Poco tiempo atrás el joven Nahuel dejó de visitar la sucursal de La Cámpora de su porteño barrio de Once tras verificar varios de sus mayores temores. Me interesaron las críticas semánticas y gramaticales (desde siempre me parece incompleto el nombre Frente para la Victoria ¿para la victoria de quién?). Ahora, hablando en serio, voy a votar la boleta del FPV porteño con las dos manos. Y creo que hay que hacer campaña decididamente, hablando con nuestros vecinos, con todo aquel que veamos indeciso. Esta no es una elección cualquiera: es crucial, una encrucijada. El momento de aguantar los trapos.
POR NAHUEL COCA / NC
En la vida hay que elegir
Alguna que otra vez me ha pasado, en charlas con extranjeros. A medida que compartíamos las realidades políticas de nuestros países, llegábamos a un detalle importantísimo que definía todo y se volvía el nuevo eje de la charla. Cada vez que hablé de política con algún extranjero y surgió este detalle, la charla terminó siendo sobre éste aspecto que nos parece menor y que sin embargo, no lo es.
 |
Triste boleta del FPV en la Ciudad |
«¿En Argentina es obligatorio votar?», me preguntaron alguna vez ciudadanos estadounidenses, británicos, franceses, españoles, chilenos. Claro que sí, es obligatorio. Inmediatamente después debía aclarar que nada grave le ocurría a quien no votaba, y que sí podía caerle alguna sanción al presidente de mesa que no acudiera al llamado de la democracia; que muchos argentinos toman el día de elecciones como una excusa perfecta para alejarse más de 500 kilómetros de su lugar de sufragio y así evitar la responsabilidad.
¿No es común el sufragio obligatorio? En muchos países no lo es, y en otros debería serlo. En Estados Unidos, por ejemplo, los jefes de campaña de los distintos candidatos se parten la cabeza pensando slogans que inciten a los jóvenes a votar, no ya por sus candidatos, sino por alguien. Uno de los problemas históricos de los demócratas era que el discurso chauvinista en sí de algunos candidatos republicanos movilizaba a más viejos y viejas que gente joven sus propuestas renovadoras. Así se estaba siempre un paso atrás, con difíciles chances de llegar antes que una pareja de viejitos con andador que sin embargo asisten al cuarto oscuro en un vano intento de evitar el malón del sur.
En otros países los referendos vinculantes dejaron en evidencia que grandes sectores de la sociedad son indiferentes a algunas propuestas que, a priori, parecieran trascendentales. Sin ir más lejos, el referendo revocatorio del aborto legal en Uruguay demostró que muy pocas personas están activamente en contra de que las mujeres decidan sobre su cuerpo y que la mayoría no lo considera un tema tan importante como para levantarse temprano de la cama un día domingo.
Algunos países que, al igual que Argentina, tienen voto obligatorio son Austria, Australia, Brasil, Bélgica, Bolivia, Ecuador, México, Panamá, Paraguay, Perú, India, Turquía, Uruguay.
En cambio, es voluntario en Chile, Colombia, Venezuela, Cuba, Canadá, EE.UU., Venezuela, Japón, Rusia, Alemania, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Noruega, Países Bajos, Suecia, Reino Unido, Suecia, Portugal, Polonia y República Checa, entre otros.
En Argentina no es algo que se discuta demasiado, sino que es así porque sí. ¿Por qué? Porque sí. Como a los nenes. Muchos masturbadores sociales incluso hacen largas colas el día de votación para introducir en la urna un preservativo, una feta de salame, una foto del Clemente de Caloi o una lista con los nombres de personajes del World of Warcraft, como hacía hasta no hace mucho un querido amigo.
Otros no pataleamos tanto y vamos a la urna. Personalmente, lo hago con mucha alegría, y aunque tuviera la certeza de una victoria macrista nunca dejé de votar siempre que pude hacerlo. Muchos compatriotas dieron su vida y compartieron sus ideas para que yo pueda votar. No pienso defraudarlos, aunque sea una idea casi mágica. Los deberes no se piensan demasiado. Citando a un enemigo de la democracia moderna, esas son «jactancias de los intelectuales».
Elegir el trabajo a la especulación
El problema de tomar una opción fuera de los años de campaña es que durante ese año se debe ser más consecuente todavía. Sin embargo, a mí me ocurre al revés. Apoyo abiertamente el proyecto nacional y popular como regla general, aunque me torno más crítico en los momentos previos al sufragio. Como regla general, el momento de conocer las listas es un momento de ira contenida. Casi como el momento de leer por primera vez los slogans.
Hace un rato ví los primeros afiches del FPV, que sin dudas fueron pegados con cariño por los chicos de La Cámpora del barrio en alguna noche no muy lejana. Uno de los carteles tenía a la Señora Jefa y decía «Elegir el trabajo a la especulación». Lo primero que pensé es «¿Entonces por qué no está Taiana en la lista?», ya que los nombres de la lista de diputados para la CABA parecen privilegiar un cálculo de afinidad progresista que interpela mal al porteño. Se especula, digo, con la condición de recuperado de Cabandié y Montenegro, con la participación de Forster en 678, con los films de la Mazure y con los conocimientos técnicos de Heller.
