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Del negro al rojo -2. Curzio Malaparte

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Curzio Malaparte


Técnica del golpe de Estado

Nota biográfica (de Teodoro Boot)

«Napoleón se llamaba Buonaparte y terminó mal. Yo me llamo Malaparte y terminaré bien», explicó Kurt Suckert a un sorprendido Benito Mussolini.

Kurt Erich Suckert fue en verdad, un tipo raro, al menos para los usos actuales. Hijo de padre alemán y madre lombarda, se crió en un hogar de humildes campesinos de Toscana en el que se mantenía viva la tradición popular del republicanismo garibaldino.
Siempre Kurt Suckert, estudió en el Collegio Cicognini y en la Universidad de la Sapienza, en Roma. También para los registros del ejército, el casi adolescente que combatió en la primera guerra llegando a capitán en el 5to regimiento alpino fue Stuckert: Curzio nacería después, en 1922, con la novela La rivolta dei santi.


A Curzio, una obvia deformación de su nombre de pila, lo acompañaría Malaparte, «el del mal lugar».


Antes, había ingresado al servicio diplomático, lo que le permitió participar de la conferencia de paz de Versalles y ser testigo presencial de la guerra ruso-polaca como miembro de la legación italiana. De regreso a su país, en 1922 se afilió al Partido Nacional Fascista atraído por la figura de Mussolini, participó de la marcha sobre Roma y en 1924 fundó el periódico La Conquista dello Stato, donde publicó violentos ensayos de inocultable inspiración nietzscheana – La Italia bárbara, Las bodas de los eunucos, Italia contra Europa– transformándose en uno de los más importantes –y díscolos, especialmente– intelectuales del fascismo.


Cofundador de la revista 900, editor de Fiera Letteraria y de La Stampa, fue administrador del órgano fascista Voce, donde entró en frecuentes conflictos con los dirigentes del partido: Malaparte había comenzado a alejarse del fascismo debido a lo que consideraba su giro conservador y reaccionario. A raíz del Tratado de Letrán, mediante el cual Italia concedía al papado la completa soberanía de la ciudad del Vaticano, publicó un libelo titulado Don Camaleón, en el que criticaba directamente a Mussolini. 


Luego de una gira por el extranjero en carácter de corresponsal, rompió ruidosamente con el fascismo. En 1931 publicó Técnica del golpe de Estado y un año después, Le Bonhomme Lénine. Sus ácidos comentarios sobre Hitler, a quien tilda de «dictador fracasado», le valdrán un confinamiento en la isla de Lipari hasta 1938, cuando fue liberado gracias a la intervención personal del conde Ciano, ministro de Asuntos Exteriores y yerno de Mussolini, lo que, dicho sea de paso, no impidió que en los tres años siguientes fuera encarcelado cuatro veces en la prisión romana de Regina Coeli.


En 1941 fue enviado del Corriere della Sera como corresponsal de guerra en el frente ruso. En sus artículos despachados desde Ucrania, presenta el conflicto desde la perspectiva de quienes están condenados a perderlo, por lo que fueron considerados inconvenientes y suprimidos por el editor del periódico. Más tarde se los publicó en el volumen Il Volga nasce in Europa. Por otro lado, esta vivencia le dará la base para su extraordinaria novela Kaputt, publicada en 1944, ya en la Italia post fascista aliada a los norteamericanos.


Desde 1943 a 1945 Malaparte se desempeñó como agente de enlace del Alto Comando del ejército americano, experiencia que también sabrá aprovechar para la más famosa de sus obras, La piel, en la que el auténtico protagonista es la ciudad de Nápoles, a la vez organismo vivo y símbolo del hundimiento moral y destrucción material y espiritual de una Europa doblegada ante el triunfante candor del invasor norteamericano.


Radicado en París y ya afiliado al Partido Comunita, se dedica al teatro y al cine, estrenando las obras Du Côté de chez Proust y Das Kapital y, con bastante suceso, el film Cristo prohibido, la historia de un veterano que regresa a su pueblo para vengar la muerte de un hermano, asesinado por los alemanes.


