ESPIONAJE – FILMS. Las películas de espías, entre la propaganda y el entretenimiento… The Americans, una adicción.
La nota publicada en El País que pego abajo me da pie para montarme en Pegaso y darle rienda suela a explicitar el placer que me provoca ver la serie de FX titulada en nuestro medio como «Los (norte) americanos», placer que me reservo tacañamente para los domingos después del almuerzo y solo a ración de dos o tres capítulos por fin de semana a fin de alargarlo. No sé quienes son los guionistas son muy buenos (y, sorprendentemente, al menos por lo que vi hasta ahora, nada antisoviéticos, ninguna propaganda hamnada) la adaptación a los años ’80 es perfecta, y los actores están muy bien. Keri Russell y Matthew Rhys encarnan a dos agentes de la KGB unidos en pareja por sus jefes e infiltrados en Washington DC. Ella, el personaje que compone, me tiene arrobado. Es una Elizabeth intelectual e hiperprofesional de férrea moral y adhesión a los principios soviéticos y comunistas (ah, cuanta melancolía de cuando se pertenecía a una orga que le permitía sentir que luchaba por la verdad y la justicia -aunque fuera una iglesia, un partido o una montonera- como el tortugo D’Artagnan; ah, cuantas saudades de aquella adrenalina que no es era tan imprescindible en la juventud; ah, cuanta alegría de haber dejado atrás ese vicio… ¿o será que él nos ha dejado?). Pero bueno, no les doy más la lata: me encantan las películas de espías, sobre todo si carecen de intercencuiones mágicas o divinas, efectos especiales y armas secretas aparecidas a a último momento para salvar a los protagonistas.
Subo este post por todo eso y porque ayer Lorena García (una compañera casi siempre muy informada en materias variopintas) me informó que ambos actores, de estar años fingiendo ser un matrimonio que fingia haber sido unidos por el amor y no por el centro de la KGB… terminaron por enamorarse y se han casado… lo que también me produce un breve fulgurante ramalazo de placer, acaso porque los últimos tiempos son pródigos en historias que no tienen final feliz, que son pura tragedia, acaso porque como tantos periodistas llevo en el alma una casamentera señora gorda con bata y ruleros que recopila informaciones mientras barre la vereda, acaso por ambas cosas. Y en este arrobado arrebato me permito compartir algunos videítos y fotos. Después, la nota de marras.
El afiche de la serie y Keri Russell como Elizabeth, la agente infiltrada de la KGB.
Las películas de espías, entre la propaganda y el entretenimiento
Desde hace un lustro el género parece ensalzar la naturaleza heroica de las grandes agencias de inteligencia
ENRIQUE BOCANEGRA / ELPAIS.COM
Phillip Knightley, el mayor experto en espionaje de la Guerra Fría, el hombre que desde las páginas del Sunday Times, reveló al mundo las andanzas de Kim Philby y los demás miembros del Círculo de Cambridge, siempre tuvo claro que el cine de espías era propaganda. “Que sea entretenida no significa que no sea propaganda. De hecho, la propaganda más eficaz es la que no resulta obvia”. Aunque ya se estrenaban películas de espías desde el cine mudo, Knightley se refería a la eclosión de los 60, cuando se convierten en un género por derecho propio. En aquella época, el MI6, el servicio secreto británico, quedó devastado tras descubrirse que había sido penetrados por los soviéticos, gracias a topos como Kim Philby o George Blake, británicos al servicio de Moscú. Sin embargo, el cine mostraba la imagen opuesta, unos servicios secretos victoriosos que derrotaban permanentemente a sus enemigos. James Bond y Georges Smiley, los espías de ficción más populares, creados por Ian Fleming y John Le Carré, escritores con experiencia en el mundo de la inteligencia, no podían ser más diferentes. Mientras Bond es un seductor mundano y elegante, Smiley es un cornudo y vulgar funcionario de Whitehall. Y, sin embargo, los relatos que protagonizan comparten algo fundamental a efectos de la propaganda: los héroes del MI6 siempre ganan. Bond y Smiley marcaron los límites en los que se movería el héroe del relato de espías en la guerra fría, desde el Harry Palmer de Len Deighton, hasta el agente de la CIA Jack Ryan. Todos ellos, en sus diferentes vehículos literarios y cinematográficos, exaltaban a los servicios secretos anglosajones, CIA y MI6, al tiempo que ocultaban su fracaso en todos los conflictos en los que tuvieron la oportunidad de desempeñar un papel relevante: la revolución de Hungría de 1956, la crisis de los misiles de Cuba en 1962, el derrocamiento del Sah de Irán y la invasión de Afganistán en 1979 o el propio final de la Guerra Fría cuyo desenlace no supieron prever. Legado de cenizas tituló el periodista Tim Weiner su historia de la CIA , American Book Award de 2007.
Con la caída de la Unión Soviética, la mayoría de estos personajes de ficción quedaron amortizados. Los nuevos héroes del género de espías no trabajan para las grandes agencias sino al margen de ellas. Será Jason Bourne, un personaje que carece de memoria, y por tanto de identidad, y cuyas aventuras se limitan a la lucha por la supervivencia, quien mejor refleje el caos del mundo multipolar posterior al fin de la Guerra Fría.
Y sin embargo, desde hace un lustro el género parece haber recuperado su naturaleza propagandística, ensalzando la naturaleza heroica de las grandes agencias de inteligencia. La primera película que dio el aldabonazo fue Argo de Ben Affleck, ganadora del Oscar a la mejor película en 2013, y que muestra el rescate de seis ciudadanos norteamericanos del Irán de Jomeini gracias a un agente de la CIA. Ese mismo año, Kathryn Bigelow también compitió por el Oscar a la mejor película con La noche más oscura la versión oficial de la eliminación de Osama Bin Laden; en 2014 Descifrando Enigma nos recordó como el MI6 y los descifradores de Bletchley Park contribuyeron decisivamente a la victoria aliada sobre la Alemania nazi y en 2015, el más exitoso cineasta de Hollywood de las últimas décadas, Steven Spielberg, nos mostró en El puente de los espías como la CIA luchaba por la libertad en el Berlín dividido por el Muro. Y uno no puede evitar preguntarse si todas estas películas que exaltan los éxitos de la inteligencia anglosajona y de sus agentes, no tienen como finalidad, al igual que hizo el género en la década de los 60, ocultar otro desastre, el de los servicios de inteligencia creados durante la administración de George W. Bush, naufragados en el océano de la información digital, estrellados contra un iceberg compuesto por unos y ceros, en los que aventureros, como Julian Assange o Edward Snowden, han abierto brechas por donde se ha filtrado todo el chapapote de las cárceles clandestinas, las torturas y las escuchas masivas ilegales. Un nuevo e inmenso legado de cenizas, herencia de la Global War On Terrorism, iniciada después del 11 de septiembre de 2001, y cuyas consecuencias aún sufre el mundo.