ELECCIONES EN BRASIL: ¡Que vivan las cadenas!, por Teodoro Boot
Fue Carlos Pagni el que dejó picando la pregunta más urticante (ver abajo). ¿Después de Macri puede aparecer sorpresivamente un Bolsonaro que se encarame al poder? ¿O se trata de que Macri –que está de salida– fue nuestro Bolsonaro? Boot advierte que en enorme medida y cada bez mas el futuro de la Argentina está ahora en manos de la oposición nacional y popular.
Vivan las cadenas
Es muy recomendable añadir una apelación genérica a la Ley del Talión y, si las circunstancias, la protección mediático-judicial o los fueros lo permiten, la amenaza de castigos corporales, torturas, sevicias y la cárcel por tiempo indeterminado para los reos.
La pregunta sería ¿por qué esta clase de proclama psicótica es bien recibida por una porción significativa de la población? ¿Por qué están más dispuestos a aplaudirla aquellos que, de dejarles las manos libres a estos vocingleros, serían sus primeras víctimas? ¿Será acaso porque las personas, cuanto más débiles y desprotegidas, más necesitadas se encuentran de amparo y justicia?
“Ojalá hubiera ganado la guerrillas» –me dijo hace una punta de años, todavía en vida de Antonio Domingo Bussi, un humilde simpatizante de su partido, Bandera Blanca. Ante mi sorpresa se explicó–: «Habría un poco más de justicias”.
Pasa que, más allá de las justicias históricas, sociales, de clase o de los códigos civiles y penales, las personas estamos necesitadas tanto de un poco más de justicia cotidiana como de un cacho de justicia divina, en las grandes y las pequeñas cosas, en las que otros hombres podrían protegernos y en las que no. Y si de la injusticia, el destino y la arbitrariedad del poderoso no nos pueden defender las normas abstractas y las ambiguas instituciones, pues tal vez nos pueda defender el propio poderoso. El poderoso que nos oprime o un liberador, a condición de que sea igual de poderoso. Es posible que llegue a apiadarse y querernos, puesto que nosotros lo queremos y apoyamos. Ejército regular argentino o Ejército Revolucionario del Pueblo, ¿cuál es la diferencia?, se preguntaba, no sin alguna razón, aquel paisano tucumano.
Vale –como para no apartarnos de la falta de lógica interna del discurso seudofascista propio de cualquier aspirante a tiranuelo tercermundista y antes de empezar a esbozar una explicación “racional” a las elecciones brasileras–, hacer una mención a la importancia que la fe, y más específicamente la religión, tiene en los deseos, temores, pasiones y acciones de las personas. Y vale también insistir: una importancia inversamente proporcional al desamparo del creyente. Puede confiar en sus fuerzas –las suyas propias y las que contribuye a construir– quien posea la influencia suficiente como para imponer su voluntad y realizar sus deseos. El desvalido no tiene más remedio que confiar en la fuerza, en el poder de otros o, para decirlo con algún grado mayor de aproximación, de algún otro u Otro, pues si es divino, mejor.
Como muy acertadamente apuntó el escritor Kurt Vonnegut, la descalificación izquierdista de la fe religiosa es consecuencia de una de las tantas deficientes lecturas que sus seguidores y repetidores varios han hecho de los escritos de Karl Marx, quien entre otras cosas aseguró, con toda la autoridad que le daban sus arrogantes 26 años: “La religión es el opio del pueblo”.
En 1844, cuando Marx hizo su renombrada afirmación, además de venderse en las farmacias, el opio –conocido por los sumerios desde el tercer milenio antes de Cristo, utilizado en el antiguo Egipto y recomendado por Hipócrates, Galeno y Paracelso– era el único o al menos el más eficiente analgésico conocido, útil –además de para mitigar el dolor, calmar la tos, bajar la fiebre, controlar los flujos estomacales y detener la diarrea– para combatir la angustia y el desasosiego, así como para aliviar los problemas respiratorios, tanto crónicos como propios de la tercera edad.
