CHACO. Mientras se vota, en defensa de Capitanich y contra el «carancheo» de la prensa hegemónica

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Escribo mientras en la Provincia de Chaco se vota. Lo hago con el deseo de que el gobernador Jorge Milton Capitanich se imponga a pesar de la brutal campaña desatada por la prensa hegemónica montada sobre un crimen horrible cuyos presuntos autores están presos y no han gozado ni de un átomo de protección por parte del gobierno provincial. Lo hago conmovido por la lectura de una nota publicada en el diario El Litoral que pone como ejemplos de buen periodismo a mi amigo Alberto Ferrari, recientemente fallecido junto al gran Rodolfo Walsh y a un periodista que, confieso, hasta ahora no «tenía», Carlos Gelmi (ver aquí y aquí) que fue director de ese diario y antes uno de los puntales del Clarín desarrolista y tenía un suplemento llamado Cultura y Nación que dirigía Osvaldo Bayer. Aunque firmada con un claro seudónimo, creo saber quien es el autor, al que alguna vez publiqué en estas páginas. Aun cuando no parece haber dudas acerca de la responsabilidad del clan Sena en un crimen horripilante, comparto su espíritu.

El horror chaqueño: ¿Qué hubieran hecho los periodistas que nos faltan?

 

La objetividad es imposible. Sin embargo, perseguirla es un deber irrenunciable del periodista inscrito en la antigua escuela de la intransigencia informativa que alguna vez cultivaron Rodolfo Walsh, Alberto Ferrari y Carlos Gelmi. Son tres caballeros de las palabras que, ya fallecidos, se elevaron a la categoría de ejemplaridades para un cada vez más despoblado estrato de cronistas dispuestos a contradecir sus propios intereses con tal de rubricar un texto irreprochable.

Los tres ubicados en orientaciones ideológicas diferentes, labraron la conciencia cívica con distintos enfoques y un denominador común: el de la credibilidad como único capital indispensable para llegar al ciudadano con una producción cuya divulgación contribuya a formar opinión sin sobredosis de elementos subjetivos.

Dicho esto, un ejercicio plausible en medio del mar de opiniones condenatorias que arrecia sobre el llamado “Clan Sena” es preguntarse qué hubieran   publicado Walsh, Ferrari o Gelmi, referentes de un tiempo en que la prensa gozaba de niveles de confianza hoy dilapidados en nombre de ese fenómeno llamado “periodismo de nicho”, figura sui géneris creada como justificación de conductas parcialistas que han transfigurado a los comunicadores más taquilleros en bastoneros de facciones determinadas.

Walsh, autor de investigaciones que descubrieron los fusilamientos de la llamada Revolución Libertadora y luego ingresado a la clandestinidad para dirigir una agencia de noticias que difundía los delitos de lesa humanidad en los años 70; Ferrari, un minucioso investigador de los negociados consumados en tiempos del menemismo en torno de las patentes que impidieron el desarrollo de la industria farmacológica nacional; y Gelmi, un maestro de periodistas que como cabeza del diario Clarín rechazó beber de las mieles del poder en los años más oscuros de la Argentina.

Uno acribillado por su famosa “Carta Abierta a la Junta Militar”. Otro despedido de la agencia DyN por defender derechos conculcados a sus subordinados. Y el tercero, estoico mecenas de nóveles redactores a los que condujo desde la dirección periodística de este diario, mientras vivía con la hidalguía franciscana del que es humilde por opción.

Una cosa es segura: ninguno de ellos hubiera dejado de condenar el crimen que terminó con la desaparición de la joven Cecilia Strzyowski. Pero a la vez, tampoco hubieran caído en la tentación de aventar versiones inchequeables como las que hoy contaminan el panorama informativo con objetivos subalternos, enraizados en la revancha política desatada con la intención de quebrar la hegemonía de Jorge Capitanich en la vecina provincia del Chaco.

El aluvión de noticias relacionadas con el caso apela al morbo, al deseo generalizado de saber hasta el último detalle (si el cuerpo fue molido, si fue comido y hasta si fue defecado por una piara). ¿Tiene sentido informar desde esa perspectiva? Si se trata de vender y ganar clicks, por supuesto que sí, pero las consecuencias de tal tendencia pueden ser peligrosas hasta para la propia investigación.

La libertad impera en la Argentina gracias a una Constitución vigente que, por fortuna, otorga las máximas garantías para quienes ejercen el oficio de contar la realidad a sus conciudadanos, pero el sistema jurídico de la Nación protege también el derecho de las personas fallecidas al tratamiento decoroso de su imagen y de su historia, con lo cual la memoria de Cecilia (en el caso de que su defunción sea finalmente declarada por la Justicia) estaría siendo mancillada por el afán primiciador de los propaladores de supuestos datos exclusivos.

