Fermín Chávez cumple 89
Conocí a Fermín por intermedio de Mora Cordeu hace ya casi veinte años, cuando Beto Schprejer y yo reeditamos «Mi Mensaje» de Evita, cuya única edición anterior, hecha por él de su bolsillo, hacia rato que se había agotado, acaso la mayoria de los ejemplares, más que agotados, empapados y deshechos bajo la lluvia en un depósito mal protegido de la Avenida de Mayo (igualmente, de manera casi milagrosa, un ejemplar había llegado a mis manos gracias a Oscar Taffetani) . Lo visité entonces en su departamento de la calle Chile, al lado de donde había vivido mi abuelo Constantino para pedirle permiso para volver a publicar su introducción al texto dictado por Eva desde su lecho de agonía, texto desaparecido durante 32 años, El alma de una muchacha campesina y, ya que estaba, para escribir unas lineas para nuestra edición, la segunda, pero que para la mayoría de la gente, incluso de la militancia peronsta, sería la primera de un libro del ual incluso desconcían su existencia. Queria que aceptara nombra a Jorge Antonio, el principal finacista de Perón, asi nomás, a secas. Se lo había consultado a su hijo Ricardo con la confianza que me daba el hecho de que hubiera compartido cárcel con mi hermano Luis. Fermín trataba en su nueva texto a Antonio de «mi gran amigo y compañero». Ricardo me dijo que su papa era tan ditirámbco en agradecimiento a que el Turco Miguel lo había bancad cuando ambos estuvieron presos, con la Libertadora. Volví a ver a Fermín años después, no recuerdo por qué asunto, posiblemente para tratar de filmarlo, de hacer con él un documental. En el ínterin su esposa había fallecido inesperadamente, y también había fallecido Ricaro, en un accidente. Fermín se había aniñado, su habitat estaba muy desordenado y apenas si regaba los malvones. Y hablaba con los gatos, como quizá yo tambien haya comezado a hacer. Sin nadie que le organizara la vida cotidiana estaba un poco ido, no lo grabamos y todavía me arrepiento de no haberlo hecho. Los dejo con el maestro Galasso, que pone a Fermín en su lugar.
Hoy se cumplen 89 años del nacimiento de Fermín Chávez
La vida de un intelectual honesto y comprometido
Casi en soledad, durante largos años, avanzó por caminos poco transitados detrás de la verdad.
Por Norberto Galasso
En la labor historiográfica de Fermín Chávez se expresa la complejidad que afronta un intelectual honestísimo y comprometido para alcanzar una recreación correcta de nuestras agitadas contiendas de los siglos XIX y XX. Investigador profundo, recolector de datos y libros difícilmente hallables, dedicó gran parte de su vida a indagar sobre nuestro pasado, al tiempo que tomaba partido decididamente en las luchas políticas de su tiempo. Si queremos simplificar su posición historiográfica podría sostenerse que compartió con José María Rosa la corriente rosista-peronista, aunque colocándose a su izquierda. Pero esta simplificación –que resulta útil en el cuadro de las corrientes historiográficas argentinas– no aprecia en su riqueza los aportes –e incluso las contradicciones– con que Fermín, casi en soledad durante largos años, avanzó por caminos poco transitados detrás de la verdad.
En los 40 libros de su autoría y en los cientos o miles de su frondosa biblioteca se encierra el drama de la investigación de este criollazo profundo que nació el 13 de julio de 1924 en el departamento Nogoyá de Entre Ríos, pero que más específicamente –y no podía ser de otro modo– en una localidad llamada El Pueblito. Era «su pueblito» que correría siempre por su sangre y por su rostro aindiado y su planta de quebracho. Provenía de antepasados jordanistas y su padre era irigoyenista fervoroso y en sus anhelos y luchas también El Pueblito había estado siempre presente.
Sin embargo, Fermín no era Fermín en su Entre Ríos natal cuando cumplió los 22 años sino Fray Benito según lo recuerda Enrique Manson en Fermín Chávez y su tiempo. Sólo entonces, en 1946 se alejó del proyecto religioso y pasó a ser Fermín, un Fermín peronista, probablemente por el irigoyenismo paterno y por «El Pueblito», un Fermín antimitrista, probablemente por sus antepasados jordanistas. El dirá: «Siempre me llamó la atención el contacto que existía entre Yrigoyen y todo ese criollaje que no conocía diarios ni radio. ¿Por qué esa relación de los criollos viejos con el caudillo? Quizás pensaban que Yrigoyen era la reivindicación de los caudillos», según lo recuerda Javier Azzali en Los Malditos (tomo III). De su adhesión al peronismo no cabe duda alguna pues no sólo biografió a Perón y a Evita, sino que compartió con ella las veladas de la Peña Eva Perón en el Hogar de la Empleada, y además participó en la resistencia. Tampoco quedan dudas de su importante obra cultural no sólo como poeta, sino como autor de cuentos, de una pieza teatral, de canciones, antologías y ensayos. En cambio, da para la polémica su encuadramiento en la historiografía.