Bien puede conjeturarse, entonces, que lejos de “denunciar” a la religión, el siempre perspicaz filósofo alemán aludió a sus propiedades sedantes y consoladoras, que sus excesivamente racionalistas admiradores parecen haber olvidado.
Convendría buscar ahí, y no tanto en los capitales disponibles y el acceso a los medios de comunicación (que obviamente los tienen) la razón del enorme crecimiento de los cultos de raíz protestante entre los sectores más sumergidos de los pueblos latinoamericanos, en orden proporcional al descrédito que se fue ganando a pulso una jerarquía católica complaciente cuando no cómplice de las mayores injusticias y los regímenes más antipopulares.
Esta influencia se percibe con facilidad en las barriadas en las que el desamparado que se pretende bueno y manso se ve sometido a la violencia y el arbitrio de criminales, narcotraficantes y policías venales y autoritarios. Y con notable claridad ahí donde el pobre es más pobre que nunca, el inerme más inerme y el poderoso más violento y atrabiliario: la cárcel.
Es así que la religión –opio, consuelo frente las desventuras de la vida– se vuelve una fuerza poderosa en su marcha gradual hacia una mayor y crecientemente autónoma, “autosuficiente” organización comunitaria.
Desde los tiempos del Concilio Vaticano II, la teología de la liberación, la opción por los pobres y el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, la Iglesia ha retrocedido mucho en materia de compromiso, solidaridad y sensibilidad social. Y, detalle de no menor importancia, se ve obligada a competir en desventaja con cultos tributarios del temible y vengativo Dios de los diez mandamientos y el Antiguo Testamento, mucho más en sintonía con el mensaje del odio y la histeria transmitido preferentemente por los formadores de opinión, que el Dios de la solidaridad, el perdón y el amor de los Evangelios y las Bienaventuranzas.
Sin embargo si bien el discurso de Mr. Bolsonaro es violento, vengativo, racista, misógino, meritocrático y homofóbico, es también esperanzador, nacionalista, justiciero, moralista, mesiánico y a la vez amplio y lo suficientemente ecuménico como para dar la impresión a sus seguidores de formar parte de una mayoría, la sufrida “mayoría silenciosa”, paciente ante los embates de los criminales, los corruptos y las minorías encaprichadas en la defensa de derechos percibidos como propios de las elites.
Pasa que cada uno acaba escuchando lo que quiere o necesita escuchar. Es así como un discurso sectario y violento puede transmitir un mensaje amplio y pacifista y ni uno ni otro tener la menor relación con la verdadera naturaleza del emisor. No se está acá hablando de verdad sino de apariencia, no de razón sino de emoción, no de la capacidad de transmitir argumentos sino del arte de insuflar fe.
Desde luego, el de Bolsonaro es un intento de restauración conservadora en materia legal, moral y de costumbres, de represión policial y de auge del neoliberalismo, con sus previsibles consecuencias: trasnacionalización económica, dependencia del sistema financiero, desindustrialización, precarización laboral, desocupación y, en paradójica consecuencia, deterioro de los vínculos familiares, aumento del delito y la prostitución y un nuevo auge del sectarismo religioso como alternativa a un Estado que, ya por izquierda, ya por centro, ya por ultraderecha, demostrará una vez más ser el origen y explicación de todos los males sociales.
Nada de esto es nuevo. Lo nuevo es que las fuerzas de la plutocracia no llegarán al gobierno y al manejo del Estado fingiendo representar un centro conservador de apariencia democrática sino mostrando su naturaleza reaccionaria, violenta y conservadora.
