El pasado ¿pisado?

Compartí

PRESENTACIÓN DEL LIBRO LA SOCIEDAD ARGENTINA HOY FRENTE A LOS AÑOS ’70

«Pedir silencio sobre el pasado es una actitud cargada de mala fe»

El director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Eduardo Jozami, y Claudia Medvescig, una de los ganadores del Premio 2008 de ensayo dialogaron acerca de la necesidad de mantener en movimiento la construcción de la propia historia.

Juan Pablo Cinelli jcinelli@tiempoargentino.net

Atravesar los 100 metros de parque que separan la entrada del edificio del borde de una de las calles más ruidosas de Buenos Aires puede llegar a resultar una experiencia extraña y sobrecogedora. Árboles enormes que sin dudas han tardado muchos años en alcanzar la adultez se encargan de rodear todo de silencio y, en medio de ellos, los edificios blancos se reparten, bien separados unos de otros, pero a la vez unidos por una red de caminitos que van de puerta en puerta. La sede del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti podría ser un lugar perfecto, si no fuera porque hace poco más de 30 años el grueso de una generación de jóvenes fue devorada entre las sombras de ese predio. Una incomodidad que molesta justamente en el mismo sitio que viene a reforzar: la memoria. Se entra a un Centro Cultural, pero es inevitable no pensar que allí funcionó la Escuela de Mecánica de la Armada, mejor conocida como ESMA. Dan ganas de gritar.

El Centro Cultural de la Memoria acaba de editar La sociedad argentina hoy frente a los años ’70, libro publicado por Eudeba y compuesto por los textos elegidos en el concurso de ensayos Premio Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti 2008. La ganadora del primer premio, Claudia Medvescig, se encuentra en el despacho de Eduardo Jozami, director del Centro Cultural. Ambos parecen bien dispuestos para el diálogo sobre aquel momento de la historia argentina, para seguirle dando vueltas a esos años de fuego y plomo que fueron los ’70. Hace poco menos de una semana, el escritor y periodista Martín Caparrós se pronunciaba por televisión acerca de lo poco conveniente de seguir insistiendo en ese tema. «Más allá de cualquier situación coyuntural, nosotros creemos que había −y todavía hay− un déficit de memoria en la sociedad argentina y que es importante contribuir a recordar y a reflexionar sobre ese recuerdo», afirma Eduardo Jozami.

«Desde ese punto de vista, pensamos que la tarea que justifica la existencia de este Centro Cultural de la Memoria es ayudar a esa reflexión, y para eso hay que investigar, profundizar, discutir y también dar espacio para la creación artística», completa su director.
Claudia Medvescig lo escucha con atención.

−En tu ensayo elegiste el tema de observar las circunstancias que vivía el país entero durante la última dictadura militar, desde el escenario de un pueblo de provincia. ¿Creés que todo aquello que se vivió como sociedad puede traspolarse a una unidad mínima y, a partir de lo que pudo haber vivido un individuo en esos años, explicar y entender mejor lo macro?
 
CM: −Como te decía recién Eduardo, creo que la historia argentina está construida desde el silencio. Pertenecemos a una generación que creyó en todos los silencios que le fueron imponiendo y nunca se los cuestionó, hasta que llegó un momento en que el silencio fue tan fuerte que se quebró y empezaron a surgir preguntas. Me parece que donde haya algo que empiece a hacer ruido, donde haya un silencio que está golpeando, nos debemos la posibilidad de poder investigar.
 

La dictadura golpeó y tocó en los pueblos chicos como lo hizo en todo el país. Lo que pasa es que al no tener tantos medios de comunicación, al ser más fuerte la cuestión del qué dirán, del no meterse, todo se fue tapando más fácilmente.

−¿Y qué podría querer dejar afuera quien insiste con el silencio?
CM: −Es que siempre queda el silencio. Siempre quedan cosas afuera, porque uno no tiene la verdad absoluta, solamente se abre una puerta para que otros vengan y puedan seguir construyendo. Sería bastante abrumador decir que uno puede tener una verdad absoluta.

−En tu texto, el eje principal es el silencio. En la ruptura y solución de ese silencio prolongado, ¿qué papel le tocaría a instituciones como los organismos de Derechos Humanos, centros culturales, o a la prensa misma?
 
EJ: −El papel que han asumido desde hace años. Nosotros creemos que existe, a partir de 2003, un cambio significativo en el estímulo a este proceso de memoria. Pero ese cambio político significativo también fue consecuencia de una lucha del movimiento de Derechos Humanos, una lucha larga y en situaciones muy difíciles durante los ’90, cuando la mayoría de la gente parecía aceptar que el camino de buscar la verdad, de buscar el enjuiciamiento de los responsables ya estaba cerrado. Al Centro Cultural le toca la tarea de ayudar a recordar, pero estimulando el debate y la creatividad.
 

