Cristina, Moyano y la necesidad de un reacomodamiento
A propósito de la siguiente nota de Julio Villalonga (cuyo original pueden leer aquí). Son los modos de Moyano, el hecho de que sea «negro» y no precisamente sumiso ni Tío Tom, los que en gran medida determinan que sea fácil presa de los medios que procuran en todo momento ahondar el disgusto de clase, gorila, que sienten ante él las capas medias urbanas, fenómeno que también alcanza a alguién tan diferente para nosotros (pero no para quienes fruncen la nariz) como el profesor Luis D’Elía. Pero también hace rato que ha mostrado sus límites un modelo de contrucción sindical que hunde sus raíces en el viejo laborismo de Cipriano Reyes pero que también está, más que teñido, percudido, por la visión AFL-CIO de los Hoffa. La defección de los De Genaro, su incapacidad de seducir a gremios industriales y por fin la partición de la CTA ha dejado a ese «modelo» perimido (la Presidente mete el dedo en la llaga al señalar que no contempla los intereses de los trabajadores que laboran en negro o en condiciones de superexplotación) sin contraparte. En estas condiciones, los sindicatos deben autorreformarse. No se trata sólo de acabar con mafiosos golpistas (como Alberto Roberti, jefe de los trabajadores de empresas petroleras privadas, y demás runfleros de la «CGT Azul y Blanca» barrionuevista, y otros viejos enemigos de Moyano que a diferencia de él fueron cómplices de la dictadura y del menemismo neoliberal) sino también de mandar al desván a algunos cachivaches muy cercanos a él que atrasan medio siglo y quieren hacerle a Cristina algo así como lo que Vandor le hizo a Perón. Por lo pronto y en el corto plazo, Cristina reclamó que la dejen de hinchar, por decirlo en términos de salón. Y aunque no me parece que el destinatario único y ni siquiera principal haya sido Moyano, posiblemente la mayoría de la gente no alcance a percibir estos matices, que son borrados por los medios. JS
Cristina, en el centro del ring
Por Julio Villalonga / La Gaceta Mercantil
Todas las encuestas disponibles contienen un dato común: la adhesión a la presidente Cristina Kirchner decae en la franja de entre 25 y 45 años con estudios universitarios. Más allá de las oscilaciones naturales, la primera mandataria mantiene mayores niveles de aceptación en todos los segmentos etarios cuando la instrucción es sólo primaria.
Estos datos están en manos de todos lo que hacen política: el oficialismo, la oposición y la cúpula de la CGT.
Y en este último caso, son consistentes los sondeos que dan como resultado que los dirigentes sindicales (no se discrimina si «flacos» o «gordos») están al tope de la tabla de peor imagen. Y esto ocurre, también con altos y bajos, desde el regreso mismo de la democracia.
Es suma, está claro que el sindicalismo puede llenar avenidas y plazas en todo el país, si se lo propone, porque tiene un enorme poderío económico para conseguirlo, pero ninguna movilización por multitudinaria que sea significa demasiado en términos electorales. Para llevarlo a un extremo, muchos de los trabajadores que son llevados a esas demostraciones de poder están entre los que dicen que votarían a Cristina en octubre si se presentara y no porque se los ordene Hugo Moyano.
La afirmación de anteayer de la Presidente en el sentido de que no muere por ser candidata es hija de este contexto. Todas las declaraciones posteriores de los exégetas del kirchnerismo, no hacen más que ratificar que el kirchnerismo siente que tiene ganado un «núcleo duro» de votantes que supera el 30% y que ahora va por los sectores medios aún indecisos, los más difíciles de seducir en los centros urbanos más poblados. Esos que inclinarían definitivamente la balanza a favor del oficialismo.
Moyano es, a esta altura, una figura tan controvertida que, a pesar de haber sido sin duda quien garantizó que la inflación no entrara en una espiral indetenible en los últimos cuatro años, con los índices «testigo» que le impuso a los principales sindicatos desde el sillón de la CGT, ya resta más que suma en un esquema de poder futuro.
No cabe duda, también, de que Cristina Kirchner no puede enfrentarse a Moyano sin riesgo, en especial si el camionero quedara vivo –o intacto- tras una contienda de poder de este calibre. Pero lo que no puede hacer la Presidente sin hipotecar un eventual próximo mandato es permitir que Moyano rompa los límites del sindicalismo tradicional para discutirle el poder político, cara a cara.
Cristina está en el tope de su valoración por parte de la sociedad y el crecimiento exponencial del poder de Moyano intimida: en la memoria colectiva de los argentinos está viva la imagen de lo que sucedió cuando el gremialismo cruzó las fronteras de la política.
Es en este marco que hay que releer las declaraciones de la Presidente de anteayer. Ella no muere por repetir su madato, pero no podría negarse a hacerlo si todos (todos) los sectores se lo pidieran: en esa hipótesis, el contrato político debería ser redactado de nuevo con las condiciones que ella imponga. De esto se trata: Cristina busca reformular la ecuación política que le dejó su esposo, en la que Moyano tenía una importancia sustancial. Esto no significa que Moyano deba ser eyectado, necesariamente, aunque haya «talibanes» cerca de ella que sueñen con esa posibilidad. Significa que debe ser acotado.
Pero para conseguir lo que la Presidente desea es necesario que todos bajen al llano y pidan, desde allí, al unísono que Cristina siga. Con su frase de ayer, la Presidente parece decirle a Moyano: «No hay problema, si me enfrentás, yo me corro. A ver cómo te va –y cómo nos va- con otro (con cualquier otro) si yo no estoy».
Cristina anunciará su postulación cuando todas las fichas estén en su lugar y ahora va por poner en caja a Moyano. Ella no quiere tampoco que la sangre llegue al río pero tratará de imponer sus condiciones. Sería la mejor candidata si los sectores medios leyeran que ella puede limitar el poder de Moyano y de cualquiera que surja en su lugar.
Queda claro que el líder de la CGT llegó hasta aquí porque nadie supo –o nadie quiso- detenerlo. Ahora parece haber llegado el momento, aunque no será fácil desactivar el mecanismo de relojería de esta verdadera bomba de tiempo.