Ya gravemente enfermo, se interesa por la revolución china e integra la facción maoísta de su partido. Sus experiencias en China están reflejadas en el diario de viaje Io in Russia e in Cina, publicado luego de su muerte, que tendrá lugar en julio de 1957. Antes, verá la luz Malditos toscanos, feroz crítica a la cultura de Italia en particular y de la burguesía en general, postrer reencuentro, tal vez, entre aquel joven activista revolucionario de  ultraderecha y el maduro escritor revolucionario de ultraizquierda, siempre en rebelión contra una Europa a la que veía decadente y mediocre.

Prólogo a la presente edición

(Por Teodoro Boot) Técnica del golpe de Estado, publicada por primera vez en 1931, fue la obra que dio renombre a Curzio Malaparte, quien sería consagrado años después como uno de los más notables novelistas del siglo gracias a Kaputt y La piel, reeditadas varias veces en diferentes idiomas.
Técnica del golpe de Estado no tendría esa suerte: a pesar de haber sido en su momento una obra muy leída y de haber causado la primera de las condenas que su autor sufriría bajo el régimen fascista italiano, fue reeditada en muy pocas ocasiones, misteriosamente convertida en una obra maldita, en un «trabajo desactualizado», «superado por los tiempos».
El ensayo de Malaparte –que se presenta en una nueva versión en español, anotada para facilitar su lectura por parte del público actual– analiza con cirujana precisión los diferentes golpes de Estado habidos en Europa, fallidos y triunfantes, desde el lejano 18 de brumario de Napoleón hasta la «Marcha sobre Roma» de Mussolini. No se trata, sin embargo, de un tratado de historia sino de un estudio político y sociológico que desmenuza las fuerzas y las acciones decisivas que existen en todo golpe de Estado y que son, justamente, las menos espectaculares y más imperceptibles.
Así, la disolución de la Asamblea dispuesta por Bonaparte luego del 18 de brumario, la toma del palacio de Invierno por la guardia roja de Trotski en octubre de 1917, la Marcha de los fascistas, no son más que «concesiones a la estética»: en todos los casos, el poder ya ha sido tomado por acción de un millar de «especialistas», «técnicos» con capacidad de bloquear el funcionamiento del Estado y difundir noticias y versiones que buscan mantener a la mayoría de la población en perpleja neutralidad, hasta hacerla aceptar pasivamente la nueva situación.
De eso se trata, de cómo una minoría puede hacerse con el control de un Estado moderno mediante el manejo del sistema de servicios públicos y la manipulación informativa, incluso sin que el cambio sea percibido por la mayoría de la población
¿Y hay quien se atreve a afirmar que la obra maldita de Curzio Malaparte está desactualizada?

