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ELECCIONES. ANTES DE LOS RESULTADOS: Una epopeya popular

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POR ROBERTO MERO (desde París)

Un fenómeno inédito se registró en la campaña electoral por el balotaje. Con los grandes medios de comunicación en contra, y sin esperar la convocatoria de los dirigentes, el pueblo ganó espontánea y masivamente las calles para defender los derechos logrados a lo largo de los últimos años, y a la vez brindar su respaldo al candidato Daniel Scioli y rechazar el retorno al poder de la derecha neoliberal.

En aquellas tardes de la televisión en blanco y negro, recuerdo unas peliculas que embargaban mis tiempos de escuela católica. Eran aquellas de «Don Peppone y Don Camilo», donde el dirigente comunista (que hablaba como mi abuelo Victorio) se peleaba con el cura (que jugaba al fútbol, como el mío). Los dos eran una suerte de Tom y Jerry infinito, con golpes bajos, ignorancias mutuas, pasiones descontroladas y un sainete final donde uno siempre le debía algo al otro. Recuerdo un episodio especialmente, que sólo comprendí años después, y que viene a mí como una incandescencia. Aquella en la cual el comunista Peppone (que hizo la Resistencia antinazi con el cura Camilo) trata de arengar a la multitud en la plaza del pueblo lanzando un discurso pacifista, mientras Camilo le pasa por los antavoces del campanario marchas de combate de los resistentes. Escuchando esas marchas combatientes, el comunista Peppone vuelve a ponerse en la piel del que llevó las armas. Y Camilo, que parecía ignorar el discurso, se levanta al oírlo de un solo golpe y haciendo la venia como cuando era guerrillero, grita también desde su iglesia: «¡Presente!» Sin darse cuenta, uno y otro habían entrado en aquel sueño que es la Historia y en este amor que es la Patria. Acabo de leer la noticia de las palabras de «Camilo» Bergoglio y me recuerdan aquella escena sentida y no tan disparatada. Ese corazón puede estar en el Vaticano, pero salió de Flores y aunque las sedas y los lustros de la Santa Sede sean tentadores, poco son para acallar el fueguito peronista. Dicen que en algún lugar del Cielo un día se juntaran para jugarse un truquito. Por el momento, Néstor Peppone y Camilo Bergoglio parecen tener una línea directa en alguna nube.

Las cóleras del cólera

En los tiempos en que la peste acumulaba cadáveres en la Roma que era imperial, pero sobre todo una mugre infecta, el poder había encontrado una solución bastante económica bajo la frase «¡Cristianos a los leones!». Caído el Imperio, cuando el caos se apoderó de Europa y las ratas se multiplicaron, el poder volvió a inventarse una solución bastante desprolija, pero eficaz: cuando el cólera acumulaba cadáveres a mansalva, bastaba juntar a unos cuantos judíos, o «sodomitas» o brujas o pobres medios tarados, atarlos a un palo y quemarlos en plaza pública al grito de «¡Va de retro Satanás!» Con la fuerza que les brindaba la ignorancia, duques y prelados se daban a la tarea de esconderse detrás del cólera para incitar a la cólera y provocar más cólera: la peste y la bronca impotente. Escucho y leo a algunos atacados por la febril envidia de crucificar a Cristina, de rociar el cuerpo de Fernández con substancias inflamables, de colgar del palo mayor de un botecito en Palermo a Boudou, a Máximo, a 678. Babeantes y despavoridos, los coléricos tratan de expandir el mal como si fuese una condena divina y los planetas estuviesen a punto de chocar mañana a las 7 y media en punto. Infectados como muertos vivientes, tambaleantes en sus sonrisas descarnadas: quieren mordernos, pasarnos la peste, expandir la enfermedad del cólera y de la cólera. Calma. No hay balas de plata contra ellos, ni ajos, ni crucifijos, ni imágenes benditas. Pretenden dar alaridos en el Coliseo de TN para crucificarnos y entregar la Patria a las fieras. Su caso fatal no es el nuestro. Faltan cuatro días para salvar de sus mordeduras a todos los que podamos con el mejor antídoto que se tiene a mano: una boleta azul, con Social sonriente en la foto y las ganas de vivir en el sobre, en la urna.

