Tengo el placer de ofrecerles el texto de la ponencia de José Luis (no la leyó, claro, la dijo de corrido) en Sevilla, a fines de marzo de 1999 (lo recuerdo muy bien no sólo porque estaba allí con él sino también porque el 24 de marzo cumplo años, y ese 24 de marzo en especial creo recordar que se lanzó la orden de captura internacional contra Pinochet y comenzó la guerrra de tupacamarización de la Federación Yugoeslava). Creo que en ella está entero José Luis. Que les aproveche.
Hoy a la noche, en la tradicional cena de la Agrupación Ohesterheld, lo homenajearemos.
«Creo en la paz sin Fuerzas Armadas»
Por (el capitán) José Luis D’Andrea Mohr*
Ponencia de las Jornadas de Debate y Reflexión:»Fuerzas Armadas y Derechos Humanos: ¿Es posible alcanzar el equilibrio?» (Sevilla, 22 al 24 de Marzo, 1999)
Gracias a la Universidad Pablo de Olavide por invitarme, y a la asociación «Al Sur del Sur» por la iniciativa. Quiero hacer una advertencia que me parece importante: yo fui retirado del ejército en 1976, no por razones políticas sino por negarme a declarar en un Sumario en el que debía hablar de la vida privada –muy privada, sexual– de mujeres y hombres acusados en ese Sumario a causa de informaciones de la Inteligencia Militar, siempre tan preocupada por cuestiones tan preocupantes como las aventuras en la cama de las demás personas. Me negué, fui sometido a un Tribunal de Honor, al que acusé de inmiscuirse en la vida de los demás en contra de lo que su fundador, el General San Martín, sostenía sobre lo que podía hablarse y lo que no debía hablarse –por ejemplo, sobre mujeres en las mesas de casino–, pero, entre el sable de San Martín y la réplica que llegó, en forma de Videla, hay, nada más y nada menos que una diferencia: la dignidad. Eso fue en el 76.
Días después de estas cuestiones, se produce el golpe, y fui convocado a participar en un «grupo de tareas» que tenía clara misión de «detectar, detener, interrogar y, eventualmente, eliminar blancos» –blancos eran personas–. Me negué de manera violenta, con armas. El que dirigía el operativo de reclutamiento era un fláccido Coronel de Inteligencia –ustedes dirán que con la «inteligencia» tengo algo especial: lo tengo, sí, odio–. Y nadie me molestó nunca más. Digo esto para aquellos que hablan de haber tenido que «cumplir compulsivamente órdenes indignas»: las órdenes indignas se cumplen compulsivamente cuando uno está mal formado o es un indigno. Un militar que un día juró defender la Patria hasta perder la vida –y no sé cuánto más–, y, ante el susto de perder la propia, se dedica a hacer perder las de sus compatriotas, es un traidor; y, el ejército de mi país, adolece de un enorme defecto aún hoy: tiene dentro de sus filas gran cantidad de traidores, fácticos unos, y, por no denunciar y despegarse, otros; y, naturalmente, también hay señores honorables.
Tiempo después, cuando los militares sacaron su ley de autoamnistía -yo ya hacía periodismo-, escribí en contra de ella, como una ley hecha sólo por felones. Seguramente no entendieron el significado de la palabra «felones», y me hicieron otro Tribunal de Honor.
