CENTRO CULTURAL NÉSTOR KIRCHNER: Tres veces quise llorar
por Nahuel Coca
El sábado pasado, unos días después de su inauguración, visité el Centro Cultural Kirchner. A las 14, hora de apertura, ya había una cuadra de cola. Quince minutos después de que abrieran las puertas me encontraba en el vestíbulo del viejo Correo Central, donde mi abuelo me llevó por primera vez hace más de veinte años. Aquel salón de los buzones y los viejos mostradores donde la gente escribía parada sus cartas no estaba como yo lo recordaba. Estaba como mi abuelo lo hubiera recordado, con el granito limpio, las farolas de bronce brillantes y los vidrios de las arañas de techo totalmente relucientes. Todo el salón estaba lleno de luz y todos los muebles, todas las aberturas y hasta las baldosas habían sido restaurados a su condición original.
Pibes y pibas contentos nos daban indicaciones, un poco desorganizados todavía. Conseguimos dos lugares en la visita guiada de las 15 y mientras tanto, subimos un piso todavía dentro del área noble (la parte del edificio donde se atendía al público, la que da a Sarmiento) para ver la muestra de Sophie Calle, en los salones del también restaurado Salón de los Escudos y el Salón de Honor.
A las 15 en punto, empezó la visita, que nos permitió conocer todos los sectores del CCK que ya están en condiciones, ya que una buena parte del edificio se mantiene en obra. Mientras Paula, una joven guía con muy buena onda, nos contaba la historia dispar de aquel edificio, los laburantes con mameluco y casco de obra iban y venían entre visitantes y turistas de todo el país.
A partir de ahí, durante una hora, recorrimos una buena parte del viejo Palacio de Correos. Y yo, que creía conocerlo, que no pensé que iba a ver más que un viejo edificio restaurado, tres veces quise llorar.
La primera
En el cuarto piso del Área Noble estaban las viejas oficinas de los directivos del viejo correo. El despacho más grande y lujoso, que había pertenecido al director y que enfrenta al a Casa Rosada, también fue por un breve periodo el despacho que usó Eva Perón para dar inicio a su fundación, faro de justicia que iluminó los rincones más oscuros y olvidados de la Patria.
El folleto que explica la historia del Salón Eva Perón aporta un testimonio valioso, del embajador español en 1946, José María Areilza, quien lo visitó en plena labor de Evita.
“Era un continuo clamor y barullo de cientos de personas abigarradas y heterogéneas que esperaban durante horas ser recibidas por ella. Había comisiones de obreros, mandos sindicales, mujeres del pueblo desgreñadas con niños, periodistas extranjeros, una familia gaucha con sus ponchos pampeanos, y el paisano con sus largos bigotes negros, sedosos, y dos secretarios e indefectiblemente uno o dos ministros, un grupo de senadores y diputados, gobernadores de provincias, el presidente del Banco Central y una nube de fotógrafos y operadores cinematográficos. En medio de este aparente caos, especie de kermesse ruidosa y confusa hasta la locura, Evita escuchaba las peticiones más variadas”.
Un testimonio más de la labor de Evita, si no fuera que el registro histórico se tomó de la mano de la fantasía para devolver ese viejo despacho a los tiempos de Evita. Un breve vistazo de magia alcanzó para tener un nudo en la garganta. Apilados en los rincones, los sacos de arpillera con cartas dirigidas a la abanderada de los humildes. En otro rincón, amontonados, los juguetes de la Fundación (no los originales, como en un museo, sino recreados) totalmente nuevos, como entonces. Al fondo de la sala, una fila de bicicletas también como nuevas, totalmente de época, y junto a la puerta una pila de cajones de sidra con la cara de Evita y Perón. Sobre el escritorio, muchas fotos y sobres. En un escritorio lateral, biblioratos sobre el piso y una máquina de escribir a punto de ser tipeada. En una mesa ratona, a un lado, tazas de café y bizcochos, con los que Evita recibía a los hambrientos que la habían esperado por horas.
Desde una vieja radio capilla salía un sonido. Era la marcha “Evita capitana”. ¡Qué brillante manipulación de los sentidos!
Sobre el respaldo de su sillón, en el mismo escritorio que ella usó alguna vez, una chaqueta gris, como las que ella usaba. Como si estuviera todavía en el edificio. Como si fuera a escucharse su voz, dando órdenes hasta la madrugada para atender las urgencias del subsuelo de la Patria sublevado, sus grasitas. Con un nudo en la garganta y con la fascinación de un pibe que ve por primera vez un fuego artificial brillar en el cielo, nos piden que sigamos caminando, para que los otros visitantes pudieran echar un vistazo al despacho de Evita, eterna en el alma del pueblo.
