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FRANCIA – ELECCIONES / 2. Todo es posible hoy

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El voto de hoy en Francia

 

Des électeurs français font la queue à Londres, devant le lycée français Charles de Gaulle (AFP PHOTO / NIKLAS HALLE’N)

RAFAEL POCH / LA VANGUARDIA 

Primera vuelta de unas presidenciales (7 de mayo) con lectura universal

Cuarenta y siete millones de franceses están llamados hoy a las urnas en unas elecciones que darán tono a la crisis europea. Ocho de los once candidatos en liza en esta eliminatoria – y dos de los cuatro con posibilidades de acceder a la final del 7 de mayo- cuestionan la política económica y social de la Unión Europea y el papel de Francia en ella. Toda una prueba para el sistema.

En una UE en trance de desintegración y con un cuadro de fragmentación política y contestación que progresa en sus principales estados nacionales, la presencia de cuatro candidatos con apoyos de alrededor del 20% confirma la recomposición del sistema político francés.

En la segunda economía de la eurozona (19%), los dos partidos que se han alternado en el poder los últimos cincuenta años, socialistas y conservadores, podrían resultar irrelevantes. El candidato del Partido Socialista, Benoît Hamon, es un marginal en esta liza. François Fillon, el candidato conservador de Los Republicanos, concurre muy tocado por los escándalos. Pero podría dar la sorpresa.

En realidad todos pueden darla, porque todo es posible en estas elecciones. Incluida una nueva victoria de lo imprevisto, como sucedió en el Reino Unido en junio con el referéndum sobre salida de la Unión Europea, y en Estados Unidos en noviembre, con la victoria de Donald Trump.

Cuatro ofertas

Los cuatro candidatos con posibilidades de pasar a la segunda vuelta, François Fillon, Emmanuel Macron, Jean-Luc Mélenchon, y Marine Le Pen, representan divisorias y opciones cuya universal lectura supera claramente el marco nacional francés.

Fillon y Macron son partidarios de la política económica de desregularización, privatización, austeridad y recorte del gasto público mantenida en Europa, y en el mundo en general, desde los años ochenta. Los dos son partidarios de la mundialización neoliberal.

Mélenchon y Le Pen son proteccionistas, partidarios de incrementar el gasto social, fortalecer el papel del Estado y de la soberanía nacional. Desde ese aspecto común, el primero es un transformador altermundista, la segunda una partidaria del repliegue nacional.

Fillon, Macron y Le Pen no cuestionan el vector de la economía crematística responsable del calentamiento global. Mélenchon pregona una reconversión keynesiana enfocada a la transición energética con un ambicioso y sofisticado programa.

Fillon y Macron quieren mantener a Francia en la OTAN y los tratados europeos. Mélenchon y Le Pen quieren sacar a Francia de la OTAN y renegociar dichos tratados usando el instrumento del referéndum si las negociaciones no funcionan.

¿Se tragará Francia el producto?

La candidatura de Emmanuel Macron es un capítulo aparte y no tiene precedentes. Claramente continuista respecto a su acción como arquitecto de la política económica del Presidente François Hollande, de tan mediocre resultado, su programa se presenta como novedad y ruptura. Procediendo del núcleo más genuino del establishment, este candidato habla de “Revolución” (el título de su libro) y se presenta como un outsider. Macron le ha robado a Hollande el proyecto que el Presidente hace unos meses definió como,”liquidar el Partido Socialista para crear el Partido del Progreso”. Macron ha dejado también fuera de juego al primer ministro Manuel Valls con su iniciativa para una “tercera vía” que mezcle izquierda y derecha en una síntesis tecnocrática al servicio de la gobernanza transnacional de las empresas y las finanzas.

Macron tuvo la inteligencia y el olfato de abandonar el barco antes del naufragio socialista. Hoy es el candidato preferido en Bruselas, en el ministerio de finanzas de Berlín, de los medios de comunicación globales y de Washington. La DGAP, el principal think tank de la política exterior alemana dice que sólo Fillon y Macron son candidatos “compatibles con Alemania”. El siniestro ministro de finanzas alemán, Wolfgand Schäuble ha declarado que, “si fuera francés votaría por Macron”. El ex presidente Barack Obama ha telefoneado a Macron la víspera del cierre de la campaña. La revista Foreign Policy, portavoz de la política exterior de Estados Unidos, define a Macron como, “el político anglófono francés y germanófilo que Europa espera”. ¿Tragará la República con eso?

