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El mundo según Racing

POR FERNANDO FERREIRA

Fuí por primera vez a la cancha cuando tenía 4 años de la mano de mi tío Américo, un personaje flaco y desgarbado cuyas pasiones eran Racing y el anarquismo libertario de Eliseo Reclus, en ese orden. Recuerdo aquel domingo de calor impiadoso donde uno podía sacar la mano y aferrarse a cada rayo de sol perdido entre el celeste y blanco de las banderas. Nunca más desdibujé esa tarde de mi vida. Y entre el humo y el cigarrillo eterno del sabio maestro Segovia en quinto grado que me llamaba “Piedone” por Pedro Manfredini, goleador del 58. En el 61 dimos la vuelta en el Cilindro después de ganarle a San Lorenzo 3-2. Yo tenía once años e iba a la cancha con dos amigos del barrio. A ese equipo lo manejaba un tipo de galera y bastón que se llamaba Federico Sacchi.

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Aprendí con Racing lo que es una pasión que no se agrieta, no es como el beso   que se convierte en piedra ni es el grito de rebeldía que se pierde en el olvido. Detrás de ese amor por la camiseta no hay baldío ni ingratitud. Los 60 fueron de la Revolución cubana, el Loco Corbatta, el Marqués Sosa, la Bruja Belén  y Pizzuti, el eterno. En el 64, dos años antes de la irrupción por Avellaneda de José y su banda, Perón intenta regresar al país de su exilio en Madrid. Fue el presagio de un genocidio anunciado. Yo vivía en Brasil con mis viejos. El “Colorado” Ferreira era hincha del Rojo, de puro antifranquista nomás. Lo ví conmoverse en el Maracaná ante el Santos de Pelé con aquella delantera de Bernao, Mura ,Suárez, Rodríguez y Savoy. El acuerdo conmigo era saber como había salido la Academia. El entrañable Enzo Ardigó nos enviaba la revista El Gráfico cada semana. El regreso al Cilindro fue en el comienzo de la gloriosa campaña del 66 entre la Guardia Imperial y el golpe filofascista de Onganía. Yo era un flamante miembro de la Federación Juvenil Comunista. Sólo se aceptaba la hoz y el martillo en la popu si estaba pintada de celeste y blanco.

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Adrián Desiderato, poeta y periodista, dice en su novela que el equipo de José nunca existió con una mezcla de humor sarcástico y delirante. Es como la metáfora de un país que duele. Recuerdo el día del segundo partido contra el Celtic en Avellaneda. Estuve horas suspendido en el aire invocando a ese Dios inexistente para que el Chango Cárdenas no le hiciera un gol al escocés  Fallon. La idea era no morir ahogado entre la multitud. Se lo hizo en el segundo tiempo  y alguien me levantó en andas para gritar, pero  con suficiente aire en los pulmones. Viví las batallas con el equipo de Zubeldía, aquel Estudiantes de tierra en los ojos, alfileres y grandes jugadores como Madero y Verón.

Los años 70 fueron de grandes compras y escaso juego. Entre las cátedras nacionales, Frantz Fanon, el Ché Guevara, la mujer que intuía eterna y el cine me fuí acostumbrando a perder, a mirar de lejos celebraciones ajenas y a disfrutar de algún resultado aislado. Ser de Racing era invocar una historia poderosa, con Gardel como emblema, los campeonatos del amateurismo y un título mundial. Vinieron los hijos, las separaciones, los viajes. Hay una suerte de adiós perpetuo en medio de una militancia frenética. Siempre hubo espacio para Racing entre la socialización de los medios de producción y la contradicción Imperio-Nación.

El diario Crónica vendía más de un millón de ejemplares por día y era una escuela de periodismo. Dante Panzeri y el Negro Villita, eran dos de los maestros con los que compartí redacción. En el 76 se viene el aluvión. Los inquisidores acusan a los trabajadores de “subversión industrial”. El resultado inmediato es una ordalía represiva. Desocupación, muerte, exilio interno y el miedo incrustado en la piel. Los amigos que dejan de estar: Jorge, Enrique, el Ruso, el negrito Suárez y los 30 mil desaparecidos.

Racing se convertiría en clandestino hasta pasar el chubasco. En la tribuna popular  a veces lloraba con un grito disimulado. Fueron los años de la pena compartida por un lado y la repulsiva cristiana “piedad” de los rivales por el otro. Un año después de Malvinas, nos vamos a la B. Aquel diciembre imborrable cuando Independiente nos gana 2-0. Racing había descendido en la fecha anterior en su propia cancha. En la tribuna popular de la doble visera se cantaba igual. Había que tener huevos y memoria para ser hincha de Racing. Siempre supe que esencial era invisible a los Rojos. Nos podían cargar, pero siempre desde esa mediocridad de espíritu disfrazada de «exito».

En aquellos años mi hijo Federico preguntaba desde su inocencia ¿Papá, Racing cuando gana? Me veía gritar contra Deportivo Español, Los Andes, Morón  en un suplicio sabatino que duró dos años. La fiesta del regreso fue en la cancha de River ante Atlanta con una multitud que se trasladó hasta la sede de Avenida Mitre para festejar. De Raúl Alfonsín a Carlos Menem. Del juicio a las Juntas  a las relaciones carnales. De la casa está en orden a la “revolución productiva”. En 1987 hubo una goleada histórica (6-0 a Boca en Avellaneda) y en los ’90 un 1-0 agónico que grité en el Lido de Venecia en pleno festival de cine como enviado de un diario, tras una llamada telefónica de madrugada. Poco tiempo después se muere mi viejo después de ingresar  a un hospital con una neumonía y la memoria rota.

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En el 2001 se caen las Torres Gemelas y el país se desangra. Fernando de la Rúa, títere siniestro, se va en helicóptero no sin antes provocar 38 muertes en todo el país. El partido Racing Vélez se posterga hasta el día 27 de diciembre. Era la Argentina del Corralito y el ”Que se vayan todos”. Racing empató 1-1 y fue campeón. Habían pasado 35 años. Presidente corruptos, jugadores  de paso, el club convertido en un depósito de papas, un equipo alquilado y una jueza imbécil que dijo muy suelta y en primer plano “Racing ha dejado de existir”.

También se fue de gira mi vieja, la única que entendía mis indigestiones con el cuero de la vieja radio Spica cada vez que  la Academia perdía.

Ahora sé que la nostalgia es un vino que se bebe despacio, en un vaso sin fondo, desde un bar en demolición. Racing sigue siendo mi vida como los comuneros, el Palacio de Invierno, los descamisados de hoy y de siempre, mis amigos del alma, la rebeldía , el cine, un buen vino y esa mujer que siempre está por llegar. Hasta la próxima lágrima… CAMPEÓN.


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