El mal como sistema

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Por Mario Moldovan  (Columna leída en Ruido de Medios, Radio América, 25/9/2010)


Hace un par de semanas se estrenó la cuarta película de Enirque Piñeyro.
El Rati Horror Show trata de la llamada masacre de Pompeya, ocurrida a principios de 2005, cuando un presunto delincuente, perseguido por policías federales, atropelló y mató a tres personas.
Fernando Ariel Carrera fue condenado a treinta años de prisión. Hoy sigue en el penal de Marcos Paz  a la espera de que la Corte Suprema de Justicia determine si fue una víctima del «gatillo fácil» policial.
Pero no sólo eso está en juego.
El Rati Horror Show es mucho más que una película o un documental, es más que una denuncia o una investigación; es tal vez el manifiesto político más contundente que desde una pantalla, en este caso de cine, traza el diagnóstico de una decadencia anunciada y  consolidada.
El director del film habló de una «conspiración del Estado», comparó el caso de Carrera con el de Dreyfus y filmó de manera metódica la trama de negligencias, corrupción e injusticia que afectó a un tipo común.
La película comienza con una acertada parábola que une los crímenes de Kosteky y Santillán con el caso de Pompeya. En el primero, que derrumbó al gobierno de Duhalde, se trató de asesinatos a mansalva contra militantes populares. En el segundo, una maquinaria estatal que asesina, encubre delitos y condena a inocentes.
Ambos crímenes son políticos.
Algunos críticos quisieron establecer paralelos entre el trabajo de Piñeyro con el del norteamericano Michel Moore. Deberían sacarse los prejuicios mitificados de un progresismo paradójicamente conservador y animarse a establecer una genealogía entre esta película y las investigaciones político-policiales de Rodolfo Walsh.
Planimetría, calibres, proyectiles, sonidos de impacto, neurofisiología.
Análisis, métodos, mediciones al servicio de una verdad que alumbre los hechos pero que en definitiva alumbran mecanismos de poder.
Y también análisis legales, repasos de ortografía y retórica, exposición de la miseria intelectual y profesional de policías, jueces y abogados.
Para colmo, la tremenda obscenidad de las coberturas periodísticas que en un lapso tan corto, que dura dos horas, y la distancia que solo media entre un canal y otro, les permite asegurar que dos…no, tres,  no, cuatro delincuentes en un mismo hecho. Repiten como loros las versiones policiales, para tampoco arrepentirse ni decir: ¡qué mal que estamos trabajando!
Es que más allá de la corporación a la que se pertenezca es hora de que los problemas y los dramas que vivimos sean vistos como sistema y no como excepciones. Todos estamos metidos hasta la verija.
Hace tiempo que alguien formuló una pregunta retórica llena de sentidos: ¿Cómo es posible tener buenos periodistas si tenemos políticos de mierda? Y se podría seguir: ¿Cómo es posible tener policías corruptas e ineficientes si no están en sintonía con una justicia podrida y maricona?
No se trata de decir que todo está mal. No lo hace Piñeyro por más que una ética de llanero solitario recorre la película. El humor y el sarcasmo alivian la tragedia. Y muestran un camino.
Tal vez las cosas no se pueden cambiar todas de golpe. Esa idea subyacía en otros tiempos cualquier proyecto revolucionario. Tal vez hay que ir de a poco, como pretendian los reformistas.
Sea cual sea el camino, lo importante es saber que el mal no es una persona o una institución. El mal casi siempre hace sistema.


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