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El Lanata de Majul / 1. Un Priapo gigante

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Un Casanova alto, siempre al palo, campeón de las señoras gordas
 
Lanata. Secretos, virtudes y pecados del periodista más amado y más odiado de la Argentina, por Luis Majul, Buenos Aires, Margen izquierdo, 2012, 449 páginas.
 A Julio Mendioroz, que me lo prestó en la playa 
 

En su extensa biografía del periodista con el que rivalizó, peleó y al fin canibalizó, exitosa ópera prima de su nuevo sello bibliográfico, Margen Izquierdo, Luis Majul aumentó notoriamente la talla del personaje («Lanata midió siempre un metro noventa», macaneó en la página 198, a pesar de que en su plenitud no llegó a 1,80). En otras varias partes del libro el periodista estrella del Grupo Clarín aparece diciendo que tuvo «centenares» de amantes («cientos de chicas en cientos de lugares», fanfarroneó). Lanata también aseguró haber pasado varios años, acaso cinco, esnifando 8 gramos de cocaína diarios, dosis que muchos estiman mortal de necesidad de consumirse un solo día. Excepto, acaso, para Rasputín, que, dicen, cometía todo tipo de excesos..

Estos tres datos concatenados permiten por si mismos trazar un escorzo, esbozar una idea acerca del propósito de una biografía que por momentos asemeja a la del barón de Munchausen, es decir: persigue crear un mito. Porque, si bien, Majul tiene claro que el biografiado no da para una hagiografía (ni ésta se vendería, al público suelen gustarse más los pecadores que los santos) no se privó de ditirambos como los expuestos.

La biografía de marras también es complaciente por algunas omisiones notorias. Por ejemplo y para comenzar, nada dice del frustrado intento del joven Lanata por hacer pie en El Periodista, semanario en el que él mismo Majul trabajaba. Y es que el staff dirigente de dicha revista, integrado por periodistas de larga trayectoria muchos de los cuáles habían marchado al exilio durante la dictadura, lo consideraba un advenedizo que escribía como la mona y no le dio cabida. Tampoco menciona Majul la defensa que Lanata hizo de los García Belsunce y minimizó sus episodios de plagiario (http://pajarorojo.com.ar/?p=3185).

Lanata, cuyo primer trabajo significativo como periodista fue el de secundar a Eduardo Aliverti en su programa Sin anestesia, ingresó por la puerta grande al El Porteño. Se la abrió de par en par su fundador y propietario, Gabriel Levinas, hoy uno de sus columnistas. Y fue un bluff. 

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El Porteño 

Levinas lo cuenta así: «Lanata vino a la revista con las cintas del caso Ítalo (la compañía de electricidad estatizada fraudulentamente por el ministro José Alfredo Martínez de Hoz, quien antes había sido uno de sus directivos). Las quería pasar en Radio Belgrano, pero por alguna razón, no pudo. Cuando las escuché, me asusté. Le sugerí que las devolviera al Congreso (de dónde habían sido sustraídas) porque eran de su propiedad. Discutimos mal. Al final salieron. Se armó un escándalo descomunal».

 

El motivo por el que las autoridades de la estatal Radio Belgrano (no recuerdo si a la cabeza de la intervención estaba Daniel Divisnky o Julia «Chiquita» Constenla) no quisieron emitir el casete fue que estimaron que su emisión beneficiaría a Martínez de Hoz. Lo confirmó el gran periodista Rogelio García Lupo, que entonces asesoraba a la Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados que le tomó declaración al ex ministro de Economía en una sesión reservada, sin periodistas ni taquígrafos.

 

La grabación clandestina en dos microcasetes había llegado a los periodistas de manos de uno de los diputados que integraban la comisión, el justicialista de extracción sindical Héctor Basualdo, denunciaron públicamente Levinas y Lanata al explicar por qué no ofrecían a los lectores de El Porteño el audio de aquella sesión. Sin embargo, inagurando su máxima rectora de no dejar nunca que la realidad le arruine una buena nota, luego de una portada rimbombante: «Ítalo: cortocircuito en el Congreso. Reportaje a Basualdo. Historia de traiciones (…) La nota que no publicamos», Lanata redactó el cuerpo principal de esa primera nota de tapa suya, en el número 35 de enero de 1985: un texto tan pobre que, a fin de disimularlo, se presentó arropado por seis recuadros. 

