El Quinto Peronismo
Por Manuel Barrientos / Debate
Profesor de Sociología de la Universidad de Buenos Aires, Alejandro Horowicz trazó en su obra una caracterización de las diferentes mutaciones cronológicas del peronismo. La primera, atraviesa su surgimiento y las dos primeras presidencias de Juan Domingo Perón. La segunda, está marcada por la resistencia a los golpes militares que se sucedieron luego de 1955 y llega hasta los primeros años de la década del setenta; es decir, por la lucha frente a las continuas proscripciones electorales y la consolidación del poder del frente en los sindicatos. La tercera, sobresale por el giro a la izquierda de los setenta y la militancia juvenil. La cuarta abre con la muerte del líder y llega a la derrota frente al alfonsinismo, en 1983.
En el diálogo con Debate, Horowicz indaga en la actualidad del movimiento político, luego de que los tres candidatos presidenciales que se definen a partir de su identidad peronista -Cristina Kirchner, Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá- obtuvieran el setenta por ciento de los votos en las elecciones primarias. También reflexiona sobre los posibles reacomodamientos y conflictos internos que pueden darse a partir del próximo 10 de diciembre.
El setenta por ciento del electorado votó en las primarias a candidatos que se asumen como peronistas. ¿Qué interpretación hace sobre ese fenómeno?
El golpe de Estado de 1976 primero, y la crisis de 2001 después, arrasaron con el sistema político argentino. La fuerza social y política que mostró mayor capacidad de supervivencia en esas condiciones fue el peronismo, y las demás fueron sencillamente devastadas. El radicalismo fue demolido por su propia incapacidad política, porque no estaba escrito que Fernando de la Rúa debía irse obligatoriamente al diablo. Si hubiera salido de la Convertibilidad en los primeros sesenta días de su gobierno, De la Rúa hoy sería un político significativo de la Argentina. Pero actualmente no es ni significativo ni importante porque no pudo entender que el de los bancos no es el único interés que existe en el país; y, al atar su suerte a la de ellos, terminó como terminó.
¿Qué efectos tuvo esa crisis sobre el sistema político?
El costo fue el «que se vayan todos», es decir, una comprensión de la sociedad argentina de que la política no servía para modificar nada. Votar a De la Rúa o a Carlos Menem significaba lo mismo, un orden político que se autoabastecía a sí mismo y se distanciaba cada vez más de la sociedad. El estallido demostró que ese camino no sólo no es viable, sino que tiene un costo que la sociedad argentina ya no tolera. En consecuencia, eso impone necesariamente, a quienes se propongan sobrevivir en la actividad política, considerar caminos alternativos, más allá de que esa vía exista o no previamente. Entonces, no es que el kirchnerismo se construye alrededor de un programa previo, sino que lo hace a partir de las cosas que tiene que evitar. Al mismo tiempo, necesita restablecer la relación entre los derechos y las penas, entre las palabras y las cosas.
¿Cómo se restituye ese vínculo?
Esto no sucede de cualquier modo, sino a partir del fin de la impunidad. La idea de que es posible construir un orden social relativamente razonable y democrático en derredor de un esquema de impunidad no es conservadora, es absurda y se revela imposible en cualquier lado. Las crisis estallan cinco minutos antes o cinco minutos después, pero son inevitables, están en la naturaleza de las cosas. Una sociedad que no tiene un sistema de punición efectivo es una sociedad que enloquece, que tiene una incapacidad fenomenal para entender el mapa de sus propios problemas. La Argentina alucina sus problemas, no los mira. Y la última elección primaria demuestra que hay un pasado irrecuperable e incapaz de constituir un eje, porque Eduardo Duhalde y Ricardo Alfonsín son el pasado. Pero no se trata del problema de un partido conservador, porque se puede tener un partido conservador en la Argentina que se haga cargo de que hay cosas que son políticas de Estado y que no tienen vuelta atrás, que no se puede volver a la situación anterior a 2003, o restablecer un modelo productivo que no se proponga ser sudamericano, porque no se puede, en el marco de una crisis global como la actual, repetir las mismas triviales recetas con las que los argentinos fueron devastados y con las que los europeos marchan hacia su devastación.