Prólogo a la primera edición

(Por C.M.) Aunque me proponga mostrar cómo se apodera uno de un Estado moderno y cómo se lo defiende, y aunque éste sea, en cierto sentido, el mismo tema que trató Maquiavelo, este libro está lejos de ser una imitación, por moderna que fuera, es decir, por poco maquiavélica que fuera, de El Príncipe. Los tiempos a los que se refieren los argumentos, los ejemplos y la moral de El Príncipe, demostraron una decadencia tal de la libertad públi­ca y privada, de la dignidad del ciudadano y del respeto humano, que si me inspirase en ese libro famoso para tratar algunos de los problemas más importantes que nos plantea la Europa moderna, creería ofender el carácter de mis lectores.
Puede parecer, al principio, que la historia política de los diez últimos años se confunde con la de las aplicaciones del tra­tado de Versalles[1], de las consecuencias económicas de la guerra, del esfuerzo de los gobiernos para asegurar la paz europea. Y, sin embargo, su verdadera explicación es bien distinta: se encuen­tra en la lucha entablada entre los defensores del principio de la libertad y de la democracia, es decir, los defensores del Estado parlamentario y sus adversarios.
Las actitudes de los partidos no son otra cosa más que aspectos políticos de esa lucha. Si se quiere comprender la significación de muchos acontecimientos de estos últimos años, si se desea prever la evolución de la situación inte­rior de varios Estados europeos, desde ese punto de vista, y sólo desde él, hay que considerar esas actitudes.
En casi todos los países, al lado de los partidos que mani­fiestan su decisión de defender el Estado parlamentario y de practicar una política de equilibrio interior, es decir, liberal y democrática (son éstos los conservadores de todos los matices, desde los liberales de la derecha hasta los socialistas de la iz­quierda), hay partidos que plantean el problema del Estado en el terreno revolucionario: son los partidos de extrema derecha y de extrema izquierda, los catilinarios, es decir, los fascistas y los comunistas.
Los catilinarios de la derecha temen el desorden. Acusan al gobierno de debilidad, de incapacidad, de irresponsa­bilidad. Defienden la necesidad de una sólida organización del Estado, de un control severo de toda la vida política, social, económica. Son los idólatras del Estado, los partidarios de un Estado absoluto. En un Estado centralizador, autoritario, antiliberal, anti-democrático es donde ven la única garantía de orden y de libertad, el único dique contra el peligro comunista. «Todo en el Estado; nada fuera del Estado, nada contra el Estado«, afirma Mussolini.
Los catilinarios de la izquierda apuntan a la conquista del Estado para instaurar la dictadura de los obreros y de los campesinos. «Allí donde hay libertad, no hay Estado«, afirma Lenin.
El ejemplo de Mussolini y el de Lenin influyen considera­blemente en los aspectos y en el desarrollo de la lucha entre los catilinarios de derecha y de izquierda y los defensores del Estado liberal y democrático.
Existen, sin duda, una táctica fascista y una táctica comu­nista. Conviene, sin embargo, hacer notar que, hasta ahora, ni los catilinarios ni los defensores del Estado parecen saber en qué consisten esas tácticas, y no se han mostrado nunca capaces de caracterizarlas, de precisar sus diferencias o sus analogías, si es que existen. La táctica de Bela Kun[2] no tiene nada de común con la táctica bolchevique. Los golpes de Estado de Kapp[3], de Primo de Rivera[4] y de Pilsudski[5] parecen haber sido concebidos y ejecutados de acuerdo con las reglas de una táctica tradicional que no tiene nada de común con la táctica fascista: Bela Kun parecerá quizás un táctico más moderno, mejor técnico que los otros tres y, por consiguiente, más peligroso. No es menos cierto que al plantearse el problema de la conquista del Estado ha demostrado que ignoraba la existencia, no sólo de una táctica insurreccional moderna, sino también de una táctica moderna del golpe de Estado.
Bela Kun cree imitar a Trotski. No se da cuenta de que se ha quedado en las reglas establecidas por Carlos Marx, conforme a la Comuna de París. Kapp cree poder repetir el golpe del 18 brumario contra la Asamblea de Weimar. Primo de Rivera y Pilsudski creen que basta, para apoderarse de un Estado mo­derno, con derrocar por la violencia a un gobierno constitucional.
Es evidente que ni los gobiernos ni los catilinarios se han planteado aún la cuestión de saber si hay una técnica moderna del golpe de Estado y cuáles pueden ser sus reglas fundamentales. A la táctica revolucionaria de los catilinarios, los gobiernos, reve­lando con ello su ignorancia absoluta de los más elementales principios del arte de conquistar y de defender un Estado moderno, siguen oponiendo una táctica defensiva basada en medidas poli­cíacas. Una ignorancia semejante es peligrosa, y para demostrarlo bien voy a evocar, a título de ejemplo, los acontecimientos de que fui testigo y, en cierto modo, actor, en el curso de una temporada revolucionaria que, habiendo comenzado a partir de febrero de 1917 en Rusia, no parece estar, en Europa, próxima a terminar.