Justificaciones 

Para justificar su traición a Basualdo, Lanata le atribuyó a un ignoto cronista de una agencia de noticias la revelación de que «viene de la derecha católica del peronismo y hay quienes lo relacionan con los servicios de la Fuerza Aérea», sin atreverse a decirlo él mismo de frente march. En su afán de ensuciar a Basualdo para justificar su traición, también se refirió a  «distintas versiones sobre los asesores de la comisión», como «las que mencionan a un asesor de Basualdo, Jorge Pagani, abogado de la ultraderecha católica, como ex funcionario de la Policía Federal…». Pero respecto al interrogatorio de Martínez de Hoz en sí, apenas reveló que «una sola pregunta por parte de uno de los diputados (de la comisión investigadora) testimonia cualquier  evaluación que pueda hacerse de la investigación: en ella se le pide disculpas al ex ministro porque ‘no queremos hacerlo contradecirse, pero lo que pasa es que no me quiere contestar'». Eso fue todo.

 

Antes de terminar, Lanata siguió justificando la paradoja de que, después de haber anunciado largamente por radio que iba a publicar el interrogatorio a «Joe», no lo había hecho. Postuló que al entregarles los casetes, Basualdo los había puesto en un brete: «… nos encontramos en medio de una maniobra que, desde la interna, aparentemente pretendía desbaratar la comisión. De haberse publicado las declaraciones de Martínez de Hoz, éste se negaría sistemáticamente a declarar, aduciendo falta de privacidad en el juicio secreto que se lleva cabo (…) En eso pensábamos Levinas y yo cuando subíamos las escaleras del Congreso para entregarle el material al presidente de la Cámara».

 

En el primero de los seis recuadros que acompañaron a la nota principal para disimular su absoluta falta de sustancia y abriendo el paraguas ante la segura repulsa de muchos periodistas, bajo el título «La nota que no hicimos» Levinas escribió que «El asunto de los cassettes de la Italo es un asunto de tres delitos simultáneos. Voy a a pasar a enumerarlos de menor a mayor. El primero: traicionar a la fuente de información (…) yo traicioné esa vieja norma al reservar la información y denunciar al diputado Basualdo, la fuente (…) El segundo delito (hubiera sido): divulgar información secreta (…) El tercero y más grave es el cometido por el ex ministro Martínez de Hoz». Y agregó: «Misteriosamente, el mágico hecho de devolver los cassettes para mantener el secreto y continuar la investigación del delito principal invirtió las prioridades: la ruptura de la tradición del secreto periodístico pasó a ser el delito principal. 

Una voz disidente 

En otro de los recuadros, «Este cassette se autodestruirá en 5 segundos», Ernesto Tiffemberg daba cuenta del cimbronazo que había provocado en él y en los demás miembros del consejo de redacción la sorpresiva presentación de Levinas y Lanata en la presidencia de la Cámara de Diputados y su disidencia parcial con esa actitud: «… para nosotros, periodistas, un secreto acariciado y protegido por generaciones es el de guardar la fuente. Tan protegido que hasta la propia ley lo reconoce y lo nombra: secreto profesional. (…) Entonces nadie puede ni podrá imaginar la cara que pusimos esa mañana que, con los ojos todavía pegados, leímos (en el diario) el nombre de un diputado junto al de la revista que contribuimos mes a mes a poner en la calle. (…) Publicar las cintas hubiera sido una muestra de confianza en nuestro pueblo, apostar a que todos y cada uno sabrían encontrar la diferencia entre el Parlamento y sus ocasionales ocupantes. Sin embargo, si lo hacíamos, Martínez de Hoz tenía una buena excusa para retacear declaraciones futuras (…) Levinas eligió el camino que le señaló su conciencia, no la periodística por cierto, y se presentó con Lanata en el Congreso para devolver un ‘regalo’ que quemaba».