Desde el punto de vista de la divisoria izquierda / derecha, Le Pen y Macron, se declaran por encima de ella, Fillon se presenta como la derecha y Mélenchon como la izquierda, con su suma de ecologismo, oposición a la austeridad, así como con la opción a favor de la diplomacia y el multilateralismo y contra el intervencionismo militar y la lógica de bloques.

En estas elecciones hay, pues, una clara dicotomía de dos contra dos entre continuidad y cambio, con diferentes matices, pero la pregunta sobre la nueva gobernanza que Macron representa está en el centro.

Una campaña libre y gloriosa

La campaña ha sido gloriosa y con la salvedad de la habitual falta de independencia de los medios de comunicación -muy hostiles hacia los candidatos de la ruptura, y particularmente contra Mélenchon desde el momento en que éste subió en las encuestas- también ha sido muy libre.

Los franceses han dado la lección que se desprende de su potente tradición social: han debatido y puesto en la picota todo lo que han considerado discutible. Han demostrado su tradición laica al desacralizar todo aquello de lo que no se habla en unas elecciones; el sistema, la desigualdad, los dogmas económicos. Han cuestionado la globalización, el proyecto europeo en su actual estado, las reformas estructurales y la competitividad. Candidatos trotskistas y de derecha radical que en cualquier otro país no pueden participar ni salen en televisión, lograron las complicadas 500 firmas de alcaldes de 30 departamentos necesarias, tomaron la palabra y fueron escuchados con respeto. Por todo ello se les puede envidiar, dice el sociólogo alemán Wolfgang Streeck, director emérito del Instituto Max-Planck de Colonia, equivalente al CSIC español.

“En Alemania quien rechaza entonar el cántico de la ciudadanía mundial es inmediatamente excomulgado”, dice. “Las cuestiones que se plantean en Francia no podrían ser planteadas en Alemania a falta de un espacio público que las considere legítimas: no podrían ser evocadas ni por los escritores, ni los investigadores sociales, ni por los medios de comunicación”, dice Streeck. El sociólogo dice también “compadecer” a los franceses, porque parece que en la final del día 7, “tendrán que elegir entre una marioneta de la industria financiera y una predicadora del odio”.

En la crisis europea, Francia es el país central. Este sistema mundial, que no parece tener marcha atrás, está averiado y Francia con él. De ahí la abundancia de ofertas antisistema, en la cita electoral de hoy que es de lectura universal. Parece que el grueso del voto se lo llevarán cuatro personajes. ¿Quiénes son y qué representan?

François Fillon, 63 años: La Francia conservadora

Hijo de un notario y católico practicante, François Fillon es un candidato que ha recorrido todo el escalafón; fue político local, diputado, senador, ministro con Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy, y primer ministro con el segundo. Su holgada e inesperada victoria en las primarias de la derecha en noviembre (el partido de la derecha, antigua UMP, se llama ahora Los Republicanos) reflejó no sólo el rechazo a Sarkozy, sino también al liberalismo con guiños centristas del alcalde de Burdeos, Alain Juppé: la derecha francesa quiere una figura más radical y convencional en su conservadurismo, y este político que se presentaba sin manchas judiciales fue el elegido. La frase estrella de su campaña en el seno de la derecha fue, “¿Se imaginan al General de Gaulle investigado judicialmente?”, una alusión a sus contrincantes.

Fillon estaba destinado a ganar estas elecciones con amplio margen, aupado por ese fuerte estado de ánimo de la derecha, así como por el cansancio y desencanto hacia los cinco años del socialista François Hollande, pero en enero todo se le hundió. Una filtración de documentos publicada por el semanario Le Canard Enchaîné, destapó el escándalo de las sospechas de empleos ficticios de su mujer e hijos que le hicieron perder diez puntos en intención de voto y pasar del primero al tercer puesto. Se le daba por perdido, pero tras algunas vacilaciones Fillon logró recuperarse un poco mediante un esfuerzo en tres direcciones; reconociendo “errores” personales en su conducta, acusando a François Hollande de haber fabricado el escándalo desde el Elíseo, y apelando a la derecha a votar por su proyecto político poniéndolo por delante del desagrado hacia su persona y de cualquier otra consideración.

El programa de Fillon es thatcherista en lo económico, con fuertes recortes de gasto público y drástica eliminación de medio millón de funcionarios. Un verdadero hachazo. En cuestiones de sociedad e identidad francesa es muy tradicionalista, sin llegar a una abierta xenofobia. Sus acentos gaullistas le empujan hacia una política exterior algo más independiente hacia Estados Unidos, con deseos de reorientar las relaciones con Rusia y la política intervencionista en Oriente Medio. Los sondeos le dan una intención de voto seguramente inferior a la real, a causa del efecto de los escándalos. Hoy podría ser la sorpresa.

