La republicación en Pájaro Rojo de una breve nota de tapa de Cash, el suplemento económico de Página/12, provocó una pequeña convulsión. Era una dura crítica a la oposición de los ambientalistas a la técnica de la fractura hidráulica de rocas (esquistos) para obtener petróleo, su autor es Claudio Scaletta y se publicó aquí con el provocador título de Fracking you!
Supongo que como en Página no es posible dejar comentarios, muchos lectores los dejaron aquí. Pues bien, Cash le dedicó al tema su tapa, bajo el título general de Ecología y desarrollo. Incluye tres notas, dos de críticas al breve texto de Scaletta, y la respuesta de éste.
Al parecer, Scaletta se quedo caliente, porque su habitual contratapa de Cash se llama «Una respuesta dura» y trata sobre el enorme desafíonque supone lograr el autoabastecimiento en materia de hidocarburos.
Mientras pienso en el despropósito de la cantidad de la sideral cantidad de petróleo que Repsol sacó de la Argentina ( lo que se deben las actuales falencias) y me pregunto si no será más barato y rentable invertir en extraer petróleo convencional de la plataforma continental marítima, les ofrezco los cuatro textos con algunos destacados de mi coleto en amarillo. Que les aproveche.
PS: Añado debajo una nota que acabo de recibir de Pedro Cazes Camarero, que trata de colaborar con el debate aportando un poco de sentido común.
El todo no es la suma de las partes
Erica Carrizo *
El pasado domingo 1º de septiembre, el suplemento Cash publicó un artículo de Claudio Scaletta, al cual me gustaría aportarle algunas observaciones.
En principio, quisiera aclarar que no me propongo descalificar la perspectiva estrictamente económica desde la cual se abordó esta problemática, con la finalidad de no decantar este necesario debate en desconsideraciones innecesarias. Si bien no caben dudas de que el autor fue poco cuidadoso al erigir sus argumentos sobre la base de la descalificación de la posición crítica, aludiendo a categorías estereotipadas que poco suman a la discusión política (precisamente por la dilución que generan al agrupar voces notablemente disímiles y no necesariamente extremas) como son el “pensamiento ecologista”, la “derecha política y multimediática” o los “trotskismos más libertarios”. El debate sobre las complejas aristas que encierra esta problemática no necesita caer en este encasillamiento reduccionista.
En segundo lugar, considero que difícilmente podamos abordar esta problemática con la responsabilidad intelectual, ética, política y social que implica, si nos seguimos resistiendo a dar un debate amplio que incluya las múltiples dimensiones –políticas, económicas, sociales y ambientales– que la atraviesan, posicionándonos en ángulos disciplinares herméticos que en su incapacidad para promover un diálogo respetuoso y democrático, muestran sus primeras limitaciones políticas.
Por otro lado, resulta un tanto disonante que, a esta altura del siglo XXI y del avance del debate académico que se ha dado en estos términos, donde se han demostrado ampliamente las características epistemológicas de las falacias que encierran muchos de los mitos asociados a la “democracia”, el “desarrollo sustentable” y los “vínculos entre tecnología y sociedad”, en el artículo se separen con tanta liviandad las “relaciones sociales” de las “críticas tecnológicas”. En este sentido, me gustaría que nos detengamos a considerar la hipótesis de que hoy ya no es posible abordar la tecnología como elemento exógeno al desarrollo de las relaciones sociales, sin caer en la reproducción de la falaz teoría “martillo” que considera a los desarrollos tecnocientíficos como elementos “neutros”, buenos per se, donde la complejidad de su vínculo con la sociedad queda reducida exclusivamente al “buen o mal” uso que se les dé.
Si en el artículo se decidió hacer caso omiso de estas discusiones y no se detectaron incongruencias epistemológicas al sostener implícitamente esta teoría falaz, entonces sí es totalmente válida la simplificación analítica que en él se realiza cuando se sostiene que “en el capitalismo avanzado no hay actividad económica sin impacto ambiental”. Si nuestra elección es someternos acríticamente a las premisas del capitalismo global y un sistema de organización política, social y económica diferente no figura ni remotamente en nuestros horizontes, no tiene mucho sentido redundar en el análisis de estudios y experiencias concretas a lo largo de todo el planeta, que demuestran que es sí posible pensar y desarrollar otro estilo tecnológico compatible con el medioambiente y con una “democracia más democrática”,en palabras de Boaventura de Sousa Santos.