A diferencia de los demás aspirantes, Lula Da Silva no tenía necesidad de prometer nada, más allá de comprometerse a proseguir su inconclusa obra de gobierno. Sus anuncios eran su pasado, sus palabras eran sus actos y sus promesas sus realizaciones. Por eso encabezaba las encuestas con tanta comodidad, y muy presumiblemente habría relegado a Mr. Bolsonaro a un cómodo tercer lugar detrás del candidato de centroderecha: entre dos outsiders del sistema, las personas sensatas suelen inclinarse por aquél que tiene algo que mostrar por encima del que quien sólo está en condiciones de abrir la boca y gritar fuerte.
Y este es un punto a tomar en cuenta, que no debe pasar desapercibido, a riesgo de volver a caer en la exageración y simplificación: todo lo dicho anteriormente sobre Mr. Bolsonaro es relativo y fue posible gracias a un acto ilegal: la prisión, silenciamiento y proscripción del hombre que concita los mayores apoyos y tenía las mayores posibilidades de triunfar.
Ya desde su origen el “proscripcionismo” reconocía dos líneas: la integracionista, que se proponía asimilar al acuerdo oligárquico a la dirigencia peronista manteniendo la proscripción de Perón, y el ala dura, “colorada” o más desfachatadamente gorila, que consideraba indispensable borrar del mapa al peronismo en su conjunto, aun en sus versiones más moderadas y «racionales», como la del doctor Raúl Matera o, sin ir más lejos ni entrar en detalles odiosos, un buen número de dirigentes sindicales en muchos momentos afines o directamente asociados a los distintos proyectos integracionistas.
La disputa dentro del sector triunfante en 1955 se mantuvo durante 17 años hasta zanjarse, por imperio de las circunstancias y la fuerza de la reacción popular, por medio de la salida pergeñada por Arturo Mor Roig y Alejandro Agustín Lanusse: introducir el entre nosotros novedoso recurso del balotaje y permitir la participación electoral del peronismo pero cuidándose de mantener en la proscripción a su líder y candidato con mayores posibilidades electorales.
Conviene hacer un breve aparte y recordar la naturaleza necesariamente personal o personalista de los movimientos populares, sin excepción, de todos los países semicoloniales. No se trata de una “maldición” latinoamericana o propia del subdesarrollo cultural, sino de que el combate a un sistema político, cultural e institucional antipopular y dependiente de los intereses trasnacionales deviene casi naturalmente en la conformación de movimientos populares ainstitucionales, íntimamente dependientes de la figura y voluntad de un caudillo.
Fue así que –para continuar con el somero racconto histórico– la maniobra lanussista era un disparo a dos bandas: por un lado, al proscribir al líder popular por excelencia se reducían las posibilidades electorales de su fuerza política (como ha sido el caso en las recientes elecciones de Brasil), pero de no dar esa maniobra los resultados esperados (la derrota del movimiento popular) contribuir, mediante múltiples y variadas acciones, al surgimiento de liderazgos alternativos y, dentro de lo posible, a la conformación de un poder bifronte, debilitador del movimiento nacional.
Tal fue el caso en 1973, aun corriendo el riesgo de una mayor sobrevida que la que Perón finalmente tuvo –audacia lanussista criticada en privado por el entonces coronel Albano Harguindeguy, que sostenía la necesidad de prolongar la “salida” de la dictadura por lo menos un año más, en espera de un mayor deterioro de la salud del líder exiliado– y, para el caso, hasta valiéndose de una figura “alternativa”, la del dentista Héctor Cámpora, constantemente zaherida por su lealtad, a la que se presentaba como obsecuencia.
No otro propósito persiguieron los impedimentos reeleccionarios de Ecuador, Brasil, Argentina y próximamente Uruguay, donde, al menos hasta el momento, el FA no consigue encontrar entre las nuevas generaciones un dirigente capaz de igualar el poder de convocatoria del Pepe Mujica o Tabaré Vázquez. Ese ha sido también el caso de Bolivia, donde toda la capacidad de manipulación y tergiversación de los grandes medios fueron puestos al servicio de impedir una nueva reelección de Evo Morales. Por no mencionar que si tras la muerte de Hugo Chávez la revolución bolivariana se mantiene en pie, es mayormente debido al firme apoyo de sus Fuerzas Armadas.
