DE VIDA O MUERTE. Estamos en guerra y de nada vale que nos hagamos los otarios

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A pesar de mi fobias por quienes escriben en neutro («lxs»), juzgo muy interesante esta nota. Nos han declarado la guerra y de nada sirve hacerse el otario: Esta vez si, estamos en la madre de todas las batallas. Y es una guerra a muerte.


Artepolítica
Llegó el momento previsto, por mucha gente esperado. La guerra lleva sus años y se siente en todas las espaldas. Las fuerzas del capital han logrado penetrar profundo en territorio populista, acechando sus principales bastiones, amenazando con la victoria total, festejando por adelantado para mantener caliente a su emocional platea. Pero, a la vez, están en realidad alertas, conscientes que, lejos de tenerla ganada, se enfrentan con un caso difícil. Desde la lejana victoria populista del 54%, se ha intensificado sin prisa pero sin pausa la escalada de quienes, disponiendo de muchos recursos de poder, se oponen y se opondrán a la dirección, al modelo, a las políticas, al “relato” elegido por el gobierno argentino desde 2003. El capital anda con viento a favor, y viene por más.

De hecho, una dékada después del inesperado inicio de la anomalía populista, el verano 2013-2014 presenta todas las características de una temporada estival de esas que, por traumáticas, nada extrañábamos. Con una manito del calentamiento global, quienes manejan los precios y los medios (más alguna importante ayuda de nuestro lado) lograron generar algo mucho mayor a una sensación de caos. Algo más bien parecido al infierno, de hecho. El caos: ese feo momento que tan bien conocemos en Argentina, y que tan bien sabe generar la gente de, por y para el poder.

En efecto, años de planificación y de inteligente lento accionar hacen parecer desconectados e inocentes los lejanos movimientos disparadores del desorden social. Décadas, o más bien siglos, de exitosa experiencia los lleva a siempre perfeccionar un poco más sus técnicas de dominación. Pero con el tiempo todo llega: el caos, en nuestras tierras, en este comienzo de verano, existe. Llevó tiempo llegar a la batalla en curso. Y esta batalla –cuyo inicio más o menos coincidió con el treintavo aniversario de la querida democracia- tiene toda la pinta de ser definitiva. Quien pierda ahora, pierde todo, o al menos mucho.

Las fuerzas del capital, es decir las conservadoras y las liberales, sienten que el más exitoso experimento populista desde que tuvieron que tirar bombas en la Plaza está al borde de la caída estrepitosa por la que tan hábil y tenazmente han trabajado durante largos años. Y encima, no falta quién, desde el otro lado -desde este lado-, manda avisos de que hay que seguir a los muchos que ya saltaron el charco. O sea: dicen, nos dicen, que ahora hay que dejarse de joder, y dejar -como tantas veces dejaron antes gobiernos argentinos y latinoamericanos- que los grandes capitales vuelvan a definir la política económica.

Pero un pequeño detalle que las personas con más poder, y sus plumas en los grandes medios, tienden a olvidar es que, aunque quieran, aunque insistan con tapar el Sol con la mano, y se digan mil veces que esto ya está resuelto, y que aseguren diariamente que cualquier posibilidad de recuperación populista es una no-verdad, una ingenua ilusión pasajera, un sueño intoxicado, por más que digan eso y más, en realidad, somos muchxs -muchxs de verdad- lxs que seguimos cinchando desde en el bando peronista-kirchnerista. Y estamos dispuestos a aguantar. A seguir aguantando. Y a seguir aguantando de múltiples maneras. Por ejemplo, discutiendo de plata. Y ahora que ya se formalizó la tan anunciada y deseada y hábilmente provocada devaluación,  proponemos, más precisamente, debatir de precios, en pesos. Y de salarios. También en pesos.