En este sentido, otro aspecto llamativo del artículo es que no se reconozcan mínimamente las limitaciones cada vez más evidentes que encierra el concepto de “democracia representativa”, que parece asumirse a priori como encarnación misma de la “democracia” cuando se resalta la “legitimidad democrática” de la jornada legislativa desarrollada en Neuquén. ¿Acaso esos ciudadanos calificados de “poco más de un centenar de manifestantes, bajo las banderas de la ecología y la defensa de los recursos naturales, con gomeras y molotov” no pueden considerarse una expresión legítima de voces alternativas? ¿O es que es preferible anular del debate el papel cada vez más importante que los nuevos movimientos sociales representan para los desafíos que afrontan en la coyuntura las democracias latinoamericanas?
A su vez, llama la atención la soltura conceptual con que se alude a la problemática que encarna la explotación de nuestros recursos naturales, al calificar de “expresiones aglutinantes” al extractivismo y al saqueo. En este sentido, quisiera recordar, por si fuera necesario, que la minería, los transgénicos (y agroquímicos asociados) y la extracción de hidrocarburos forman parte de una misma problemática que la sociedad y los sectores académicos en nuestro país y la región se encuentran debatiendo ampliamente en los últimos años, dadas las probadas consecuencias ambientales, sociales y sanitarias que muchas veces intentan ocultarse bajo los enfoques economicistas.
En este marco, realmente considero que no es posible abordar la complejidad de los caminos alternativos de desarrollo que en la actualidad se abren para América latina si no somos capaces de enfrentar seriamente los desafíos que estas oportunidades conllevan en términos de gestión de la participación ciudadana en la toma de decisiones y la evaluación de la distribución del riesgo ambiental, que el “Informe sobre Desarrollo Humano 2013” de Naciones Unidas, por ejemplo, lejos está de desconocer. Partiendo de la experiencia histórica mundial que sobradamente demuestra los límites políticos, sociales, económicos y ambientales del “capitalismo avanzado”, no creo que estemos en condiciones de darnos el lujo de descartar por “retrógradas” las perspectivas alternativas que nos pudiera aportar “la visión del mundo de los manifestantes presuntamente ecologistas”, siguiendo la terminología utilizada en el artículo.
Sobre la base de esta convicción, no aportan elementos significativos a esta discusión argumentos que se vuelven estériles al combinar arbitrariamente una supuesta ausencia de “argumentos convincentes” sobre los efectos contaminantes del fracking con estadísticas que solo refieren a uno de los múltiples aspectos implicados en la utilización de esta tecnología. De hecho, esto transparenta las severas limitaciones argumentativas y los callejones sin salida a los que nos pueden conducir los enfoques sesgados, que suponen que abordando desordenadamente algunas de las “partes” pueden contribuir de alguna manera a comprender la complejidad del “todo”.
Sin ánimos de privilegiar las dimensiones aquí resaltadas, y asumiendo la ausencia de muchas otras perspectivas que es necesario considerar en el abordaje de este tema, además de la económica claro está, tengo la esperanza de que seamos capaces de dar un debate respetuoso y responsable, que no se reduzca a esgrimir argumentos fragmentarios orientados a culpabilizar a oponentes radicales calificados de “tradicionalistas” o “fundamentalistas” y podamos estar a la altura ética, política y social que esta discusión demanda
* Magister en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología (UBA). Investigadora de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam).
Actividades extractivas
Norma Giarracca * y Miguel Teubal **
El domingo 1º de septiembre, Claudio Scaletta escribió en Cash una nota titulada “Fracking…” donde sienta una posición favorable a esta nueva tecnología de extracción de gas así como a la megaminería y a la expansión sojera. Sostiene que “…en todos estos casos las propuestas de las vertientes ecologistas son siempre reaccionarias: no hacer fracking, desterrar la megaminería y rechazar los instrumentos de la revolución biotecnológica”.