 

A pesar de hacerle tragar tamaño sapo, Lanata convenció a Levinas de que era un hacedor nato de tapas vendedoras, y se abocó a hacerlas. Sin embargo, su aporte no pudo torcer el rumbo de los acontecimientos, y pronto Levinas le manifestó a él y a los miembros del staff (entre los que se encontraban, cito de memoria, el jefe de arte, Eduardo Rey, y los redactores Eduardo Blaustein y Daniel Molina) que no quería seguir financiado una revista que le daba pérdidas, y les propuso que formaran una cooperativa que continuara editándola.

 

Golpista

«Fue una idea mía (porque) no quería seguir poniendo guita (Y es que) El Porteño fue el peor negocio de mi vida», explicó Levinas. Y agregó: «Después, en 1985, cuando ya estaba afuera, me enteré de que Lanata hizo una especie de golpe de estado y se quedó con el manejo de la revista».

«Lanata y treinta periodistas más (sic) pusieron 200 dólares cada uno y formaron una cooperativa (llamada Cooperativa de Periodistas Independientes, término que entonces no se pronunciaba con sorna. N. del A)», continuó Majul. «Entre los miembros más destacados estuvieron, además de Lanata, Osvaldo Soriano, Ernesto Tiffemberg, Eduardo Blaustein, Homero Alsina Thevenet, Ariel Delgado, Rolando Graña (sic) Juan José Salinas, Enrique Symms, Daniel Molina, (Eduardo) Aliverti, Marcelo Zlotogwiadza, Gerardo Yomal, Eduardo Berti, Carlos Ulanovsky y Ricardo Ragendorfer», enumera. Más allá de que los fundadores fueron treinta en total, no 31, Majul olvida o elige no citar a varios, incluyendo a algunos tan conocidos como Tomás Eloy Martínez y Osvaldo Bayer. Y acaso haya querido adular a Graña, jefe de programación de América TV, quien no estuvo entre los fundadores sino que llegó después, ingresando en el mismo acto a la cooperativa y al consejo de redacción de El Porteño.

Memorias

Seguidamente, Majul hace referencia a quien escribe, a quien presenta como «un periodista complejo, de una memoria prodigiosa». No es posible decir lo mismo de él. A pesar de constar en Pájaro Rojo y en la solapa del único libro de mis  libros que Majul cita (Gorriaran, La Tablada y las ‘guerras de inteligencia'» en América Latina), sitúa la fecha de mi nacimiento el 25 de marzo cuando nací el 24.*

«Las asambleas de la cooperativa de El Porteño eran una carnicería», continúa. «Lo contó El Pájaro Salinas en su blog, Pájaro Rojo. Y lo hizo sólo para dejar en claro que Lanata jamás fue director de la revista. Salinas estaba furioso por una entrevista halagüeña que el legendario (Enrique) Symms le había hecho a Lanata en Rolling Stone. Decía que era en agradecimiento porque Jorge le había dado ‘conchabo’ en Crítica de la Argentina. Tan enojado estaba que le puso de título a su comentario ‘Symms: viejo, desdentado y chupamedias’.»

El párrafo de Symms que motivó mi enojo fue el siguiente: 

Lamentablemente para mí, siguiendo una arbitraria decisión, en el transcurso de aquellas aburridas sesiones me alineé en el bando de Juan José Salinas, quien también pretendía apropiarse de la jefatura de la redacción, enfrentando la resolución inapelable de Lanata: si no lo nombraban jefe de redacción, renunciaba» . Y se lamenta amargamente: «Pero yo, ofendido por niñerías de la soberbia, renuncié a El Porteño sin saber aún que, en realidad, había renunciado también a formar parte del futuro staff de Página/12». 

Más adelante, en la página 82, Majul señala que «En su blog, Salinas habló, en concreto, durante (sic) su discusión con Lanata durante el verano de 1986 en el consejo de redacción de la cooperativa».

