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DUELO y MELANCOLÍA: La vejez y el humor con filosofía

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Spleen, saudades y morrinhas son palabras extranjeras (ma non troppo, inglés, portugués y gallego están muy presentes en el lunfardo y en nuestra habla cotidiana) de difícil e imprecisa traducción. Esta nota seguramente interesara a quienes hayan cumplido o estén por cumplir los 70 años, pero también es recomendable para los jóvenes. Conviene que los varones pongan las barbas en remojo y las damas aunque sea el bozo.

 

La vejez y el humor

POR ROSA MARÍA LÓPEZ
En el verano de 1913, Sigmund Freud paseaba por una florida campiña de los Dolomitas en compañía de Lou Andrea Salome y del poeta Raine Maria Rilke (foto). La contemplación del esplendor que les ofrecía la naturaleza, derivó en una serie de reflexiones acerca de lo “perecedero” de las cosas del mundo, pues todo lo bello y noble que encontramos tanto en la naturaleza como en el hombre, está inevitablemente condenado a perecer.
Frente a esta condición absoluta, de la que nada ni nadie está excluido, pueden originarse dos modos fundamentales de reacción psíquica: aquellos que como a Rilke, les conduce “al amargo hastío del mundo” no pudiendo disfrutar de lo que de antemano saben perecedero, o aquellos otros que “se revelan contra esa pretendida fatalidad”, no queriendo admitir que todo lo bello y valioso de nuestro mundo esté comprometido a desaparecer en la nada. En ambos casos, la condición de caducidad, implica para el sujeto, su desvalorización, y en consecuencia le impide disfrutar de lo que se le ofrece.
Ante estas dos posiciones, Freud se sitúa en una tercera, pues de ninguna manera niega la generalidad de lo perecedero, pero tampoco concluye por eso en un pesimismo desvalorizante del mundo. Por el contrario, trata de convencer a sus amigos de que “la cualidad de lo perecedero comporta un valor de rareza en el tiempo que lo torna por ello mismo más precioso”. Sin embargo, fracasa en sus intentos pues no consigue, de ninguna forma, variar en los otros su opinión inicial, con lo que concluye que debía estar enfrentándose a un poderoso factor afectivo que enturbiaba, en sus amigos, la claridad de su juicio. Se trata del dolor del sujeto frente a la pérdida. Freud seguirá madurando esta idea, y un año más tarde, nos ofrece su trabajo princeps sobre el tema: Duelo y Melancolía.
Por otra parte, este fecundo paseo por el bosque tuvo lugar en el verano que precedió a la primera guerra mundial, que como sabemos aniquiló todo lo que fue encontrado a su paso, mostrando así cómo la acción del hombre redobla el carácter perecedero inscrito en la naturaleza.
El ser humano enferma por no poder aceptar la pérdida, cualquiera que sea la forma que esta tome en cada caso. En el curso de la vida, estamos expuestos a ciertas pérdidas contingentes, pero es especialmente en la etapa de la vejez cuando se produce un cúmulo de pérdidas que tienen un carácter estructural o irremediable.
El deterioro del cuerpo es para Freud uno de los tres factores dolorosos que menciona en “El malestar en la cultura”. Pero, lo mas doloroso es hacer balance de lo vivido y no encontrarle sentido.
Cuando el sujeto, situado en esa etapa  de su vida, revisa lo que ha hecho con la misma, la sensación de pérdida se intensifica. La depresión puede estar agravada por el sentimiento de culpabilidad ante la conciencia de los errores cometidos, que tardíamente puede medir, no pudiendo esperar ya el desquite. Ahora bien, donde el sujeto parece por fin despertar, y reconocer sus errores, tenemos que saber que no ha salido de la misma lógica del sentido en la que siempre ha mantenido su vida. Plantearse lo vivido como un error, es también creer que uno hubiera acertado de otro modo, y por tanto seguir en el campo del sentido. El sujeto que se lamenta de lo que hizo, encuentra así una coartada para dimitir ante lo que aún le queda por hacer.
Foto de presentación, Viejo riendo, Alexander Beridze (1881)

 


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