Nunca nos consideramos miembros de una vertiente ecologista ni ambientalista, aunque como interesados en los cambios paradigmáticos de los epistemas del pensamiento social abordamos el significativo aporte de la Ecología Política, que marcó un antes y un después tal como en el siglo XIX lo había hecho la Economía Política. Somos cientistas sociales, trabajamos los problemas “en campo”, logramos combinar el análisis de las variables macro económicas-institucionales con el trabajo etnográfica que supone el “estar ahí”. Hemos estado registrando lo que ocurre con las poblaciones como consecuencias de la implementación de las políticas públicas; no hablamos teóricamente o desde nuestras propias cosmovisiones sino que ellas se van moldeando a medida que vamos comprobando el bienestar o maltrato que se le causa a la mayoría de las poblaciones fuera de los círculos del poder económico.
Desde 1984 hemos registrado poblaciones ligadas a producciones en expansión, en retroceso, nuevas lógicas productivas, así como los derroteros y resistencias de pueblos originarios, comunidades campesinas, productores medios, agroindustrias y los rechazos de poblados enteros a las corporaciones que cargan sus actividades extractivas. Es allí, y a través de los años, donde se registran las consecuencias sociales, territoriales, de condiciones de vida, de salud y todo lo que realmente importa de las transformaciones impuestas por la geopolítica internacional a través del Banco Mundial y sus “aconsejadas” políticas públicas.
El resultado, en general, es un país que camina a la destrucción de gran parte de su territorio y a un gran sufrimiento social. Además es evidente que todos comemos mucho peor que antes, tanto porque se complicó el acceso a la alimentación por los precios de los productos como por la calidad de la comida (véase Malcomidos, de Soledad Barruti), bebemos aguas contaminadas, las provincias van camino a un deterioro ambiental como jamás habíamos registrado. Vimos enriquecerse a una parte de los chacareros que adoptaron la soja, pero previo a ello también los vimos suicidarse por las políticas de arrinconamiento, de endeudamiento, para que les quedara como única alternativa la que proponían el gobierno y Monsanto con Felipe Solá en la entonces Secretaría de Agricultura. Comprobamos las políticas de arrinconamiento del gobernador de La Rioja para imponer la minería (que no lo consiguió), la constante negación de plebiscitar la instalación de estas actividades y los manejos espurios de mayorías automáticas para votar rechazo o aceptación (con poca diferencia) de proyectos o lo que fue la Legislatura de Neuquén. Pero los pueblos reaccionan, no porque son caprichosos o porque reciben las reaccionarias propagandas de quienes quiere atacar a YPF o al Gobierno, sino porque procesan sus propias experiencias y vivencias (la muerte de los hijos, envenenamientos, la prepotencia de las corporaciones).
Scaletta nos presenta argumentos presuntamente científicos para demostrar que la contaminación que puede ocurrir con el fracking no ha de realizarse, y que son falsas todas las presunciones al respecto. Existen argumentos científicos que se han acumulado en contra del fracking y que denotan sus efectos. Lo que cabe es, en este caso, cuando tenemos una biblioteca a favor y otra en contra, admitir el principio precautorio: hay muchas cosas que no se conocen, y por ello debemos actuar con precaución. Especialmente cuando se trata de “tecnologías de punta” que no han sido probadas, o que han demostrado en muchos casos tener efectos negativos.
Cuando Scaletta sostiene que en el capitalismo avanzado no hay actividad económica sin impacto ambiental, nosotros agregamos que en los socialismos residuales tampoco, pues no se trata de los sistemas económicos sino de ciertas lógicas impuestas por el mundo “moderno” occidental, en sus distintas variantes. La matriz “moderna/colonial”, hoy defensora del “extractivismo”, presenta el “desarrollo” de época como único camino, niega que pueden existir otros mundos, otros modos de resolver la vida material de las personas.
