GRAN ENCUENTRO PERUKA: A la espera de sus conclusiones
En estos momentos está realizándose un gran encuentro del peronismo en la Universidad de Lanús. Un plenario k con el cierre del gobernador Axel Kicillof. Cierre que busqué pero no encontré ¿Todavía Kicillof no habrá cerrad el cónclave? En fin, anteayer, en un encuentro con compañeros, habíamos expresado a nuestros deseos de participar. Había que inscribirse previamente y no lo hice, así que no fui. Me tranquilice porque tenía entendido que la AM530, la radio de las Madres de Plaza de Mayo, trasmitiría las deliberaciones en directo, pero no se si fue así o si por hache o por be, no logré conectarme con esa trasmisión. y ahora, casi a las 18:30, ni siquiera El Destape informa nada. Artemio López, que no sólo propagandizó el encuentro, sino que difundió su documento liminar, en base al cual se organizó el debate quiero creer que hnbrá sido protagonista. Artemio había publicado en Perfil una nota en la cual adelantaba su posición. Mientras espero que él y otros compañeros den sus impresiones sobre lo que ocurrió en Remedios de Escalada, adelanto ambos textos:
Sobre la centralidad de Cristina Kirchner

El síntoma de la crisis, es que por todos lados surgen referentes que se proponen, sino desconocer, quitarle centralidad al liderazgo de Cristina Kirchner, a la que señalan responsable de los traspiés electorales y hasta del sarampión.
No hay, sin embargo, gran repercusión social en los cuestionamientos dirigenciales. Para un sector de la sociedad la ex presidenta sigue siendo referencia central e insoslayable y hoy junto al presidente Javier Gerardo Milei, sigue siendo la figura de mayor volumen electoral.
Al respecto un grupo de intelectuales vinculados al campo nacional y popular realizarán un plenario el próximo 8 de junio en la Universidad de Lanús, para analizar la coyuntura crítica por la que atraviesa la sociedad argentina y sostener la centralidad de Cristina Kirchner en la construcción de una nueva alternativa de mayorías.
Se lee en el documento titulado “Patria sí”: Cristina es nuestra conducción porque representa el punto de realización más alto del pueblo y del peronismo. Es importante diferenciar las cuestiones políticas de las electorales. No se trata de una aritmética electoral en la que “Cristina conduce porque es la que mejor mide de nuestro espacio”. Para comprender el rol de los liderazgos históricos, conviene releer lo que apuntaba Eva Perón en Mi mensaje: “Los pueblos, cuando encuentran un hombre digno de ellos, no siguen su doctrina, sino su nombre”.
Para comprender entonces la persistencia del liderazgo de Cristina Kirchner que señala el documento Patria sí, es necesario revisitar la historia del peronismo desde sus orígenes, tomando como referencia (hay otros), un indicador estructural muy relevante como es la distribución del ingreso.
El período comprendido entre los años 1946 y 1955 dio forma sin duda a la arquitectura moderna de la sociedad, sostenido en y por un ciclo de ascenso social inédito a punto de que, al ser derrocado Perón en el año 1955, los trabajadores participaban con el 50% de la riqueza total generada.
Esto supuso un motivo suficiente para que los sectores entonces dominantes propiciaran el golpe de Estado, bombardeando previamente a su propia población civil e inaugurando aquello que la gramática del poder denomina “grieta”, en su versión contemporánea.
Bastará que ese proyecto popular-democrático desaparezca para que regrese la “normalidad” hegemónica y se cierre “la grieta”. Sin duda algo de esto sobrevuela en ciertos cuestionamientos a la centralidad de Cristina Kirchner. Volver al peronismo prekirchnerista.
No hubo grieta mientras el sistema de representación política cambiaba de director, pero la orquesta tocaba la misma melodía.
Por caso en el año 1985, tras el breve interregno de Bernardo Grinspun, se produjo el desembarco neoliberal en el gobierno alfonsinista, vía los planes de ajuste Austral y Primavera, fracasos que llevaron la inflación mensual en julio de 1989 al 196,6%.
Por su parte el peronismo tras la muerte de Perón y recuperada la democracia produjo dos “renovaciones”.
Una temprana, que terminó con Menem, otra tardía vía Frepaso que acompañó a De la Rúa. Ambas “renovaciones” trajeron a Domingo Cavallo, el superministro neoliberal que hizo estallar el país, tan admirado por el presidente Javier Gerardo Milei.
Mientras el sistema político representó intereses socioeconómicos similares, no existía “grieta”, incluso el peronismo durante su hoy reivindicada fase menemista, se transformó en el partido del ajuste neoliberal.
