AMIA – BALTASAR GARZÓN. Acerca del uso del juez español por el sionismo encubridor

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Como ya no tengo abuelas, recuerdo a los lectores que el primer vínculo del juez Baltasar Garzón con la causa AMIA fue la denuncia que presenté en su juzgado madrileño a fines de 1997. La actual utilización política del juez español por los sionistas da vergüenza ajena.

Entonces denuncié ante Garzón que al atentado de la AMIA estaban vinculados Monzer al Kassar y una banda integrada por policías federales y ex policías federales cuyos orígenes se encontraban en el Grupo de Tareas que durante la dictadura tuvo por sede de actuación la Superintendencia de Seguridad Federal (SSF), de Moreno 1417, y sus últimas estribaciones conocidas en la llamada «Banda de los comisarios», que había secuestrado a una serie de empresarios o familiares de empresarios, casi siempre judíos, y que en algunas ocasiones los había asesinado.

 

Ese fue el primer vínculo de Garzón con la causa AMIA. De aquella denuncia, hubo un despacho del entonces corresponsal de La Nación en Madrid, Fernando Mas, que no sé por qué me rebautizó como «Salinas López» (el apellido de mi madre, tal como consta en mis documentos españoles, es Suárez).

Fue una presentación extensa, de 7.340 palabras, casi 45 mil caracteres que ocupó 13 carillas a un solo espacio. Contuvo numerosos nombres propios, la mayoría de los cuales ya los había dado en mi comparecencia ante la Comisión Bicameral de Seguimiento de las Investigaciones de los atentados, exposición que se centró en el protagonismo en los prolegómenos del atentado de un íntimo colaborador del presidente Menem, su médico Alejandro 2Alito» Tfeli. Por desgracia, a aquella sesión secreta no asistió CFK, que era miembro de la Comisión.

Releyendo esa presentación, encuentro ahora algunas párrafos que en estos 13 años transcurridos han adquirido nuevas resonancias. Por ejemplo, éstos:

«Una conexión entre ambos(Monzer al Kassar y Alfredo Yabrán) quedó a la vista a través de Hugo Franco (a) El Ratón, que además de ser subsecretario de Seguridad cuando se produjo el atentado a la AMIA, era el principal nexo entre el arzobispado de Córdoba y el todavía muy poco conocido Señor Yabrán.

(…) Al cometerse el atentado a la AMIA, Hugo Franco sostuvo en diálogo con los periodistas Roman lejtman y Ernesto Tenembaum que los mayores sospechosos eran… extremistas judíos.

(…) Luego de renunciar a la subsecretaria de Seguridad, Hugo Franco fue designado por el Presidente Menem interventor en la Director General de Migraciones, cargo que continúa desempeñando. En los casi tres y medio años que lleva al frente de Migraciones, la acción más comentada de Franco es haber ordenado destruir todas las fichas de entrada y salida de extranjeros hasta 1995…

El motivo por el que acudí a Garzón (a quien previamente le había dedicado mi libro AMIA, El Atentado. Quienes son los autores y por qué no están presos) era y es obvio, ya entonces estaba claro que el atentado no se investigaría, y que si se lo hiciera, tal como advirtió tempranamente Rogelio García Lupo, enseguida se toparía con familiares del entonces presidente.Y, sobre todo, porque Garzón se había atrevido a en 1992 a detener a Monzer al Kassar, quien era para mi el instigador no sólo del atentado a la AMIA sino también de su antecesor, perpetrado en marzo de aquél año contra la Embajada de Israel en Buenos Aires.

Al Kassar estuvo preso la mayor parte del tiempo pasado entre el atentado a la Embajada de Israel y el segundo, contra la AMIA. Garzón lo detuvo apenas aterrizó (junto su primo chileno y narcotraficante, Yalal Batich) en el aeropuerto internacional de Barajas y remitió a ambos a la cárcel de máxima seguridad de Alcalá de Henares. Por falta de información suficiente, liberó a Batich, pero acusó a Al Kassar de «colaboración con banda armada, tenencia ilícita de armas, asesinato frustrado, falsificación de documentos públicos, tráfico de autos robados y contrabando de metales y piedras preciosas».

Para Garzón, Al Kassar estaba íntimamente relacionado no sólo con el secuestro del transatlántico Achille Lauro (octubre de 1985), sino también antes, en Madrid y en 1984, con el  intento de asesinato del palestino Elías Awad, y en abril de 1985  con el atentado contra el restaurante madrileño El Descanso (18 muertos). Además, había encontrado en los garages de su residencia de Puerto Banús, Marbella, más de veinte automóviles de lujo robados.