Vuelvo a la primera pregunta, ¿qué significa hoy el peronismo? ¿Qué une a esas candidaturas que obtuvieron el respaldo del setenta por ciento de los votos?
Nada, simplemente remiten a una historia común en la cual pueden referenciarse. Que Duhalde haya sido peronista alguna vez no tiene la menor importancia. Duhalde es un conservador de la provincia de Buenos Aires, del período anterior a 2003. Pero ni siquiera es un conservador popular, porque ellos produjeron políticos y puntos de vista que tenían una consonancia con lo popular mucho más importante. De ese partido, salieron Arturo Jauretche y Vicente Solano Lima.
¿Vincularía, entonces, a Duhalde con el conservadurismo de Manuel Fresco, el gobernador bonaerense de los años treinta?
Totalmente, pero cuando Fresco ya era inviable. El esquema del fraude patriótico podía funcionar en ciertas condiciones en la provincia de Buenos Aires, pero una de las cosas que no entendieron estos muchachos es cuándo este esquema funciona y cuándo deja de funcionar. Después del momento en que (Agustín) Justo dejó de ser presidente, ese mecanismo no era posible para enfrentar la crisis que atravesaba la sociedad argentina y el capitalismo mundial frente a la Segunda Guerra. Entonces, el surgimiento del peronismo, entre otras cosas, está ligado a la incapacidad de estas fuerzas políticas y sociales de modificarse. Y, al no poder hacerlo, la historia recurre a los instrumentos que posee. En un momento determinado, las Fuerzas Armadas eran parte de esa farmacopea, pero ya no lo son más.
Usted describe cuatro etapas del peronismo. ¿Con qué períodos vincularía las postulaciones de Duhalde y Alberto Rodríguez Saá?
Ambos son sobrevivientes del segundo peronismo, que tenía más que ver con la cuestión sindical y el momento en que estas posiciones no podían hacer política y sólo podían negociar condiciones de trabajo. El problema es que ésta no es la misma situación, y que la derrota del movimiento obrero no fue aún revertida, porque recién ahora hay condiciones para reconsiderar un fenómeno de esa naturaleza. El 75/76 fue una derrota histórica de los trabajadores, de la que no se recuperaron más. Luego, distintas condiciones políticas abrieron el curso de la posibilidad de la recuperación, pero los trabajadores como tales no hacían política. Hoy, los dirigentes sindicales tienen la libertad absoluta de alinearse con quien les parezca y como les parezca, sin que eso tenga ningún costo hacia el interior de su propia organización.
Y Cristina Kirchner, ¿en qué etapas del peronismo se referencia?
Cristina marcha en otra dirección, hacia un nuevo programa para el partido del Estado, con el objetivo de orientar todo el ciclo que hay que construir y que aún no está construido. Y ese programa no puede ser sino suda-mericano, donde la Unasur es una necesidad inevitable y el Banco del Sur es un instrumento preciso. Eso lleva a otra escala, a pensar la política en condiciones en que la Argentina nunca la pudo pensar. Ésta es la primera vez que la Argentina puede plantearse, genuinamente, como parte de un bloque mayor, en un camino que le pueda brindar soberanía política e independencia económica. Es decir, con una fuerza que es capaz de gobernar según el interés nacional y latinoamericano. Esta situación, antes era inimaginable.
En ese sentido, ¿Cristina sienta las bases de un quinto peronismo o va por una vía distinta?
