EXCLUSIVO: Entrevista con Sergio Camaratta, el asesino de José Luis Cabezas, que acaba de morir

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Murió el ex policía Sergio Rubén Camaratta, de 50 años, uno de los asesinos de José Luis Cabezas. Investigué ese asesinato que tanto conmovió a periodistas y reporteros gráficos para la agencia Télam y tuve la sorpresa al llegar a Pinamar de que sólo quedaba allí Santiago O’Donnell, entonces de La Nación, pues todos los demás se habían ido a Dolores, dónde estaba detenida una madama de Mar del Plata apodada Pepita la Pistolera, pista que con el tiempo se revelaría falsa. Con O’Donnell rápidamente hicimos una fructífera sociedad, ya que él ya tenía contactos con el comisario Fogelman, a cargo de la investigación, y yo tenía movilidad. De esa sociedad supongo que se benefició más él que yo por la sencilla razón de que, en pleno menemismo decadente, no tenía la posiilidad de publicar en Télam noticias que apuntaran directamente contra el que a todas luces había sido el instigador del crimen, Alfredo Yabrán, hasta entonces íntimo del Presidente. Yabrán había a su vez caído en una trampa mortal, ya que estaba siendo monitoreado por el uruguayo Juan Navarro, titular del Grupo Exxel y muy cercano a la CIA, que tan pronto Yabrán se suicidara se quedaría con las empresas más rentables de su grupo a precio de saldo… Pero esa es otra historia.
La nota que transcribimos no fue publicada por Télam ni por ningún medio argentino sino, con alguna pequeña variante, por el semanario Brecha de Montevideo. Hoy la ofrecemos a los lectores de Pájaro Rojo:

Exclusivo

Caso Cabezas: Entrevista a Sergio Camaratta, asesino de José Luis, que acaba de morir

“¿Qué hicimos la noche del viernes 24, Negra?”

 

camaratta

Mucho menos conocido que Gustavo Prellezo, cultor de un bajísimo perfil, el ex inspector Camaratta es el otro policía acusado de haber integrado el grupo de asesinos materiales de José Luis Cabezas. Camaratta fue entrevistado a los veinte días del crímen por Santiago 0’Donnell, de La Nación, y Juan Salinas, a la sazón de Télam, los dos únicos periodistas que estaban investigaban el caso in situ. El relato de aquella entrevista, escrito entonces por Salinas, permaneció inédito hasta ahora.

El ex oficial inspector de la policía bonaerense Sergio Rubén Camaratta, hasta hace unos días titular del destacamento de Valeria del Mar, tiene 33 años y está sospechado de haber participado en el asesinato de José Luis Cabezas. Así lo señala Noticias, el semanario para el que trabajaba el asesinado, aunque con tantas imprecisiones que incluso consigna mal su nombre. Pero también acaba de confirmarlo a Santiago 0’ Donnell el comisario Víctor Fogelman, quién dirige la investigación.

Es el viernes 13 de febrero y hace veinte días que los restos carbonizados de José Luis Cabezas aparecieron en una cava, dentro del calcinado Ford Fiesta que tenía alquilado. Rememoramos en voz alta lo poco que sabemos de Camaratta mientras vamos hacia Ostende, el balneario que separa Pinamar donde vive.

Aunque nadie lo recuerde, Camaratta tuvo gran protagonismo en “El caso Cóppola”, llamado por la policía bonaerense “Operación Cielorraso” por su cercanía al “techo”, en obvia alusión a la cima del Poder.

Fue el propio Camaratta quién lo inició. La intervención quizá le haya sido pedida por el juez Hernán Bernasconi, a quién solía secundar en los procedimientos antidrogas que aquél hizo las pasadas temporadas en Pinamar y alrededores. En aquellos aparatosos allanamientos, cubiertos por diarios y semanarios con amplio despliegue, se “descubrieron” grandes cantidades de supuesto “Extasis”, una droga de diseño, sintética, casi desconocida. Con el tiempo pudo establecerse que la mayoría de aquellos comprimidos eran antibióticos. Y para nada estrambóticos.

Al encender la mecha de un escándalo que enfrentó al gobierno nacional y el provincial en una sorda lucha, Camaratta denunció por escrito ante Bernasconi que de resultas de sus ignotas investigaciones, podía asegurar que Diego Maradona y su manager, Guillermo Cóppola, eran “consumidores recreativos” de cocaína y que su proveedor era la Héctor “La Morsa” Expósito. Y, en consecuencia, le pidió al juez que ordenara las acciones tendientes a acreditarlo.

