El encuentro secreto de Perón y el Che y Julio Gallego Soto

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El tercer hombre en las sombras. El Che necesitaba peronistas para su guerrilla argentina; Perón, dinero para su retorno al país. Se encontraron en Madrid un día de 1964. Un testigo inesperado, Julio Gallego Soto, dejó su versión…
El tercer hombre desaparece para siempre 
ROGELIO GARCíA LUPO
Los dos argentinos más célebres del siglo, ¿se miraron alguna vez cara a cara? ¿Tuvieron necesidad de hacerlo? Una investigación sobre la relación de Perón y el Che, quienes imaginaron otro país y vivieron prolongadamente fuera de su patria, como los próceres de la Independencia, permitió penetrar el muro de silencio que protegió durante casi cuarenta años uno de los secretos mejor guardados por los escasos cubanos y argentinos que lo conocieron.
La relación de Perón con el Che fue una obsesión de la inteligencia estadounidense desde la victoria de los revolucionarios cubanos en 1959. En 1964, la CIA estuvo muy cerca de confirmar que ellos se habían reunido por lo menos una vez, pero una falla humana echó a perder la pista más firme con la que contaron durante los casi ocho años en que los dos expatriados tejieron sus peligrosos planes.
La CIA sospechaba que Perón mantenía un canal de comunicación con La Habana que no era el ex diputado y líder de la izquierda peronista John William Cooke, quien ostensiblemente compartía los fines y los medios de la revolución cubana.
Cooke vivió en Cuba junto a su mujer, Alicia Eguren. Los dos vistieron el uniforme verde oliva de los castristas y convocaron a docenas de argentinos para entrenarse en la guerra de guerrillas. Pero los estadounidenses habían reparado en un hecho sugestivo que no pasaba por los Cooke. A principios de 1960, cuando la revolución ya mostraba su orientación izquierdista, Perón había enviado a uno de sus cercanos colaboradores, el ex canciller Jerónimo Remorino, para que abriera una línea directa con La Habana. Remorino viajó a Cuba desde Nueva York, donde era presidente de la Petrocolor Corporation, y de inmediato constituyó una nueva sociedad anónima cubana, de la que fue también presidente, llamada Oroncaribe. Remorino no era un desconocido para los estadounidenses, porque había sido embajador en Washington entre 1948 y 1951, embajador ante las Naciones Unidas y ministro de Relaciones Exteriores de Perón desde 1951 a 1955. A la CIA le llamó la atención que Remorino extendiera sus operaciones comerciales de Estados Unidos a Cuba justamente cuando el mundo de los negocios salía de Cuba porque su gobierno se inclinaba hacia el socialismo.
Sin embargo, es posible que estos pasos visibles de Remorino también hayan sido una maniobra de distracción para ocultar a otro agente confidencial de Perón. El general era un maestro para enmascarar sus propósitos y un auténtico profesional en materia de contrainteligencia. En los años 30, Perón había estudiado a fondo la forma de operar del espionaje militar y puso a prueba sus conocimientos como attaché de la Embajada en Chile, de donde salió precipitadamente a causa de sus contactos con agentes chilenos.
La búsqueda de ese tercer hombre, que detrás de Remorino y de Cooke llevó adelante la delicada misión de conservar con fluidez la relación de Perón y el Che, fue la culminación de la primera etapa de esta investigación y el umbral de la segunda: el misterioso personaje había sido testigo del encuentro personal de Perón y el Che en la residencia de Puerta de Hierro, Madrid, en 1964; el contacto había tenido lugar entre el 17 de marzo y el 17 de abril de ese año y existía un testimonio recogido por un amigo del tercer hombre, en el que se registraron los principales detalles históricos.
La identificación definitiva fue el resultado de una paciente labor, seguida por dos golpes negativos: el agente de Perón es un desaparecido desde el 7 de julio de 1977, su amigo y albacea falleció el 12 de noviembre de 1996.
El paseo europeo
Julio Gallego Soto fue agente de Perón para las operaciones confidenciales de mayor riesgo. Conocía las cuentas numeradas de los bancos de Nueva York, Barcelona, Montevideo y París, donde era mayor la discreción y también podía reconstruir de memoria la historia de los contradocumentos y las transferencias de fondos que respaldaban los pactos políticos del jefe del justicialismo. Gallego Soto fue un eximio conspirador que construyó como una obra de arte su bajo perfil, a pesar de haber vivido momentos históricos junto a Perón o por cuenta de Perón. Se llevó muchos secretos a la tumba sin nombre, cuando un comando militar lo desapareció para siempre en 1977, pero en algún momento entre 1965 y su último día sintió la necesidad de relatar a su amigo, el contador público y experto en cuentas fiscales Alberto T. López, cómo había sido aquella noche en la que Perón lo mandó a buscar y en su residencia de Madrid le propuso en presencia del Che que tomara a su cargo «los fondos de la liberación».