Sin embargo, la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional dictaminó que Garzón no era competente para instruir los tres casos en un mismo sumario.

«Me cortaron la causa en filetes», me comentó Garzón cuando hice mi presentación. La causa por el robo de aquellos autos, por ejemplo, la tramitó la hipercorrupta justicia de Marbella (a la que me referí extensamente en en Narcos, banqueros & criminales) que lo absolvió.

Así las cosas,  Garzón terminó procesando a Al Kassar solamente por el secuestro del Achille Lauro, enviándolo a prisión preventiva durante más de un año, de donde salió en marzo de 1995 tras pagar una fianza de 2.000 millones de pesetas.

En el ínterin, uno de los principales testigos contra él se había suicidado tirándose de cabeza desde una azotea, otro se había desdicho y a un tercero, acaso el más importante, otro narco sirio, Mustafá Nasini, una banda de sicarios colombianos le secuestró a sus hijos adolescentes. Los GEO los rescataron, pero Nasini declaró apichonado. Tiempo después, sería asesinado al salir de su casa de un solo, certero disparo en la cabeza.

Volvamos al presente. Acosado por el perdurable neofranquismo español, necesitado de apoyo internacional, Garzón recaló en Buenos Aires y habló en el acto central de recordación del atentado a la AMIA. No se trata tanto de lo que dijo (¿quien puede estar en desacuerdo con frases como «La democracia es incompatible con la impunidad” o «Una justicia tardía no es justicia”?) sino con el contexto.

Porque los actos recordatorios hace rato que se han desentendido de individualizar y perseguir a los autores materiales del ataque a la mutual hebrea y no persiguen más objetivo que demonizar a Irán, país contra el que no existe la menor prueba de que haya participado en el mismo.

Garzón, con las Madres.

 

 

Pruebas al canto. Luego de Garzón hablo la hermana de uno de los muertos que dijo que Irán «financia y sostiene el terrorismo (…) amenaza con borrar a Israel del planeta (…) y se arma con el consentimiento de Rusia y Brasil, país hermano cada vez más lejano» y que esos tres países «se dan la mano con Venezuela que (…) nos da la espalda apañando a un Estado que sembró la muerte y el odio en el país».

Por supuesto, la vocera sionista no hizo la menor referencia al atentado suicida que horas antes había matado a una treintena de iraníes partidarios del gobierno en una mezquita de la ciudad de Zahedan (reivindicado por extremistas sunnitas pero muy probablemente aventado por el Mossad y/o la CIA), ni a los planes de Israel y Estados Unidos de atacar a Irán con misiles nucleares.

Los cálculos más conservadores indican Israel tiene al menos 250 cabezas. En total, las potencias nucleares tienen 20.000 armas nucleares. Irán no tiene ninguna, y se sabe que en el caso de que pretenda tenerlas, tardará más o menos una década hasta tener la primera.

Y Brasil, lejos de proteger a Irán, al igual que China no se opuso a las sanciones propuestas por Estados Unidos e Israel en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, dejando el camino expédito para el inicio de la guerra.

La frutilla del acto la puso Sergio Borger, el presidente ortodoxo de la AMIA. «¿Hasta cuando el mundo mantendrá relaciones comerciales con Irán, permitiendo su penetración», dijo, dejando al descubierto cuál es la madre del borrego.

Acto seguido, Borguer se victimizó al recordar que su madre tiene tatuado en el brazo el número con que la identificaban sus guardias en el campo de concentración nazi, régimen que Israel cada vez imita con mayor énfasis.

Hasta el punto de que cuando el lector lea estas líneas probablemente su Gobierno haya aprobado una propuesta que apenas suaviza la presentada originalmente por el canciller Avigdor Lieberman, un racista extremo de origen ruso: que para ser ciudadano/a israelí ya no alcance con jurar «lealtad al Estado de Israel», sino que haya que jurar lealtad «al Estado judío y democrático»… siendo como es que al menos el 20 por ciento de la población de Israel es palestina.

«Es otro paso en la dirección de expulsar a todos los árabes de Israel», dijo el el ex diputado, periodista y dirigente pacifista Uri Avnery.

Efectivamente, es otro paso en dirección a la paradójica reivindicación de quien con más énfasis postuló la segregación de las razas y la expulsión de los semitas, Adolf Hitler.

Hay un hilo connductor entre alemanes nazis e israelitas ultrasionistas. Algo que ya vio con mucha claridad hace cuarenta años un sobreviviente de Auschwitz, Edgar Hilsenrath, autor de la extraordinaria novela El nazi y el peluquero, que publicó entre nosotros Sudamericana sin hacerle la menor publicidad en el aciago 2002.

Y ese hilo conductor es el racismo.

 


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