Dicho sea de paso, en mi país, los Tribunales de Honor militares han servido sólo para estas cosas, pero no para el «honor», porque, de lo contrario, no habría habido torturadores ni golpistas. Ese Tribunal de Honor me sancionó con una descalificación por «falta gravísima al honor», por haber sido desleal para con la Fuerza –la deslealtad consistía en haber denunciado lo que debía denunciarse–. Los traté de «cómplices de los bandidos en
retirada»: me pusieron una buena cantidad de días de arresto. Al salir publiqué mi apelación en una revista importante que era «El Periodista de Buenos Aires», dónde dije que «yo no hacía ningún descargo sino más cargos», y esto era ya tan insolente que terminó en un sumario de dos años, y en un Consejo de Guerra donde me destituyeron…
Y aquí viene la advertencia que les decía. Advertencia saludable -y digo «saludable» porque tiene que ver con la salud-: Mientras el juez de instrucción desarrollaba su interminable sumario, me envió a la Junta Superior de Reconocimiento Médico del Ejército, Gabinete de Psiquiatría, para que evaluaran mi estado mental. Después de dos días de revisión, me entregaron un sobre cerrado pero no me prescribieron tratamiento, y, seis meses después, cuando mi defensor lee el mamotreto que era el sumario para ejercer mi defensa, me entero que se había dictaminado que yo era «un psicópata, paranoico, inútil para todo servicio militar, disminuido en un cien por ciento para actividades militares y en un setenta por ciento para actividades civiles, con tendencia a desmejorar con los años».
Como de esto hace ya diez años, se lo advierto a ustedes antes de empezar mi ponencia, porque, con el 30 % que me quedó estoy aquí sentado, y no sé si yo debería, en lugar de una chaqueta azul, tener puesto un chaleco de fuerza. Pero con ese 30%, y a través de unos cuantos años, empecé a reconstruir, con lentitud al principio, desilusión cuando las leyes del Punto Final y Obediencia Debida e Indultos, pero siempre trabajando, la historia de lo que había ocurrido, pero la historia basada en vidas, muertes, desapariciones y desaparecedores, y así llegué al final.
MEMORIA DEBIDA (DE VIDA)
Días antes de venir aquí terminé este libro, que viene acompañado por un CD. En números, el libro tendrá 500 páginas, y reúne la historia de la violencia política moderna en la Argentina; la ideología devenida del extranjero, como la «Escuela de las Américas» -que no es lo más importante-; la propia ideología introducida a través de la Vicaría Castrense -que es espantosa-; y los desaparecidos, clasificados de uno en uno, pero solamente de aquellos de los que pude tener certeza del lugar y fecha del secuestro -en muchos casos, la referencia del Centro Clandestino de Detención donde estuvieron-, y sus datos y nacionalidades. Eso por un lado. En cuánto a la información militar, mediante la ayuda solidaria de algunos amigos que nos quedaron y que nos los proporcionaron, inventariamos los boletines confidenciales y secretos de pases, nombramientos y designaciones de personal de Inteligencia. Con todo ello, reconstruimos lo que pasó.
Pero es importante hacer una aclaración: Desde el 24 de marzo de 1976, el país estuvo gobernado por un Estatuto del Proceso de Reorganización de catorce artículos, que se puso por encima de la Constitución Nacional. En el primer artículo, se consagraba como «órgano supremo de la nación» a la Junta Militar. Esto indica que las responsabilidades de los hechos y omisiones, cometidos durante su ejercicio, son indivisibles e inseparables. Y no es mi opinión, sino la opinión del «Informe Rattenbach» elaborado cuando terminó el
conflicto Malvinas por dos almirantes, dos generales y dos brigadieres. Y lo digo porque la acusación que se hizo contra las Juntas Militares, en el Juicio que se llevó a cabo en Argentina, se hizo por «Fuerza» y no por «Junta»: si se hubiera hecho lo que ahora ya está aquí, que es la clasificación de los desaparecidos por lugar de secuestro, la asignación por zona, subzona y áreas, se habría tenido una completa acusación sin fallos pero de acusación por «Juntas». También se dijo que el país se había dividido en Tercios y eso fue en cuanto a las gobernaciones y ministerios.
