GELMAN, Juan, su hijo y las opciones políticas.
Publico dos textos, uno de Rubén Furman y otro del propio Gelman (polémico, publicado el 1º de agosto del 2000 en Página 12). Aclaro que cuando Marcelo y Claudia fueron secuestrados, hacia tiempo que no militaban. Se querían ir del país, y esperaban llegar a Roma, dónde estaba Juan.
Los ojos de Juan
A comienzos de 1998, Juan Gelman buscaba afanosamente datos sobre su hijo Marcelo, secuestrado en agosto de 1976. Ambos habían dejado de verse tiempo antes debido a sus respectivas clandestinidades. De modo que los últimos días del muchacho y su mujer eran un territorio incierto que creía necesario iluminar para encontrar a su nieta, de cuyo nacimiento ya tenía pistas firmes aunque aun no supiera si era un varón o una mujer.
Fue lo que nos comentó ese medio día en la redacción de una revista policial que hacíamos por cuenta de un publicista peronista. Juan acopiaba información con el método de un periodista. Realizaba una ronda de entrevistas con quienes habían conocido a Marcelo. Uno de nosotros había sido uno de sus grandes amigos, de modo que allí llegó.
Marcelo había sido asesinado con un tiro en la nuca y arrojado a las aguas del Tigre dentro de un barril con cemento poco después de su secuestro. Trece años más tarde los restos fueron identificados y devueltos a su familia. De modo que ya habia enterrado a su hijo y realizado ese duelo. Pero aun así no sabía nada de cómo había ocurrido.
«Esto es una redacción o un aguantadero?», preguntó con irónica suavidad apenas entró a nuestra oficina y echó una mirada. Gelman sabía mucho sobre redacciones. En esos dias ya escribía sus notas semanales para Página/12, un diario al que hubiera llegado de cualquier manera pero al que, curiosamente, yo lo había acercado. En mayo de 1987, cuando Página estaba por aparecer, en París se realizaba el juicio contra el criminal nazi Klaus Barbie. Gelman estaba en Francia y le dije a Lanata que le pidiera la cobertura.
La primera nota fue el comienzo de una serie memorable. Casi medio siglo más tarde, una sobreviviente identificaba al hombre sentado en el banquillo de los acusados como el carnicero de Lyon. Jamás olvidaría ese rostro, dijo, porque antes de llevarse a toda su familia hacia un campo de concentración, el jefe de la Gestapo local había levantado a su gata arisca y poniéndola en sus brazos, la había hecho ronronear con sus caricias.
Pero mi trato con Gelman era circunstancial, y de Marcelo apenas sabía lo que el Pájaro Juan Salinas contaba y luego escribiría. Ambos se habían conocido en las primeras agrupaciones peronistas secundarias creadas al calor del Cordobazo. Con infinito cariño y ternura confesó luego que quien le había presentado a María Claudia García Iruretagoyena, era él. Que había sido su noviecita y terminó convertida en la mujer de su amigo. Gelman quiso saber más y vino a nuestra redacción a oír el relato completo.
Durante un par de horas escuchamos al Pájaro contar nuevamente lo que sabía, que no llegaba mucho más allá del ’73 y tenía poco que agregar sobre la vida de Marcelo en la clandestinidad. Escuchamos, en cambio, la confesión dolorida de un padre cuyo último encuentro con su hijo había terminado en medio de reproches políticos. Juan no sabía a qué facción «ultrarroja» había migrado Marcelo, quien lo enjuiciaba por su «reformismo político».
No era solo sólo el dolor del padre de un desaparecido y menos aun la molestia de un revolucionario veterano, sino algo peor: era la pena irreparable por no haber podido despedirse del hijo y guardar en cambio ese recuerdo enojoso.
Todavía nadie había escrito que Gelman era «el poeta de los ojos tristes», pero fue lo que sentimos todos lo que estábamos sentados en torno a aquella mesa de redacción: el Pájaro Juan Salinas, Mario Moldovan, Patán Ricardo Ragendorfer y acaso algún otro, quienes no me dejarían mentir.
Ajá
Por Juan Gelman |
Han reaparecido el señor Firmenich y el Peronismo Montonero. Firmenich habló desde Barcelona y la primera existencia pública del Movimiento Peronista Montonero tuvo lugar en Roma, en abril de 1977. No parece casual que ambos hechos se hayan producido fuera del país. Son ajenos al país. La soberbia armada es el título de un libro sobre la guerrilla montonera del periodista Pablo Giussani. Se equivocó: lo de Firmenich –dirigente máximo de aquella guerrilla y hoy autopropuesto candidato a presidente de la Nación– ha sido y sigue siento soberbia política. La sangre de miles de jóvenes y no tan jóvenes que entraron en la muerte, movidos por el ideal de una Argentina mejor, no ha desmontado a Firmenich de esa soberbia. Lo que le pasa a Firmenich no es importante. Lo que preocupa es lo que les pasa a los jóvenes de hoy: asediados por el desamparo brutal de un país desquiciado gracias a un gobierno civil tras otro, creo conocer sus tentaciones y sé que no pocas nacen de esa intemperie, del fracaso de su deseo, del rechazo rabioso que la injusticia imperante les impone. Otras generaciones sintieron lo mismo en la década del 60 y hablo desde una experiencia vivida. Fui teniente del llamado ejército montonero y miembro de ese mascarón de popa que se llamó Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero.
No se permitió la entrada a periodistas en la reunión de Parque Patricios donde el sábado 28 pasado se llevó a cabo la teleconferencia en que unos 60 adeptos conversaron con Firmenich acerca del documento refundador del peronismo montonero. Me atengo a la crónica que un periodista intachable, Carlos Eichelbaum, publicó en Clarín (29-7-01) y me asalta el escándalo ante el párrafo siguiente: «La reivindicación de la ‘identidad montonera’ –dice Eichelbaum que dice el documento redactado por Firmenich– plantea problemas, entre ellos el de la dilución de su significado por las conductas de sus antiguos dirigentes ‘reciclados’, una obvia alusión crítica a hombres que pasaron por el menemismo, como Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja, a actuales funcionarios como Patricia Bullrich, o devenidos oscuros hombres de negocios, como Rodolfo Galimberti». Me llega una pregunta: ese «antiguo dirigente» que es Firmenich –como Perdía, Vaca Narvaja y otros– ¿nada tuvo que ver con «la dilución de la identidad montonera»? ¿Nada tuvo que ver con la política suicida y suicidante que él encabezó antes y después del golpe del 24 de marzo de 1976?