Una jaula
Del despacho pasamos a visitar uno de los seis nuevos auditorios de usos múltiples, que no son más que los viejos despachos de los sub directores del correo que fueron reacondicionados para proyecciones, funciones o pequeños conciertos, con capacidad para unas 80 personas sentadas. Las paredes, los pisos y el techo fueron recubiertos en paneles acústicos de madera, aunque de forma tal que las ventanas y las puertas originales queden escondidas y originales, preservadas para siempre.
A partir de ahí dejamos el Área Noble y seguimos. La separación del edificio entre un área de oficinas y un área industrial se remonta a los comienzos del correo. De un lado, el de Sarmiento, se atendía al público y se tomaban las decisiones, mientras que del lado de Av. Corrientes se recibían y despachaban los camiones con correspondencia y se la clasificaba según su destino. El área industrial no estaba construída en granito sino en hormigón, sobre una jaula de vigas de hierro de unos quince pisos de altura sobre la que se había montado la fachada de granito, para dar continuidad a la misma alrededor del edificio, aunque por dentro fuera muy distinta. Esa parte del viejo Palacio de Correos fue totalmente demolida por dentro, dejando la jaula intacta.
El área industrial del CCK es donde realmente se tiró la casa por la ventana, la que explica a simple vista la demora y los costos de la obra y la que deslumbrará en veinte, treinta o cuarenta años a las nuevas generaciones de argentinos con el orgullo con el que yo me sorprendí hace veinte al ver las viejas glorias del viejo correo, de la mano de mi abuelo.
Una ballena
Dentro de la jaula hay una ballena.
Enjaular un cetáceo podría ser fácil, si se tratara de una orca, por ejemplo. Pero en este caso, la presa es una ballena azul, que en la naturaleza alcanza los 30 metros y casi 200 toneladas. Esta ballena, la que encierra la jaula del área industrial del CCK, mide unos 50 metros de largo, por otros tantos de ancho y más de veinte de alto. Es una enorme estructura de concreto, como una lágrima, con dos pilares gigantes de concreto de un lado y un gran pilar más ancho en la otra punta. Los ingenieros le vieron un parecido a una ballena, por esas tres aletas sobre las que se apoyaba. Alguien tuvo la idea de pintarla de azul, y el resto es historia.
Gracias al apoyo tan puntual de sus aletas, la ballena está suspendida y aislada de las vibraciones de las avenidas Leandro N. Alem, Madero y Corrientes, y de las líneas A y E de subte. Debajo de su gran panza hay una plaza seca, muy similar a la que recibe por Av. Corrientes en el CCGSM.
Desde el segundo piso pudimos acceder al Pullman por medio de una tarima. Las entrañas del cetáceo son de madera, enormes listones en corte transversal que van desde el techo hasta el piso, tomando las formas redondeadas del interior de esta enorme bocha. Pasando los pasillos se llega hasta las bandejas y ahí se abre ante los ojos la enorme sala de música sinfónica con capacidad para 1750 espectadores, 110 músicos en el escenario y un coro de hasta 122 personas en los niveles superiores. Más de veinte metros del piso al techo, todos recubiertos en granito negro y madera, con una acústica impensable y el detalle de detener cualquier señal electromagnética, cancelando cualquier celular que se anime a entrar en las fauces de Moby Dick. Pienso que ninguna función será interrumpida, jamás, por ningún idiota que olvide poner su teléfono en vibrador.
Paula nos explicó todo: que la Orquesta Sinfónica Nacional no tenía, a pesar de haber sido creada en 1948, una sala propia para ensayar y dar conciertos y que ahora jugará de local. También, que la ballena no es para obras líricas y por lo tanto no compite con el teatro Colón en su función. Explicó, también, que el piso se elevaba, que el techo se bajaba y que todo estaba pensado en función de la acústica, el sonido y la pureza. Frente a nuestros ojos había un órgano único en su tipo en todo el continente, comprado a la firma alemana Klais y hecho a medida para esta sala. Con más de 3500 tubos, 71 sonidos y 56 registros, fue ideado para servir a todos los géneros, especialmente a los populares argentinos, y no sólo a los registros tradicionales de la música sinfónica.
Nuestra guía intentó explicarnos todo, pero en mí crecía una incertidumbre con la que preferí no molestarla. Fue entonces cuando sentí, en el silencio de las entrañas de esa mole azul, viendo ante mis ojos la belleza de una obra magnífica pensada y creada para el pueblo, el segundo nudo en mi garganta. ¿Cuándo fue que mi país se había vuelto a pensar en grande?