Antes mencionamos a Caparrós y creo que el riesgo que se corre con posturas como las que él planteó, que tal vez pueden pretender ser originales, es que implican negar la importancia que ese pasado sigue teniendo para construir un futuro mejor. Nunca se discute sobre el pasado sin que tenga que ver con el presente, y en la medida en que discutimos en el presente, de alguna manera estamos resignificándolo.
Quienes no quieren ver esta dialéctica entre el pasado, el presente y el futuro político de la Argentina, me parece que se equivocan.

−Que un poco es la dialéctica entre memoria e historia que mencionas en tu ensayo…
CM: −Así es. La memoria requiere un trabajo permanente, todos los días nos vamos a replantear cuestiones en relación al pasado. Esta posibilidad que nosotros tenemos de poder hacer un libro y que mucha gente pueda reconocerse en el texto, es la posibilidad de seguir haciendo la memoria y aportando nuevas visiones. Creo que hay un legado permanente que podemos ir reconstruyendo, y en ese trabajo siempre va a haber acuerdos y disidencias.
Lo peor es seguir siendo presos del miedo que nos obligaron a tener.

−¿En qué momento se empieza a ser culpable del propio silencio?
CM: −Cuando lo reconoces, cuando te das cuenta que estás callando. Cuando no es silencio porque sí, sino que son palabras silenciadas.

−Entonces, el hecho de proponer un silencio cuando es obvio que es necesaria la palabra, eso implica una culpa.
EJ: −También conviene diferenciar situaciones. Tal vez sea más comprensible el silencio durante la dictadura, porque había motivos para que tanta gente callara.
 

El terror es naturalmente inmovilizador, ni la mejor ni la peor respuesta, pero sí la más natural. Hay que tratar de evitar lecturas muy ligeras de lo ocurrido, como cuando se dice que toda la sociedad es cómplice? hay que ubicarse en ese momento. Uno puede tener una mirada crítica hacia quienes tuvieron la mayor responsabilidad, lo que podemos llamar una complicidad activa, y diferente grado de comprensión frente a otras situaciones. Pero hoy, que estamos ante una circunstancia diferente, lo que resulta inexplicable es que pretenda negarse ese debate con argumentos tan banales como los que dicen que «si miramos al pasado no vamos a poder avanzar», o que «nos estamos negando la posibilidad de construir el futuro…»

−Que no es ni más ni menos que el argumento menemista?
EJ: −Exactamente. Y eso, insisto, es una banalidad. Es impensable construir una política de futuro que no se inspire en el pasado, pero al mismo tiempo es un argumento de mala fe. Pensemos que buena parte de quienes hoy sostienen esta argumentación, los sectores más tradicionales de lo que se llama el liberalismo argentino, por ejemplo el diario La Nación, hace unos 140 años que vive de un pasado que considera ilustre y hace política todos los días en nombre de ese pasado. Y eso no está ni bien ni mal: es más o menos lógico que una institución se reconozca en su pasado, tanto que como quienes tenemos una visión crítica de ese pasado no casualmente también tengamos la misma visión crítica de lo que hoy puede estar diciendo ese diario.

−Uno de los apartados del texto de Claudia habla de lo subversivo, desde la óptica de la dictadura, como lo sub-humano. Mirando hacia atrás, ¿podemos darnos el lujo de usar esa misma calificación para quienes ejercieron la represión?
EJ: −Es la misma discusión que se planteaba en Alemania tras el régimen nazi. Es interesante entender que los responsables de estos delitos atroces han tenido conductas monstruosas y al mismo tiempo son seres perfectamente normales.

−Y por eso tienen que ser castigados.
EJ: −Por supuesto. Porque de lo contrario caemos en que hubo una situación excepcional donde 50, 200 o 5000 (o los que fueran) militares, poseídos por el odio a la subversión, cometieron un acto de irracionalidad. Y resulta que acá hubo una dictadura cívico militar, alentada por sectores sociales importantes, con una participación bastante compleja y donde el plan que se llevó adelante, dentro de su tremenda monstruosidad, también tiene su racionalidad, porque fue organizado desde el comando del Estado, con todos los recursos técnicos y de planificación con que se desarrollan las políticas estatales. Actos monstruosos, aberrantes, cometidos por criminales. Pero criminales que pudieron hacer toda su carrera en las fuerzas armadas, hasta llegar a ser generales o…
CM: −¡Presidentes!

−¿Creen que 40 años es tiempo suficiente como para superar esa suerte de estrés postraumático que impuso el silencio?
 
EJ: −Tengo mis dudas de que pueda fijarse un plazo. Creo que estamos en un momento propicio, porque han pasado una cantidad de años que permiten también la mirada de los que no participaron.
 

Los que fuimos participantes del proceso, y de alguna manera sufrimos lo que sufrió toda la sociedad en ese momento, tenemos un testimonio que puede ser muy relevante. Pero en este proceso también es fundamental la mirada de las generaciones sucesivas, que ven necesariamente con otros ojos lo que ocurrió. El debate de los ’70 ha cobrado hoy una actualidad que tiempo atrás parecía difícil de pensar.


Compartí

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *