comparto casa una de sus palabras. Hasta el punto de que me dije ¡”Pero coño, hemos cerrado la grieta!”. Pero no, Levinas la caga al final cuando dice que el responsable del volquete-bomba, el libanés Nassib Haddad está emparentado al ayatolá libanés Fadlala. La verdad es que Haddad era católico maronita, muy vinculado a los sectores más conservadores de la Iglesia Católica y al poder, al punto de que, aunque apresado, fue liberado por el juez Galeano entre gallos y medianoche por orden del ministro del Interior, Carlos Ruckauf, con la ostensible venia del presidente Menem. Pero bueno, fuera de este “pequeño detalle”, acuerdo con lo que dice Levinas. Mírenlo. Merece la pena.


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