Muchas obras de gobierno iban en dirección de un futuro digno, pero una sala de música sinfónica tan magnífica y descabellada era un hito innegable; un símbolo que iba a durar cien o doscientos años y que iba a recordarle a los argentinos del mañana los años que vivimos poco después del infierno del fin de siglo XX. Así como el Teatro Colón recuerda otros tiempos y otra idea de la grandeza nacional, la Ballena Azul es la bestia cultural de esta década ganada, una fiera llena de música, un eco submarino en nuestras profundidades, más difícil de rebatir que aquella bestia marina de Melville.
De Buenos Aires al cielo, y desde el cielo…
Siempre me gustó aquel refrán español que clama que desde Madrid, al morir se va al cielo, y que desde el cielo se la puede ver por un pequeño agujero. “De Madrid al cielo, y desde el cielo un agujerito para ver Madrid”.
Saliendo de la ballena – apenas el cuarto piso – quedan todavía cinco pisos más del área industrial para visitar. Las escaleras mecánicas suben y suben hasta sobrepasar al cetáceo azul. Sobre su lomo, nos explica Paula, se abrirá un siestario, o sea un espacio para dormir siestas, en pleno microcentro. Una idea fantástica y divertida, que ojalá no demore. Por encima del lomo de la ballena no está el cielo, todavía, sino que cuelga desde el techo de la jaula una enorme estructura de vidrio de tres pisos de altura llamada La Gran Lámpara, y que no es otra cosa que una enorme sala de exposiciones suspendida a cuarenta metros del suelo dentro del CCK.
Dentro de la lámpara podía visitarse una muestra que repasaba toda la historia del viejo Palacio de Correos y de la obra que lo transformó en el CCK. Más educativa que otra cosa, la muestra estará abierta por un par de meses, hasta que comience a albergar muestras de arte plástico, para lo que se destaca.
Más allá de la gran lámpara nos prometen, para los próximos meses, la terminación del Salón de la Cúpula del viejo palacio, que fue remodelada para albergar muestras de arte plástico, y sus dos miradores contiguos, uno que da al Río de la Plata, sobre la calle Bouchard, y otro que mira al centro, sobre Alem. Junto a ellos habrá 3 restaurantes. Serán, nos asegura Paula, los primeros miradores públicos de la ciudad de Buenos Aires, que perdió los que tenía durante las últimas gestiones amarillas. No me aguanto las ganas de subir al cielo para mirar a Buenos Aires.
Mi historia en el espejo
Saliendo de la lámpara de techo, se puede ver a las cuadrillas de obreros trabajando en las salas laterales, enormes habitaciones con ventanales que dan al río y que servirán para exposiciones, talleres y todo tipo de actividades culturales a partir de ahora. Camino a las escaleras, una de las pocas salas que ya están listas para ser visitadas lleva el nombre del ex presidente Néstor Kirchner, el responsable de que los argentinos hayamos recuperado el Correo Argentino del privatizado desastre del clan Macri y de recuperar su viejo edificio para hacer un enorme centro cultural.
La Experiencia NK, nombre de la muestra plástica que lo recuerda en esa sala, recibe con un texto sobre la primera pared cuyo estilo recuerda mucho al de cierta cuenta de las redes sociales…
“Una experiencia nos atraviesa. La alegría de ser parte de este momento en el que podemos preguntarnos: ¿quiénes éramos, quiénes somos hoy, ahora?
¿Y quién es aquel que se une a la multitud, que quiere estar en nosotros, que en un instante se olvidó de sí mismo?
¿Deseábamos hacer realidad ese sueño?, ¿lo compartíamos, en secreto? ¿Por qué, si no, él entendió tan bien y supo, desde su propio corazón, que tenía que volver a nombrar lo que habíamos olvidado a fuerza del dolor y del miedo? La palabra PATRIA.
¿Por qué no reconocer que hubo aquí un nuevo nacimiento, una nueva oportunidad para aprender a confiar en nuestras fuerzas, en nuestra capacidad de ser, en nuestro derecho a cambiar y a creer en nosotros mismos?
¿Y qué habremos aprendido en nuestra experiencia? ¿Cuáles son las señales que necesitamos para asumir, una vez más, que nuestra voluntad es nuestro destino?
Aprendimos de Néstor la alegría de la lucha que se hizo carne en nuestro rostro y nuestros cuerpos, la alegría de vislumbrar un camino que no se sabe cómo es, que se construye con cada aliento, que moviliza fuerzas y pide que nos pronunciemos sin descanso. La alegría de estar en peligro, de atravesar el miedo y conquistar con incertidumbre una nueva posibilidad de afirmarnos a nosotros mismos.
Que su fuerza y su convicción sean siempre una presencia viva en nosotros”
Más allá de estas palabras (¿quizás un mensaje para todos?) a lo largo de la enorme sala hay grandes espejos, ubicados en el medio, espejando las paredes. Una de las cuales tiene un inmenso paisaje patagónico. La otra tiene frases de Néstor espejadas, que sólo pueden leerse mirándose en el espejo.
