Día del Periodista. El oficio de Moreno
Este despacho lo redactó Rubén Furman, un gran periodista. Pocas veces se pueden leer, condensadas, tantas verdades sobre nuestro oficio.
El oficio de Moreno y de Walsh
Buenos Aires, 7 de junio (Télam, por Rubén Furman).- El primer periodista de la Patria no buscaba primicias sino que soñaba con revoluciones. Tampoco creía en un periodismo «independiente» sino en una prensa que ayudara a lograr la Independencia.
Mariano Moreno no fue un «militante» imparcial de esas causas y dos semanas después de la ruptura de los lazos coloniales creó el primer medio de prensa patrio, cuyo aniversario celebramos en la Argentina cada 7 de junio como «Día del Periodista».
En La Gazeta de Buenos Ayres, órgano oficial del gobierno revolucionario que se sustentó con dineros públicos, Moreno postuló las ventajas de informar sobre el «nuevo sistema» de gobierno, las medidas para «solidar la unión» de las provincias emancipadas y las «noticias prósperas o adversas» que llegaran de España.
Pero también se manifestó por dar «absoluta franquicia y libertad para hablar de todo asunto que no se oponga en modo alguno a las verdades santas de nuestra augusta religión y a las determinaciones del gobierno».
Por esa «augusta religión» de ideas jacobinas e intolerancia con los enemigos, primero fue marginado de la Primera Junta por su ala conservadora y menos de un año después fue asesinado -y su cuerpo arrojado al mar- en el barco que lo llevaba a un exilio diplomático a Gran Bretaña.
Fueron los delegados al Primer Congreso Nacional de Periodistas, realizado en Córdoba en 1938, quienes rescataron esa trayectoria abnegada como un modelo de libertad y autonomía. Como una señal en la oscuridad de la Década Infame, instauraron la fecha de aparición de aquel órgano de prensa patrio como día de celebración a su tarea.
Cada época tiene su prensa y sus periodistas, pero aquellos delegados ya no eran sólo políticos o ideólogos que fungían de periodistas, como Moreno, Sarmiento, Mitre, Alberdi y Hernández, sino artesanos de un oficio en el que no falta la política pero existen normas propias de un trabajo cotidiano.
Producto de la inacabable renovación tecnológica y económica, esos profesionales constituyeron el modelo de hombre de prensa que en 1946 instauró en el país el Estatuto del Periodista Profesional aun vigente: el del trabajador con derechos sociales.
Ese modelo no debería considerarse totalizador pero su virtud más evidente fue dejar establecido que existe una tensión entre el empleado de una empresa de prensa cuya línea editorial no determina, aunque la construya día a día, y aquellos que compran su trabajo y buscan cooptarlo a su mundo de ideas.
Ni las mejores ilusiones de las nuevas camadas de periodistas con formación terciaria y universitaria que sueñan con contar la realidad sin limitaciones, ni el falso rol de jueces que les asignaron a los periodistas las expectativas sociales de justicia, lograron modificar esa realidad. Menos aun la moda de aquellos que reemplazaron fuentes por auspiciantes, asegurando que eso era fuente de independencia.
En tiempos en que la noticia ya no se diferencia bien del entretenimiento y la abundancia informativa termina convertida en barullo, el derecho a la información –que las Naciones Unidas reconocieron como esencial– debe lidiar además con la concentración de recursos que «silencia y manipula la información, deforma los hechos, abre sus páginas a las mentiras y calumnias que puedan dañar al adversario».
Hoy como siempre, lo que mejor define la actividad el periodista sigue siendo su compromiso con la verdad y la honestidad en el ejercicio. Según la expresión inalterable de Rodolfo Walsh, ese que supo enhebrar en un solo haz el interés del militante con el rigor del profesional, para «dar testimonio en tiempos difíciles» (Télam)