Si construye un programa y modifica la clase dominante que requiere ese programa, Cristina puede generar el quinto peronismo. Pero tienen que ocurrir esas dos cosas, que todavía no sucedieron. No se puede decir si van o no a ocurrir, pero hay condiciones de posibilidad para que sucedan. Y hay un deseo en la sociedad de que eso suceda. Pero esta situación, para la historia, no supone de forma automática que sucederá.
¿Qué potencialidades, pero también qué límites, tiene el kirchnerismo de lograr la reunificación de todas las fuerzas peronistas?
Creo que ahí existe un problema muy complicado, porque quienes se fueron en 2008 no sólo tienen dificultades para volver, sino que tienen un problema de confiabilidad política. Si algún capital político tiene el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, se debe a que cerró la hemorragia de 2008 y la de la derrota política de 2009. Pero Felipe Solá, el cuadro más importante de la resolución 125, así como también Elisa Carrió, terminaron fuera de juego. Ésa es la verdadera conclusión política del resultado de las elecciones primarias: las fuerzas que implementaron la lucha contra la 125 descarrilaron definitivamente.
¿Qué razones encuentra acerca de esa reacción de la sociedad?
¿Por qué esa discusión aún está irresuelta? Está pendiente no sólo como debate histórico sino también como debate político. Hasta 1975, la Argentina tenía un programa. Pero el plan que se enarboló con el golpe -y previamente, con el gobierno de María Estela Martínez de Perón y el Rodrigazo-, es un giro que se propone la reprimarización de la actividad económica en la Argentina. Ese giro se hizo, pero es inviable, porque sobrarían veinte millones de argentinos. Entonces, para que ese giro sea posible, hay que masacrar o expurgar a veinte millones, cosa que en el horizonte de 2001 estaba presente. Si algo evitó que esto sucediera fue, precisamente, el discurso que la sociedad adoptó a partir de 2003.
¿Qué desafíos se abren para el período 2011-2015? Un viejo problema es la relación entre el sistema político y la sociedad. No se puede pensar que ese vínculo se modifica cambiando sólo el sistema de boleta electoral. No digo que no sirva la boleta única, pero ése no es el camino. La relación sólo se restablece cuando aparecen de nuevo los militantes. Y la única fuerza política que hoy tiene militantes es el kirchnerismo. Están las fuerzas de izquierda, que tienen militantes históricamente, pero no tienen escala de acción política, pueden actuar en conflictos circunscriptos y determinados, aunque dentro de límites muy precisos. Pero el problema fundamental pasa por cómo se resuelve esa relación, y por no creer que La Cámpora es el camino que resuelve esa ecuación.
Dentro del kirchnerismo, algunos plantean que uno de los retos es lograr la institucionalización de las políticas implementadas a partir de 2003, sin fosilizar su base militante. ¿Qué puede suceder en relación a ese desafío? Las instituciones tienden a matar la vida, la sustituyen, la reemplazan. Y, al mismo tiempo, no pueden más que nutrirse de ella. Pero la resolución de los problemas políticos no pasa por la institucionalización de nada, sino que supone una mirada mucho más abarcadora de los problemas actuales y la capacidad para ofrecer a nuestras sociedades un camino ante una crisis que va a aparecer de modo muy violento en el curso del año próximo. 2012 va a ser un año muy duro para la política internacional.
¿Ése será el principal reto? Sí, ése será el desafío central: cómo enfrentar la crisis que se avecina.
Los cambios en el sistema de partidos
¿Qué futuro tiene lo que hasta hace poco tiempo se denominaba «Peronismo Federal»? En noviembre del año pasado dije que el Peronismo Federal difícilmente iba a llegar a estas elecciones. Ese diagnóstico se cumplió a medias, pero se cumplió. Creo que Duhalde marcha a su desaparición, no sólo histórica sino política. Habrá que observar si Francisco de Narváez puede rescatar algo de allí, pero él marcha hacia un partido conservador tradicional con base urbana. Y el resto, es historia antigua.