Sin embargo, algunos como Cabandié no hicieron mucho por el modelo en sus cargos anteriores. Su caso es el más grave, ya que no estuvo a la altura de las circunstancias. En su defensa vale decir que es hijo de un armado político que no es su responsabilidad ni lo podría ser nunca, y que deja como resultado un kirchnerismo cómodo en su rol de opositor, sin voluntad real de ganar la ciudad, reposado en el modelo nacional y popular como quien se apoya en un poste a tomar sol mientras hace tiempo hasta que llegue el bondi. El kirchnerismo no quiere la ciudad, habitada a su entender por energúmenos sin conciencia de clase que echan la culpa de todos sus males al malón conurbano. Por eso pone como alternativa política a la destrucción del patrimonio y de los derechos ciudadanos que sigue Macri como línea de gobierno a gente que no ama a la ciudad y que sólo especula en función de la política nacional, sabiendo que no puede parar en el corto plazo el aluvión macrista y que su turno llegará cuando el líder del PRO haya concluido su principal objetivo: destruir en cuerpo y alma la identidad porteña a costa de negocios y mala praxis.
En lugar de ofrecer gente con capacidad proba de trabajo, el kirchnerismo parece contradecir en la ciudad su propio slogan. Sin ir más lejos, lleva en su lista al secretario general del gremio de los trabajadores municipales (ahora, citadinos) Alejandro Amor… como si los ñoquis porteños no fueran un problema del que la ciudad debería librarse.
Elegir + seguir + gerundio
Los slogans de campaña del FPV resultaron difíciles de digerir. El formato madre, por decirlo de alguna forma, es la combinación de dos verbos no conjugados en modo infinitivo (elegir, seguir) con un verbo no conjugado en gerundio (haciendo, trabajando, etc). El resultado es un Frankenstein gramatical que, al igual que el mostro del Mary Shelley, puede transmitir amor y simpatía pero que al final termina inmolándose como mostro que es, descosiéndose y dejando en evidencia que sus partes no pegan ni con moco.
En alguna parte de la wé, sobre el uso indebido de los gerundios, dice: «Es incorrecto su uso cuando expresa una acción posterior a la acción expresada por otro verbo o como expresión de consecuencia. Son incorrectos los gerundios que expresan una acción posterior a la del verbo principal.»
Si el verbo principal fuera «elegir» – ya que hablamos de una elección – y el verbo «seguir» fuera utilizado como sustantivo, ya estaríamos ante un error gramatical groso. Pero si a eso le agregamos un gerundio, estaríamos modificando la acción de un verbo secundario, que viene después del verbo principal.
«Elegí seguir haciendo» hubiera sido mucho más elegante, y no hubiera implicado la sucesión de dos verbos en infinitivo más uno en gerundio.
Los slogans derivados del formato madre siguen esa línea, pero sin apelar al apelativo (valga la redundancia) sino optando por la frase de auto convencimiento, casi como si se tratara de un proceso de hipnosis en el que se repiten mansamente las palabras de quien empuña el péndulo.
«Elijo seguir bancando, profundizando, votando, trabajando, incluyendo, cumpliendo, construyendo…» Ahora ladre como schnautzer. Ahora despierte.
No aclares que oscurece
Otros slogans son todavía más objetables. «Desde 2003 tenemos el mismo nombre, los mismos ideales». En 2003 teníamos a Béliz y a Lavagna como ministros, a Prat Gay como presidente del BCRA, a Alberto Fernández como jefe de gabinete. A los genios de la campaña se les olvida que mucha gente apela a la transformación constante del kirchnerismo como una de las pocas rutas concretas y más o menos rápidas hacia el cambio de realidades. A muchos, entre los que me incluyo, el cambio para bien del kirchnerismo me parece muchísimo más real y más interesante que una supuesta continuidad que pareciera ser más de plomo que de hierro, o sea más pesada y bastante más berreta.
«No somos tibios. Decimos lo que vamos a hacer y lo hacemos.» Okay, pero el kirchnerismo también hace cosas que no dice, y dice cosas que no hace. En ese sentido, todavía esperamos una reforma tributaria real que grave la renta financiera. Y todavía aplaudimos cosas que entraron por la ventana, sin ningún sentido de prioridades.
«No renunciamos» parece ser una manifestación espontánea de gobernabilidad. Un mensaje que no agrega mucho a la discusión que abre una elección de medio término.
«No dejamos nuestras convicciones». Mucho mejor entonces. Si las hubieran dejado tampoco estarían avisándonos.
«Propusimos un sueño. Tenemos una realidad». Aunque debería inferirse una cosa de la otra, pareciera que ambas cosas están separadas aunque vayan juntas en una misma oración. Así es como ese sueño difuso podría ser diferente a la realidad actual. Este slogan, al igual que los anteriores, podrían ser usados en cualquier circunstancia por cualquier candidato con idéntica efectividad.
Por último, el premio de la velada se lo lleva la oración sin verbo ni predicado, el sujeto solito de la nada dialéctica. Un sujeto colectivo, pero vacío de toda propuesta, con una carga simbólica relativa. Como slogan de campaña, una cagada. «Todos y todas», cuando difícilmente se consiga una elección mayor al 40%, es un canto al desatino.
Todos los slogans de campaña parecen haber sido pensados por los equipos de comunicación de La Cámpora. ¿Fue así? Más que al elector adverso, el ciudadano de a pie con pensamiento crítico, estos slogans parecen interpelar al candidato opositor, aunque también sirven de mantra autodirigido para militantes fanatizados.
Estos slogans son, en mi humildísima opinión, una colección de errores sólo comparable al «Cristina, Cobos y vos», de 2007. Antes de que digan que no hay slogan que me venga bien, déjenme decirles que sí los hay, sólo que no son estos. El hecho de que banque esta gestión y la defienda de sus más rabiosos atacantes no significa que deba resignarme a malos candidatos y peores campañas.
—
Publicado por Nahuel Coca para NC el 7/12/2013 06:35:00 p.m.