En determinadas ocasiones se lo ha mostrado como un historiador rosista en posición semejante a la de José María Rosa, pero lo más importante de su obra lleva a otra conclusión.
Su primer libro Civilización y barbarie –cuya fecha de edición (1956) lo integra a «la resistencia»– se abre con dos definiciones de Alberdi dirigidas contra el centralismo porteño y en su contenido los reivindicados son hombres del federalismo provinciano: el Alberdi viejo, José Hernández, Alejo Peyret y Francisco Fernández. En su segundo libro Vida y muerte de López Jordán (1957) recupera del silenciamiento al caudillo entrerriano que acompañó a Urquiza en Caseros hasta que este traicionó a la causa federal en Pavón y en la guerra de la Triple Alianza a favor del mitrismo. En esta obra aparece ya el investigador profundo, que trabaja con archivos ocultados, reivindicando el federalismo no porteño, fuertemente antimitrista pero ajeno al rosismo. Luego, en 1959, publica José Hernández, periodista, político y poeta, obra en la cual, retomando la línea de Enrique Rivera en José Hernández y la guerra del Paraguay, Fermín ratifica al Hernández político antimitrista, generalmente sepultado por quienes sólo lo reconocen en su carácter de autor del Martín Fierro. En 1961, Fermín publica Alberdi y el mitrismo recopilando textos del Alberdi viejo contra la oligarquía mitrista y más tarde, en 1966, reivindica a otras figuras del federalismo del interior (Felipe Varela y la Unión Americana, Juan Saá y otra vez, López Jordán) en El revisionismo y las montoneras. En esos años, no vacila en publicar en la revista Nacionalismo marxista, columnas de Liberación Nacional, dirigida por Eduardo Astesano.
A su vez, el interés por Rosas aparece sólo en La cultura en la época de Rosas (1973) y en Iconografía de Rosas y de la Federación (1970) mientras que en Historia del país de los argentinos reivindica, por supuesto, la batalla de Obligado pero no omite críticas a la política interna del Restaurador. Después, en 1976 volverá a insistir con otros federales antirrosistas como Andrade, Rafael Hernández, Guido y Spano, Clodomiro Cordero, Evaristo Carriego, abuelo del poeta González del Solar, Miguel Navarro Viola y otros al rescatar a La confederación (urquicista), un proyecto nacional olvidado. Manson sostiene que «como una concesión (probablemente derivada de su amistad con ‘Pepe’ Rosa) aceptó formar parte de la conducción del Instituto Juan Manuel de Rosas, que llegaría a presidir en su vejez» (p.158) pero en otra parte, afirma que fue vocal entre 1958 y 1960, cuando lo presidía J. M. Rosa y que se retiró en 1969 cuando pasó a presidirlo Manuel de Anchorena (p.161). Pero este curioso y talentoso Fermín también anduvo por otros caminos nada simpáticos para el nacionalismo rosista.
En 1993 publicó Aquí me pongo a cantar, poetas y trovadores del Plata donde insólitamente reproduce «El Canto a Fidel», de Ernesto Guevara y en sus últimos años, El Che, Perón y León Felipe, cuyo primer capítulo se titula: «Guevara y Perón, ¿un solo corazón?» Y culmina, en el apéndice con el poema «Che comandante» escrito por Nicolás Guillén. En resumen, Fermín no tiene nada que ver con la derecha del nacionalismo oligárquico, ni siquiera con el peronismo ortodoxo antimarxista.
Amplio, generoso, incansable trabajador en el periodismo, criollo en plenitud. No quiero cerrar el artículo sin recordar este hecho poco común: lo llamo por teléfono y le digo que ando buscando un texto para un libro que estoy preparando. Me dice que lo tiene. Le contesto: –Mañana paso por tu casa, le hago una fotocopia en la esquina y te lo devuelvo. –No, hombre, salgo ya mismo, yo hago la fotocopia y te la envío por correo. Mañana ya la tenés en tu casa. Ese era Fermín Chávez, el nacido en El Pueblito, de Nogoyá. Y pocos he encontrado como él en la vida de las investigaciones y de la cultura, donde abundan los «pavos reales», las envidias, la ocupación de espacios y recolección de becas. ¡Qué ejemplo hermoso, aún cuando sabía que no pensabamos igual en muchas cosas, estábamos en el campo nacional y no había prejuicios ni rivalidad alguna. Porque a esto iba esta nota: a rescatar al historiador, pero especialmente al ser humano, al amigo, al compañero.