Bastante antes de que esa línea condujera al juez hasta otro futbolista famoso, Alberto «El Conejo» Tarantini (a quién, por las dudas de que no la tuviera consigo, se le “sembró” cocaína) dicen los vecinos de Ostende que Camaratta y su inseparable ayudante en el destacamento y vecino, el cabo Claudio Paéz, alías “La Máquina”, habían curtido con chicas que tiempo después se harían famosas. Se refieren a Samantha Farjat y Natalia De Negri, especialistas en maratones sexuales, en darse vuelta como medias para envidia de los contorsionistas, y en colocar drogas en casas ajenas. Y también a la más púdica Julieta Lavalle.

Camaratta, nos dijeron los vecinos entre susurros, alojó a las tres chicas en una casa desocupada del barrio junto al oficial Daniel López (a) “Diamante” y el suboficial Antonio Gerace (a) “Tony”. Y mientras lo decían, resultaba obvio que se ratoneaban imaginando las “fiestitas” que allí podrían haberse celebrado.

Con Santiago coincidimos en que era imposible desprenderse de la sospecha de que alguna relación debe existir entre el frustrado “Operativo Cielorraso” y el bárbaro asesinato del reportero gráfico.

La nota tal como se la escribió entonces:

Pasan unos pocos minutos de las 16 y el cielo está encapotado. Hace mucho calor y una densa nube de mosquitos se abate sobre Ostende. El “Barrio de los Maestros” queda a unos dos kilómetros del mar, tierra adentro. Estamos en pantaloncitos cortos y ojotas, empapados de transpiración y acompañados por mi cachorra Babá en un Ford Falcon gris con un cartel de la agencia Télam que dice “PRENSA” y, también, “Presidencia de la Nación”. Aunque no lo parecemos, somos los únicos periodistas que seguimos en Pinamar husmeando los rastros que dejaron José Luis y sus asesinos. Por razones que no han quedado claras, Noticias decidió retirar los suyos (había un grupo grande, dirigido por Julio Villalonga) hace ya casi un mes, y también desde entonces un centenar largo de colegas se apiña en las puertas del juzgado de Dolores, esperando estoicamente alguna novedad sobre Margarita Di Tulio -bautizada por los medios “Pepita, la pistolera”- y sus amigos prostibularios a uno de los cuáles, se supone, pertenece la supuesta arma homicida.

Estamos solos y perplejos, pero no tenemos miedo. El revuelo que provocó la muerte de José Luis parece haber convertido a todo periodista que pise Pinamar en un intocable al que policías y funcionarios rinden pleitesía.

Encontrar a Camaratta fue fácil. Bastó con que preguntáramos una vez para que un vecino nos indicara cual era su casa con gesto de poco reprimido asco. Estaba ahí nomás: es un chalet de dos plantas de reciente contrucción, igual a los demás que conforman esa manzana. Solo se distingue del resto porque su morador segregó parte del espacio común detrás de unas paredes bajas para formalizar un jardín de escasas, resecas plantas.

Salió apenas golpeamos. La figura que se recorta contra el vano de la puerta tiene algo menos de 1,70 de altura. Camaratta es delgado, su piel está bronceada, tiene físico de gimnasta. Lleva la camisa clara de manga corta desabrochada hasta la mitad del pecho peludo, calza vaqueros ajustados y mosasines tipo «mohicano». Es estrecho de cintura y ancho de caja y, a pesar de no ser muy alto, luce un porte erguido. Adentro de la casa, en la semipenumbra, un hombre mayor, de cabeza cana, mira silencioso la tele hundido en un sillón.

«Camaratta, un ex policía», se presenta con amargo sarcasmo cuando le decimos quienes somos y qué queremos. «Pregúntenle a (el comisario) Fogelman, el dueño de la verdad. ¿No dice que ya tiene resuelto el caso?», se ataja cuando le preguntamos por los motivos de su exoneración, su despido sin explicaciones de la fuerza tras catorce años de servicio.

«Pregúntenle a Fogelman y a el comisario general (Arturo) Del Guasta (jefe de Asuntos Internos de la PBA). ¿Qué clase de periodistas son ustedes? ¿Acaso no hablaron con ellos?», insiste. Y dice que no da entrevistas y no hará una excepción con nosotros. «Honestamente, ayer estuve hablando con un abogado y me aconsejó que no las dé”, se justificó.

Santiago alega que el diario para el que trabaja no publica imputaciones sin la posibilidad de formular descargos y yo le agrego, mirándolo fijo, que estoy en representación de la agencia nacional de noticias con el mismo empaque que si le dijera que represento a toda la sociedad, sin distinción de credos ni banderías.

Le decimos que Fogelman sospecha que él es uno de los dos oficiales de la policía bonaerense que participaron de manera directa en el asesinato de Cabezas. No parece acusar el impacto. Dice que no conoce a Fogelman. ¿Tiene enemigos en la fuerza?, le pregunto. “No, al menos que yo sepa”, se incomoda.