Del mismo modo, rige el principio esencial por el cual se resguarda el estado de inocencia. Ergo, nadie puede ser tildado de culpable de un hecho criminal hasta que se demuestre lo contrario con la debida sentencia y en el marco de los procedimientos determinados por el código específico.

¿Emerenciano Sena es inocente, al igual que su hijo y su esposa? En el sentido estricto de la técnica jurídica y hasta tanto la Justicia logre probar los hechos, los tres son inocentes. Es políticamente incorrecto afirmarlo, pues contradice el sentimiento de indignación masiva que anida en la enorme mayoría de los argentinos anoticiados de la atrocidad atribuida al líder piquetero y su familia, pero alguien tiene que decirlo. Es parte de la verdad.

La escalada que el share televisivo, así como la viralización de los posteos basados en los datos más escabrosos de la desaparición de Cecilia, mostraron desde el principio una oportunidad ideal para que los canales noticiosos pudieran escapar de la monotonía electoral. Un hipotético segundo caso María Soledad nunca viene mal para lanzarse a la competencia por el título más sensacionalista, con el aditivo que para las corporaciones oligopólicas de medios antiperonistas representa la posibilidad de conectar a Capitanich con el crimen.

El tres veces gobernador de la provincia vecina, quien va por su cuarto mandato en agosto, se somete hoy, apenas 18 días después de la desaparición de la nuera de su aliado político más controversial, al veredicto de las Paso provinciales.

Para los estrategas de la agenda periodística más tendenciosa se trata de la brecha perfecta para cargar contra el exjefe de Gabinete de Cristina que hace una década hizo trizas ante las cámaras un ejemplar del diario Clarín.

Claro que al mandatario chaqueño le cabe una responsabilidad política crucial, pues prohijó a entenados que en determinado momento, ebrios de poder, experimentaron la peor de las metamorfosis: de víctimas de la persecución institucional en los cortes de ruta organizados en los años 90 para reclamar comida y trabajo, usufructuaron de todos los privilegios proporcionados por el jefe político provincial para enriquecerse, desnaturalizar la lucha de clases y transformar una fundación dedicada a la protección de sectores vulnerables en una gavilla de psicópatas.

Es lo que son Sena y sus esbirros. Con una mención especial para su segunda esposa, Marcela Acuña, madre del enigmático ¿viudo? ¿femicida? César Sena. La mujer, integrante de una familia sumamente reconocida por la defensa de los derechos humanos (es hija del recordado abogado de izquierda Saúl Acuña, fallecido hace algunos años) tergiversó la fama de Emerenciano hasta hacerle creer que era un intocable, un caudillo popular predestinado a recibir la genuflexión eterna de los pobres, reducidos a la mera condición de fieles fundamentalistas de una secta cuyo primer sacrificio humano parece haber sido el inenarrable final de Cecilia.

Capitanich marcha hoy a las urnas para enfrentar al peor enemigo de su dilatada carrera política, que no es otro que el indescifrable jerarca de los piquetes al que creyó haber domesticado mediante la inyección constante de recursos a su fundación, dedicada a construir viviendas, escuelas y comedores para sectores corroídos por la desigualdad de una provincia que, como el Chaco, produce 10 veces más alimentos de lo que su millón de habitantes necesita para subsistir.

Y también marcha a las urnas con los principales holdings mediáticos del país enroscados al árbol de las manzanas envenenadas que se distribuyen en forma de noticias incompletas, muchas de ellas incomprobables, anticipatorias de una definición que la Justicia chaqueña dará llegado el momento, cuando los expertos del gabinete antropológico determinen si las huellas hemáticas encontradas en la casa de los Sena se corresponden con el ADN de Cecilia.

Mientras tanto, el abrumador montaje noticioso persigue objetivos que, en su mayoría, no pasan por el esclarecimiento, sino por sostener en las primeras planas una calamidad ominosa, en un flujo de continuidad infinita cuyos réditos se cosechan muy lejos del grito de dolor lanzado a los cuatro vientos por familia Strzyowski.

¿Qué hubieran hecho Walsh, Ferrari y Gelmi frente a los dilemas éticos que plantea el caso? Aferrarse a los datos comprobables. Buscar donde nadie buscó todavía. Averiguar cómo es por dentro la finca donde se habría cometido el femicidio. Conseguir los planos con la disposición de las habitaciones. Revelar, por ejemplo, que Sena y su esposa tenían dos casas en una: en la planta baja, una tapera con muebles desvencijados y paredes manchadas de humedad para recibir al pobrerío. Y en la planta alta, dependencias de lujo con mobiliarios de alta gama, revestimientos y decoraciones propios de una mansión. Una vida de ricos en lo alto, oculta, disimulada sobre la pantalla de una ratonera reservada a los pobres diablos que les creyeron el cuento.

Lo que no hubieran hecho, sin dudas, es permitir que algunos de los sectores políticos que pugnan por sacar provecho del horror los utilizaran para desinformar.


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