ESMA: Confirman que los «asaditos» se hacían en el campo de deportes
A Sergio Tarnapolsky no lo descubrieron por haber pasado la información que le permitió a Montoneros confeccionar un primer informe sobre lo que sucedía en ese centro clandestino de detención (no hubo prácticamente sobrevivientes de 1976, cuando funcionaba a full, y los «verdes» le comentaron a los sobrevivientes caídos después que por entonces los secuestrados eran apiñados en el sótano, y que incluso alguna vez algún oficial anduvo en moto sobre sus cuerpos). Lo descubrieron porque, sabiendo lo que pasaba y por indicación de sus jefes en Montoneros, puso una bomba con tan mala fortuna que los marinos la encontraron antes de que estallara. A consecuencia de lo cual Acosta decidió matarlo a él y a toda su familia. Lo digo porque me parece que hay que hacerse cargo de toda la historia.
Escuchar el apellido Scilingo me incomoda. Scilingo era externo al grupo de tareas (era responsable de la flota automotor) y a sus decisiones, y me joroba que se haya juzgado a un personaja de tercera línea haciendo como si fuese tan responsable como Acosta o Massera.
UN EX CONSCRIPTO HABLO DE QUEMA DE CADAVERES EN LA ESMA
Un testigo en el infierno
–Eran restos humanos –agregó–; se decía que ahí funcionaba la parrilla, que se llevaban la parrilla para ahí.
Las denuncias
No es la primera vez que se menciona el Campo de Deportes de la Armada como uno de los lugares que usó el GT 3.3 para deshacerse de los cuerpos de los desaparecidos. López lo inscribió en el final del primer año de la represión y comienzos del siguiente. Y como uno de los métodos alternativos a los «vuelos» que ya se denunciaban en esa época. López ya lo había mencionado ante la Conadep. También lo vienen denunciando otros sobrevivientes y familiares. Lo dijo hace muy poco en una audiencia y en los mismos términos otro conscripto llamado Marcelo Prado.
El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) hizo inspecciones sin éxito en el lugar. Hasta ahora se cree que el GT pudo haberlo usado para deshacerse de los detenidos que llegaban sin vida a la ESMA, morían inmediatamente o en la tortura, pero también se cree que la falta de rastros en la zona puede deberse al tipo de sedimentación de la tierra y el movimiento del agua.
López contó lo que sucedía en aquel momento. Dijo que el desplazamiento del artefacto se hacía arriba de un rastrojero, una camioneta muy cerrada, cargada con tambores con unos «100 litros de gasoil», un material que se conseguía fácilmente en el predio de la ESMA porque tenían surtidores. En ese momento, él trabajaba en Automotores. Es posible que por sus tareas haya entrado en contacto con quienes estaban a cargo de los desplazamientos.
–¿Cuántas veces ocurrió? –le preguntó el presidente del TOF.
–Muchas veces, muchísimas veces. No puedo decir números –explicó.
–Siempre sucedía a la noche, siempre por la noche –repitió.
–¿Se veía algo del Campo de Deportes?
–A veces se veía humo.
Mientras hablaba, la sala casi vacía de público estaba todavía más silenciosa. El único represor presente era Ricardo Cavallo, «Sérpico», que cada tanto, como si buscara contestarle a él, giraba a la derecha para decirle algo a su abogada.
López entró al servicio militar después del golpe. Había desertado años antes y volvía a intentarlo. Solía estar castigado. Estuvo adscripto al área de Bomberos y al mismo tiempo a Automotores, allí dependía de Adolfo Scilingo y fue «como su chofer». Su caso es conocido porque además de testigo fue uno de los cuatro conscriptos secuestrados como parte de la caída de Sergio Tarnopolsky.
Sergio Tarbapolsky era militante de Montoneros, hacía el servicio militar en la ESMA, era asistente del Tigre Acosta y escribió el llamado «informe Tarnopolsky» con el que la Agencia Ancla hizo, a fines de 1976, una de las primeras radiografías de la ESMA. La Marina secuestró a Sergio, a su esposa, a sus padres y a su hermana y acusó a un grupo de colimbas de colaborar con él. Entre ellos, a López, que estuvo secuestrado unos días. Estuvo encapuchado y tendido en el piso al lado del «tanque de agua», luego lo llevaron a una «casa de rehabilitación» y más tarde volvieron a llevarlo a la ESMA.
Ayer, durante su testimonio, dio otro dato que hasta ahora no había sido mencionando, surgió de ese secuestro y está vinculado a lo que él mismo fue viviendo más tarde.
¿Cómo era la alimentación?, preguntó la fiscal. «Un mignón por día y un pedacito de carne.» ¿Lo llevaban al baño? «Traían un balde.» ¿Guardias? ¿Supo algún nombre? ¿Quiénes eran? «Nunca se sabe», dijo él. «En algún momento entraba un personaje al que le decían el ‘Pedro de Guardia’ que preguntaba por las necesidades que teníamos, que en realidad eran infinitas. Lo que sí, una vez, vino el ‘Pedro de Guardia’ y me levantó la capucha. ‘No abras los ojos, que te quiero ver la cara’, me dijo y en realidad era el padre Fernández, que era el capellán de la Escuela.»
–¿Qué hacía en ese lugar?
–No sé si estaba por lástima hacia los que estábamos ahí, porque en definitiva nos conocía –dijo–. No sé por qué estaba.
Y agregó: «Aparte de la Iglesia alguna vez hizo patrulla con nosotros, venía en una patrulla externa, hacía documentación con nosotros».
Esto fue otra revelación. El nombre completo del capellán es Pedro José Fernández y, según el organigrama reconstruido por Defensa, aparece en la estructura integrando el cuadro de Capellanía y Bienestar. El dato llamó la atención en la audiencia porque su nombre hasta ahora no había surgido como parte de una imputación. López no sólo lo situó en Capuchita, sino en una serie de operativos a los que llamó de «patrullas externas».
–¿Patrullas? –preguntó uno de los jueces.
–Todas las noches se hacían patrullas –explicó–. Como si fuera una comisaría, se hacía una patrulla externa. Cada quince días. Cuando me tocaba estar de guardia a mí, en lugar de hacer la guardia con los bomberos, salía a hacer guardia con una camioneta.
El hacía de chofer. Le tocó llevar Scilingo a la zona del Abasto, a la patrulla. Hacían distintas tareas, como control de documentos y de calle.