El rasgo más radical en la historia del peronismo hasta 1974 fue precisamente ese componente “decolonial” que remata Juan Perón en 1972, con la Declaración Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del mundo: “Hoy, cuando aquellas pequeñas naciones han crecido en número y constituyen el gigantesco y multitudinario Tercer Mundo, un peligro mayor –que afecta a toda la humanidad y pone en peligro su misma supervivencia– nos obliga a plantear la cuestión en nuevos términos, que van más allá de lo estrictamente político, que superan las divisiones partidarias o ideológicas, y entran en la esfera de las relaciones de la humanidad con la naturaleza”, decía el viejo líder, que hoy algunos tildarían de “ecologista reaccionario”.
Una última observación: la aceptación mayoritaria de las represiones que necesitan estas actividades y sus corporaciones para establecerse puede configurar un camino sin retorno, como muchas otras veces transitamos. Nuestro violento pasado nos conduce a ser muy cuidadosos en este punto.
* Socióloga, titular de Sociología Rural.
** Economista, investigador Superior Conicet. Instituto Gino Germani-UBA.
Utopía reaccionaria
Claudio Scaletta
El pensamiento ecológico fue una reacción de las sociedades capitalistas avanzadas frente al evidente deterioro del medio ambiente provocado por la sociedad industrial. Fue una toma de conciencia de la especie humana sobre la potencia transformadora del entorno que el modo de producción dominante en el planeta había adquirido. En particular, de su dimensión destructiva. Así surgieron conceptos nuevos y necesarios como el de sustentabilidad ambiental, expresión que, en adelante, sería inseparable de la idea de desarrollo. Luego, algunas vertientes de este pensamiento ecológico evaluaronque si el agente de destrucción del medioambiente era el modo de producción capitalista, el enemigo a combatir erael capitalismo y, en particular, su producto más evidente: la sociedad industrial.
Una derivación fueron las corrientes ecologistas llamadas “malthusianas”, cuya visión más extremista se plasmó en las “teorías del decrecimiento”. Como los recursos naturales son limitados frente a una población que no deja de crecer, lo más conveniente es frenar el desarrollo. El auge actual de este neomalthusianismo en las sociedades europeas, autocondenadas al estancamiento económico por las decisiones cortoplacistas de sus elites, no parece casual. El freno de la economía nunca es socialmente neutral. Siempre afecta especialmente a los trabajadores, que pierden poder de negociación frente al capital y, con ello, salario y derechos.Suele además ser concomitante a la aceleración de procesos inherentes al desarrollo capitalista, como la concentración y centralización del capital.
A pesar de que no faltan biempensantes que creen que la ecología es inmanente a la cosmovisión de los pueblos originarios, que jamás desarrollaron sociedades industriales, se trata en realidad de un conjunto de ideas originadas en los países centrales frente a sus particularidades sociohistóricas. En sociedades que se encuentran en la vanguardia del desarrollo industrial, con alta densidad poblacional y en el límite del uso de sus recursos naturales, la reacción ecologista aparece como un anticuerpo necesario. Pero el traslado lineal de este pensamiento a sociedades con realidades diametralmente diferentes puede constituir un verdadero despropósito. Argentina, un país rico en recursos naturales sin explotar y con su revolución industrial inconclusa, no necesita frenar su desarrollo para evitar la devastación de su medio ambiente, sino todo lo contrario, necesita hacer todo lo posible para impulsar ese desarrollo.
Aquí, el ecologismo funciona como una utopía reaccionaria funcional al imperialismo.
No existe peor enemigo de la ecología que la pobreza. Todas las catástrofes ecológicas y humanitarias de la historia reciente se produjeron en países muy pobres. Al respecto, resultan particularmente ilustrativos los casos de Haití y Ruanda descriptos por el geógrafo estadounidense Jared Diamond en su libro Colapso.
