El Holocausto, el juez Rafecas y el ardor de ciertos tujes

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Involuntariamente, el juez federal Daniel Rafecas -que se ha dedicado a estudiar el Holocausto judío o Shoah, por lo que es frecuentemente homenajeado por los dirigentes de «la cole»- les metió a los que te dije el dedo en el tujes. Porque después de trabajar casi full time durante más de tres años con ellos y los abogados de la AMIA y la DAIA en procura de individualizar a quienes habían volado la sede de la mutual hebrea, sé que hay pocas cosas que detesten más que les recuerden que los judíos fueron perseguidos en Argentina porque eran identificados con «maximalistas» y «rojos».
En una entrevista que publica Página/12 Rafecas dice que los nazis tenían la idea  de «crear una reserva judía, un lugar al que enviar a los judíos de Europa. La idea era (establecerla en) Madagascar. Y luego, en una tercera etapa, a partir de 1941, la estrategia apuntaba a deportar a todos los judíos a las estepas siberianas. Por supuesto que eso dependía de la victoria en el frente oriental. Como esa victoria sobre la Unión Soviética nunca se produjo, el plan fracasó, especialmente después de la batalla de Moscú. Así surge la solución final, el aniquilamiento.»
Y añade: «La forma en la que se llega a la creación y crecimiento de Auschwitz sólo se explica por la evolución de la guerra y el frente oriental. Esto no se valora habitualmente (…) Fue decisiva la identificación del judaísmo con el bolchevismo, fue machacado que el judaísmo era portador del comunismo y que había que combatirlo».

En fin, que para los niños bien (jodidos) de la Liga Patriótica, judío, revolucionario y revoltoso eran sinónimos, y de ahí es que surgen los progroms y la Ley de Residencia.
Nada tienen que ver aquellos valerosos judíos que protagonizaron la Semana Trágica con los banqueros, financistas y lavadores de ahora. Ni con el sionismo. Ni con el fascismo israelí.
Recuerdo a los dulces viejos del viejo ICUF de antes y me alegro. Me imagino la crispación de las mandíbulas de tantos falsarios y también me alegro. 

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