En 1964 Perón estaba dedicado a preparar su retorno a la Argentina y el Che alimentaba alguna esperanza de que su hombre de acción, el periodista Jorge R. Masetti, continuara con vida. Revisado ahora, fue un año malo para los dos, porque Perón fracasó cuando lo forzaron a regresar a Madrid desde Río de Janeiro y de Masetti no hubo más noticias hasta hoy, después del desastre de su foco rural en Salta.
Pero, en los treinta días marcados en el calendario para que Perón y el Che se dieran la mano, los éxitos eran todavía tan posibles como los fracasos. Perón necesitaba dinero para financiar los gastos de su retorno; el Che lo ayudaría si Perón finalmente se decidía a decir la palabra que podía poner al servicio de la guerrilla guevarista a algunos centenares de peronistas.
En este momento es cuando Guevara viajó de La Habana a Ginebra el 17 de marzo de 1964 para representar a Cuba en la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo. El Che despreciaba estos mitines pero salir de Cuba le proporcionaba oxígeno cada vez que sus enemigos lo cercaban. También le permitía reunirse con personalidades y con informantes sin rostro, agentes viajeros de la Revolución. Esta vez, al subir al avión, el Che encontró sentado a su lado al hijo del canciller cubano Raúl Roa, portador de un mensaje de última hora de Fidel Castro, quien le avisaba que el político brasileño Leonel Brizola pedía ayuda para lanzar una guerrilla a la cubana en Brasil, donde los militares acababan de asaltar el poder derrocando al presidente Joao Goulart, cuñado de Brizola. El Che se limitó a responderle que podía ofrecerle a Brizola un buen guerrillero porque él estaba listo para sumarse a los brasileños.
En aquellos años el mapa de América latina parecía disponible para emprender acciones de guerrilla en cualquier lugar y por eso el Che aceptó inmediatamente la oferta de Brizola, quien fue el primero en olvidarla y hace unos pocos días fue candidato a la vicepresidencia del Brasil, junto a Lula da Silva.
Perón y Guevara, cada uno detrás de su propia quimera, se buscaron mutuamente y en ese caldo de cultivo parece natural que se encontraran una noche en Madrid.
El Che llegó a Ginebra desde La Habana con escala en Praga. Y Gallego Soto estaba en Praga por esos días, en una gira que había iniciado con su familia, de la que tomó distancia en algunos tramos porque el viaje de placer también incluyó algunos negocios, según dijo su esposa a su hijo.
En Ginebra, Guevara pronunció un discurso, ofreció una conferencia de prensa a 80 periodistas de todo el mundo y concedió una entrevista de 25 minutos a la televisión suiza. La reunión se extendió a una semana para el Che, que inició una peregrinación por tren a París, sin destino fijo, reapareciendo recién el 14 de abril en Argelia como invitado del presidente Ben Bella. Después de dos días con Ben Bella el Che retornó a Praga para seguir viaje a La Habana, donde aterrizó al cumplirse un mes de su partida.
Es en este entreacto, cuando Guevara vagaba por Europa sin rumbo, cuando tuvo lugar la cita con Perón que Gallego Soto relató a su amigo Alberto T. López, y éste escribió la narración que citamos.
Al llegar en tren a París, Guevara recibió de su amigo el abogado argentino Gustavo Roca la confirmación de que la guerrilla de Masetti estaba virtualmente destruida y que éste seguramente había perdido la vida. Guevara y Roca volvieron a discutir si era posible emprender la lucha armada en la Argentina sin contar con el apoyo de Perón.
Hacía tiempo que Perón y Guevara cambiaban mensajes a través del embajador de Cuba en Argelia, el comandante Jorge Serguera, un veterano de la Revolución a quien todos llamaban «Papito» y que desde la capital africana llevaba en sus manos tres cuestiones vitales para el Che: la relación con Perón en Madrid, la preparación militar de los hombres de Masetti y la propagación de la guerrilla al corazón de Africa. Serguera cruzó el Mediterráneo más de una vez para visitar a Perón.
El comportamiento del Che por aquellos días de 1964 resulta cuanto menos sorprendente. 
No solamente se mostró en público con frecuencia sino que hasta se exhibió provocativamente en París. Allí fue visto paseando sin custodia con un impermeable caqui y su boina negra por los alrededores de la Sorbona. Lo vieron en las pizzerías del bulevar Saint Michel, en las librerías del barrio latino y en el Théatre des Nations, en Place Chatelet, donde actuaba el ballet de Cuba.
