GAZA, PORNOGRAFÍA e INSENSIBILIDAD. Muchos se hacen los distraídos ante el espectáculo de un genocidio en vivo y en directo
My Lai, Abu Ghraib y Gaza
POR MIQUEL RAMOS / PÚBLICO
El 16 de marzo de 1968, soldados norteamericanos bajo el mando del segundo teniente William Laws Carey cercaron la aldea survietnamita de My Lai. Durante horas, los militares se dedicaron a violar a las mujeres y a las niñas de esta aldea, a quemar las casas, matar el ganado y a torturar y a mutilar a sus habitantes, niños, ancianos y mujeres, a los que terminaría ejecutando. Se calcula que fueron asesinados varios centenares de civiles solo en esta acción. Fue un oficial de helicópteros del mismo ejército norteamericano, Hugh Thompson Jr., quien paró la orgía de muerte amenazando a los soldados de Laws con disparar si no detenían la masacre.
La Matanza de My Lai no fue la única perpetrada por el ejército de los Estados Unidos durante aquella invasión, en la que se calcula que hubo cerca de tres millones de nativos vietnamitas muertos, frente a menos de 60.000 bajas norteamericanas. Si la guerra ya había provocado un amplio rechazo, conocer este y muchos otros casos de torturas, ejecuciones, violaciones y otras muestras de crueldad de los soldados, añadió todavía más indignación. La justicia norteamericana tuvo que escenificar una suerte de castigo contra los autores de los sucesos de My Lai, que, tras varias piruetas judiciales se saldó con un mero arresto domiciliario de tres años para Laws Carey.
Las protestas contra la guerra de Vietnam fueron inmensas aquellos años en todo el planeta, acompañadas por un gran movimiento global antiimperialista, pacifista y anticolonialista. Leía hace unos meses las memorias de Bill Ayers, ex miembro de la Weather Underground (hay un film documental muy interesante en este enlace, N. del E.) en las que explicaba las acciones armadas de sabotaje que, durante años, llevaron a cabo varios jóvenes en los Estados Unidos contra su propio ejército para protestar contra la guerra, llevando, como decían, la guerra a casa. Ayers explica el impacto que tuvo en la opinión pública norteamericana la masacre de My Lai, y los estragos de la guerra de Vietnam, algo que se vería reflejado en numerosas ocasiones en libros, crónicas periodísticas y en no pocas películas de Hollywood en las que se denuncia la crueldad y la impunidad que se dio en esta y en tantas otras guerras.
Bagdad, 12 de julio de 2007. Un helicóptero del ejército norteamericano abre fuego contra un grupo de personas, matando a doce de ellas. Todos son civiles desarmados, y dos de ellos, periodistas colaboradores de la agencia Reuters. El ejército aseguraba que se trataba de insurgentes armados, y se limitó a lamentar la muerte de los periodistas, lo que denominó un ‘daño colateral’. Tres años después, el 5 de abril de 2010, el vídeo de los hechos fue exhibido en el Club Nacional de Prensa de los Estados Unidos, demostrando que se trataba de un crimen de guerra que el ejército había tratado de ocultar, y que vio la luz gracias a la filtración de la soldado Chelsea Manning a Wikileaks.
Este caso desató una oleada de críticas por la manipulación y las mentiras en el conflicto que fue ampliamente cuestionado. Se sumaba a los múltiples ejemplos de abusos y crímenes de guerra que los Estados Unidos estaban cometiendo una vez más en esta invasión que, además, se basó en la mentira de las armas de destrucción masiva que decían que poseía Sadam Hussein.
Las nuevas tecnologías y la presencia de muchos más medios de comunicación que en Vietnam y que en anteriores conflictos han permitido documentar numerosos crímenes y actuaciones deleznables, si es que hay algo que no lo sea en una guerra. No solo fueron las torturas de la prisión de Abu Ghraib retratadas por los propios soldados entre risas, sino también los soldados españoles fueron grabados torturando a prisioneros iraquíes en la Base España de Diwaniya, por si nos habíamos olvidado.
Aunque el recorrido judicial de estos y de tantos otros casos es otro cantar, y la impunidad sigue siendo la norma, la opinión y el juicio público sigue siendo un termómetro moral. Existe todavía un consenso empático, un sentir compartido que hace que nos estremezcamos ante el sufrimiento ajeno y ante las injusticias. Una indignación colectiva ante la crueldad que nos hace manifestarnos y alzar la voz cuando esto sucede. Algo que comparten quienes se negaban a ir a Vietnam, quienes gritaron No a la Guerra, y quienes hoy no miran hacia otro lado ante el genocidio que Israel está cometiendo en Palestina. Algo que nos aferra a la seguridad de pertenecer a un colectivo que se niega a considerar necesaria o inevitable la crueldad y la indiferencia.
Al contrario que en Vietnam, en Irak y en tantas otras vergonzosas guerras de Occidente, hoy estamos sometidos a un bombardeo constante de imágenes diarias de la barbarie, de lo más atroz e inimaginable. A través de nuestro teléfono vemos uno detrás de otro los vídeos de los cuerpos de niños desmembrados, del pánico y del horror ante las bombas. Los gritos en los hospitales, los lloros de los médicos impotentes, de los periodistas palestinos que siguen informando sobre el terreno a pesar de haber perdido a toda su familia.
Estamos viendo un genocidio en directo. Pero esta vez, nadie trata de esconderlo. Al contrario que en My Lay, en Bagdad, Abu Ghraib o Diwaniya, los soldados israelíes filman ellos mismos sus crímenes. Sonríen a la cámara mientras disparan sus misiles contra edificios residenciales, celebran los disparos de los francotiradores cuando estos alcanzan a los civiles que tratan de llegar al hospital, de salvar a su hermano herido o de conseguir un trozo de pan. Se fotografían con prisioneros desnudos, sobre los que orinan y a los que patean a cara descubierta. Se graban bailando entre las ruinas, y sus conciudadanos, los israelíes concentrados desde hace días para impedir la entrada de ayuda humanitaria a Rafah, hasta organizaron una rave con música tecno mientras caían las bombas. Todo colgado en sus redes sociales, con sus nombres y sus apellidos, todos los días.
Algo ha cambiado desde que My Lai fue un escándalo. Hasta hoy, la filtración de las atrocidades que se cometían en una ya de por si atroz guerra, despertaban un amplio rechazo y preocupaban muy seriamente a los gobiernos, que siempre se empeñaron por esconderlas, manipularlas o justificarlas. No hay que olvidar que Julian Assange, el responsable de la publicación del vídeo de la matanza de Bagdad, lleva años siendo perseguido por la justicia norteamericana y por la CIA, que, según denuncia Wikileaks, habría intentado asesinarlo. Assange, retenido en el Reino Unido, se enfrenta a una posible extradición a los EEUU, algo que la Corte Real de la justicia británica decidirá en los próximos días. Contar un crimen de guerra se persigue más que cometerlo.
Hoy en Gaza asistimos diariamente no solo a la retransmisión en directo de cada matanza, sino a la exhibición y a la celebración obscena de la crueldad. ¿Por qué lo que consideramos inaceptable se celebra hoy tan alegremente? Quizás sea porque todo esto queda siempre impune, o porque pretenden que el shock que nos provoca su maldad nos aterre tanto que nos hará mantenernos al margen o desertar de nuestra humanidad. Nuestro deber como sociedad, y nuestro mayor compromiso con nosotros mismos, es evitar ambas cosas.