Hubo que esperar al año 2003, para que un proyecto popular-democrático y contrahegemónico se desplegara nuevamente bajo el formato peronista, tras la salida del extenso ciclo neoliberal de casi un cuarto de siglo.
Cuando Cristina deja la presidencia en 2015, el factor trabajo participaba en la distribución del ingreso en un 51,8%; participación que descendió al 46% con el gobierno de Mauricio Macri y que con el último gobierno peronista del FdT no pudo mejorar.
Como se observa en el gráfico, nunca más se volvió a los niveles de distribución del ingreso en favor de los trabajadores como durante los gobiernos de Juan Perón y Cristina Kirchner, dos liderazgos peronistas que sobrevivieron a intentos de asesinato y múltiples cuestionamientos.
Ante la catástrofe humanitaria generada por el gobierno de Milei, la mejor respuesta es la palabra colectiva y la organización política.
Tercer Plenario del Pensamiento Nacional y Popular
PATRIA SÍ
Aportes para el debate del campo popular ante el gobierno de Milei
Estamos atravesando un momento crítico. A seis meses de su asunción, el presidente Milei -que se había presentado como un experto en
crecimiento económico con y sin dinero- aumentó la pobreza, la indigencia y la desocupación de nuestro pueblo. No obstante, su gobierno
conserva cierto apoyo social, y nos plantea el desafío sobre cómo encarar esta etapa.
Las diferencias con la última experiencia de oposición son numerosas. En 2016, salíamos de doce años virtuosos en el gobierno, de los que nos sentimos hondamente orgullosos. Cristina se fue el 9 de diciembre con una plaza colmada por una mayoría intensa, que había recuperado derechos y autoestima. Hoy, después del experimento fallido del Frente de Todos, somos una oposición cuestionada en su identidad, con una base social desencantada y con menores niveles de prestigio. La derrota contra Milei, cuantitativa y cualitativamente, fue más brusca que contra Macri. Además, Macri gobernó haciendo lo contrario de lo que había dicho en campaña.
Milei, en cambio, está haciendo el ajuste que dijo que iba a hacer, independientemente de lo que cada sector social haya interpretado en campaña sobre los alcances de ese ajuste.
Sin embargo, también cabe decir que, mientras Macri dividió inicialmente a nuestra fuerza política, y las estrategias de oposición se
repartieron entre el peronismo “acuerdista” y el kirchnerismo “resistente”. Milei mantiene una posición de intransigencia con todo el peronismo por igual. Ese rasgo, que apuntala el discurso “anticasta” con que triunfó en las elecciones, viene permitiendo la cohesión de la oposición legislativa y de calle para confrontar al gobierno. Milei sacó 56% hace menos de seis meses y todavía no consiguió aprobar ninguna de sus leyes fundamentales. También fracasó el Pacto de Mayo, que terminó convertido en un show para sus seguidores. Los dos paros de la CGT lo forzaron a sustraer la reforma laboral de su agenda inicial. Una enorme movilización universitaria lo encontró sin narrativa y obligado a negociar el presupuesto. Además, experimentó una contundente concentración de mujeres el 8 de marzo y un masivo reclamo social de “memoria, verdad y justicia” el 24 de marzo. Finalmente, luego de un primer ajuste absolutamente salvaje, tuvo que retroceder el segundo tramo del aumento tarifario ante la certeza de que iba a despertar una reacción categórica.
Otra diferencia fundamental con el contexto opositor a Macri lo ofrece la reelección de Axel, que permitió retener a la Provincia de Buenos Aires como bastión del kirchnerismo en el marco de una estrategia integral de nuestra fuerza política sobre ese territorio.
Este cuadro de situación nos invita a rechazar tanto las posturas sobrepasadas de “optimismo”, según las que Milei inevitablemente “se cae” por el desastre social y económico que viene produciendo, así como también las excesivamente pesimistas, que a través de análisis y encuestas de opinión construyen un Milei todopoderoso, que gana incluso en la derrota, ante una oposición desorientada. Una evaluación realista nos conduce a empezar por razonamientos más sencillos. Quien detenta el poder del Estado nacional, normalmente, tiene dos activos: la gestión (especialmente económica) y el discurso político. La oposición nacional, en cambio, tiene uno: el discurso político. Milei apuesta la gestión económica a la baja de la inflación y el discurso político, a la escenificación de la confrontación permanente. En nuestro caso, los reflejos legislativos y las movilizaciones callejeras todavía no encontraron el predicamento nítidamente opositor que canalice una postura política. Y ahí es donde aparece la principal tarea que puede plantearse un espacio como éste: el aporte a la construcción de un discurso que logre, en primer lugar, exponer un marco de interpretación de la coyuntura y, en segundo lugar, plantear una serie de debates que consideramos sustanciales para el diseño de un planteo alternativo, que enfrente al gobierno nacional.