Las definiciones centrales para los economistas preocupados por el desarrollo pasan por la realidad de la economía local. Aquí, la principal acechanza es la escasez de divisas. Uno de los principales aportes que conducen hacia esta restricción es la importación de combustibles. La búsqueda del autoabastecimiento, que en caso de lograrse llevará muchísimos años e inversiones multimillonarias, supone explotar los inmensos recursos no convencionales disponibles. Frente a esta necesidad imperiosa del desarrollo creció una contracorriente ecologista, azuzada por la derecha mediática desde que el capital de YPF es mayoritariamente estatal, según la cual la tecnología para explotar estos recursos sería especialmente dañina.
Cuando se indaga por las fuentes de estos argumentos, se encuentra elementos tales como la película Gasland o una sumatoria de informes de dudoso origen viralizados en blogs “del palo”. En contrapartida, no existen informes académicos que indiquen que la fractura hidráulica, que ya era utilizada en los procesos de recuperación mejorada de hidrocarburos, sea una técnica ecológicamente fuera del estándar de la industria, lo que significa que no es inocua y que necesita de la presencia del Estado para garantizar el cuidado ambiental, pero que no es una fija de envenenamiento del medioambiente según pregonan las sectas ecologistas.
Llegado este punto es indispensable distinguir ecología de sectas ecologistas. El problema, obviamente, no es la ecología, sino el pensamiento sectario. Los integrantes de las sectas suelen irritarse con facilidad frente a los pensamientos que no responden a sus singulares interpretaciones del mundo, un buen punto para detectarlos. La respuesta inmediata suele ser la estigmatización del disidente, al que rápidamente se encuadra en el espacio de “todo lo otro que yo no soy”, que por supuesto es “el mal”, desde el fascismo a la escritura mercenaria y el asesinato de niños. Los matices no son admisibles.
Sin embargo, los economistas preocupados por el desarrollo no deberían dejarse encandilar por espejismos de supuesta corrección política, sino poner en el menú lo que verdaderamente está en juego. La pregunta es qué pasaría con el crecimiento de la economía y su futuro, y en consecuencia con el nivel de empleo y el bienestar de las mayorías, frente a un escenario de aumento constante de la importación de combustible y restricción externa. Luego debe compararse esta respuesta con el presumido riesgo ambiental de la extracción de hidrocarburos no convencionales.
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Una respuesta dura
Por Claudio Scaletta
En materia de recuperación del autoabastecimiento energético ronda entre los especialistas en hidrocarburos una de esas respuestas que sería preferible no escuchar. La pregunta original es: ¿cuánto tiempo llevará y cuánto dinero será necesario invertir para recuperar el autoabastecimiento energético suponiendo que todo se haga bien y comience ya? La respuesta es mucho más importante de lo que parece. Trasciende absolutamente el marco del mercado petrolero y alcanza de lleno a la macroeconomía.
La historia conocida es que el crecimiento del Producto y la caída de la extracción de hidrocarburos dieron como resultado la pérdida del autoabastecimiento, primero, y el consecuente aumento de las importaciones después. La tardía respuesta del Gobierno, luego de algunos ensayos con los programas Plus, fue la recuperación de la mayoría accionaria de YPF. El proceso fue concomitante al desarrollo en el mundo de la tecnología para explotar recursos no convencionales y, en particular, a la difusión de que Argentina ocupaba el segundo lugar del planeta en la posesión de tales recursos. Los datos se difundieron mundialmente a partir de dos investigaciones de la Agencia de Información Energética de Estados Unidos (EIA) de 2010 y 2012, pero ya eran conocidos en el país desde hace décadas. En 2009, un año antes del primer dato de la EIA, un documento interno del gobierno neuquino enfatizó sobre el potencial de los recursos no convencionales en dos grandes formaciones del subsuelo provincial, Vaca Muerta y Los Molles, a partir de las nuevas tecnologías de extracción y los precios internacionales. Para la provincia patagónica, al igual que para el conjunto de la actividad en el país, se trató de la campana que salvó del nocaut. Cuando en Neuquén todo apuntaba a una inevitable declinación, apareció una luz de esperanza que, en su versión más optimista, puede transformar a la provincia en un nuevo El Dorado.