Y aunque parezca mentira, esta pavada alcanza para mirarse a uno mismo a los ojos y ver que el crepitar de una historia nos dice: “Vengo, en cambio, a proponer un sueño. Reconstruir nuestra propia identidad como pueblo y como Nación”. “Se trata de cambiar, no de destruir. De sumar cambios, no de dividir”, dice el reflejo, y la frase se interrumpe por familias con sus pibes que recorren la sala con sorpresa. Como en un laberinto de imágenes de nuestra propia historia.
En mi reflejo, pensé en mi abuelo, que me traía a comprar estampillas y que sufría con cada bandera de su amado peronismo que se caía en esa década nefasta que lo despidió, triste, una noche mirando el noticiero. Pensé también en mi tía, que vivió hasta el último febrero; tan orgullosa de su presidenta y de los laureles que pudimos conseguir desde 2003 y me hablaba de este centro cultural – «va a ser uno de los más grandes del mundo», me decía entusiasmada – que no llegó a conocer. Los extrañé, en el reflejo, y pensé lo felices que hubieran sido de poder ver todo esto. Quise llorar por tercera vez pero en cambio me fui a mi casa, profundamente conmovido, y me senté a escribir.
Finalmente, y si no lo vieron, el CCK en video.
Es triste ver el despilfarro. Un patriota no gasta plata en estos monumentos a su ego. Gasta hasta de su bolsillo para hacer un país mejor, y se pudo hacer mucho más en estos 12 años que lo que se hizo… La falta de planificación y corrupción echaron por tierra ideales bellos de justicia social.
Yo no estoy de acuerdo, Jorge. Si nos ponemos a cuestionar las obras públicas en función de su precio y su significado, entonces tendríamos que empezar por los enormes monumentos a los líderes liberales. Le bajo a Mitre, a Roca, a Lavalle (traidor de traidores) y a Alvear (todavía peor), las fundo y con ese dinero arranco otro centro cultural.
Si al CCK le ponían de nombre Raúl Alfonsín, nadie decía nada. Pero se eligió el nombre de otro ex presidente, uno peronista. Qué ofensa!
Siempre se cuestiona a los gobiernos populares. Cuando un gobierno liberal gasta fortunas en, por ejemplo, licitaciones infladas para hacer la autopista Panamericana, nadie lo cuestiona. O se olvidan pronto, ya que usan la autopista a diario.
Digo que si se beneficia el clan Macri o algún otro grupo empresario, nadie patalea demasiado.
Cada vez que se le regala al pueblo un espacio de lujo, salen críticas como la suya.
No está mal que critique, ya que vivimos en democracia. El inconveniente para usted es que no tiene a quien votar si lo que le preocupa es el precio de las obras públicas, ya que del otro lado está Macri. Lo compadezco.
Fíjese en esto: todas las obras que Perón regaló al pueblo – que no fueron una ganga, sin duda – todavía brillan y se usan. Todas las obras que se ahorraron los gobiernos liberales también brillan… por su ausencia.
Las universidades nacionales que abrió este gobierno son muchas. Los hospitales. Las plantas depuradoras de cloacales. Los centros de investigación. La Central Atucha 2. Oleoductos y gaseoductos, rutas, autopistas, trenes.
No me parece que estén mal planteadas las prioridades. No está de más este centro cultural.
Y le pongo un punto de comparación. Fíjese cómo recauchutaron en la Ciudad de Buenos Aires al Centro Cultural San Martín y al Colón, en 8 años de gestión macrista en la que no repararon en gastos, siempre que la obra fuera buen negocio.
Como no logran hacer buenos negocios en obras para la cultura, no hay novedades en ese ámbito. Sí sobran los cordones amarillos llamados bicisendas, a razón de 200 mil pesos por cuadra (sí, cada metro de bicisenda cuesta 2 lucas) o los metrobuces que se construyen varias veces en el mismo lugar, no escucho críticas. Si una presidenta hace un espacio popular de primer nivel que durará muchas décadas de repente son todos contadores indignados. Parece que les diera envidia.
Como porteño y como argentino estoy muy contento. Si se gastó de más tenemos la justicia para que los investigue, pero mientras tanto me quedó un centro cultural de nivel mundial para felicidad de las nuevas generaciones.
No concuerdo. Hacer monumentos a unos, separa y divide a los argentinos que somos ‘uno’ solo por la manera de pensar. Dijiste muchas verdades, pero creo que ya deberíamos empezar a hablar de ideas y no de personas. Con un solo político no sacamos el país para adelante de manera permanente, si lo hacemos con una cultura de hacer políticas de estado que mejoren lo positivo y cambien lo negativo. Pero siempre priorizando según el país que queremos ser en 50 y 100 años.