El exilio de Carlos Arbelos, un muchacho peronista

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Curiosamente, hace un par de horas que tomé un café con Roberto Bardini y me olvidé de preguntarle por este libro. Conocí a Arbelos y a Roca en el exilio barcelonés, y regresé del mismo trayendo una larga entrevista con ambos que se publicó en la ultracombativa Caras & Caretas que dirigía Pocho Descalzi y en el que descollaban Roberto Mero (al que le perdí el rastro cuando se fue a París) y Silvia Mercado. Recuerdo que una de sus redacciones estaba a tiro de piedra del Departamento de Policía lo que me parecía (y me sigue pareciendo) alucinante. Como el hecho de que Arbelos, cabal portador del genio argentino, se hubiera convertido en un experto en los palos del flamenco y el cante jondo.

Carlos Arbelos 

El exilio de un muchacho peronista

Por Fabián Dantonio – Editorial Fabro

Este libro es la continuación de Los Muchachos Peronistas, publicado por Carlos Arbelos y Alfredo Roca en 1981, que hoy es referencia bibliográfica casi obligada en la mayoría de textos acerca del peronismo.
En este caso se trata de las memorias de Arbelos, escritas a cuatro manos con el periodista Roberto Bardini. Comienzan en 1974, cuando el autor decide abandonar Argentina amenazado por la Triple A, continúan en Brasil y concluyen en España, donde se convirtió en un reconocido periodista, crítico, investigador y fotógrafo del arte gitano por excelencia: el flamenco.
En el prólogo, el sociólogo Alfredo Ossorio escribe: «El exiliado mide sus palabras, el militante las desgrana. De allí que para los griegos la cicuta fuera más benigna que el destierro».
Arbelos no siempre se dedicó al periodismo cultural. En su juventud fue militante del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT) y en 1963 participó en el célebre asalto al Policlínico Bancario. Estuvo preso desde 1964 hasta la amnistía decretada por el presidente Héctor J. Cámpora en 1973 y fue integrante del Peronismo de Base (PB).
Él nunca imaginó que aquel 25 de mayo de 1973, poco antes de quedar en libertad, compartiría en una celda de la cárcel de Villa Devoto un habano que Julio Cortázar le había regalado al escritor Paco Urondo. Ese puro se lo había obsequiado a Cortázar el presidente chileno Salvador Allende, que a su vez lo había recibido de Fidel Castro.
Mucho menos imaginaba Arbelos que un año después sería testigo de la Revolución de los Claveles de abril de 1974 en Portugal, que asistiría a la muerte del generalísimo Francisco Franco en 1975 y que administraría en la capital española un restaurant llamado Cafetín de Buenos Aires, al que asistían el cantante Horacio Guarany, el pintor Horacio Carpani, el poeta Juan Gelman y el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Oscar Bidegain.
En su exilio madrileño, Arbelos conoció al empresario argentino de origen sirio Jorge Antonio, jugó al truco con Casildo Herrera, ex secretario general de la CGT, se reencontró con su viejo amigo Envar el Kadri –quien en 1968 había dirigido un fallido intento de guerrilla rural en Taco Ralo (Tucumán)– y, para cobrar una vieja deuda pendiente, siguió los pasos del abogado que en Argentina lo había enviado a la cárcel durante ocho años.
En Madrid, Arbelos también se volvió a ver con un viejo compañero de militancia juvenil: Jorge Caffatti, alias El Turco, que posteriormente fue capturado en Buenos Aires por un Grupo de Tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y que soportó la tortura cantando tangos a los gritos.
Pero lo que nunca se le cruzó por la cabeza al «muchacho peronista» fue que un día se enteraría que dos de los fundadores de la Triple A, Rodolfo Almirón y Juan Ramón Morales –los asesinos del abogado Rodolfo Ortega Peña y del sacerdote Carlos Mugica– también andaban por España.

Y mucho menos que él terminaría preso en la histórica cárcel de Carabanchel, al borde de la deportación y acusado sin pruebas de participar del secuestro de Luchino Revelli-Beaumont, gerente general de la Fiat en Francia.
A veces con rabia, pero casi siempre con humor e ironía, Carlos Arbelos relata un breve destierro en Costa Rica, algunas aventuras tropicales, el retorno a España, su metamorfosis en una especie de paria rechazado por muchos exiliados argentinos, la opción por la actividad cultural y su decisión de residir definitivamente en Andalucía.
Fue precisamente ahí donde redescubrió algo que ya sabía desde muy joven, pero que los golpes de la vida le habían hecho olvidar: que la libertad es el bien más preciado del hombre. Y esto lo expresan los gitanos españoles en su saludo: «Salud y libertad».
Como él mismo apunta en la introducción de El Exilio de un Muchacho Peronista: «Con el paso del tiempo, las conductas y actitudes que se revelan en este trabajo, se irán acomodando en el sitio que les corresponde y cada uno vivirá lo que le quede de vida, acompañado por sus propios fantasmas: la historia pondrá a cada cual en su verdadero lugar».
Arbelos falleció en enero de 2010, antes de ver publicado su libro.


[El exilio de un muchacho peronista, Carlos Arbelos y Roberto Bardini, Editorial Fabro, 288 páginas, Buenos Aires, febrero de 2011, ISBN 978-987-1677-13-9]


 


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