Razones del triunfo de Milei
1. Si se desagrega la evolución de salarios formales e informales, salario mínimo vital y móvil, jubilaciones y pensiones en la última década, se observa un derrumbe durante el gobierno de Cambiemos, que no sólo no se revirtió sino que mantuvo su caída durante el gobierno del Frente de Todos.
Las categorías de ingresos se desplomaron en promedio un 40% en términos reales respecto a los niveles en que las dejó el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, siendo el récord de caída el del salario informal, el salario mínimo vital y móvil y el haber previsional, que descendieron en promedio un 40%, menos de la mitad de su poder adquisitivo respecto al 2015. No extraña entonces que cuando se observa la participación de los trabajadores en la distribución funcional del ingreso, lo que encontremos sea un franco desmoronamiento, desde un 51,8% en 2016 al 45,3% en 2023.
¿Qué nos indica la evolución de la estructura distributiva de estos años? La respuesta es sencilla y contundente: desoyendo los reiterados señalamientos de rectificación del rumbo que advirtió oportunamente Cristina Fernández y la necesidad del rechazo al acuerdo con el FMI que impulsó Máximo Kirchner, el gobierno del Frente de Todos, despojado de su componente kirchnerista, mantuvo la misma estructura de distribución del ingreso que el gobierno neoliberal de Juntos por el Cambio. Es importante remarcar, adicionalmente, que la mala gestión económica se combinó con una fuerte desmovilización de nuestra base social, no solamente por la pandemia sino también por la falta de convocatoria presidencial a la participación política.
En esta perspectiva, el ascenso de Milei es resultado de la estafa electoral de 2015, cuando Macri prometió “corregir lo que está mal y mantener lo que está bien” y sin embargo empeoró todos los indicadores de la calidad de vida social, así como también de la decepción producida por el Frente de Todos al incumplir la plataforma electoral, que implicaba renegociar la deuda con el FMI y mejorar las condiciones económicas heredadas de Macri.
2. Es cierto que lo anterior explica más por qué “no ganamos nosotros” y menos por qué ganó Milei en particular. Para interpretar esto último se necesita aumentar la escala de perspectiva y, mal que les pese a los que pretenden atribuir al kirchnerismo la causa de todos los problemas, asumir que, en el marco de la crisis hegemónica mundial del neoliberalismo y las democracias consensuales, los partidos de extrema derecha son una respuesta creciente a la insatisfacción democrática de las mayorías. Si los gobiernos populares o progresistas no involucran avances en materia de igualdad material o social, como dice Álvaro García Linera, la búsqueda de otras opciones individualistas y autoritarias está servida. Los partidos libertarios, antidemocráticos, antiigualitarios representan “la desembocadura de las aberrantes injusticias que se acumulan en el tiempo”.
Pero esta desembocadura no es inevitable. Desde 2015 hasta hoy, se llevaron a cabo treinta y una elecciones presidenciales. En dieciséis de ellas triunfaron candidatos neoliberales, mientras que en quince lo hicieron candidatos “progresistas”. Esta apreciación sugiere que la región no está experimentando un giro ideológico definido en ninguna dirección en particular. Más bien, se podría afirmar que estamos asistiendo a una disputa hegemónica en América Latina ante las dificultades de los nacionalismos populares de comienzos del siglo XXI para consolidarse, luego la agudización de las contradicciones internas potenciadas por las tensiones propias del contexto internacional y la contraofensiva de los sectores dominantes en distintos niveles.
Para interpretar esta situación global, así también nuestros desafíos, contamos también con el fundamental documento del Papa Francisco,
Fratelli Tutti, cuyo contenido nos convoca a estar atentos a algunas tendencias del mundo actual que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal y que promueven una libertad económica meramente declamativa en tanto las condiciones reales impiden su acceso mayoritario. Según Francisco, la crisis financiera de 2007-2008 se resolvió a través de estrategias que “se orientaron a más individualismo, a más desintegración, a más libertad para los verdaderos poderosos que siempre encuentran la manera de salir indemnes”.
