Elecciones en Brasil: El perfume del petróleo
Por Alberto López Girondo
Este domingo en Brasil se dirime gran parte de las justificaciones que explican este cerco desplegado sobre América Latina, cuando no directamente sobre la potencia emergente más importante de la región.
Después de un letargo de 58 años, el 1 de julio de 2008 la Armada estadounidense despertó a la IV Flota. La escuadra había sido creada en 1943 con el objetivo de vigilar y reprimir las incursiones de submarinos y barcos de guerra alemanes en aguas sudamericanas, como ocurrió con el famoso Graf Spee, que terminó hundido por naves británicas en el Río de la Plata cuando terminaba el año 1939.
Desactivada luego de la Segunda Guerra Mundial, en 1950, sus equipos fueron fusionados a la II Flota. ¿Qué razón habría para volver a desplegar ese poderío acuático perturbador sobre aguas continentales cuando faltaba tan poco para el recambio presidencial en los Estados Unidos?
Se dijo que Washington tenía en la mira a Hugo Chávez y la revolución bolivariana y que eso no iba a modificarse con Obama. Que en poco tiempo Rafael Correa cumpliría su promesa de no renovar los contratos para mantener el principal puesto de vigilancia y espionaje en el Cono Sur, la base de Manta. Que el Plan Colombia estaba en una fase decisiva.
Se dijo también, pero menos, que la medida tenía un significado simbólico, una respuesta ante la aparición de gobiernos con un sesgo populista y antiestadounidense en la región. Que el Amazonas y el Brasil de Lula eran parte de la especulación del Pentágono.
No se dijo nada que esos estrategas miraban ya con resquemor a la por ahora candidata presidencial Dilma Rousseff. Y este domingo en Brasil se dirime gran parte de esas otras justificaciones, quién sabe si no más profundas y contundentes para explicar este cerco sobre América Latina, cuando no directamente sobre la potencia emergente de la región.
Durante décadas, el control y la vigilancia del subcontinente eran ejercidos desde Panamá. Pero cuando entraron en vigencia los acuerdos Torrijos-Carter, que devolvieron la soberanía del canal a ese pequeño país centroamericano desde el último día de 1999, los Estados Unidos cambiaron su esquema de control policial-militar de América del Sur.
Obligado a abandonar la base militar Howard, el Comando Sur se trasladó a Miami. A partir del año 2000 el Pentágono desarrolló los Puestos Operativos de Avanzada (Forward Operating Locations, FOL). Estos puntos actúan como los “supermercados de cercanía”: pequeñas bases para guerras relámpago, con tropas aerotransportables de despliegue rápido.
El objetivo declarado en los documentos institucionales es “detectar, monitorear y rastrear aeronaves o embarcaciones dedicadas al tráfico ilícito de drogas”. Y, por supuesto, defender al “sistema democrático del terrorismo”.
Bajo la jurisdicción del Comando Sur se encuentra la IV Flota, que tiene su base en Mayport, a unos 640 kilómetros al norte de Miami. A lo largo de la península de Florida se diseminan varios otros conglomerados, desde los que el gobierno estadounidense dirige las bases militares asentadas en todo el mundo.
Luego del cierre de Manta, Washington extendió el acuerdo con Colombia y multiplicó su presencia regional en otras siete bases, una metástasis programada para advertir a los gobiernos progresistas. Desde 2005 hay una plataforma cerca de la Triple Frontera, la Base Mariscal Estigarribia. Este dispositivo militar está en el Chaco paraguayo, podría alojar a 20 mil soldados y tiene una pista de aterrizaje más grande que la de Asunción. A 200 kilómetros de la Argentina y Bolivia y a 300 de Brasil…
La estrategia para el corazón de América del Sur incluye tropas y campañas publicitarias sobre la “amenaza terrorista” de supuestos grupos vinculados a Al Qaeda o Hezbolá. La campaña del miedo rindió frutos en el norte, donde en julio de 2006 el Congreso aprobó una resolución pidiendo al entonces presidente George W. Bush la formación de una fuerza de tareas para actuar contra el “terrorismo en el Hemisferio Occidental, especialmente en la Triple Frontera”.