Las penas del mensajero desgraciado

La leyenda da cuenta y la Historia confirma que en la Grecia antigua existía una costumbre, digamos, desprolija: la de cortarle la cabeza de un tajo certero al pobre mensajero que traía malas noticias. Y esto, si esas malas noticias eran verdaderas. Porque si esas noticias eran parciales, truchas, sospechosamente elaboradas por el enemigo, el mensajero indelicado era sometido a un tratamiento que el buen gusto me impide detallar. Luego del debate épico en el cual Daniel Scioli le demostró a propios y ajenos que su madre le dio lo que debía darle para hacerlo varoncito, se puede observar una senda andanada de lloriqueos encuestadores por supuestas derrotas anunciadas. No, no es Clarín, ni TN, ni Lanata, ni Longobardi. Es «Michu» que está muy triste porque el primo de un amigo del vecino de su tía, le dijo que Scioli va a perder. Es «Cuchufleta» que pide ayuda porque las lagrimitas le saltan de los ojos, porque el «cuñado del carnicero de la prima», le aseguro que Macri «va arriba y que gana». Es «Bidu» que afirma que ella es K, pero que esta triste porque el jefe le dijo que el 23 no habrá fiesta peronista. Claro, nada da cuenta de la veracidad de sus dichos. Por supuesto, esas lloriqueadas enternecen.

Es evidente que más de un apuesto galán facebookeano trata de consolar a la doncella en pena (y quizá sacarle el teléfono). Pavadas. Giros que producen en las neuronas el tragado de carne podrida, de información de papel picado, de pelotudeces. Es bien evidente que la terapia de grupo ayuda, pero que el tufillo de una encuesta falseada llama a la sospecha del mensajero trucho, despistado en la soledad de su mentira o sagaz enviado por la fabrica del desaliento. No se trata acá de lloriquear por los miedos propios sino de pelearla hasta el final junto al coraje ajeno. No hay más tiempo para consolación ni consoladores de fracasos berretas sino la fuerza a poner para dar este combate. Que la computadora impida cortar la cabeza del mensajero desgraciado, es la muestra de una elegancia que nuestro tiempo ofrece. Que uno se calle ante el desopilante juego de cifras derrotistas es otra cosa a la cual hay que responder con una simple frase que no despreciaría Borges: «¡Callate, imbécil!»

Llegan informaciones múltiples, pero ciertas, que un fantasma está recorriendo el alma de los militantes trotskystas: la certeza de saber donde esta ese pueblo y que ese pueblo vota Scioli. Irreverente y tozuda, la realidad les está demostrando que las sonrisitas de De Caño pueden darle rating a América, a Lanata o a Mirtha, pero que no arreglan el final de la cosa. Es decir: quedarse aislados en el ni-ni de la cobardía. ¿Que haría el camarada T. si gana Macri?