3. Debe señalarse en consecuencia que la emergencia de estas tendencias reaccionarias e individualistas no solamente se explican por lo
que hicimos mal entre 2019 y 2023, sino también por lo que hicimos bien entre 2003 y 2015. El gobierno de Milei no se sustenta solo en los sectores que dejamos de representar. Además, opera sobre la base del antiperonismo extendido históricamente en distintos segmentos de la población. En ese punto, su objetivo es la eliminación definitiva del kirchnerismo como expresión actual del peronismo. En consecuencia, el ascenso de Milei debe asociarse sin vacilación a los discursos de odio y la violencia como herramientas de construcción política durante los últimos años. La recurrencia a estos discursos -validados y amplificados por sectores políticos, redes sociales y medios de comunicación- fue corriendo los límites del pacto democrático, hasta que al atentado a Cristina Kirchner lo hizo estallar por los aires. El silenciamiento judicial, la falta de acompañamiento político y la relativización mediática del episodio legitimaron el intento de magnicidio, de supresión física del adversario. Le dieron soporte material a los discursos de odio y a la aparición de figuras que, como Milei, proponían abiertamente administrar ese odio desde el aparato de Estado. No debe olvidarse que estos agravios tienen un largo historial en nuestro país. El “periodismo de guerra” no se tomó descanso desde que asumió Cristina en 2007, y especialmente a partir de 2009, para disciplinar el carácter democratizador de sus gobiernos y la reconfiguración que estaba proponiendo de la Argentina con el resto del mundo.
El atentado contra la vida de Cristina implica el pasaje, por parte de Milei, de “panelista disruptivo” a candidato a presidente legitimado por los sectores de poder y por segmentos de una sociedad rota e iracunda. Así como en lo económico el gobierno libertario es heredero del proyecto de ajuste de Macri pero “más profundo y más rápido”, también en lo político es continuador de la vocación por destruir al kirchnerismo como peronismo realmente existente.
4. El deterioro de la salud mental durante la pandemia es sin duda uno de los efectos estructurales para aproximarnos a la insatisfacción,
abatimiento y desencanto subjetivo que sirvieron de base a la irrupción de opciones como la encarnada por Milei. Al respecto, en plena pandemia se conocieron estudios que detectaban trastornos de ansiedad, depresión y pérdida de seres queridos en cinco de cada diez personas encuestadas. Este notable menoscabo de la salud mental de la población fue una de las bases de los altos niveles de descontento con la dirigencia política, en especial la oficialista, que se expresó con firmeza en las elecciones de medio término del 2021 a través del ausentismo, y se volvió a manifestar en el 2023, con la búsqueda con una alternativa que se juzgaba alejada de la dirigencia habitual, caracterizada por el candidato Milei como “casta”.
La “foto de Olivos” destruyó el principal activo acumulado por el Frente de Todos durante la primera fase de la pandemia: el prestigio de la
autoridad y la palabra presidencial. Esa distancia entre lo dicho y lo hecho fue dinamitando la relación entre la sociedad y la política. “Los políticos” empezaron a simbolizar la mentira, el doble discurso, la “sarasa”. En ese marco debe entenderse la irrupción estética y discursiva de Milei como alguien que “no viene de la política” y al mismo tiempo como alguien que “dice la verdad”. El efecto de autenticidad logrado por Milei se recorta contra el telón de fondo de esta depreciación de lo orgánico y lo estructurado. Su espontaneidad violenta, loca, desgarrada y antipolítica constituyó un punto de identificación con importantes sectores de la sociedad, y por eso resultó inmune a las críticas desde un sentido común afincado en la “normalidad” y la “democracia”.
5. Si Milei encarna el momento “algorítmico” de la política, como candidato de diseño del capitalismo de plataformas, es porque las redes
sociales no son “neutrales”. No es casual que Elon Musk sea una referencia constante para el Presidente. Y esto no solamente por haber amasado un patrimonio de 207 mil millones de dólares sino también por ser propietario de X, la empresa más grande de propagación de discursos de odio. El capitalismo actual consiste en una fusión entre el poder financiero y las nuevas tecnologías. Para que ese sistema funcione, uno de los mayores combustibles de nuestras actuaciones y de los datos que producimos online es el resentimiento. El nuevo orden económico transforma hasta la última fibra de nuestra subjetividad con el fin de producir valor económico. El odio y el resentimiento son entonces un efecto y a la vez un ordenador básico del capitalismo en auge bajo el signo de la economía financiarizada. La “nube” en que se almacenan las huellas digitales no es etérea sino terrenal y pesada, y se parece más bien a un yacimiento de datos, proveedor de una flamante industria “extractivista” que sirve para monetizar todo lo imaginable, incluso emociones del inframundo social en el mercadeo de la política, como pudo observarse en el escándalo del Brexit y Cambridge Analytica, y la campaña electoral de 2015 en nuestro país.