Y me citó:

«El mandato de la asamblea de cooperativistas había facultado al consejo de redacción a editar la revista sin diferencias entre sus miembros. Pero Lanata proclamó que él no quería acordar ni con Molina ni conmigo en igualdad de condiciones, y para reafirmar su resolución, metía la mano en los cajones de nuestros escritorios frente a nuestras narices. Manifestó que quería ser el jefe y me hizo comunicar por un compañero que debía irme del consejo. Como me resistí tanto a irme como a aceptar su jefatura, el contencioso derivó en tumultuosas asambleas de cooperativistas en las que Lanata a la postre logró imponerse y compartir la jefatura de redacción con su entonces socio y amigo Tiffemberg. Nunca llegó a ser nombrado ‘director’ de la revista aunque lo haya sido en la práctica en tándem con Tiffemberg».

Puntualizaciones 

Pues bien: la nota de marras no fue publicada en Pájaro Rojo sino en la fenecida Zoom, (y puede leerse ahora en http://artepolitica.com/comunidad/symns-y-lanata/) y explica detalladamente lo que se debatía en aquellas tumultuosas reuniones y los motivos de la oposición a las pretensiones hegemónicas de Lanata, en cuya biografía nada se dice de la resistencia ejercida entre otros por el presidente de la cooperativa, Eduardo Rey, por Alberto Ferrari y el más veterano de los participantes, el maestro Homero Alsina Thevenet. Como también, en un plano menos estridente, de acuerdo a su estilo, del joven Eduardo Berti.

Tampoco destaca el ferviente lanatismo de Eva Giberti, aunque si consigna que la primera esposa de Lanata, Patricia Orlando, recordó con inocultable rencor que la psicóloga le enviaba a su marido «cartas perfumadas» en las que «le sugería cambiar el estilo de vida que estaba llevando conmigo». Con éxito, ya poco después Lanata se separó.

Los sentimientos de Giberti hacia Lanata no son compartidos por el hijo de aquella, Hernán Invernizzi, quien publicaba columnas de una página en El Porteño desde su celda en el penal militar de Magdalena, donde cumplía una condena por haber colaborado, siendo soldado, al intento de ocupación del Comando de Sanidad del Ejército por el ERP, en 1973.

Y es que una vez, recordó escandalizado Invernizzi en la redacción de El Porteño, la columna que envió apareció con muy pocas variaciones… firmada por Lanata.

Pero lo más importante es que en aquella invectiva contra Symms quien escribe, puntalicé:

«…yo nunca jamás me postulé para dirigir la revista. Muy por el contrario, me limité a resistir ser avasallado por la pretensión del entonces veinteañero Lanata (cuyo mayor mérito hasta entonces era secundar a Aliverti en la radio). Hasta el punto, de que en el clímax de aquella prolongada resistencia (en cuyo curso logré que en dos oportunidades la asamblea de cooperativistas votara mi reposición en el consejo de redacción) publiqué muy intencionadamente en la revista un artículo del malogrado antropólogo francés Pierre Clastres titulado «Cuando los jefes no mandaban», que sustentaba una filosofía muy parecida a la que habría de publicitar años después el subcomandante Marcos y los insurgentes zapatistas chiapanecos, la de mandar obedeciendo». 

Y agregué: 

«Siempre propuse una dirección colectiva. Y me indigna que Symms, en su afán de agradarle a Lanata, me difame poniéndome como un arribista (…) Tampoco es cierto que él se haya peleado con Lanata por mi causa. Symms siempre añoró las épocas de Levinas, jamás se avino al funcionamiento colectivo y se distanció de Lanata y se fue de El Porteño por sus propias razones, entre ellas y de manera sustantiva que se lanzó a la aventura de sacar Cerdos &Peces por fuera de El Porteño y de la cooperativa. Dicho sea con ironía: la cooperativa era algo así como el partido bolchevique; el consejo de redacción, su comité central. Lanata era un Stalin que quería forzar un buró a su imagen y semejanza, yo la oposición de izquierda –más luxemburguista que trotsksista–, y Symms un bardo que añoraba y añora la Corte del Zar (Levinas)». Salvando sean, desde luego, las siderales distancias. (Continuará)


*) En colaboración con Julio Villalonga. Escribí otros tres: AMIA, El Atentado. Quienes son los autores y por qué no están presos; Ultramar Sur. La última operación secreta del Tercer Reich (en colaboración con C arlos De Nápoli) y Narcos, banqueros y criminales. Armas, drogas y política después del Irangate.

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