He aquí un importante factor que algunos en el capital bien saben, pero bien se cuidan de avisarles a sus siempre locuaces periodistas-estrellas. El detalle es que el bando populista – lxs estatistas (de mercado) y lxs distribucionistas- nos paramos ahora, luego de meses en extremo aciagos, con bastante más experiencia que hace no tanto tiempo atrás. Y con mejor relación reservas/base monetaria. Y esto dicho sin negar ni olvidar que los últimos rounds los vienen ganando los que manejan la plata y los medios, esos que tanto quieren un estado chico -bien chico, digamos diez puntos menos del PBI, como era antes. Y que han logrado convencer a parte importante de la población que, otra vez, la culpa es de los políticos. Que son tan ineficientes, y tan corruptos. Y tan estatistas.

Lo que seguirá en la política nacional en las próximas semanas definirá el curso de esta larga guerra. Hay que seguirla con atención, día a día. Y conviene entonces repasar brevemente como la argentinidad llegó, como varias veces antes, hasta acá.

El conflicto sin vuelta atrás comenzó en 2007, con la elección de CFK, o sea la reelección kirchnerista. Hasta entonces y desde 2003 hubo, como sabemos, pujas y tensiones varias, pero el capital todavía elegía -en aquellos inocentes tiempos- ilusionarse con una pronta y más o menos limpia derrota K –o alternativamente, y casi igual de útil, con su transformación en una moderada y civilizada socialdemocracia frenteamplista, a la uruguaya.

Pero no sólo esas modestas previsiones del capital se vieron frustradas, sino que poco a poco, y con estratégica habilidad, el generalato pingüinero fue mostrando que lo suyo no es hacer la plancha, y que ya que está en el gobierno, le gusta avanzar, siempre, un paso más.  Y así fue que por parte de los grandes ganadores de dinero del país lo primero que siguió a esta revelación -a esta verdadera mala noticia-, fue el inicio de una por momentos lenta, pero casi siempre continua, y siempre masiva fuga de capitales.

Poco después, a principios de 2008, el kirchnerismo tuvo la insólita idea de querer cobrar impuestos de verdad al variado, pujante, a veces creativo, y casi siempre creído sector pampahumedístico -el querido y admirado campo argentino, y lo decimos de verdad, y a pesar de tanto. Y por más que incontables plumas de los grandes medios -y de la neurótica “izquierda” no peronista- quieran ignorarlo o negarlo, el hecho es que la 125 fue el gran evento divisorio de aguas de estos tiempos, el hecho que dio origen al proceso macropolítico en el que vivimos, y que es tan difícil predecir como evolucionará. La 125 le hizo ver al capital local y extranjero que, en la Argentina, los populistas, otra vez, venían en serio. Y le mostró, o más bien le terminó de mostrar, a un pueblo con genes irremediablemente distribucionistas, que algo de verdad se movía, finalmente, otra vez, después de tanto tiempo, en el sillón de Perón.

Y así fue que, hace ya más de cinco años, quienes de verdad mueven plata en nuestra patria determinaron el inicio de las alzas continuas de precios. Hablamos de la capacidad de acción de muy pocas personas, de agentes muy precisos: las grandes empresas, pero las grandes de verdad, las que pertenecen a los ricos de verdad, las proveedoras de todo, es decir las -por suerte cada vez más famosas- formadoras de precios. Y la clave es comprender que estos incrementos continuos de los precios basales de la economía –que es el proceso disparador real, concreto, preciso, y poco conocido de la “inflación” (ese fenómeno que tanto les gusta a sus “periodistas” mencionar así, como si fuera una fuerza de Dios)- no se explican por razones monetarias y/o de mercado, como les gusta mentir -perdón, como les gusta insistir a los “economistas” que viven de los altos sueldos del capital. Es decir: las razones del disparo inicial de la inflación son de naturaleza política. O sea: aumentan porque se les canta.

