Gabino Ezeiza, el afroargentino de apellido vasco, gran payador rioplatense
Ni el mismo diablo
El pálido y delgado Betinotti, de volador moño negro y jopo jactancioso, castaño y elegante, sería más tarde el autor de temas tan celebrados como «Pobre mi madre querida», «Qué me habrán hecho tus ojos», o «Como quiere la madre a sus hijos». Para la época, un bicho raro, un payador «urbano», que no sólo no gustaba de errar payando por las zonas rurales, sino que, sin temerle, rehuía el contrapunto, prefiriendo que el auditorio le propusiera temas y formulara preguntas, luego, claro está, de cantar algunas composiciones, propias y ajenas. Homero Manzi lo nombró «El último payador», y en cierto sentido lo fue, no porque no hubiera otros (hasta Gabino lo sobreviviría) sino porque, siendo payador, fue también el primer cantor de tango propiamente dicho.
A diferencia suya, su maestro, el afroargentino Gabino Ezeiza, «El Invencible», fue un auténtico payador, tal vez el más grande de todos los tiempos, «el bardo errante y vagabundo –escribió Francisco Pi y Suñer– que iba con su guitarra de rancho en rancho y de pulpería en pulpería, llevando a todas partes las palpitaciones del alma nacional».
Gustaba de los contrapuntos de preguntas y respuestas, de los que han quedado testimonios, probablemente falsos. El más recordado, que de ahí en más se atribuiría a más de un imitador, refiere una payada en Lomas de Zamora, donde un entrometido lo desafió a discurrir sobre la metempsicosis. Ligero, el negro Gabino improvisó: «Al que me mete en psicosis / le diré en estilo vario / ¿por qué al darme la pregunta / no me mandó el diccionario?»
De ningún modo podría decirse que la payada con Betinotti haya sido la más famosa de Gabino Ezeiza. El mismo año de la revolución de 1880 había tenido lugar el primero de los contrapuntos que sostuvo con el excéntrico escribano público y luego autor teatral Nemesio Trejo, siendo el más notorio el que en 1891 los entretuvo durante tres noches completas. Dos noches –13 y 14 de octubre de 1894– se prolongó la tenida en que venció en el teatro Florida de Pergamino al renombrado Pablo Vázquez. Pero las payadas que pasaron a la historia fueron las que sostuvo en 1884 en Montevideo con el crédito oriental Juan Nava, donde por primera vez ambos payadores acordaron improvisar en ritmo de milonga y no en el da la tradicional cifra, y en 1888 con Arturo Nava, hijo del renombrado Juan. Los dos grandes payadores convocaron una auténtica multitud ante la cual, al finalizar el contrapunto, Ezeiza improvisó su recordado «Saludo a Paysandú».
Negro, pero retobado, Ezeiza había intervenido también en la Revolución del Parque, combatiendo a las órdenes de Leandro Alem. Poco después, al sacarse la grande de la lotería nacional, compró el circo «Pabellón Argentino», con el que se largó a recorrer los caminos hasta llegar a San Nicolás, donde acabó enamorándose de Petrona Peñaloza, biznieta del célebre Ángel Vicente.
A raíz de su pública y activa adhesión a Leandro Alem, fue detenido y pasó un tiempo en prisión. Fue entonces que le quemaron el circo. De todos modos, se casó con Petrona y de seguro algún charlatán habrá dicho que el amor lo había ablandado cuando en 1902, en Areco, no pudo vencer al pardo Luis García, el mismo que a finales de ese mismo año, llevaría al joven Betinotti hasta el circo de Venezuela y Maza para presentárselo al maestro.
Betinotti moriría el 21 de abril de 1915 muy cerca de ahí, en Quintino Bocayuba 291. Un año después, se iría Gabino Ezeiza, un 12 de octubre de 1916, en momentos en que su ídolo Hipólito Yrigoyen asumía la presidencia.
Hijo de orgullosos libertos rosistas, Gabino había venido a nacer nada menos que un 3 de febrero de 1858, en el barrio de San Telmo. Pobre, como sólo podía serlo un negro porteño luego de Caseros, son pocas las noticias que se tienen de sus inicios o sus maestros, recordándose nomás al moreno Pancho Luna, un pulpero del barrio del Mondongo, que lo invistió payador regalándole la legendaria guitarra con la que había payado –y perdido– contra Santos Vega, a su vez derrotado por el mismísimo Mandinga.
Con Gabino, ni Mandinga se animó. ¿Y cómo? El tipo era capaz de cualquier cosa: desafiado a improvisar sobre el logaritmo, Gabino Ezeiza se despachó: «Señores, voy a explicar / la ciencia del logaritmo, / si acierto a cantar al ritmo / de mi modesto payar. / Pongamos, para empezar, / dos progresiones enfrente; / por diferencia y cociente / correspondiendo entre sí, / y ¡ahijuna! saldrá de aquí / un sistema sorprendente…