DESCARO: Reescribir la historia de Jesús y sus apóstoles… sin citar los evangelios.
Hablo por teléfono con Julio Villalonga, al que hace mucho que no veo. Le ha llegado un ejemplar del libro que sobre el asalto al cuartel de La Tablada escribieron dos periodistas y publicó Aguilar. Julio está estupefacto porque el duo hizo de cuenta como si nuestro libro Gorriarán, La Tablada y las «guerras de inteligencia» en América Latina nunca hubiera existido. Por no citarlo, no lo citaron siquiera como bibliografía consultada. Es más, en sus declaraciones sostienen que fueron directamente a los expedientes judiciales para reconstruir los hechos, cuando estos están básicamente reseñados en nuestro libro, que fue la base que le permitió a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) condenar al Estado argentino por no haber investigado las desapariciones y asesinatos de atacantes del cuartel que se habían rendido y por haber privado a los condenados de una revisión del -en muchos aspectos- anómalo juicio que se les hizo y que prácticamente sólo nosotros cubrimos.
Hay algunos errores en nuestro libro que el duo bien podía haber criticado y enmendado. Pero lo que nunca podía hacer era ignorar su existencia. Por la sencilla razón de que durante muchos años, casi dos décadas (hasta que Gorriarán dio su versión de los hechos en un libro que publicó Planeta y la revista Sudestada le dedicó un dossier al asunto) fue el único registro global de los hechos, sus antecedentes y consecuencias.
Julio está estupefacto por el descaro y la frescura del duo de colegas (aunque me cueste en este momento de bronca llamarlos así). Dice: «Lo que hicieron es como si alguién se pusiera reescribir la historia de Jesús y los apóstoles sin citar los Evangelios». Tal cual. Por suerte, no tengo tratos personales con los miembros del duo escamoteador. Eso sí, me arrepiento de haber ayudado a la difusión de sus dos libros anteriores, sendas biografías de Rodolfo Ortega Peña y Mario Eduardo Firmenich.
En España, de la gente que procede así se dice o bien que son cararrotas o bien (y paradójicamente) que tienen unos morros que se los pisan (no sé por qué, la expresión me hace pensar en la boquita de culo de paloma afligida de De la Rúa). En Argentina, los veteranos decimos que son más chantas que el peluquero Don Mateo (el de Fidel Pintos, muy superior al posterior de Jorge Porcel), inventor de la sanata.
Cada uno va a su aire por la vida. Cuando reeditemos nuestro libro, Julio y yo citaremos escrupulosamente los aportes que encontremos en el trabajo de este dúo de pícaros, como en todos los demás. Pero lo que es hoy, no da ganas ni de mencionarlos.
PS: Julio me llama para decirme que si encontró una cita bibliográfica de nuestro libro en la página 318 del nuevo. Lo que atempera pero no modifica lo escrito. ¡Pillines!