Este es el dilema que hoy parece dividir (ya sea en serio o para la tribuna) al macrismo: ¿es conveniente proscribir a Cristina Kirchner o resulta preferible dejarla en carrera, confiando en que el rechazo que provoca sea mayor que el creciente (al igual que Lula, por el mero hecho de estar, por la inevitabilidad de las comparaciones) apoyo que recibe? ¿Tendrán los modernos imitadores del doctor Matera la fuerza y la capacidad de frenar a CFK o les hará falta la clase de ayuda que recibió Mr. Bolsonaro?
La oligarquía vernácula toma las recientes elecciones en Brasil como banco de prueba y decidirá sus pasos de acuerdo a lo que ahí ocurra, insensible a la experiencia histórica y confiando en acabar de una vez por todas con la manía resistente del pueblo argentino. Se trata de una apuesta de enorme audacia, no casualmente impulsada por los elementos más irracionales del régimen, pero si hemos de ser sinceros, nada asegura que no puedan conseguirlo. No existe ningún mágico mandato histórico ni naturaleza especial del pueblo argentino capaz de impedirlo. Lo harán sus dirigentes y militantes si acaso consiguen estar a la altura de las circunstancias, si en vez de insultarse y descalificarse mutuamente en nombre de la “unidad”, entienden que más que alianzas de siglas y dirigentes, quejas y explicaciones racionales, el pueblo está necesitado de una fe que lo convoque y de una bandera a la que valga la pena seguir.
El tema de los cultos protestantes se las trae. Por Sudamérica arrasan los Pentecostales que no en vano gastan sumas impresionantes en medios de comunicación y hasta en buenos músicos para encantar a sus audiencias radiales con sorpresivos y magníficos blues que hablan sobre el minimo David enfrentado a Goliat o sobre Jesus, devenido impiadoso guerrero celestial.
Una prédica cristiano-belicista no podía no encontrar en Bolsonaro al fulano de la gomera divina. El lenguaje es el mismo: la violencia compensatoria.
Apunta Boot algo interesante: los pobres sobreentendidos como buenos y mansos.
Pues parece que entre los buenos y mansos larva un sentimiento algo cruento para con sus congéneres. Y entre los que se presumen por su mayor holgura economica más que buenos, optimos, el sentimiento vindicativo no es menor aunque vaya dirigido, no a los ilegales del sistema, sino a esas capas inferiores tan desprolijas que afean el diseño social.
Ausencia de proveedores políticos de fe. Puede ser.
Pero también hay que reconocer que está prédica de castigo sin juicio es muy vieja y no responde a crisis puntuales sino a un adn tanatico – en el que los argentinos descollamos -que se fascina con la sangre. De los otros, claro.
Si, la proscripción de Lula fue capital para que perdiera el PT.
Pero ya en las postrimerías de su gobierno Dilma supo contratar una encuestadora para medir el grado de comprensión popular sobre los cambios socioeconómicos introducidos por el PT. Y la respuesta general no pudo ser más desoladora: el ascenso de vastos sectores a condiciones mejores era atribuido a DIOS.
Y los delitos…a SATAN, agregaran los siempre oportunos Pentecostales (nadie delinque por voluntad propia sino bajo posesión avernal, lo que resulta conveniente para el abusador familiar, el parásito extorsivo o la madre violenta, etc).
Se que cuesta aceptarlo, que no es bonito ni políticamente correcto pero…¿que tal reconocer que muchos, en nuestros respectivos pueblos, son gente violenta y poco comprometida con la democracia (¡ menos todavía con el socialismo!) y listo?
Bocones y vocingleros nacerán y morirán intermitentemente. Lo que parece perenne es el deseo de que esta clase de individuos exista para capitalizar ese terrible inconsciente colectivo que parece aún más vengativo que el mismo Jehová. Saludos