Para ser más claros: la fuga de capitales y los procesos inflacionarios son dos de las patas del trípode de destrucción masiva que usan las elites mundiales cada vez que se encuentran con  gobiernos con aspiraciones distributivas (la tercer pata es, por supuesto, el sistema mediático, al que ya volveremos). Para ser aun más claros: el trípode se pone en acción cuando las elites -siempre algo sorprendidas con el atrevimiento de las desafortunadas almas inferiores – se cruzan con gobiernos con pretensiones no sólo de incrementar la participación del estado en la economía sino que también –e igual o aun más inaceptable para quienes manejan el dinero grande- con aspiraciones de introducir regulaciones de verdad al uso del capital excedente. Entonces, con algo de desdén y mucha violencia -verbal y de la otra- las elites responden, acá y en todo lugar dónde se ejecute similar intento, atacando con admirable constancia, y desde todo flanco. Y, concretamente, lo que dicen, en diversos idiomas, y a través de los más conocidos y poderosos medios de comunicación de este pequeño mundo (esos que la gente que los lee se cree inteligente), es algo así: “ustedes, populistas, hagan lo que quieran, suban impuestos, regulen, legislen, incluso anuncien la revolución… igual, la plata es fácil llevársela, y nos llevaremos hasta el ultimo peso que podamos. Ah: y olvídense que invirtamos más que lo indispensable, es decir más que las pocas monedas que tenemos que invertir para mantener firmes nuestros oligopolios”. Entonces, atención: invierten sólo y solamente lo estrictamente básico para poder seguir saqueando. ¿Innovación, investigación? Olvidáte, eso no es para las colonias. Y ni debería ser necesario tener que aclararlo.

Y esto es lo que de hecho hizo, la gente de mucha plata, aunque suene exagerado. La fuga de capitales nos debilitó seriamente los fondos ahorrados en el Banco Central (BC), especialmente durante la recuperación económica de 2003-2007. Recordemos que el BC es el que transforma en fugable rúcula los tantos pesos excedentes de los grandes capitalistas (así como permite el comercio exterior y canaliza los excedentes de la clase media que se van a ahorro).  Y, por si hace falta, agregamos: otros sesenta mil palos o más los perdimos por pago de deuda contraída en décadas anteriores, en particular desde que se liberó el recordado combate, también veraniego, y ojo que fue sólo para lo obvio, es decir para para poder utilizar el chanchito del BC para pagos de deuda, es decir no sólo para financiar el cambio a dólares de las múltiples ganancias de las multis, esas empresas que hacen tan ricas a tan pocas personas.

Y olvidar esto, gente, es olvidar que distinto sería todo si pudiéramos haber guardado o en parte gastado esos sesenta mil palos. Por empezar, no habría corrida contra el peso, no habría dólar blue, no habría cepo. Y sin embargo, ¿por qué lo olvidamos? Porque “olvidar” este factor esencial de nuestra política económica es parte clave de la función de dominación social de los grandes medios, los que financia el capital. Por eso, salvo unxs pocxs nerds u obses o zurdxs, nadie es demasiado consciente de cuánto pagamos. Porque lo invisibilizan o, como mucho, lo distorsionan en su naturaleza y en su alta importancia. Y olvidar cuánto pagamos de deuda, y dónde y cuándo y cómo se originó esa deuda, es hacer política en broma. Una costosísima broma.  Para nosotrxs y para las futuras generaciones. (Y, ya que estamos: un sentido gracias de parte de las ex futuras generaciones a quienes nos endeudaron hasta la médula).

Por su parte, la inflación genera un exceso de pesos –fruto del aumento nominal de salarios (es decir en cantidad, pero no real en poder de compra). Es importante comprender que los salarios suben porque antes subieron los precios base, los que manejan las multis. Es decir (y atenti, porque esto no te lo van a contar en el Cronista): la famosa puja distributiva la inician las formadoras de precios. Ellas inician la disparada y luego simplemente confían en la irracionalidad colectiva, tan mágicamente argenta, de creer que tu sueldo puede aumentar un 25% real al año. Así, suben en general los salarios nominales en pesos, crece el excedente de pesos –los que no van a consumo ni inversión sino a ahorro- y luego se van derecho al dólar.