La lucha antisubversiva se le encargó, desde el año 75, al Ejército, que tuvo la responsabilidad primaria en su ejecución: la prueba es que los Comandantes de Zonas, de las cinco en que se dividió el país, fueron Generales; los Comandantes de Subzonas fueron militares de Tierra (excepto en una que fue de Aeronáutica); y los Comandantes de Áreas -excepto cinco, de las 127 que había- fueron todos jefes del Ejército. De las Áreas dependieron los Centros Clandestinos de Detención. Cuando se acusa de distinta manera a Massera que a Videla, que a Agosti, se comete un error: ignorar que la Junta era el «órgano supremo de la nación», y la Comandancia en Jefe de las Fuerzas Armadas la ejerció la Junta, que usurpó la misión y atribución constitucional que tiene el Presidente de la Nación. Por esa razón, en el caso Videla, en el período en que fue sólo Presidente, y no miembro de la Junta, no tuvo la Comandancia de las Fuerza Armadas. Tampoco la tuvo Viola, cuando fue Presidente, y tampoco la tuvo Bignone: son las Juntas, ésa es la precisión.
De eso trata este libro «Memoria debida (de vida)», donde está desarrollado todo lo que podemos saber hoy del terrorismo de Estado, y que, además, la información que contiene está funcionando en un programa de ordenador que nos permite vincular todo con todo. Y «todo con todo» es una fecha con cuántos desaparecidos en esa fecha, quiénes son los culpables…Y el otro capítulo, grave y vigente, es el de los niños robados, las madres
embarazadas, desaparecidas y asesinadas: dónde y quiénes fueron los culpables…
Todo lo que estoy diciendo está denunciado en los siguientes juzgados: en el de Juzgado de San Isidro, juez Markevich, en el Juzgado Federal del juez Bagnasco en Buenos Aires, en el Juzgado de la jueza Servini de Cubría también en Buenos Aires y, desde el 18 de diciembre pasado, en la Audiencia Nacional española ante el juez Garzón.
Esto no es una simple denuncia periodística, es una denuncia penal, donde he puesto mi firma, inclusive, contra el doctor Kissinger por su participación en las matanzas en América Latina, tal y como ha sido admitido hace quince días por el propio Presidente Clinton, en los documentos secretos que abrió y presentó, y que en la Argentina han salido publicados en el diario Clarín. Esto no es ningún secreto.
LA ESCUELA DE LAS AMÉRICAS Y OTRAS ENSEÑANZAS
La «Escuela de las Américas» es la que, desde el año 1960, empezó a trabajar en Panamá para instruir militares americanos y de otros países –no sólo americanos–. Su implantación tuvo que ver con que, del año 60 en adelante, empezó a tener mucha fuerza una doctrina llamada Desarrollo y Seguridad, que lleva la firma -aunque no creo que sea el original- del señor MacNamara.
Desarrollo y Seguridad era la concepción norteamericana hacia el resto de América, dentro del conflicto Este-Oeste y de su propio enfrentamiento con la Unión Soviética. Esto hacía –y lo digo en líneas generales– que todo movimiento social latinoamericano que conllevara una alteración que desestabilizara la política conservadora podría ser visto como pro-comunista, o francamente comunista, o alterador del plan de «desarrollo» del capitalismo que rige hoy -liberalcapitalismo o neocapitalismo- y «seguridad» para ese proyecto -en modo alguno era seguridad para los habitantes de las naciones del Cono Sur-. Esta ideología se llevó, entre otras vías, por 140 Institutos de Enseñanza, militares y civiles, dentro del territorio de los Estados Unidos, y la «Escuela de las Américas», que llegaron a reunir algo más de 40.000 alumnos. Argentinos, por la Escuela de las Américas, pasaron algo más de 700. Y llama mucho la atención observar la gran cantidad de oficiales de Inteligencia que pasaron por la Escuela, para aprender la manera de observar, desde el punto de vista de la inteligencia militar, los movimientos contrainsurgentes. Pero también llama la atención la enorme cantidad de suboficiales de Ejército y Gendarmería que pasaron por la Escuela y recibieron el título de «Interrogadores». La pregunta es: ¿por qué suboficiales? Si uno supone que un interrogador es un individuo altamente especializado en preguntar, y, de las respuestas que obtiene, en armar el rompecabezas de lo que quiere saber, ¿por qué un suboficial y no un oficial?. Y la respuesta está en que, años después, los torturadores de los Centros Clandestinos de Detención fueron todos suboficiales, y esos que se instruyeron en la «Escuelas de las Américas» fueron profesores en nuestros países.