Uno de los tópicos del peronismo es que «quien pierde, traiciona». ¿Qué efectos puede tener esa premisa a mediano plazo, luego del triunfo de Cristina en las primarias? Están aquellos que tienen posibilidades de sobrevivir, y aquellos que ya no las tienen. Creo que el Rubicón está marcado, y eso está claro en la provincia de Córdoba. El gobernador cruzó el Rubicón, no tiene vuelta atrás. Y se lo hicieron saber en las primarias. De la Sota gana como un dirigente provincial, pero cuando se trata de política nacional, le hacen saber que él no es la política nacional. Es el gobernador de Córdoba y punto. Por lo tanto, no le reconocen ni diputados.
¿Qué posibilidades de unidad hay con esos sectores justicialistas que se muestran oscilantes en su relación con el kirchnerismo? Una de las características de la crisis política de la sociedad argentina es la desaparición de los partidos nacionales. Los partidos se articulan, fundamentalmente, como confederaciones provinciales en derredor de un candidato. El resto, es más bien un comentario nominal. ¿Qué es el Partido Justicialista nacional? No mucho. Cuando uno habla del Partido Justicialista, se refiere al PJ de la provincia de Buenos Aires, al de Córdoba, al de Santa Fe. Es decir, a partidos provinciales. Y el radicalismo como fuerza nacional hace tiempo que no existe, es un conglomerado de intendentes que, a veces, tiene un candidato presidencial. La excepción es el Partido Socialista, que es un partido provincial con una política nacional. Más allá de que sea o no la izquierda que yo creo que tiene que ser, es una fuerza política que está anclada en el presente y no en el pasado.
La vitalidad histórica del movimiento ¿Qué antecedentes encuentra en esa capacidad que mostró el kirchnerismo para revertir su ciclo político luego de la derrota de 2009? Si algo demostró el peronismo es su capacidad de revertir los ciclos políticos en muchas ocasiones. Y ésa es su vitalidad histórica.
¿A qué se debe esa capacidad de reformulación? Por una parte, a las fuerzas sociales que contiene. Y, por otra, a las direcciones que es capaz de construir. Vamos a ser amables. Si uno mira a Ricardo Alfonsín, no puede creer que ese señor sea candidato a presidente. Uno puede imaginarse un partidito minúsculo y secundario con un candidato así, pero no un hombre que representa una fuerza centenaria y que tiene alguna clase de horizonte. Es un impresentable. Al lado de Alfonsín, De la Rúa es un estadista, no sé si queda claro. Cuando uno mira a un dirigente así y luego observa a Cristina Fernández -más allá de que a uno le parezca bien o le parezca mal-, simplemente por la capacidad que tiene cada uno de pararse y hacer una exposición sobre sus propios puntos de vista, entiende que esa diferencia es monumental.
Señaló que una de las variables que le permiten al peronismo su reinvención pasa por las fuerzas sociales que contiene. ¿Cómo observa hoy esa relación entre la potencia como movimiento y la estructura partidaria electoral?
El peronismo, como estructura partidaria, siempre fue una semicatástrofe. En el primer peronismo el partido era una cuestión administrativa de segundo orden. En el segundo, prácticamente no existió y se redujo a la estructura del movimiento obrero. En el tercero, fue el momento más vital. Y el cuarto, consistió en destruir sistemáticamente cualquier estructura militante y transformarla en una estructura de profesionales. Pero la tradición de partidos políticos en la Argentina no es importante, es mucho más una tradición de movimientos, que de fuerzas orgánicas.
¿Puede darse un cambio en esa tradición?
Por lo que se observa en este momento, no parecería. Sería deseable que tuviera otra vitalidad, otro rango y otra capacidad para producir, metabolizar y devolver ideas a la sociedad. Pero si algo han mostrado los políticos argentinos es un vacío de ideas fenomenal. Y, al mismo tiempo, una reluctancia muy grande a tomar otras ideas que también andan por allí. |