Carla Rutilo Artés e HIJOS, pesadillas y realidad

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Carla con sus hijos y la foto de su madre y de su abuela

Temo estar enloqueciendo. Ayer a la noche dormí muy agitado. Tuve un sueño recurrente, pegadizo, que atribuí al dolor de rodilla y a la medicación para combatirla. Soñé que a Carla Rutilo Artés la habían matado de un tiro en la frente. Que la habían matado luego de tocar el timbre de su casa horas después de que ella hubiera llamado a una amiga, la escritora Raquel Robles, para decirle que había descubierto al autor de un crimen horrendo, un crimen de aquellos años horribles.

Carla, recordarán, es la niña que fue capturada junto a su madre en Bolivia y entregada a los militares argentinos. De su madre, nunca más se supo. Ella fue «adoptada» por Eduardo «Zapato» Ruffo, un agente de la SIDE que actuó a las órdenes de Aníbal Gordon en «Automotores Orletti». Gracias al ímpetu de su abuela Sacha, Carla fue recuperada y ambas se fueron a vivir a Madrid. Carla se casó joven, y tuvo tres hijos. Murió su querida abuela, se separó y la crisis de España la arrojó a la cuneta. Sus mejores amigos, de HIJOS, estaban aqui. Así que luego de declarar en el juicio a Orletti, y de denunciar en él a Ruffo por abusadar de ella cuando era una niña -ocasión en la que la conocí personalmente- se vino para aqui y formó nueva pareja (o formó nueva pareja y se vino para aqui, que no conozco tantos detalles ).

La pesadilla de anoche fue muy pegadiza. Me libré de ella como de un pegote de chicle. Con esfuerzo logré que se fuera disipando. Razoné que había leído una nota muy interesante de Raquel Robles en conmemoración del aniversario de la creación de HIJOS (1995) y que eso debió de haber influido. Y dí el episodo por saldado. Pero hete aqui que esta noche veo por ATC aparecer a Carla para contar que su compañero ha desaparecido.
Y entonces, muy impresionado, me fijé en Google si la noticia era vieja, si había sido emitida, si la había escuchado o leído inadvertidamente, medio dormido en la tele que acuna el sueño de mi compañera. Para ver si pude haberla escuchado en la duermevela, en trance hipnóptico, y eso  había disparado mi sueño. Pero no encontré nada. Al parecer, Carla denunció la desaparición de su compañero (que, efectivamente, se había producido esa misma noche que tuve el sueño) hace unas pocas horas.  

Horror.

Al borde del nocáut, pensé en esa película tremenda, Venecia Rojo Shocking (Don’t Look Now, la llamo su director, Nicholas Roeg; Amenaza en la sombra se llamó en España) ¿recuerdan?

Y ya no sé que es sueño y qué es realidad.

Los dejo con la nota de Robles. Merece la pena:

Los 18 años de HIJOS

Una flor que creció entre las piedras

Raquel Robles / Miradas al Sur

Hace dieciocho años todos éramos, claro, dieciocho años más jóvenes. Por no hablar de los que hace dieciocho años aún no habían nacido –por ejemplo, los que hoy podrían votar, si quisieran, con dieciséis años–. Hay una rebeldía, un ímpetu, unas ganas de romper moldes que siempre se asocian a la juventud, y si algo es cierto es que en 1995 todos los que integrábamos H.I.J.O.S. éramos jóvenes. Por supuesto que si se piensa en las Madres de Plaza de Mayo que instituyeron una forma de lucha hasta ese momento inédita, ese concepto queda un poco flojo. Pero el caso es que nosotros éramos jóvenes, teníamos el impulso demoledor de los que han perdido mucho y saben que pueden sobrevivir, y la alegría de sabernos juntos y de haber ganado, al menos, eso.

Había quienes tenían la certeza de ver alguna vez a los represores entre rejas y luchaban por eso. Había otros que creían que eso no sucedería nunca y luchaban por eso. Había quienes pensaban que esa pelea era una etapa necesaria en el camino hacia la revolución y luchaban por eso. Había quienes no se hacían tantas preguntas pero querían hacer algo para que esa orfandad no fuera tan dolorosa, y luchaban por eso.

