BRICS+y el futuro del orden internacional, en que el gobierno argentino rechazó participar
Una mirada optimista sobre la todo indica que inexorable prevalencia de China como modelo de desarrollo global, planetario, conducido por los estados nacionales. El autor es un geógrafo carioca de ascendencia libanesa, xinólogo y profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Estatal de Río de Janeiro, con varios libros publicados, alguno traducido al mandarín y premiado en China. Los mercados que Argentina acaba de perder en favor de Brasil por su rechazo a ingresar del BRICS + y el desplante del dúo de freaks Milei-Mondino (que consideran a las bandas de narcotraficantes del Ecuador dolarizado) son inconmensurables.
“A los chinos no les interesa la carga de ser un hegemón. Pero sí polarizar el debate sobre la gobernanza mundial“
POR ELÍAS (Marco Khalil) JABBOUR /Revista LA COMUNA*
El surgimiento y auge de nuevos polos de poder en detrimento de los existentes no es nada nuevo en la historia. Desde el siglo XVIII, ha habido innumerables ejemplos de transiciones en la hegemonía internacional que se aceleraron con la aparición del capitalismo industrial en Inglaterra, más avanzado que el capitalismo comercial portugués y español que había dominado gran parte del mundo durante siglos, especialmente en América Latina.
Incluso la dinámica capitalista inaugurada por Inglaterra tiene características que no son desconocidas para los historiadores económicos de gran rigor teórico y conceptual. Es famoso el descubrimiento de Lenin sobre el carácter desigual del desarrollo de las naciones y la tendencia de los países más desarrollados a perder dinamismo mientras otros comienzan a disfrutar de lo que Alexander Gerschenkron llamó las “ventajas del atraso”.
Así pues, el orden internacional no puede observarse, desde un punto de vista histórico, como una marcha en la que los países cambian de posición como en un desfile militar. Por ejemplo, la aparición del capitalismo monopolista trajo consigo la tendencia a la guerra. Hemos sido testigos de dos grandes guerras mundiales donde el centro de la disputa fue el poder mundial con resultados que consolidaron nuevos actores políticos en el escenario internacional, principalmente Estados Unidos.
Una nueva transición sistémica
Parto del principio histórico de que la realidad le ha dado la razón a Lenin sobre el desarrollo desigual del sistema y la tendencia al estancamiento en los centros desarrollados. Estos procesos abren espacios de poder en el mundo. También digo que tendremos poco que ofrecer en términos de explicación para el futuro sin relacionar la transformación de los Estados Unidos en una economía continental unificada a finales del siglo XIX, y sus impactos en el desarrollo del sistema capitalista internacional, con lo que hemos presenciado en China en las últimas décadas: el surgimiento de una economía continental unificada en el tercer país más grande del mundo está generando impactos en la Economía Política Internacional todavía poco investigado por los llamados expertos.
Este es un punto fundamental cuando queremos desarrollar un pensamiento sofisticado sobre los BRICS+ y el futuro del orden internacional. Volveré sobre este punto.
Por otro lado, asistimos hoy a una nueva ola de transición sistémica. Esta vez con la emergencia de nuevos polos de poder global por un lado y una potencia hegemónica, en fase acelerada de descomposición política, social, moral y económica, llamada Estados Unidos de América. Es interesante señalar que lo nuevo que está surgiendo es producto de un orden creado por los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial y que se aceleró a finales de los años setenta y con el fin de la Unión Soviética. La globalización liderada por las grandes finanzas de Estados Unidos fue una realidad que transformó la geografía económica del mundo, pero que se está erosionando dentro de sus propios límites. Desde el momento en que la financiarización se convirtió en la dinámica de acumulación dominante en el capitalismo y el neoliberalismo conquistó los corazones y las mentes de todo el mundo, el mundo ha entrado en una espiral de mayor inestabilidad e imprevisibilidad.
Desde la década de 1990, las crisis financieras se han vuelto recurrentes en la misma proporción en que los países que han diseñado proyectos de desarrollo nacional al margen de los preceptos del Consenso de Washington han ido ganando mayor espacio en el mundo. Curiosamente, China e India, dos países que se independizaron a finales de los años 40, han pasado a ser de países miserables a grandes economías. Ambos países juntos representan hoy el 51% del crecimiento económico mundial.