Pero una cosa es que se sepa que a miles de metros bajo la superficie existen superabundantes recursos hidrocarburíferos atrapados en los intersticios de la roca madre y otra determinar cuánto de esos recursos es factible sacar a la superficie con las capacidades tecnológicas actuales. Dicho en términos de la industria, cuánto de estos recursos estimados globalmente son “técnicamente recuperables” y susceptibles de transformarse en “reservas comprobadas”. Distintos estudios, tanto del gobierno neuquino como de instituciones como la Fundación Bariloche, destacan, en base a los rendimientos de la experiencia estadounidense y de los pocos pozos realizados hasta ahora en el país, que la tasa de recuperación promedio podría rondar el 6,5 por ciento de los recursos, lo que traducido a números sencillos significa que Argentina podría multiplicar por 18 sus actuales reservas de gas y por 11 las de petróleo.
En un momento de fuerte aumento de las importaciones de combustibles, saber que se cuenta con recursos propios abundantes puede ser un gran alivio, pero las preguntas del millón son las formuladas al principio: ¿cuándo y cuánto? Una proyección realizada por el especialista de la Fundación Bariloche Nicolás Di Sbroiavacca, “Shale oil y gas en Argentina. Estado de situación y prospectiva”, fechada en agosto pasado y asequible en la página web de la Fundación, brinda algunos números para comenzar a responder estas dos preguntas.
En el caso del gas natural, suponiendo comenzar ya con todos los pozos necesarios y dado el tiempo de maduración de las inversiones y los yacimientos, el autoabastecimiento recién podría alcanzarse en el año 2022. En el caso del petróleo, el cierre de brecha podría ocurrir un poco antes, en torno de 2020. Para conseguir estos resultados, y mantener el autoabastecimiento una vez conseguido, deberían perforarse 57.000 pozos de shale oil y gas hasta el año 2050, es decir, unos 1500 pozos por año. En números esto significaría invertir en upstream a partir de ahora 16.000 millones de dólares por año, el triple de la media invertida de los últimos dos años y un valor similar a las importaciones de energía estimadas para 2013. Si se toma un horizonte de autoabastecimiento hasta 2050, se necesitan invertir en todo el período 600.000 millones de dólares. Si la inversión se realiza, para mediados de siglo se habrán consumido el 40 por ciento de los recursos técnicamente recuperables de shale oil, pero sólo el 12 por ciento de los de shale gas.
Resulta claro que para calcular estas cifras debió recurrirse a una sumatoria de supuestos sobre el comportamiento futuro de la demanda, la que depende tanto del crecimiento del PIB en los próximos años como de la composición de la matriz energética, como de la naturaleza del consumo futuro. Lo mismo sucedió con el comportamiento de la oferta, para lo que debió estandarizarse la cantidad de hidrocarburos recuperables de los pozos a realizar sobre la base de la información y la tecnología del presente. La cantidad de supuestos sugiere que los resultados presentados por el trabajo de Di Sbroiavacca son sólo una prospección posible, pero de todas maneras inestimable al momento de dimensionar el problema real del autoabastecimiento. Para la macroeconomía de la próxima década el dato es cómo se financiarán las importaciones de energía y las inversiones. En cuanto a la sumatoria de 600.000 millones de dólares que se necesitan hasta 2050, no deben confundirse stocks con flujos. En principio, buena parte de estos recursos serán autofinanciados por los propios hidrocarburos a extraer. Luego viene el positivo efecto multiplicador del proceso sobre el conjunto de la economía, que impactará primero en las provincias productoras y luego en el subsistema nacional. En cualquier caso, el desafío es gigantesco
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Son quienes quieren usar el “fracking” quienes deben aportar estudios de impacto ambiental
Por Pedro Cazes Camarero
Mi formación académica es la metodología de la investigación y la producción de medicamentos. Por ello las técnicas de extracción no convencional de hidrocarburos me eran ajenas hasta que tuve que leer un poco sobre el tema a raíz del estridente intercambio de pareceres entre los partidarios y los adversarios de la introducción de las mismas en nuestro país.
