GEORGE CARLIN: El show que murió en las Torres Gemelas
Un día antes de los atentados del 11 de septiembre, el padre del stand-up norteamericano se aprestaba a estrenar su nuevo material. El ataque lo hizo cambiar de idea y tuvieron que pasar quince años para que esa rutina viera la luz.
POR DANIEL VILLALOBOS / LA TERCERA (Chile)
Hay una expresión en inglés difícil de traducir: bad timing. Una versión cercana sería algo como “mal momento” o “a destiempo”. George Carlin, probablemente uno de los dos o tres mejores comediantes norteamericanos del siglo XX, tuvo el peor bad timing de su carrera el 10 de septiembre del 2001. Luego de meses de trabajo y ensayo, estaba a punto de estrenar un nuevo especial de comedia llamado I Kinda Like It When a Lotta of People Die (Como que me gusta cuando muere un montón de gente). Al día siguiente, como ya sabemos, cayeron las Torres Gemelas y más de 2.700 personas murieron.
El propio Carlin decidió olvidarse de inmediato del especial. Algunos segmentos reaparecieron en sus shows posteriores, como el brillante “Uncle Dave”, una rutina donde un desastre particular gatilla una reacción en cadena que termina destruyendo el continuo del espacio-tiempo. Pero la totalidad de ese segmento sólo se pudo apreciar recién el 2005, como cierre de su magnífico especial Life is Worth Losing.
Carlin murió en 2008 a los 71 años, luego de una carrera de más de cinco décadas donde contribuyó, junto a titanes como Richard Pryor y Lenny Bruce, a definir la imagen y la lógica del artista de stand-up. De su influencia bebieron comediantes tales como Bill Hicks, Sarah Silverman, Chris Rock, Sam Kinison, Bobcat Goldthwait, Louis CK y Amy Schumer. Su negra visión del mundo, y de Estados Unidos en particular, sólo se agudizó con la edad, y ver sus apariciones públicas y rutinas en YouTube (muchas de ellas están subtituladas) es una buena manera de seguir la trayectoria de cómo un artista brillante pasa de ser un joven cínico a un auténtico profeta del apocalipsis.
Este 16 de septiembre, pocos días después de que se cumplan quince años del ataque a las Torres Gemelas, sale a la venta I Kinda Like It When a Lotta of People Die. Y escuchar el material –que estará disponible para descarga en iTunes y en formatos como CD y vinilo- es tan fascinante como perturbador. El paquete incluye un extraño monólogo de Carlin (“Boston rant”) fechado en 1957 donde parte diciendo “¿Cuántas veces realmente alguien ha necesitado a un policía?”, para luego abocarse a una cruda descripción de la inutilidad, servilismo y ramplonería de estos funcionarios públicos (“sucios y estúpidos”), sin dejar además –ay- de repasar a los bomberos (“No son tanto mejores que los policías y además son rateros”).
El fragmento llama la atención al conectarlo con lo que viene después, el material grabado en actuaciones en vivo en los dos días previos a los ataques del 9/11. En esos segmentos, Carlin regala varias de sus famosas frases como “vivimos en una nación de estúpidos” y “los policías no trabajan para nosotros, trabajan para el Estado”, y enhebra una divertida reflexión sobre cómo esos letreros de los furgones de grandes empresas que dicen “¿Cómo manejo? Marque el teléfono 48876544” son una invitación al soplonaje.
La idea de que Estados Unidos se ha convertido en un país de delatores le sirve a Carlin para tocar uno de los tantos puntos que hicieron incendiario a este material hace quince años: su admiración por Ted “Unabomber” Kaczynski, el hombre que durante más de una década se entretuvo enviando cartas-bomba a distintas personas hasta ser capturado por el FBI. “Entregado por su propio hermano”, se queja Carlin, “¿qué pasó en este país con los valores de familia? Uno no debería colaborar con la policía bajo ninguna circunstancia. Ya no tenemos héroes en este país. Ya no quedan héroes”.
Por supuesto, dos días después de esa frase, los policías (y los bomberos) serían erigidos como los héroes más grandes de Estados Unidos desde los soldados que desembarcaron en Normandía.
Para empeorar las cosas, otra rutina del especial estaba dedicada a viajar en avión. ¿Qué pasa cuando demasiado gas corporal se acumula en un vuelo?, se pregunta Carlin. Bueno, el avión explota. “¿Y a quién culpamos cuando esos aviones explotan? A Osama Bin Laden”.
No era la primera vez que el comediante se refería a la seguridad aérea. En You Are All Diseased, su especial de 1999, lanzó una idea tristemente profética: “Si no subes con un arma al avión, tranquilo. En un rato te llevarán al asiento un tenedor y un cuchillo. Es sólo uno de mesa, pero puedes matar al piloto con un cuchillo. Te puede tomar un par de minutos, si el tipo es grande, pero vas a poder matarlo”.