Durante tres semanas aparecía y desaparecía, estaba en Europa aunque no se sabía exactamente dónde, y hubo quienes lo tomaron por un tipo que se disfrazaba del Che Guevara. Sus rastros se confundieron, del mismo modo que volvieron a confundirse cuando entró y salió del Congo o cuando alcanzó el suelo boliviano con una escala en Madrid y otra en Montevideo, que forman parte de los enigmas que los biógrafos del Che aún no pudieron descifrar. La CIA llegó a imaginar que había más de un Che, algún sosia que se exponía públicamente para esconder al verdadero.
La noche del Che
Alberto T. López escribió a mano algo menos de dos mil palabras registrando la narración que le hizo Gallego Soto el día que «un acontecimiento inesperado había despertado su memoria y lo había vuelto a un pasado del que sentía la necesidad de descargarse». Los hechos principales se resumen a continuación.
Gallego Soto estaba en el Hotel Plaza de Madrid cuando una noche, poco antes de acostarse, fue visitado por un fraile que, sin anunciarse previamente, golpeó a su puerta con un mensaje de Perón. El general le pedía que fuera inmediatamente a su casa de Puerta de Hierro, a pesar de la hora, acompañado por el fraile, que lo llevaría en el auto en que había llegado. Una vez en destino y antes de pasar por la guardia del edificio, Gallego Soto se deslizó hasta el piso del auto para no ser visto. Cuando el auto se detuvo y el sacerdote le dijo que ya podía salir, el mismo Perón estaba allí para recibirlo.
Voces que reconoció como cubanas le llamaron la atención porque comentaban unas fotos iluminadas sobre una mesa con palabras tales como: «Ahí le tienen solo, ahí con su mujer y su hijo, en ésta caminando por la calle Florida». Se trataba de sus propias fotos, tomadas sin que se hubiera dado cuenta. Entonces Perón le dijo que lo había «convocado para una tarea que requiere una gran reserva y una buena administración». El general pensaba que era el hombre para la función «por lo mucho y bien que lo conozco». Gallego Soto se defendió cuando Perón le reveló que se trataba de administrar los «fondos de la liberación», varios millones de dólares destinados a una acción que el Che Guevara se proponía llevar a cabo. Fue entonces cuando Perón se dirigió a alguien que había permanecido en la oscuridad «y para mi sorpresa vi aparecer a un sacerdote capuchino que había estado presenciando la escena anterior y que, al alzar la pantalla de luz, mostró ser el mismísimo Che».
El relato recogido por López contiene diversas consideraciones sobre la misión que Perón y el Che, de común acuerdo, le habían propuesto a Gallego Soto y la afirmación de no haber aceptado a pesar de la presión y la certeza de que «los pedidos del Viejo no eran para ser desoídos».
El 17 de abril Guevara estaba de regreso en La Habana. El 29 de abril el cónsul del Paraguay en Madrid emitió el pasaporte 000940 a nombre de Juan P. Sosa, profesor, de 63 años, nacido en Asunción, y de su esposa, Delmira Remo de Sosa. Las fotos eran las de Perón y Delia Parodi: el retorno del líder justicialista estaba en marcha, aunque no podría concretarse el 2 de diciembre de ese año.
Perón había cambiado su discurso político: ahora decía que: «O regreso pacíficamente o lo hago por medio de una revolución». El embajador estadounidense en Buenos Aires, Robert McClintock, envió en esos días un cifrado al Departamento de Estado, cargado de preocupación: «Los peronistas han dado un giro definitivo hacia la izquierda bajo instrucciones de Perón». Y la estación de la CIA en Montevideo reportaba a la Central de Inteligencia sobre la temible sociedad que Perón y los cubanos habían forjado ese mismo año. Philip Agee, el espía que llevó un diario de su actividad en Uruguay, escribió el 21 de marzo de 1964: «La estación (de la CIA) en Montevideo ha organizado varias operaciones fructíferas contra objetivos peronistas en Uruguay a través de las cuales se ha podido descubrir el apoyo que prestan los cubanos a los peronistas. Una operación de escucha contra el departamento del periodista peronista Julio Gallego Soto nos permitió descubrir la clandestina relación existente entre éste y el antiguo jefe del servicio de inteligencia cubano en el Uruguay».
Gallego Soto no llegó a conocer el testimonio del agente de la CIA, cuyo libro CIA Diary recién fue editado en 1977. Allí se narra la vigilancia de la agencia sobre sus movimientos y el control que se había establecido sobre la colonia peronista en Montevideo. El agente Agee se entretuvo en amenos detalles sobre lo que pasaba en la alcoba de los peronistas y perdió la pista principal.
El 26 de octubre de 1964, el encargado de Negocios de Cuba en Madrid, Ramón Aja Castro, le entregó a Julio Gallego Soto una visa de cortesía para entrar a territorio cubano. Al día siguiente, el pasajero de Iberia y hombre de negocios argentino Gallego Soto iniciaba una negociación ante el Ministerio de Comercio Exterior de Cuba para colocar una partida de maíz argentino. La conexión había comenzado a funcionar.


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