Marine Le Pen, 49 años: La extrema derecha

La líder del Frente Nacional y su número dos, Florian Philippot, han trabajado duro estos años para dar respetabilidad a su ascendente partido, ampliando su electorado hacia los desencantados con Los Republicanos y desmarcándose de sus señas de identidad ultras más estridentes. Era la condición del nuevo objetivo fijado: conquistar el poder y el gobierno de Francia. Para eso, hubo que matar al padre y fundador del partido, el octogenario Jean-Marie Le Pen, y realizar una transformación para atraer a sus filas a nuevos sectores empresariales y del funcionariado del Estado, indispensables para gobernar. Philippot también incorporó nuevos acentos sociales y gaullistas en un partido históricamente enemigo de De Gaulle y heredero del régimen colaboracionista de Vichy. La estrategia ha funcionado. Los medios de comunicación han rebajado su hostilidad hacia Le Pen, que ya casi es una más en el paisaje de los líderes políticos del país.

En 2002 el viejo Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen consiguió llegar a la final de las presidenciales para ser batido por Jacques Chirac por 60 puntos de diferencia (80% contra 20%). Hoy Francia respira tranquila porque todos los sondeos coinciden en que en cualquier escenario, Le Pen perdería una final contra su adversario en una relación de alrededor 60% contra 40%. Lo significativo es, sin embargo, que ese progreso de 20 puntos se considere perfectamente normal, y que algunos de los temas preferidos del Frente Nacional (identidad, Islam, endurecimiento penal) se hayan instalado en el centro del debate político institucional y de los medios de comunicación.

El ascenso se ha logrado, sobre todo, explotando los defectos del entorno: la degradación general del clima social y político, dirigiendo hacia los ciudadanos magrebíes el resentimiento que provocan la creciente desigualdad y la precarización, y denunciando desde un discurso patriótico-nacionalista el vaciado de soberanía nacional y del Estado que la globalización y la integración europea han traído consigo a lo largo de una generación. Que la izquierda y la derecha francesa hicieran causa común alrededor de la defensa de esa globalización y de su marco europeo durante treinta años, ofreció una autopista al Frente Nacional. El partido se presenta como la única fuerza opuesta a lo que Marine Le Pen bautizó como “UMPS”, el acrónimo equivalente a nuestro PPSOE, es decir: no hay alternancia y “todos son lo mismo”. “La divisoria no es entre izquierda y derecha, sino entre mundialistas y patriotas”, dice Le Pen.

Mientras no hubo una oferta altermundialista de izquierdas, el Frente Nacional tuvo casi el monopolio del descontento y del voto de protesta en Francia. Las elecciones de hoy deberán medir de nuevo esa situación. Le Pen propone una política social y económica proteccionista y un antieuropeísmo que a medio plazo apunta más hacia una conquista de las instituciones de Bruselas por la ultraderecha europea coaligada, que a una ruptura con salida de Francia de la UE.

Emmanuel Macron, 39 años: Continuidad y marketing

Hace un año el joven ministro de economía de François Hollande decidió lanzarse a la aventura presidencial. Macron es un hombre valiente: contra la opinión general de su familia y el “qué dirán” se casó con Brigitte, su profesora de instituto veinte años mayor que él, lo que no es un episodio banal. Desde unos sólidos apoyos en el mundo de la finanza, la empresa y el establishment internacional, Macron fundó hace un año En Marche, un movimiento al margen de los partidos y centrado en su persona, cuyo nombre lleva sus propias iniciales. En Marche proclama una tercera vía, a la Tony Blair, entre izquierda y derecha.

La fulgurante carrera de Macron fue más sistémica que política. Es atípica y por eso es obligado extenderse en ella.