¿Sentarse solito en la esquina de su kiosko político a vender chocolatines derretidos, revoluciones futuras e «inevitables, porque cuanto peor, mejor»? Pienso en mis trotskos amigos y consecuentes, devoradores de panfletos y de libros del Chivo. ¿Se ven con coraje para enfrentar la mirada de los trabajadores en la mañana siguiente al triunfo de los globos amarillos? ¿Sienten la firme convicción de que su voto en blanco sirvió para taparle la mugre a los asesinos de la Pando, a los buitres de Melconián, a los adulantes chupaculos del juez Griesa? Trotsko amigo, vamos a ir por la lucha, pero en el camino del pueblo, no por su suicidio, no por su humillación, no por la desesperanza. Para vos y para millones la solución sigue siendo la lucha, pero por sobre todo el coraje de mirar más allá de nuestro ombliguito, de la discusión de café olvidable, de nuestro ego de querer tener razón aunque el pueblo reviente. En China el blanco es color de luto: que tu voto no lo sea. Las lápidas son blancas, pero cubren lo que ya no existe. Tu palabra es oída en las asambleas de obreros y estudiantes porque ella es roja, no blanca, no traidora, no oportunista. Errada o certera, precisa o ambigua esa palabra te pone del lado del pueblo y no de sus enterradores. La lucha continuará, porque siempre continúa. La Patria está ahí, roja, y celeste y blanca, radical también, peronista. Pueblo siempre y pueblo después, porque vos también lo sos y lo serás en ese instante de la decisión de tener una Patria. Que el blanco de tu voto no tape la mugre de la derecha infecta. Como en Grecia o en España, todo contra esos fascistas. La lucha seguirá, pero votando a Scioli.

Una vez mas está sonando la hora del Pueblo

Ahí en La Matanza y en Mar del Plata y en Rosario y en Córdoba acaban de flotar las banderas del aguante. Si nada. Sin Clarín ni la Embajada yankee, sin la pata del FMI ni Durán Barba. Allí, como en cada calle, cada rincón, plaza y patio, puerta a puerta o esquina se alza la luminosa conraofensiva del Pueblo. Berni lo decía ayer: como hace 200 años la máscara salvaje de quienes quieren oprimirnos recibirán la justa paliza que les dará la Historia. En esta patriada una vez más está sonando la hora del Pueblo. Se levanta un fragor, ¿lo escuchan? No es Queen sino el Himno. No es Freddy Mercury, sos vos. Y esa bandera que flota y esas voces desafinadas que braman: “¡O juremos con gloria morir!” Organizar los coches que puedan llevar a los viejitos. Organizar el aguante por si esos conchetos osan repetir lo de Tucumán y quemar las urnas de nuestra victoria. Organizarse para que esos niños bien de sus fiscales no nos impugnen. Ya llegó el momento de acabar con las bromitas. De un lado está la Patria y del otro la traición. No hay otra. De un lado los pibes, las banderas, la fuerza y la esperanza. Del otro, la miserabilidad arrogante de quienes han perdido todo honor con tal de comprar unos dólares podridos. Vamos a tener una Victoria que nadie nos entregó como un regalo con moñito. La Marcha, el Himno, la trompeta o el bombo, poco importa. Una vez más está sonando la hora del Pueblo.

El mercenario no tiene quien le escriba

Feroz, pero en lo malo, y arrogante en sus bajezas, Durán Barba es el mariscal de una tropa amorfa que ya ha llevado a Macri a la derrota. Empezó vendiendo caviar y ahora ya no tapa ni con lavandina el olor a carne podrida de su campana. En la desesperación del aislado, tira balazos como el pato Donald mientras el barquito se le hunde. Contra el Papa, contra el Pueblo, contra la razón y las evidencias. Ha rayado el disco de quienes repiten como zombis la letanía de la antipatria, pero ha fracasado estrepitosamente ante la mayoría del pueblo que está llevando a Scioli a la victoria. ¿Cuánta plata ya ha robado este Braden de nuestro tiempo? ¿Cuánto dinero recibirá para después de su tragedia? Cualquier militante del aguante, sólo, ya ha podido con él y sus call centers. La violencia de las últimas horas lo demuestra cuando anuncian una derrota allí donde ya casi podemos anunciar el triunfo. Se le acabaron los globitos y la cumbia. Ahora, como el nazi Goebbels, Durán Barba anda repitiendo en los rincones: “Decir mil veces la misma mentira hasta que parezca verdad”. El gorilaje ya ha comido la banana enveneneda del odio hacia el pueblo. Ya les llegará la hora de vomitarla. Tecleando en su celular como quien estira la cuerda de su horca, Durán Barba no tardara en descubrir que en esta Patria encontrará su tumba.

*Periodista y escritor argentino en París, Francia


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