Ante todo, la injuria y la descalificación no constituyen retóricas apropiadas para aplicar en estos casos, salvo que verdaderamente los oficialistas crean que la oposición “de izquierda” a la decisión estratégica de emplear el “fracking” está constituída por energúmenos oscurantistas incapaces de percibir la realidad (Scaletta), y los partidarios de vetar esos métodos extractivos empiecen su argumentación planteando que, no ya el empleo del “fracking”, sino el simple examen de su posibilidad, constituye una traición a la patria por contratar monopolios petroleros polucionantes e imperialistas (Chevron), y confirma la caracterización de que el actual gobierno es un asco, continuidad de la dictadura y el menemismo.
La utilización de tales metodologías talibánicas oblitera cualquier esfuerzo serio de considerar esos importantes asuntos, antagonizando automáticamente toda diferencia.
La verdad es que, desde la época de la caza y la recolección, y más acusadamente a partir del neolítico, todas las prácticas humanas de producción tuvieron impacto ambiental, y en algunos casos, como la roza forestal, de enormes dimensiones, mucho antes del capitalismo. Lo que pasó hasta hace poco es que los análisis teóricos (tanto de izquierda como de derecha) consideraban indebidamente que los recursos naturales, a los fines prácticos, resultaban infinitos. Recién se vio el error durante las últimas décadas.
Por lo tanto, pretender la introducción de imaginarias “técnicas sin impacto ambiental” no resulta realista y en muchos casos enmascara una propuesta de renuncia a las tecnologías y la introducción de estrategias de “decrecimiento”, por lo general sin reconocerlo. En los países centrales, existe un colchón de despilfarro de energía y recursos físicos que podría absorber parcialmente medidas de ese tipo; pero en la periferia, el principal problema continúa siendo la escasez y no la plétora de riqueza, por lo que ese tipo de mirada tiende a ser desdeñada como si procediera de extraterrestres.
Si de lo que se trata, en cambio, es de elegir entre diversas técnicas de producción de energía aquellas que posean menor impacto ambiental, vemos que otras dimensiones (como la renovabilidad de los recursos, la concentración energética, la posibilidad de acumular la energía y el costo por kilovatio) resultan también muy importantes. Por ejemplo, el viento es renovable, pero muy disperso, el costo por kilovatio es elevado y resulta difícil de acumular.
Reemplazar todas las fuentes de energía fósil por otras light resulta una estrategia posible pero poco realista tanto por razones técnicas como por su costo. Lo realista sería adjudicarles una fracción menor del espectro energético (tal vez un veinte por ciento), similar a otras, por ejemplo, la atómica.
Los partidarios del empleo de las técnicas tipo ”fracking” no han ofrecido evidencias de impacto ambiental, a favor o en contra, ni bajas ni elevadas, lo cual metodológicamente constituye un fuerte déficit a la hora de tomar decisiones, que no deben ser atolondradas. Es a las empresas que acometen la extracción de hidrocarburos con esas técnicas a las que les compete realizar esas pruebas. No pueden argumentar que los opositores carecen de pruebas en sentido contrario, dado que es la parte proactiva la que está obligada a ofrecer tales estudios.
Por otro lado, quienes demonizan el fracking, no pueden ofrecer como argumento la descripción de casuísticas no analogables, como la experiencia de contaminaciones de napas en procedimientos a escasa profundidad (dado que la profundidad en Vaca Muerta es de 2 km), o el uso del agua dispendioso (crítico en zonas desérticas, pero no en la Argentina).
El uso de una retórica histérica y de argumentos poco robustos por parte de los ecologistas resulta contraproducente para quienes adherimos a sus objetivos, ya que le deja las manos libres al oficialismo para aplicar sin restricciones técnicas peligrosas que carecen de evidencias de inocuidad.
Por otro lado, el apuro que se exhibe oficialmente para ponerlas en práctica contrasta con la desidia que mantuvo a los españoles a cargo de YPF durante más de una década, dejándolos depredar a gusto hasta que saltaron los tornillos del sistema. Conducta que armoniza con la minería a cielo abierto y la sojización del agro en un cuerpo estratégico extremadamente deletéreo que carece de sustentabilidad a largo plazo.