Además, Rusia -tras una brutal caída de su PIB tras el fin de la Unión Soviética- se está reconstituyendo como capitalismo de Estado y potencia atómica, energética y militar, y empieza a recuperar espacios que había perdido. Su creciente integración energética con Europa y económica y tecnológica con China refuerza su posición de potencia regional.
Del mismo modo, y a pesar de haber seguido un camino contradictorio en los últimos 40 años, Brasil ha conseguido establecerse como país central en el hemisferio sur del mundo. Y el continente africano ha experimentado un nuevo proceso de independencia en los últimos 20 años, en gran parte debido a la presencia económica de China frente a las antiguas potencias coloniales. Nuevas revueltas anticoloniales como las de Burkina Faso, Mali y Níger tienden a proliferar en el continente en la misma proporción en que China y Rusia se presentan como alternativas progresistas frente a Occidente en las relaciones con África.
La formación de los llamados BRICS sigue esta lógica histórica del funcionamiento del capitalismo, con su tendencia al surgimiento cíclico de polos de poder alternativos en relación con el centro dinámico de la economía internacional. Esta tendencia se aceleró con la crisis financiera internacional de 2008, en la que se percibió la incapacidad de los países capitalistas centrales para gestionar la crisis de forma que superase el impasse creado por la financiarización.
Simultáneamente, la tendencia de Estados Unidos a perder influencia sobre la economía internacional ha llevado a un movimiento contradictorio de ruptura de las reglas creadas por el propio país hegemónico. De ahí que la globalización creada por Estados Unidos esté decayendo como causa y consecuencia del proteccionismo, el uso del dólar como arma de destrucción masiva y la ruptura generalizada de las cadenas de valor mundiales exacerbada por la pandemia COVID-19. El callejón sin salida al que asistimos en el mundo actual tiene su reflejo en las instituciones de gobernanza global, como la ONU, cada vez más impotentes ante los hechos, y la aparición de nuevos actores de peso en la economía global está dejando obsoletas a las instituciones formadas bajo Bretton-Woods, incapaces de responder a las nuevas exigencias de un orden global que emerge en medio del antiguo.
Surge así, un llamado “Sur Global” que puede convertirse en un gran mercado internacional capaz de operar, empezando por los mercados energéticos, con monedas locales. Por ejemplo, los acuerdos de intercambio de divisas entre China y otras economías asiáticas han creado un gran sistema local de pagos que ya prescinde del uso del dólar. Rivales históricos como la República Islámica de Irán y el Reino de Arabia Saudí no sólo reanudan relaciones diplomáticas sino que pasan a formar parte de los BRICS en su nueva composición consolidada en la última cumbre de este grupo de países celebrada en Sudáfrica.
Creo que los contornos de lo que se ha dado en llamar el “Sur Global”: un conjunto heterogéneo de países, con niveles de desarrollo diferenciados, situados fuera del eje atlántico, pero cuya capacidad para converger en algunas cuestiones fundamentales para su propio futuro y el de la propia humanidad ha sido notable. En mi opinión, el futuro político de los BRICS+ está cada vez más relacionado con la persistente búsqueda de convergencia de este grupo de países y del “Sur Global” en su conjunto.
Es interesante observar que, tras la crisis financiera internacional y el desenmascaramiento generalizado de la hipocresía occidental, ha resurgido la centralidad de la lucha por el derecho al desarrollo, tan presente en las luchas anticoloniales y que encontró sus más brillantes representantes en la Unión Soviética y China. El “Sur Global” y particularmente África han experimentado una nueva oleada de lucha por la independencia y contra el neocolonialismo. Esto significa que el futuro político de los BRICS+ también está relacionado con la forma en que se producirá este tipo de lucha global contra la miseria y el subdesarrollo.Entra en juego otro elemento fundamental para entender nuestro futuro común: el surgimiento de otra globalización.
¿Otro tipo de globalización?