Curzio Malaparte
Roma, 1929


[1] El Tratado de Versalles fue el acuerdo de paz firmado, tras la conclusión de la primera guerra mundial, entre Alemania y las potencias aliadas vencedoras. Alemania fue obligada a suprimir el servicio militar obligatorio, reducir su Ejército a 100 mil hombres, desmilitarizar todos los territorios situados en la margen oriental del Rin y los de la margen occidental en una franja de 50 km de ancho, dejar de importar, exportar y producir material bélico, limitar sus fuerzas navales a 36 buques de superficie y el personal naval a 15 mil hombres, quedándole prohibida la aviación militar. Además, los alemanes debían hacer frente a una cuantiosa indemnización para resarcir a las potencias aliadas por los daños causados durante el conflicto.
Las duras condiciones del tratado, en especial la pérdida de territorios en este europeo, levantaron duras críticas y dieron lugar a la aparición de numerosos grupos nacionalistas que demandaban la revisión del mismo, y que servirían de soporte para el ascenso al poder del nacionalsocialismo.

[2] Béla Kun, dirigente comunista húngaro, presidió en 1919 la República Soviética de Hungría. Miembro del Partido Socialdemócrata,fue reclutado por el ejército al estallar la primera guerra mundial y capturado por las tropas rusas en 1915. Enviado a un campo de prisioneros de Siberia, Kun dedicó los dos años siguientes a difundir entre los prisioneros el pensamiento socialista revolucionario. Tras la revolución bolchevique se le permitió ir a Moscú, en donde pasó a ser el líder de una liga de comunistas húngaros. Un año después, encabezó a este grupo en su marcha a Budapest e inició una campaña para derrocar al gobierno de la flamante República Democrática Húngara. Fue arrestado y encarcelado por las autoridades en 1919, pero, al cabo de un mes, el presidente del gobierno, Mihály Károlyi, consciente de que el régimen no tardaría en caer, entregó el poder a Kun y a los comunistas, que proclamaron inmediatamente la República Soviética Húngara. Kun lanzó una ofensiva militar contra los ejércitos checos, situados en la frontera húngara y listos para un ataque. Luego de una serie de victorias, estableció una república soviética en Eslovaquia en junio de 1919. No obstante, tuvo que retirarse ante una invasión del ejército rumano.
Mientras tanto, la situación interna de Hungría se había deteriorado como resultado de la política del nuevo dirigente, y la nueva república se derrumbó cuando el ejército rumano avanzó hasta las puertas de Budapest. Kun huyó a Viena y se trasladó desde allí a la Unión Soviética en 1920. Fue bien recibido por los dirigentes soviéticos y se le concedió una posición destacada en la iii Internacional comunista, que pretendía alentar la revolución en Europa. En el año 1939, en el clímax de las purgas de Stalin, fue acusado de trotskista y ejecutado.
[3] El 13 de marzo de 1920, Wolfgang Kapp, miembro del Reichstag durante la República de Weimar y partidario de la restauración de la monarquía, dirigió un infructuoso golpe de Estado. Respaldado por el general Erich Ludendorff, estableció rápidamente un nuevo régimen que, sin embargo, cayó cuatro días después tras las huelgas convocadas por los sindicatos y los funcionarios. El levantamiento fue mitificado por la derecha alemana e inspiró a Hitler en su fracasado «putsch de Munich».

[4] Miguel Primo de Rivera, como  presidente del Directorio Militar y del Directorio Civil ejerció la dictadura en España entre los años 1923 y 1930, durante el reinado de Alfonso xiii..

[5] Jozef Pilsudski, simpatizante del movimiento socialista que defendía la independencia de Polonia del dominio ruso, organizó un ejército clandestino formado por casi 10 mil hombres para luchar por la libertad polaca. Al estallar la primera guerra mundial ofreció sus tropas –la «Legión Polaca»–, al gobierno austriaco para combatir contra los rusos. En 1916 los Imperios Centrales proclamaron la independencia del reino de Polonia y se estableció un Consejo de Estado en el que participó Piłsudski, pero fue encarcelado por los alemanes cuando se negó a enviar sus tropas a luchar en el frente occidental.
Tras su liberación en noviembre de 1918 fue recibido en Varsovia como un héroe nacional y proclamó la república independiente de Polonia, presentando su dimisión cuatro años más tarde. Sin embargo, decepcionado por el funcionamiento del sistema parlamentario, en 1926 encabezó una rebelión militar que derrocó al gobierno e implantó un régimen dictatorial que se mantendría hasta su muerte en 1935.

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