Hasta 2014 no ocupó ningún cargo político ejecutivo, pero desde antes de sus treinta años estuvo en la cocina y en los foros informales en los que se traza las directivas de la gran política sistémica seguida en Francia tanto por gobiernos conservadores como socialistas y se potencia a los futuros líderes: la comisión Attali, el grupo Bilderberg, los young leaders de la French-American Foundation. Su mentor fue Jean-Pierre Jouyet, un hombre que ha estado en todas las decisiones importantes y todos los circuitos de poder desde los años noventa: fontanero de los Tratados de Maastricht con Jacques Delors, organizador de la entrada de Francia en el euro con el socialista Lionel Jospin, ministro de asuntos europeos con Nicolas Sarkozy y actual secretario general del Elíseo con François Hollande. Fue Jouyet, hombre de poder transversal, quien envió a Macron a la Comisión Attali, creada en 2008 por Sarkozy para potenciar las recomendaciones de la Comisión Europea (menos funcionarios, aumento de la edad de jubilación, restricción del derecho laboral, baja del gasto publico, reducción de las cargas sociales), directivas que Attali dice que, “deberán ser mantenidas con tenacidad durante varios mandatos, sea cual sea el gobierno”.

En aquella comisión Macron se dio a conocer en la red del poder sistémico más relevante. Fue allí donde conoció a Serge Weinberg, que le hizo entrar en la Banca Rotschild donde pilotó una millonaria adquisición de Nestlé. En 2012 Jouyet colocó a Macron, con 34 años, primero como consejero económico del Elíseo y luego, con 36, como ministro de Economía de Hollande. En esa calidad fue invitado como uno de los cinco franceses a la reunión del grupo Bilderberg de mayo de 2014 en Copenhague. En plena sintonía con Bruselas, Macron fue el autor de las dos medidas económicas fundamentales del hollandismo, el “pacto de responsabilidad” y el CICE (Crédito de impuesto por la competitividad y el empleo): más de 100.000 millones de ayuda a las empresas sin condiciones para luchar contra el paro, que se ha incrementado un 30% en el quinquenio: 800.000 parados más. Si mañana logra pasar la primera vuelta y clasificarse, Emmanuel Macron será el próximo presidente de Francia, pues en la segunda vuelta gana contra todos.

Jean-Luc Mélenchon, 65 años: La izquierda altermundista

Nacido en Tánger, nieto de tres abuelos españoles, uno de Murcia, y una abuela italiana, todos asentados en Argelia, Jean-Luc Mélenchon es un francmason, hijo y nieto de masones, el más leído y el mejor tribuno de esta campaña. Algo brusco con los periodistas, el candidato de la Francia Insumisa, una síntesis entre Podemos, Berni Sanders y la tradición republicana de izquierdas francesa, se ha suavizado un poco y su imagen ha mejorado. Su movimiento ha protagonizado técnicamente la mejor y más moderna campaña electoral, los mítines más concurridos y menos arribistas, con lectura de poemas, discursos con fondo y humor, que han confirmado a Mélenchon en el título -por todos reconocido- de mejor orador. Su programa, con mucho el más innovador, es una aventura proteccionista, ecologista y de gasto social, que choca frontalmente con la doctrina europea y las relaciones internacionales de Occidente. Con Washington, Bruselas y Berlín. Reforma de los tratados europeos, salida de la OTAN, independencia internacional, refundación de la República Francesa vía un proceso constituyente, subida del salario mínimo y una fiscalidad más estricta para los ricos. Cada capítulo es una aventura imposible sin el apoyo movilizado de toda la nación. Todo en conjunto, una descarga eléctrica para Europa. No es “extrema izquierda” ni “izquierda de la izquierda” como se repite, sino otra manera de hacer política y de ver un mundo en crisis de civilización. Abominable para unos, como lo es Podemos en España, esperanzador para otros. Mélenchon ha subido casi diez puntos en intención de voto en esta campaña. ¿Hasta donde llegará su ascendiente dinámica? En una segunda vuelta solo Macron, que recibiría apoyos socialistas y de la derecha, le batiría en toda regla. Contra Le Pen ganaría. Contra Fillon se vería…

Hijo de funcionario de correos y profesora, fue estudiante trotskista en el 68, como tantos dirigentes del Partido Socialista francés. Ejerció de periodista, fue profesor de instituto, senador, ministro de la enseñanza profesional con Lionel Jospin (dicen que un buen ministro, serio y riguroso), respetuoso discípulo de François Mitterrand. En 2008 dejó el Partido Socialista y fundó el Partido de la Izquierda, como hiciera en Alemania Oskar Lafontaine. También ha sido, y es, eurodiputado. En 2012 fue candidato a la presidencia a la izquierda de Hollande. Recibió el 11,1% de los votos, con el voto útil en contra. Ahora lo tiene a favor. Su victoria ahora sería aún más prodigiosa que la de Trump. Un nuevo comienzo en Francia y un cortocircuito total en la Europa en trance de desintegración.


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