Según Wang Yi (Canciller de la República Popular China), “Nuestro círculo de amigos siempre estará en el Tercer Mundo. Recuerden: los países desarrollados de Occidente no nos llamarán para jugar y, a sus ojos, siempre tendrán “complejo de superioridad”. «Occidente siempre despreciará nuestros valores y considerará a China ‘atrasada’. A ojos de los occidentales, siempre habrá ‘diferencias entre Oriente y Occidente’. No crean que pueden integrarse en el mundo occidental, ni piensen ingenuamente que pueden hacerlo.”
El 18 de octubre se celebró una gran reunión para conmemorar el décimo aniversario de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. La mayoría de los jefes de Estado y de Gobierno del Sur Global estuvieron presentes en el evento, destacando en varios momentos de la reunión la presencia permanente de Vladimir Putin junto a Xi Jinping. Hay una serie de preguntas que los intelectuales interesados en el cambio de dinámica que marca nuestro momento histórico deben responder. Una de ellas tiene que ver con la llamada “globalización”, su declive o la emergencia de otro tipo de globalización, ya bajo los auspicios de Eurasia y China, en particular.
En septiembre de 2013, el presidente chino, Xi Jinping, lanzó las directrices generales de lo que entonces se llamó el “Cinturón Económico de la Ruta de la Seda”, actualmente la “Iniciativa del Cinturón y la Ruta” (BRI, por sus siglas en inglés). Desde entonces, 154 países se han sumado formalmente al proyecto, con cerca de un billón de dólares ya invertidos en casi todos los continentes del mundo. Diez años después del lanzamiento de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, el mundo se enfrenta a una serie de debates, entre ellos el de la llamada “desglobalización”, acelerada por la exposición del histórico proteccionismo estadounidense y el intento de China de anular el mercado mundial de suministros de semiconductores. Es cierto que este proceso ha provocado fisuras en el patrón de globalización preexistente, pero ¿significa esto el comienzo de una…
¿Desglobalización?
El patrón de globalización inaugurado por Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial y que ha adquirido otros contornos, denominados “financiarizados”, desde finales de la década de 1970, arrastra al mundo -y a China en particular- hacia nuevos hitos institucionales de todo tipo y por nuevos acuerdos territoriales basados tanto en la velocidad a la que el capital entra y sale de los países como en la reorganización de la geografía industrial mundial. La baja inflación en Estados Unidos se ha convertido en sinónimo de «Made in China». Lo que los responsables políticos estadounidenses nunca imaginaron es que el hombre que incluyó a China en la economía mundial capitalista había sido antes un héroe de la Larga Marcha (1934-1935) y no uno de sus designados en Corea del Sur o Japón. Nos referimos a Deng Xiaoping.
En unos 40 años, la financiarización ha erosionado la capacidad de Estados Unidos para reinventarse periódicamente. Su casi imbatible maquinaria militar puesta a prueba más veces en una década que en toda la Guerra Fría contrastaba con una sociedad cada vez más fracturada por la desigualdad social. Por otro lado, con cada nueva crisis financiera, la distancia entre China y Estados Unidos se ha reducido. En las últimas cuatro décadas, China ha construido “tres inmensas máquinas”: la máquina de construir valores de cambio (transformándose en una máquina mundial), una máquina financiera (transformándose en el mayor acreedor neto del mundo), y una máquina de construir valores de uso (en 20 años, el país ha construido 42.000 km de trenes de alta velocidad y se ha convertido en el mayor exportador de bienes públicos en infraestructuras de la historia de la humanidad).
Es en este punto donde debemos cuestionar la llamada “desglobalización”. ¿No se está produciendo una globalización con China como promotora, basada tanto en el movimiento de incorporación de Rusia como parte soberana de su territorio económico como en la integración física del mundo con infraestructuras basadas en gran capacidad productiva y bancos estatales y públicos instalados (creadores de moneda fiduciaria), situando el endeudamiento de los receptores de estas inversiones en terceros y cuartos planos en detrimento de un mayor protagonismo chino e incluso de potencias regionales como Sudáfrica, Egipto, Etiopía y quizá Brasil?