Como sabemos, cuando la gente compra dólares, en un sistema sin cepo, es porque se los está vendiendo, en última instancia, el BC. Entonces, y para ir comprendiendo como trabajan las elites: juntás a ambos fenómenos –la fuga del gran dinero y el aumento sostenido de los precios base que manejan las muy pocas y más grandes empresas- y, con el tiempo, como el BC se va quedando sin dólares, o caés en el endeudamiento, es decir le pedís plata a ellos (como sucedió durante el menemismo y la dictadura, por ejemplo) o, si elegís no endeudarte, como intentó bastante bien el kirchnerismo, no te queda otra que caer en el cepo cambiario, es decir en el límite para comprar dólares, que acá en Argentina implementamos en lo que resultó ser un olvidable día de 2012. He aquí, estimadxs, la famosa “restricción externa” que tantos problemas nos genera.

Y entonces sucede algo importante, algo con efectos políticos. De la fuga de capitales se enteran sólo los ricos y los nerds de la economía. Pero de la inflación nos enteramos todxs. Y del límite a la compra de dólares se enteran hasta los parientes ya fallecidos. Y así, y como dura, reciente y merecidamente aprendió el bando populista, podés perder casi 25 puntos de votos en sólo dos años. Un desastre.

Es importante comprender bien que cuando creás un cepo se crea de inmediato demanda para un dólar que ya no te lo vende el BC, sino los privados. Y ahí sí: el capital y sus grandes medios te mueven su cotización con harta facilidad, siempre hacia arriba -es decir nuestra moneda hacia abajo. Porque, he aquí el punto central, el que hay que retener: lo que no quieren son nuestros pesos. Quieren dólares para llevarlos a las tantas guaridas fiscales que ni Washington ni Londres ni nadie con poder realmente combate –aunque, curiosamente, se trata de estados débiles, sin armas casi. Y así, urbi et orbi, y a través de su autoalimentadamente poderoso sistema de medios “prestigiosos” (el New York Times, ponéle[1]), declaran que el peso argentino no sirve (es junk, basura, te dicen, infinitamente, sus infinitos opinadores).

Y así es como funciona, gente, la guerra entre las elites y los estados -al menos desde que se esparció entre las desunidas masas del mundo el meme marxista. “Ante todo, despreciás su moneda”, dicen sus manuales, que te hacen leer en la facultad. Y así aprendés, de chicx, cómo se domina a los demás. Suena exagerado, pero funciona exactamente así.

Porque como decía Guillermo Moreno hace poco, el valor del dólar es el único precio que importa en la Argentina. Es clave entender esto para entender todo el modelo. Al volverse de a poco cada vez más caro el dólar, la inflación cesa de ser un accionar dirigido por las elites oligopólicas para convertirse en un masivo y racional acto de protección del capital por parte de millones de individuos que tienen pequeños excedentes. Y atención, porque en ese momento y bajo esa situación –o sea cuando el pueblo, el 99%, comienza a caminar primero, para luego correr al dólar- es que finalmente el famoso “la emisión causa inflación” se hace cierto.

O sea: no entender que la corrida al dólar la crean las elites, es no entender la irrelevancia y falsedad de suponer que la emisión causa directamente inflación. Hay múltiples ejemplos de países que emiten o emitieron muchísimo más que el estado argentino, pero no tienen inflación. La diferencia es que sus pueblos no huyen de su moneda. Y esto es porque no son pueblos dominados. No son dominados mentalmente.

Pero lo de “mentalmente”, sabemos, suele sonar a cháchara. Entonces, ¿qué quiere decir no estar dominados, pero traducido a verdes? Significa que la mayor parte de las rentas generadas –la riqueza de la tierra y del mar, y la riqueza producto del trabajo del pueblo- queda en sus países. Y estas riquezas, a su vez, –y atenti que esto Clarínlanación te lo va a contar al revés- son repartidas internamente con criterios más altruistas. Pero no por buenxs que son, sino porque les conviene. Conviene para tener paz social y para tener un mercado interno robusto, ergo una industria fuerte. Y eso es exactamente una sociedad que, hasta donde la condición humana permite, mas o menos funciona. Y que no está dominada, o al menos no brutalmente dominada (y por si alguien no está al tanto: esas naciones son muy pocas).

Entonces: al quedar la mayoría de las riquezas en casa, el BC no se vacía de dólares -al contrario, se llena. Entonces, el estado no necesita contraer deuda, ni poner un cepo. Además, no bajaría el peso. Entonces, y además de que sería barato viajar a Europa, la gente ahorraría en pesos. Luego, el estado puede seguir emitiendo racionalmente (como en realidad lo hace el estado argentino), pero sin inflación.