«El 13 de diciembre, Día de la Policía, me dieron un diploma”, sigue diciendo. “ Y en enero participé en los procedimientos en los que se detuvo en Pinamar a una banda de ladrones de casas, por lo que el secretario (de Seguridad, Eduardo) De Lazzari nos felicitó por escrito», dice, y su mirada se queda perdida en algún punto entre los médanos. (1)

La mujer de Camaratta, una morocha regordeta que -luego averiguaríamos- se llama Olga y es maestra de la principal escuela de Valeria, interrumpe para afirmar que en la fatídica noche que mataron a José Luis, no se separó un instante de su marido.

«Si él es un asesino, yo también soy una asesina”, sentencia.

Babá se pone a ladrar. Le pegó una leve patada. La casete sigue girando en mi bolsillo mientras los mosquitos nos acribillan. Parecen atraídos por el sudor que chorrea por rostros y cuellos. Por un momento, entre ladridos y aguijonazos, la entrevista que estamos robando con paciencia y con saliva, trastabilla.

-Un momento- digo levantando despacio la mano derecha, enseñando la palma. Musito un “perdón” y mató delicadamente un mosquito que se había posado sobre la mejilla del ex inspector. Aunque quiera pasar por canchero, está tan tenso y concentrado que ni siquiera pestañea.

Insistimos acerca de los motivos de su exoneración. Tiene que tener alguna sospecha de cuáles fueron, le decimos. Pone cara de poker. La cavilación, por suerte, lo abstrae de aguijones y zumbidos. «A mi nadie me dijo nada. Lo único que recuerdo fue que el nuevo comisario de Pinamar (Amadeo D’Angelo) me preguntó quién me había traído a la costa y yo le respondí que (el comisario) Alberto Gómez», responde.

Gómez, conocido como “La Liebre” o “El Paisano”, llevaba más de siete años al frente de la comisaría de Pinamar gracias a su condición de correveidile de El Señor Yabrán. Fue relevado y exonerado ocho días después del crímen. Cuatro días más tarde, El Tano Camaratta y otros cuatro oficiales fueron trasladados. A él le tocó como destino el Comando Radioeléctrico de Mar del Plata.

«Solamente trabajé dos días como oficial interno», agrega Camaratta con la mirada perdida en algún punto del horizonte. «El 12 de febrero me comunicaron que estaba exonerado. Y todavía estoy esperando que alguién me diga por qué…».

Sobreviene un silencio incomodísimo. No es de suponer que haya pasado un ángel. Un ejemplar de Noticias se convierte en la tabla que evita que la entrevista naufrague. Publica una foto del «principal Roberto Camaratta» y en el epígrafe asegura que la noche del crímen el inspector participó en una fiesta familiar, de la que se habría retirado alrededor de las cuatro de la madrugada junto a otros cuatro policías. Y agrega que, después del crímen, Camaratta se ausentó de Valeria unos días. Se la enseñamos.

«Son todas mentiras», se indigna la mujer que ha vuelto a acercarse para hojear la revista. «Sergio cumple años el 25 de enero y lo festejamos el sábado a la noche. El viernes a la noche hizo lo que todos los días, estuvo en el cierre del boliche bailable Coyote y en el del casino, donde tiene que estar en el momento en que se saca la recaudación. Y esa noche yo estuve todo el tiempo con él”.

«Jamás me ausenté de Valeria», agrega su marido. «Al casino iba todas las noches. Era el encargado de la seguridad. No era que cumpliera un horario. Si a las siete pasaba algo, me golpeaban la puerta. Podés ir a hablar con el gerente, con el jefe de seguridad, con el empleado de la boletería… con cualquiera. Estaba todas las noches ahí hasta las cuatro de la mañana, que cerraba. Hasta las cuatro, cuatro y diez, cuatro y cuarto me iba. Por lo general me acostaba a las cinco de la mañana. Fue un día como todos».

-Como todos no- le digo. -Ese día lo acompañó su mujer-.

-¿El 24? ¿Vos estuviste conmigo el 24?»- preguntó dubitativo en voz alta el ex policía hacia el oscuro y fresco interior de la casa.

Un estremecimiento me recorre la nuca. Le pego un codazo a Santiago.

-Sí, Fuí con vos al casino y al boliche-, responde Olga acercándose a la puerta. «Así que si él va preso, yo también voy presa», enfatiza, clavándonos sus ojos oscuros con fiereza.

-¿Siempre lo acompaña?- le pregunta Santiago. El deje irónico es casi imperceptible. Mi compañero conserva un gesto impávido, estilo inspector Colombo. Es un maestro en el arte de pasar por bobo.