Por otra parte, si existe una globalización con características chinas y si todo proceso de globalización puede definirse también por los valores compartidos por el polo gravitatorio, ¿qué podemos esperar de una globalización china? Las ciencias sociales y las humanidades no disponen de laboratorios de pruebas como las ciencias duras. Por lo tanto, muchas respuestas se encuentran en el campo de la historia. En este sentido, dado el peso que ejerce la economía productiva (no financiarizada) de China en el mundo, esta “globalización” rediseñará una nueva división internacional del trabajo, en la medida en que China comience a exportar su prosperidad. Esta exportación ya se está produciendo en cierta medida en la medida en que un país es capaz de planificar su economía sobre la base de las tendencias creadas por China.
Ese es un punto. Otro punto es la multipolaridad. A los chinos no les interesa la carga de ser un hegemón. Pero sí les interesa polarizar el debate sobre la gobernanza mundial. Por ejemplo, para China, la tendencia hacia la unipolaridad sustituiría a la tendencia hacia múltiples polos de poder. Los valores de este proceso están en disputa. Estados Unidos habla de un “nuevo orden mundial” (sic). China está lanzando tres grandes “Iniciativas Globales”: (1) desarrollo global; (2) seguridad global; y (3) civilización global. Podemos decir que la gobernanza china está replanteando los principios de la famosa Conferencia de Bandung (1955), con el añadido de la “internacionalización de los factores”, al situar en el ámbito del Sur Global la responsabilidad de salvaguardar un mundo marcado por múltiples tensiones. Es una relación dialéctica entre el futuro, los BRICS+ y el Sur Global.
La centralidad de China
El fin de la Unión Soviética trajo consigo consecuencias negativas para el mundo que aún hoy se dejan sentir: 1) la transformación del neoliberalismo en la “única salida posible”; 2) el retroceso de los derechos sociales y laborales en todo el mundo; 3) la multiplicación de las intervenciones militares de Estados Unidos, y de su keynesianismo militarizado, a una escala nunca vista ni siquiera durante la Guerra Fría; y 4) el resurgimiento del fascismo y del nazismo en el horizonte político internacional. Por otra parte, la erosión de la capacidad de reinvención del capitalismo debida a la financiarización y la emergencia de un país socialista (China) como potencia económica cuya trayectoria no refleja nada de las recetas neoliberales vendidas por el FMI y el Banco Mundial contribuyen a acelerar la transición sistémica de la que una globalización centrada en China no es más que su máxima expresión.
No traeré a colación cifras bien conocidas sobre la trayectoria de China, pero vale la pena recordar -por ejemplo- que una de las consecuencias del conflicto en Ucrania no fue sólo un mayor desafío al orden basado en el dólar como moneda de referencia para diversas operaciones financieras. Percibo una incorporación, por ejemplo, por parte de China del territorio económico ruso. No se trata de una anexión ni de una colonización económica, sino del comienzo de la realización de un proyecto euroasiático basado en intercambios a todos los niveles, desde la energía hasta la alta tecnología, y mediado por cientos de proyectos conjuntos que implican la inversión de cientos de miles de millones de dólares.
Esto es posible gracias a la posición central de China en el mercado crediticio internacional, al papel de su demanda interna y al inmenso potencial de la Federación Rusa, que va mucho más allá de sus reservas naturales. La exportación de su prosperidad también se produce con la posibilidad abierta por China para la industrialización y reindustrialización de diversos países. Son sugestivos los casos de Argentina, Bolivia, Zimbabwe, Indonesia y otros, donde el valor de los productos primarios es agregado por empresas chinas en los países de origen.
En este sentido, termino muy objetivamente aquí, el futuro político de los BRICS+ y del Sur Global depende en gran medida del futuro de China y de cómo se enfrenten sus desafíos internos.
Nota de los editores de la revista La Comuna:
En la XV Cumbre del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), celebrada durante el mes de agosto de 2023 en Johanesburgo, el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, anunció que el grupo admitía el ingreso de Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. y que la membresía plena entrarría en vigor el 1 de enero de 2024. Nació así el grupoí BRICS+, que abrió un nuevo escenario con la implicación de nuevas regiones –por ejemplo de Asia Occidental, con países grandes exportadores de petróleo, y el aumento de la presencia de África– …