GALICIA. Os galegos suelen avergonzarse de su cultura
Brais Fernández (Miembro del Comité de Redacción de Viento Sur)
Si una nación sólo existe si tiene conciencia de serlo, entonces Galiza es una nación a medio hacer, o según se mire, a medio deshacer. Una nación, entendida como “comunidad imaginada”, no es una realidad étnica, sino una construcción histórica que diferentes agencias políticas configuran mediante relaciones de tensión. En el Gobierno de la Xunta, el Partido Popular impulsa políticas que buscan reducir la lengua gallega a un idioma marginal, anecdótico, folclórico. Por otro lado, el nacionalismo político ha vivido los últimos años un proceso de recomposición acelerado y traumático que ha reordenado todo el mapa político. En el seno de la sociedad civil, la identidad nacional gallega se ha visto seriamente debilitada, aunque conserva bastiones fuertes producto de una historia llena de luchas, desgraciadamente muy olvidadas. Estos tres elementos configuran un paisaje socio-político complejo y en mutación, con diferentes subjetividades que se encuentran a través del conflicto, convirtiendo la “cuestión nacional” gallega en un vehículo privilegiado para la expresión de las contradicciones sociales existentes.
Muchas veces nos preguntan nuestros amigos del resto del Estado: ¿Cómo es posible que en Galiza gobierne el Partido Popular después del Prestige, la corrupción, y su escaso aprecio por la cultura nacional del país? Precisamente, en la pregunta está la respuesta: el PP gana porque es un partido corrupto, en el sentido gramsciano del término. El filósofo italiano explicaba que la corrupción es una forma de gobierno y que como toda forma de gobierno, también se basa en integrar al subalterno. La red caciquil del PP le ha permitido tejer una red de intereses de arriba a abajo, donde el cacique no aparece como un ladrón, sino como un benefactor. Además, el PP (con la complicidad del PSOE) ha contribuido decisivamente a desmantelar la estructura productiva gallega (como ejemplifica perfectamente la crisis y quiebra del sector naval), agudizando el papel periférico de Galiza. Que el partido hegemónico en Galiza haya sido el principal impulsor de nuestra ruina no se explica tan solo por la maldad y la perfidia de los dirigentes populares. Nunca ha existido una burguesía propiamente gallega, al contrario que en Euskadi o Catalunya. Sus vínculos económicos, culturales y políticos la hacen parte de la clase dominante española y de su capacidad de ligarse con esta depende su rol hegemónico en Galiza. Esto sólo se consigue destruyendo la identidad propia de Galiza como nación, que, como decíamos más arriba, es una de las mediaciones principales a través de la cual se expresan los antagonismos entre clases en el interior del país.
La oposición más consecuente a la derecha en Galiza estuvo representada durante mucho años por el Bloque Nacionalismo Galego (BNG), que ocupaba todo el espectro político a un doble nivel. Por una parte, aparecía como la “encarnación partidaria” de los intereses nacionales del pueblo gallego, encabezando un movimiento nacional-popular con fuertes raíces en todo el territorio, con múltiples frentes (cultural, social, laboral), capaz de presentarse como el regenerador moral de la patria. Por otro lado, simbolizaba una alternativa de país desde la izquierda, con un fuerte aroma radical, que bloqueaba la posibilidad de la aparición de cualquier fuerza alternativa de izquierdas, como revela la insignificancia electoral a la que la Federación gallega de IU estuvo relegada hasta los últimos comicios autonómicos. La nefasta experiencia en el gobierno bipartito con el PSOE entre 2005 y 2009 provocó una profunda crisis en el BNG, que culminó en 2012 con el fin de la tradicional unidad del nacionalismo gallego, con la irrupción de ANOVA, una escisión encabezada por Xose Manuel Beiras. El BNG ha sufrido una sangría electoral y de militancia imparable, mientras que ANOVA fundó AGE en coalición con IU y otras pequeñas fuerzas políticas, un experimento innovador que ha dado muy buenos resultados electorales y que ha abierto las puertas a los pactos entre la izquierda nacionalista y la izquierda federal.
Sin embargo, hay nuevos factores que han modificado el mapa partidario de Galiza. El 15M tuvo en Galiza una potencia relativa a nivel numérico, pero igual que en el resto del Estado modificó estructuralmente la forma de la gente de relacionarse con la política, creando nuevas demandas hacia los partidos, nuevos usos, comportamientos y códigos. El BNG reaccionó cerrándose en banda e incluso atacando al movimiento, al que veía como una “importación española”. ANOVA ha sido considerablemente más sensible, pero con una notable disociación entre su asunción verbal y una notoria incapacidad para aplicar internamente y a nivel masivo esas nuevas formas de hacer política. La existencia de espacio “no representado” (junto con la identificación que genera la figura de Pablo Iglesias) explica que Podemos haya sacado también en Galiza un resultado electoral impresionante en las últimas elecciones europeas, convirtiéndose en una fuerza capaz de conectar con toda esa desafección que normalmente se ha expresado a través de los partidos nacionalistas. Muchas de las personas que se identifican con este nuevo proyecto tienen una postura indiferente u hostil hacia la lengua gallega y no se sienten parte de esa “conciencia nacional”, lo cual abre un reto profundo para el nacionalismo: ¿interactuar con un sujeto en formación, dialogar con él para integrarlo en ese espectro que asume la condición propia de Galiza? ¿Rechazarlo como un agente externo, verlo como una amenaza? ¿Será capaz Podemos de asumir la identidad nacional gallega, de integrarla en sus demandas de justicia social y democracia?
Sin embargo, no se puede olvidar que las organizaciones políticas gallegas operan en una sociedad civil colonizada en el plano cultural y que, como explicaba Franz Fannon, el colonialismo es algo que el colonizado lleva en su interior. El gallego, ridiculizado por serlo, con un idioma considerado de paletos, no sufre solo agresiones externas, sino que también se avergüenza de su cultura. Como ejemplo, podemos recordar que este año la Real Academia Galega anunció que el Día de las Letras de 2015 homenajeará a Filgueira Valverde, ex-alcalde franquista de Pontevedra. El reto para hacer de Galiza una nación “completa” se muestra así doble: por una parte, conseguir transversalizar el “hecho nacional” entre todas las fuerzas políticas, por lo menos las progresistas. Por otro lado, y a un nivel casi biopolítico, conseguir que la lengua gallega y las diferentes expresiones de la identidad nacional no aparezcan como algo “partidista”, sino que sean asumidas con naturalidad, como parte de lo que somos. Solo así Galiza podrá salir, por fin, de su “larga noche de piedra”.