ENVAR «CACHO» EL KADRI, una luz que sigue siendo guía a 25 años de su muerte

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Hoy a las 18, Gran Homenaje en el Sindicato de Empleados de Farmacia, Rincón 1044.

Se ha cumplido un cuarto de siglo de la muerte de Cacho El Kadri quizá el más universalmente querido de todos los compañeros que iniciaron la lucha armada contra la dictadura de Onganía, en su caso y en el de los demás compañeros que integraron el «Destacamento Montonero 17 de Octubre de las recientemente creadas Fuerzas Armadas Peronistas (FAP)», echándose al monte. La policía los detuvo en Taco Ralo, Tucumán –junto a los lindes con Santiago– el 19 de septiembre de 1968. Todavía no había pasado un año desde la captura y asesinato por orden de la CIA de Ernesto «Che» Guevara en Bolivia.

Ambos hechos tuvieron una influencia decisiva en mi y descuento que en muchos compañeros más o menos coetáneos. Por raro que parezca hoy, la muerte del Che me convenció de adscribirme al peronismo revolucionario cuando tenía 14 años. El episodio de Taco Ralo a su vez me convenció que mi referente en el movimiento eran las FAP. Y a los compañeros mayores que yo que ya integraban las FAP de dejar atrás las tesis cubanas y uturuncas de establecer un foco rural, para privilegiar la lucha urbana.

En el video de arriba, Cacho se refiere primero a la preparación de las FAP antes de su lanzamiento y, seguidamente, en un salto hacia atrás, a los orígenes de la JP en la resistencia a la «Libertadora» y al CONINTES de Frondizi. 

Así empezaba el «Triunfo de las FAP» compuesto por Juan Leandro Hernández, el preceptor del Colegio Nacional nº 7 Juan Martín de Pueyrredón que me había acercado a las estribaciones de las FAP y su folclór de caños y apoyo a los conflictos sindicales;

Fuerzas Armadas tenemos,

las Peronistas

Son valientes que buscan

la reconquista

Con el fierro en la mano

y alta la vista

Se fueron una tarde

pa’ Taco Ralo

a jugarse la vida

por sus hermanos

«¡Argentino y peronista!!, gritaba el Cacho.*

Después de la derrota

buscar verdades

para empezar la cosa

por las ciudades

Y allá en Tortuguitas**

pelar el sable.

Tras salir de la cárcel en mayo de 1973, El Kadri entendió correctamente que era el momento de «enterrar las armas», ya se vería luego si transitoria o definitivamente. También el Che lo había entendido luego del fracaso del foco rural establecido en Salta en 1964 por el periodista Ricardo Masetti, el «Comandante Segundo» que respondía a la distancia y en términos generales a Guevara, el primero, que por entonces preparaba su expedición al Congo y refrenaba su ansia de combatir en su terruño porque había entendido que mientras había posibilidades de disputa dentro de un marco más o menos democrático (y las había en el gobierno del médico Arturo Illía, por más que hubiera sido electo con apenas el 23% de los votos y con un peronismo proscripto), era al pepe e incluso podía ser contraproducente insistir con la lucha armada. Pero el golpe de junio de 1966 que había entronizado a Onganía (que declaraba que se quedaría en el poder todo lo necesario hasta lograr que el peronismo no fuera mas que un recuerdo evanescente) había obturado toda forma de participación política, y en especial la de los jóvenes, a quienes se reprimía hasta en lo que hacia en los cortes de pelo).

Con lo cual, no hubo más remedio que empuñar las armas.

Cacho siempre supo ser amplio y tolerante en sus relaciones humanas. Cuando investigaba el atentado a la AMIA fui a preguntarle por uno de los acusados, Alberto Jacinto Kanoore Edul, a quien él conocía, y me dijo que aunque quizá no todo lo que hacía estuviera conforme a la leyes, lo consideraba absolutamente incapaz de involucrarse en un acto terrorista. El tiempo le dio la razón: Edul fue metido adrede en la causa AMIA para obturar la posibilidad de que se investigara a otros argentinos hijos de sirios que si estaban involucrados en esa masacre.