En esto estamos. Sólo el accionar valiente del estado puede generar las condiciones para continuar el crecimiento y mejorar la equidad sin inflación. Pero, hasta ahora y cómo sabemos, la estrategia de fuga de capitales e inflacionaria implementada por el capital ha dado notables éxitos, y en escasos cinco años de continuo accionar. Y así tuvimos que ir aceptando retroceder, llevando al final el dólar a ocho, que en realidad es nueve sesenta. Es decir, nuestra moneda menos de la mitad que al comienzo del conflicto. En poco tiempo se perdió mucho de lo ganado en la década pasada.

Y ahora, con el peso ya devaluado, con la presión del blue que no se extingue ni se extinguirá a la brevedad, con las multis y sus medios que gritan inflación con todo pero todo su poder de fuego -y si sos tan cipayo, anunciás incluso cosas peores– llegamos así al momento clave. Y si bien se escucha algún lamentablemente sensato pronóstico de una larga, muy dura batalla, es evidente que el gran dinero se siente ganador. Sus medios no quieren o no pueden o no saben ocultar que están en estos días tomando fuerza, charlando en la playa, para decirse, y para dentro de poco decirnos: bueno, ahora sí, vamos por todo. Vamos por el definitivo golpe (inflacionario).

Pero si por alguna razón las cosas les salen mal, y el populismo sale, otra vez, y como en 2008 y 2009, victorioso, es importante tener en cuenta por qué esto sucederá. Que sería, exactamente, esto: lo esencial es evitar, en el resto de este verano, pero también en el otoño, y también en el invierno y la primavera de 2014, y también en las estaciones que sigan por varios años más, los aumentos de precios post-devaluatorios, y el desabastecimiento de productos. Que son los dos principales cañones que tienen y van a querer usar una y otra vez.  Más veces de lo que da siquiera ganas de pensar.

Va a ser, de hecho es, bien duro. Y venimos de perder, en estos años y ayer nomás también, este mismo combate, el de los aumentos de precios. Y es cierto: vista la historia, luce imposible ganarles. Tantas veces populismos peronistas o radicales han intentado congelar precios, para poco después tener que entregar las armas. Y además, hay tantos frentes más, incontables realmente, varios de los cuales están flojos por nuestra propia responsabilidad. Un ejemplo, uno particularmente importante, es si sabremos aprender colectivamente que los aumentos salariales ilógicos existen sólo porque son nominales, duran sólo unos años, y luego llevan al proceso inflacionario que mata al poder adquisitivo real. Vivir con un poquito de inflación es un truco con el que nos hipnotizan. Hay que ganarle la puja distributiva al capital con inflación bien baja.

Pero bueno. Para cerrar queremos decir algo que a (algunxs de) ustedes los hará reír, pero lo decimos igual. Se va siguiendo la cosa, se va comprendiendo de a poco lo difícil que es todo, lo difícil que es estar en la cima del estado. Pero se está mas o menos tranca, porque, después de una década, mas o menos bien se saben ya al menos dos cosas. Una, que tenemos a gente confiable, a Cristina, a Axel, al Coqui y a tantxs más, al comando del aguante. Y dos, está quien dice que lxs argentinxs aprendimos bastante desde la victoria del 54%, que, hay que reconocerlo, nos achanchó un poco. Pero bueno. En todo caso, los partidos van y vienen. Y, cómo es sabido, el partido no termina hasta que chifla el referí.


[1] Fijáte en esa editorial del NYT, de estos días. Nos dicen que nos equivocamos en: 1) aumentar la inversión pública; 2) negociar fuerte con los grupos económicos; 3) nacionalizar empresas estratégicas. Es decir, nos dicen que nos equivocamos en no aceptar ser una colonia, un territorio de saqueo. Atención entonces para quienes aun creen que el NYT y tantos más son sólo algo más que un poco mejor elaboradas expresiones de la derecha.

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