En 1948, la OEA decidió crear el Comité Consultivo de Defensa, pero jamás funcionó. Tenía la misión, sobre el papel, de armar la defensa de América contra agresiones externas. Tan inoperante órgano fue sustituido por la Junta Interamericana de Defensa (JID), dependiente tanto del Pentágono como del Departamento de Estado de los EEUU. Este sí funcionó. De ahí salían las recomendaciones hacia nuestros respectivos ejércitos. Pero, en los 60 también –y esta es la otra vía para las «recomendaciones»–, empiezan a funcionar las famosas Conferencias de Comandantes de Ejércitos Americanos, que se inician como una reunión informal para conocerse y estrechar vínculos, y para que los Estados Unidos tuvieran ocasión de mostrar qué tipo de armamento podían ofrecer al resto de las naciones –en qué condiciones de venta o préstamo, de inspección o no–; y, poco a poco, el copetín informal se transforma en reuniones anuales. En esas reuniones anuales venían incluidas las recomendaciones de la JID, en el sentido de que estábamos en guerra –y ésta es la maldición– en una guerra ideológica. Hay varias Conferencias de Ejércitos Americanos que merecería la pena mencionar pero me referiré a la del año 65, en la que el general Onganía –después presidente de facto de mi país– habla con total desparpajo -en la Argentina, a la sazón, había un gobierno constitucional y el Presidente Illía tenía prevista la restitución de la legalidad al peronismo, proscrito desde el año 55, proscripción que a mi entender es la madre de la violencia política moderna: la proscripción, no el peronismo.
Onganía habló del «derecho de las Fuerzas Armadas a intervenir contra los gobiernos que incumplieran la Constitución o no dieran satisfacción a las aspiraciones populares». Al año siguiente de esta Conferencia, dio el golpe de estado que entronizó la llamada «Revolución Argentina», cuya peor secuela para mi país fue la suspensión de toda idea diferente y la fuga de científicos, universitarios y profesores, en enorme cantidad, lo que ha devenido en el atraso intelectual que arrastramos aún hoy.
El mismo día en que en Chile triunfa en las urnas Salvador Allende, el presidente Nixon, en un ataque de ira -y está escrito en el libro «Mis Memorias» de Henri Kissinger (1979)-le ordena al director de la CIA que tome medidas para impedir la efectiva asunción de Allende. Así, se produce un intento de golpe de Estado descabellado de un general llamado Marambio, ¡Como sería de descabellado que la CIA lo reprueba! Y entonces dicen: «Ya que no se puede impedir la asunción provoquemos el derrumbe». Y se toman una serie de medidas de bloqueo económico de todos conocidas, y otra medida complementaria, gravísima, que fue la oferta de aviones F-4 a la Argentina, acompañada de un apoyo en el asunto del Beagle –un problema diplomático que manteníamos con los chilenos- para su solución bélica. Es decir, ¡en el plan de derrocamiento de Allende estaba incluido el ataque militar de la República Argentina a la República de Chile!…
Allende cae –dicho sea de paso– sentado en su despacho. Cae muerto, no se fuga. Y a partir de ese momento, se monta en Chile el «Plan Cóndor», que es la unión estratégica de las Inteligencias de todo el Cono Sur -Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay y Brasil- para impedir que cualquiera de estos países pudiera convertirse en refugio de los perseguidos políticos del otro. Y el Plan Cóndor, en este libro, está materializado en los nombres propios de personas, pertenecientes a cualquiera de los países mencionados, que están desaparecidos en la Argentina. Ese acuerdo se hizo en presencia de Henry Kissinguer, y en presencia del canciller argentino Almirante Guzetti –un hombre que después recibió un disparo en la cabeza que lo dejó un poco tonto– y sabemos la frase que pronunció en ese momento, que fue: «El terrorismo de derechas no existe, es un anticuerpo que una vez que vaya desapareciendo el terrorismo de izquierdas, también desaparecerá». Esta frase de Guzetti, que parece dicha después de recibir el tiro, la dijo antes, y quizá hasta se lo pegaron por eso…