Como otras personas (pienso, en especial, en Alcira Argumedo), Cacho fue un eficaz colaborador de Fernando «Pino» Solanas, quien según algunos no lo retribuyó debidamente. Quzá porque como decía con acritud su antiguo socio y compañero, «El Gallego» Octavio Getino «Debajo de un pino no crece nada, sólo hay pinocha». Corría entonces un chiste blanco, en plan Pepe Biondi. Se decía que Cacho había optado «por la vía filmada».

Lo cierto es que nunca dejó de ser un referente para los jóvenes peronistas.

Cacho murió en la hoy convulsionada Tilcara. Su velorio se hizo en el Centro Islámico de la calle San Juan. Cacho tenía tantos amigos que hubo algunos incidentes. El antaño defensor de presos políticos y entonces secretario de Seguridad y por ende jefe de la SIDE Hugo Anzorreguy dejó una enorme corona de flores que el veterano dirigente metalúrgico Avelino Fernández rompìó, considerándolo un traidor. Y familiares y amigos del ya mencionado Edul me agredieron gritando a voz en cuello ¡que era un agente del Mossad!. Como en un velorio no están nada bien las escenas de pugilato, dos morochos la emprendieron a patadas conmigo. Parecía un malambo. Ya en la calle, intervino la policía de custodia (la habían puesto luego del atentado a la DAIA-AMIA en prevencion de eventuales) que me pidió y se quedó con mis documentos) pero dejó que me siguieran atacando, mostrando claro favoritismo por el local, Hasta que, puestos al tanto por mi esposa (que me había advertido que se estaba cocinando mi linchamiento sin que le hiciera caso) mis amigos reunidos en La Posta, la pizzería de la esquina, acudieron en tropel a salvarme, cuando los únicos que lo habían hecho hasta entonces eran Miguel Bonasso, su esposa Ana Skalon y Ricardo Sasson. El Indio Carlos Mugica, el Cabezón Jorge Alonso y mi entrañable amigo Raúl (Teodoro Boot), llegaron como el 7º de Caballería y me rescataron. Los días siguientes, Susana, la hermana de Cacho y su adorable mamá Ester me llamaron para pedir disculpas por algo en lo que no habían tenido nada que ver. Visto en perspectiva, fue une equívoco y hasta entiendo la bronca de los allegados a la familia Edul.

Escribo estas líneas con justificada melancolía, por la mayoría de los nombrados y otros muchos que no nombré para no abundar pero cuyo recuerdo guardo en mi corazón, ya no están. Sin embargo, hoy por la mañana, al pasear a mis perros, pasé por un local donde me topé con la imagen afable y relajada de Cacho. Lo tomé con un buen augurio. Con la esperanza de que los efluvios de una persona que rezumaba tanta humanidad permeen a tantos jóvenes que se reivindican y luchadores y peronistas.

Notas

*Por entonces la TV, si bien había dejado atrás los pañales todavía era impúber y la avidez por la noticia hizo que uno de los canales despachara una avioneta hacia allí y la policía le permitiera a los periodistas «filmar» el momento en que recababa los datos personales de los compañeros. Así fueron pasando compañeros (recuerdo particularmente a la Negra Amanda, por entonces Beatriz Amanda Peralta de Diéguez, luego casada con otro de los detenidos, Néstor Verdinelli, porque era la única mujer y porque muchos años después, a mediados de los ’80 tuve el gusto de conocerla junto a su marido y sus hijos… que me parecieron medio rubios, como si hubieran mimetizado con el entorno del exilio en Suecia) hasta que le llegó el turno a Cacho. Cuando el escribiente le preguntó el nombre dijo en voz alta y altiva «Envar El Kadri», y cuanto se le inquirió «¿Nacionalidad?» gritó «¡Argentino y peronista!!»

**El estallido del Cordobazo en mayo de 1969 confirmó la opción por las acciones armadas urbanas. Así, en octubre de ese año, las FAP firman una primera, modesta operación guerrillera urbana: el ataque a os puestos policiales en Tortuguitas.


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