Pero también funciona puertas adentro del Paraguay, donde al acoso sobre Fernando Lugo por su aparente debilidad ante los embates de un oscuro grupo llamado Ejército del Pueblo Paraguayo, se suma el rechazo parlamentario al ingreso de Venezuela como miembro pleno del Mercosur, sin ir más lejos.
Se sabe que desde la base colombiana de Palanqueros operan aviones que pueden cubrir desde Centroamérica hasta Tierra del Fuego sin necesidad de recarga de combustible. Y que hay elementos de vigilancia electrónica que cubren todo el territorio sudamericano.
Cuando el tema de las bases complicaba la relación del entonces presidente Álvaro Uribe con sus colegas de la Unasur, el brasileño Lula da Silva le dijo al estadounidense: “Querido compañero Obama, no necesitamos las bases americanas en Colombia para combatir el narcotráfico en América del Sur.”
Pero ya a esta altura, el asunto no era tanto el fantasma del terrorismo o el narcotráfico, como sí el petróleo. Para mediados de 2003, Petrobras anunciaba el hallazgo de nuevos yacimientos con reservas estimadas en 500 millones de barriles de crudo frente a las costas del Estado de Espíritu Santo –entre Bahía y Río de Janeiro– y los geólogos habían detectado nuevas vetas potenciales que ponían a Brasil entre los países con mayores recursos energéticos del planeta. Estos datos pudieron confirmarse en mayo pasado, cuando se anuncio que debajo de una gruesa capa de sal (se la conoce como yacimiento del Pre Sal) está la mayor reserva de petróleo del mundo. Y está ahí cerquita, en el Atlántico, frente a las costas brasileñas.
Dilma Rousseff seguramente ganará las elecciones de mañana en Brasil. Será la primera mujer en lucir la banda presidencial en ese extenso país, llamado a convertirse en una de las potencias del siglo XXI. Rousseff formó parte de un grupo guerrillero en los ’70, estuvo presa y sufrió la tortura del régimen militar que gobernó entre 1964 y 1985. Con la democracia, integró varios gobiernos en Río Grande do Sul, y allí pudo demostrar su capacidad de trabajo, su seriedad y su eficiencia. Era la experta en asuntos energéticos que necesitaba el PT en el año 2002.
Dice la leyenda que Lula aceptó hacerle un cásting cuando armaba sus equipos de trabajo para asumir la presidencia casi por obligación. “La conocía sólo de nombre, y apenas sabía que gracias a ella Río Grande do Sul consiguió escapar del racionamiento de energía impuesto al país por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso”, dice la biografía de campaña de la mujer.
“El nuevo Brasil que Lula construiría necesitaba de mucha energía, y Dilma se la podría garantizar”, sintetiza el informe. Cuando salió de la reunión, era su ministra de Minas y Energía. Cargo que ocupó hasta que pasó a la Casa Civil, una suerte de Jefatura de Gabinete.
No es casual que los votos que pierde en estos últimos días el PT se hayan ido a Marina Silva, que ya supera el 14% en intención de voto. Ella, luchadora ecologista junto al legendario Chico Mendes, fue ministro de Medio Ambiente de Lula, hasta que renunció cuando los planes de desarrollo de Dilma hacían hincapié en el uso de los recursos naturales de un modo para ella inaceptable.
Con esas plataformas políticas van ambas a las urnas.
La asonada policial en Ecuador fue otra advertencia de los poderes centrales del mundo. No le será fácil a Brasil llegar a jugar en las grandes ligas, como lo probó cuando quiso armar un acuerdo con Irán para controlar el plan de desarrollo nuclear del país asiático sin la anuencia de Washington y la Unión Europea. Y cuando ve cómo tropas de los Estados Unidos se despliegan en un cerco sobre sus fronteras, o los buques de guerra otean demasiado cerca de sus cuencas petroleras.
En el fondo, la batalla electoral de este domingo es por los recursos energéticos, algo que esa mujer que supo de luchas armadas conoce tan bien.