  • Siempre. Así que si él va preso, yo también voy presa- insiste la morocha.

Le pegó otro codazo, más leve, a Santiago, que no hace el menor gesto y sigue hablando pausado, imperturbable. Como distraído. Su voz es tranquila, obsequiosa, algo monótona. Procura hipnoptizar a sus entrevistados y suele lograrlo. Y aunque se dio perfecta cuenta de que la coartada es inversosímil, lo disimula.

La coartada es increíble porque nadie puede creer que a esta altura de los acontecimientos Camaratta tenga dudas acerca que hizo o dejo de hacer la fatídica madrugada del sábado 25 de enero. Ni que no recuerde si su mujer lo acompañó o no durante la que dijo era su habitual recorrida por el casino local y la discoteca «Coyote».

Y también lo es porque las esposas de los policías no los suelen acompañarlos en sus recorridas. Y porque es increíble que la mujer de Camaratta hubiera hecho de tal acontecimiento excepcional una rutina.

No habrá manera de verificar los dichos de Camaratta en el el pequeño Coyote de Valeria. Cerró sus puertas sorpresivamente luego de que la madrugada del sábado 2 de febrero desconocidos entraran por la madrugada, destrozaran las instalaciones y se llevaran los equipos de música.

Fue hace dos semanas, en plena temporada, pero se diría que ocurrió hace un siglo. Es que el lugar -pudimos comprobar anoche- es una tapera: Ha sido repetidamente saqueado, tiene los vidrios rotos, no le ha quedado siquiera un enchufe y está lleno de arena. Entre el mar y las dunas, el viento azota sin piedad un cartel que ofrece “comidas tex-mex”. Parece parte de un pueblo minero abandonado en una película del Far West. (2)

Camaratta, más distendido gracias a las propiedades sedantes de la plática de Santiago, comenta que le pareció «muy loco» que la esposa de un policía sospechado de encabezar “la línea de la costa” de distribución de cocaína defendiera ayer «a toda la
fuerza» frente a las cámaras de televisión.

«¿Vieron el programa de Mauro (Viale)? Me pareció muy loco que fuera una mujer, la de (el ex oficial José Luis) Dorgan, la que estuviera ahí defendiendo a los efectivos de la fuerza», comentó.

Pienso en las dos intervenciones de su mujer. “Si el es un asesino, yo soy una asesina. Si él va preso, yo también iré presa”.

Sí, es verdad: a veces las intervenciones de las esposas de los ex policías sospechados de asesinato resultan muy locas.

Llega la hora de despedirnos. Le preguntamos si no batallará judicialmente para que lo reincorporen a la policía, a fin de restaurar su honor mancillado.

  • No sé, no creo. Mi suerte está terminada. A mi me crucificaron a los 33 años…como a Cristo».

«Quién sabe, si es inocente quizá lo reincorporen», dice Santiago mientras toma notas.
– No escribás nada. Esto te lo digo a vos, no es para que se publique: a ver si creen que quiero compararme con Cristo- protesta Camaratta.

-…si es inocente, puede lograr que lo reincorporen- continúa Santiago como si no lo hubiera escuchado.

  • ¿A dónde? Si me reincorporan me van a mandar al confín de la provincia. ¿Vos irías allá ?», repregunta Cammaratta, nacido, según el mismo informa con aires de misterio, «a 500 quilómetros de acá, en el interior de la provincia».

«Si querés saber de mi -aconseja- preguntale a los que ya tienen opinión formada. A los comerciantes de Valeria, por ejemplo. A los dueños de las inmobiliarias».

Y a la hora del adiós, prefiere no dar su número de teléfono y toma el del celular de Santiago. «Nos vemos. Seguro que nos vamos a ver», dice, mientras le estrecha la mano.

Suena a amenaza.

Notas

1) Aunque entonces no lo supiéramos, se refiría a “La banda de Los Hornos” u “Horneros”, un grupo de escruchantes, miembros de la barra brava de Estudiantes de La Plata, a los que él mismo Camaratta y Prellezo habían contratado para que robaran chalets en la zona con la impunidad que otorga el establecimiento de “áreas libres”. Y que los secundaron en el asesinato de Cabezas.

2) Los restaurantes bailables “Coyote” (hay uno enorme en Villa Gessell) son una franquicia de Pablo Cosentino, un íntimo amigo de un reputado trío de juerguistas, archienemigos de Camaratta. Nos referimos a Maradona, Cóppola y Ramón Hernández, el secretario privado del presidente Menem. Ubicado dos semanas más tarde en local porteño del Paseo de la Infanta, Cosentino no querrá comentar los insistentes rumores que corrían en Valeria acerca de que aquél robo con estragos pudo haber sido un “apriete” para que sus empleados no declararan en la causa Cabezas.


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