¿Es divertido escuchar I Kinda Like it When a Lotta of People Die? Depende del propio sentido del humor. Si bien Carlin llegó a ser honrado con el premio Mark Twain –el más grande honor para un comediante norteamericano-, mucha gente siempre lo consideró un provocador, más interesado en escandalizar que en hacer reír. También es cierto que buena parte de sus rutinas eran oscuras reflexiones sobre la condición humana antes que simples chistes o juegos de palabras. Pero una cosa es innegable: para todos aquellos que encontramos en el humor negro un refugio, un alivio y un compañero de ruta, George Carlin es el más grande de todos. Por eso, el material contenido en esos audios funciona hoy como un verdadero túnel del tiempo. Y, como todos los túneles del tiempo, inquieta en vez de tranquilizar y dice mucho más sobre el futuro que sobre el pasado, ese pasado supuestamente inocuo e inocente que la narrativa sobre el 9/11 insiste en remarcar.
“Perdimos la inocencia esa mañana de septiembre” fue una frase reiterada en columnas, documentales y discursos en los meses posteriores al ataque. ¿Cuál inocencia? parece preguntar Carlin hablando desde esos fantasmagóricos shows de Las Vegas el 9 y el 10 de septiembre del 2001. El horror siempre estuvo en la cabeza de todos. La posibilidad de la destrucción también. Un humorista puede no ser, a la larga, más que un simple comentarista social, pero hay ocasiones –contadas, una cada siglo- donde alguien cuenta un chiste que en el fondo es una profecía.
El especial que los herederos del comediante acaban de desenterrar de los archivos termina con la primera versión pública de la rutina “Uncle Dave”. Carlin comienza diciendo: “¿Les puedo hablar de algo que de verdad me gusta? Desastres fatales. Me gustan los buenos accidentes ferroviarios. Para mí cualquier cosa que mate un montón de gente es excitante. Siempre deseo que las cosas se pongan peores y se salgan de control”. Carlin imagina la rotura de una cañería que gatilla el apocalipsis. Olas de calor, pestes, destrucción, tiroteos masivos, turbas de linchamiento, incendios forestales, animales devorando peatones, todos los temores y fantasías paranoicas de la Norteamérica del siglo XX resumidas en un solo magnífico cataclismo que Carlin recita con la implacable ferocidad de un profeta del Antiguo Testamento. Una catástrofe de tal magnitud que altera las leyes físicas y hace un hoyo en el universo por donde empiezan a caer todos los muertos de la historia del mundo, incluyendo todos los tíos Dave que han existido. Y estos viejos, amargados, olvidados tíos Dave liberan tanto odio y tanta inquina que, de hecho, producen un universo nuevo. Uno donde todos son felices, nadie alega por nada y donde todas las semanas cada uno de ellos gana la lotería.
Al final, desde la tumba, el mayor comediante que su generación haya conocido se despide soñando con un caos capaz de reinventar el podrido mundo que inspiró sus mejores rutinas. Nada más que la destrucción absoluta puede ofrecer algún relevo al eterno ciclo de la estupidez humana. Es lo más parecido a la esperanza en toda la carrera de George Carlin y está puesto justo ahí, en el cierre de ese especial fantasma que nació para morir porque pronto, muy pronto –veinticuatro horas después- todas las pantallas del mundo iban a llenarse de muertos de verdad. Sólo Carlin pudo caer desde tan alto. Sólo él pudo decir, sin saber el significado que la historia le daría a su deseo: “¿Saben cuál es la mejor frase que puedo oír en la televisión? Interrumpimos este programa”.
La risa, remedio infalible
Hay dos rutas para explorar la obra de Carlin. Una es adquirir online o en formato físico sus especiales de comedia para HBO. La otra es buscar alguno de estos títulos en YouTube, donde están disponibles en distintas versiones.
Jammin in New York (1992): El especial que cerró la etapa más juguetona de su carrera. Contiene un famoso cierre antiecologista donde explica por qué el planeta va a estar bien y son las personas las que están “muy jodidas”.
Saturday Night Live (1975): El primer episodio del show cómico más famoso de Estados Unidos contó con un famoso monólogo de Carlin donde hablaba de las diferencias entre los deportes más populares del momento.
Las siete palabras que no se pueden decir en televisión (1972): La famosa rutina que le acarreó problemas legales y que dio el puntapié inicial a la larga lucha del comediante por demostrar (en pantalla) que el lenguaje soez en público no sólo era necesario, sino además hermoso.
El hombre moderno (2005): Impresionante rutina/poema que abre el especial Life is Worth Losing. Consiste básicamente en una serie de adjetivos, verbos y clichés publicitarios que Carlin articula como una especie de autobiografía.
It’s Bad for Ya (2008): El último especial cómico que Carlin estrenara en vida es uno de sus momentos de más brillante acidez. Muerte, enfermedad, suicidio, los horrores de las tarjetas navideñas y las ventajas de hacerse viejo son algunos de los temas tocados. Murió ese mismo año.