El desarrollo de la Operación Cóndor, en Buenos Aires, tuvo una materialización de gran calado: En la Avenida Córdoba –una importante Avenida de Buenos Aires– funcionó desde el año 1976 una delegación del Banco Nacional de Chile; el gerente de esa sucursal era un señor muy educado llamado Orlando Mena. Era coronel del Ejército chileno y miembro de la DINA, y estaba bajo las órdenes del general Contreras Sepúlveda, después encarcelado por crímenes cometidos en Chile y fuera de allí. Con él trabajaban unos veinte empleados que no tenían aspecto de empleados bancarios, porque naturalmente no lo eran, y se dedicaban a cumplir con el Cóndor dentro de Buenos Aires o en otros lugares de la Argentina. Había también dos militares de Inteligencia argentinos que trabajaban con ellos dentro de la sucursal bancaria. Pero pasó algo que puede estar vinculado con la presión del fueron detenidos, encarcelados, y acusados de contrabando de divisas. Cuatro meses después de esta acusación, la cambian por la de espionaje, e ingresa preso, junto con ellos, el hijo de un Coronel argentino –también acusado de espionaje– que le robaba documentos a su padre y se los proporcionaba a estos chilenos –según pude saber, eran documentos de poca monta, francamente tontos, y el precio era de pocos dólares, pero hacía falta alguna razón para que cayera–. Bien, ¿Cómo termina esto? Cuando sube al poder el general Viola, en el 81, indulta a los chilenos, menos al argentino; y en Chile, Pinochet indulta a unos militares argentinos que meses antes habían sido detenidos acusados de espionaje –mientras estaban de vacaciones, de vacaciones auténticas– y ambos grupos de prisioneros son entregados en las respectivas nunciaturas.
No puedo, para terminar, dejar de decir algo: yo soy de los que creen que, en el Cono Sur de América, podríamos vivir sin Fuerzas Armadas. Pero no por lo que han hecho –no estoy hablando ahora de eso–, sino porque en este momento el gran dilema de esas Fuerzas Armadas es buscar un enemigo. Ya ese enemigo empieza a vislumbrarse como el narcotráfico, y el día que el enemigo sea el narcotráfico, tendremos otro plan Cóndor, otra doctrina de la Seguridad Nacional, y algún que otro plan impulsado desde el Norte, y nuevamente habrá que tomar las armas…
Yo creo que hay que apostar por lo que dijo Pablo VI: «Si queréis Paz, educad para la Paz». Y a la Paz no se la ayuda ni fabricando armas ni generando sus usuarios, porque los militares son como los consumidores a los supermercados: si no hubiera militares no habría fábricas de armas, si no hubiera fábricas de armas habría mucho más dinero para vivir en el desarrollo de la paz, y no en el desarrollo de la muerte y de estas barbaridades que nos reúnen hoy aquí, en Sevilla. Creo que esto se puede. Y recuerdo que Oscar Wilde dijo: «El progreso es la realización de la utopía» Creo en eso: Sin Fuerzas Armadas, Paz.
* JOSE LUIS D´ANDREA MORH. Ex-militar y miembro del Centro de Militares para la Democracia Argentina (CEMIDA) Autor de los libros de investigación «El escuadrón perdido», referente a los soldados conscriptos desaparecidos, y «Memoria Debida (de vida)», dónde reúne importante información sobre el terrorismo de estado en Argentina.