En esa enorme, gigantesca diversidad de motivos y de razones, todos, apretujados en el sótano de Familiares, o recorriendo la ciudad entera para encontrar un lugar donde reunirnos, discutíamos puntos y comas para incluirnos a todos. Para el resto de los muchos movimientos que resistían y que nacían en ese mismo momento fue difícil entender nuestros tiempos y nuestra defensa de la diversidad.

Nuestras asambleas, que en aquella época sucedían los días jueves, duraban hasta muy adentrado el viernes. Primero, todos nos teníamos que presentar: eso podía llevar dos horas, o tres, según el día. Era un ritual que nos ubicaba en dónde estábamos y de dónde veníamos: eso, por sí sólo, nos delineaba un camino, uno ancho, pero no demasiado curvilíneo. Después había que armar el temario. Nunca se pensó en prioridades, en temas más importantes que otros: se enumeraban los temas por orden de aparición y así se discutían. Todos teníamos opinión sobre todos los temas. Y, a lo mejor, a eso de las tres de la mañana, empezábamos a discutir la conveniencia de firmar un afiche con todos los partidos de izquierda o de ir a una marcha o de sumarnos a determinado acto en el Día del Trabajador.

No sé si hubo algún partido de izquierda que comprendiera nuestro proceso, nuestra construcción. Todos, de un modo u otro, intentaron torcer ese camino, hacerle trampa a las agujas del reloj, modificar votaciones. Cuando en un Encuentro Nacional se decidió que ya no se votaría sino que se utilizaría la Voluntad de Consenso –es decir, que los temas importantes se discutirían hasta encontrar una posición que conformara a todos, aunque esto implicara que la discusión llevara más de una asamblea, o inclusive meses de asamblea–, varios actores políticos del momento perdieron la paciencia. La invención de un H.I.J.O.S. apócrifo con cuatro integrantes respondió a esa falta de paciencia, a esa necesidad de que H.I.J.O.S. como nombre, como construcción simbólica, estuviera en cada afiche, en cada solicitada, en cada marcha, aunque fuera sólo una bandera.

Muchos sucesos épicos podrían contarse. Para una organización, dieciocho años son muchos días, muchas discusiones, muchas asambleas (habrá quien pueda hacer la cuenta de cuantas semanas entran en dieciocho años), algunos desencuentros, tanta felicidad, tantas angustias. Hemos crecido, tenido hijos, pasado de estudiantes a recibidos, de más o menos cuerdos a rematadamente locos, de locos a compensados, de enojados a calmados, de muchísimos a pocos, de poquísimos a incontables, de mimados a proscriptos, de temidos a queridos.

A mí, en este cumpleaños, me gustaría pedir un deseo mientras soplamos estas velitas imaginarias en esta torta amasada con el sudor de tantas frentes: H.I.J.O.S. nació para empujar la desesperanza hasta convertirla en posibilidad, en realización, en entusiasmo, en verdad: de la impunidad más absoluta a los juicios hay un río que corrió a fuerza de remos hundidos en dulce de leche. Hoy, cuando podríamos pensar que bajo los puentes corren aguas cristalinas, mi deseo es que H.I.J.O.S. pueda volver a tirar la piedra allá donde los imposibles crecen como hierba mala. Porque como decían los Attaque 77 «ser adolescente siempre es como vencer», y conformarse, acomodarse, suponer que se ha llegado a destino, es la manera más eficaz de llenarse de arrugas y empezar a envejecer.

H.I.J.O.S., para mí, fue ser joven por primera vez, dejar el blanco y negro para pasar a ver el mundo en colores, fue la primavera más florida que viví. Para la Argentina, H.I.J.O.S. fue una flor que creció entre las piedras. H.I.J.O.S. debe encontrar las piedras para poder seguir siendo la mejor flor. La más hermosa, la que impone su perfume allí donde nadie quiere sacarse el broche de la nariz. O qué otra cosa es el escrache.


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