De todo lo anterior puede desprenderse que el triunfo de Milei no obedece al mero hecho de circular “fake news” a través de “granjas de
trolls”. Lo que sucede, más bien, es que la figura de Milei expresa de manera estructural “la ideología de las redes sociales” como sistema de
reproducción social acicateado por el odio y el resentimiento. La “calle online” es una cancha inclinada, que a través de filtros burbuja y anuncios personalizados orienta la atención hacia imágenes, discursos e ideas asociadas con individualismos autoritarios, punitivos, “libertarios” de los que Milei es expresión cabal. Por eso, mientras para nosotros la calle es el espacio de legitimación y protesta, las redes fueron (son) para Milei el instrumento de validación política.
Con esa cancha inclinada a favor, el triunfo de Milei también se explica porque tenía un discurso para transmitir: ideas de la libertad, casta y dolarización constituyeron un trípode que permitió darle un marco de interpretación y solución (falsa, pero no se trata de eso) a sufrimientos experimentados por la sociedad. Este indicador debería servir para cualquier intento por apostar a las redes sociales como formato de construcción sin resolver antes qué línea política deberíamos comunicar.
En síntesis: mala performance socioeconómica de los gobiernos de la última década, en particular del Frente de Todos; tendencia mundial de gobiernos “de nuevas derechas” como relevo de la insatisfacción democrática; legitimación social de los “discursos de odio” con el atentado a Cristina como epítome material; desconfianza de la política derivada en gran medida de la experiencia de la pandemia; construcción de una figura y un discurso asociado a la ideología las redes sociales, son algunas de las razones principales que permiten interpretar el triunfo de Milei, en el contexto, además, de la severa crisis interna de Juntos de por el Cambio.
Caracterización provisoria del gobierno de Milei
1. El proyecto de Milei es neocolonialista. Como expresó Cristina, se trata de un plan de saqueo de los recursos naturales y de remate del
patrimonio público nacional en favor de los grupos económicos. La gestión de la economía en manos de un personero de los fondos financieros extranjeros es el segundo brazo de la tenaza que acomete agresivamente sobre las condiciones de vida y trabajo de las mayorías populares y las capacidades productivas del empresariado nacional. Entre Caputo y Sturzenegger son responsables casi de la totalidad de la deuda externa argentina, y su presencia es una impactante medida que revela el fracaso del Frente de Todos por llevar claridad a la sociedad sobre el rol de los verdaderos delincuentes financieros internacionales.
El ejemplo más claro de la pretensión colonial de Milei es el Régimen de Incentivos de las Grandes Inversiones (RIGI), incluido dentro de la Ley Bases, que plantea un reordenamiento jurídico a medida de las apetencias económicas del país del Norte y sus empresarios satélites. En palabras de Jauretche: estatuto legal del coloniaje. Distinguir la inversión extranjera directa y la extranjerización de la Argentina, como planteó Cristina en su documento de trabajo, resulta fundamental para debatir el proyecto económico de Milei.
El contexto en el que Argentina, dentro de América Latina, afronta el proceso de transición mundial tiene su potencial limitado por cuatro
situaciones externas y una interna: la condición de “patio trasero” de la potencia hegemónica, reforzado por la competencia estratégica con China; la militarización del Atlántico Sur con epicentro en las Islas Malvinas y proyección hacia la Antártida; las iniciativas de injerencia neocolonial europea en el Amazonas, alternadas con propuestas de liberalización comercial asimétrica como el acuerdo MERCOSUR-UE, hoy temporalmente pausado; y la inexistencia de una política regional coordinada para regular en forma armónica el creciente avance del comercio chino.
Para la Argentina, este complejo proceso de transición hegemónica representaría una ventana de oportunidad siempre y cuando fuera capaz de vertebrar una política exterior orientada a la defensa del interés nacional a partir de los principios de la doctrina de la tercera posición, retomando el camino de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Pero la política exterior del gobierno Javier Milei avanza en un sentido contrario a esta oportunidad histórica, construyendo las condiciones para la sujeción a una nueva forma de dominación colonial. En un contexto de deslegitimación de las políticas de la globalización neoliberal y emergencia de nacionalismos proteccionistas reactivos en el centro capitalista, en lugar de recuperar los objetivos de reindustrialización para insertarse en el mundo a partir de una política exterior inteligente y autónoma, la Argentina de Milei se subordina como proveedora de materias primas y plaza de negocios financieros para la reconversión productiva de EEUU y sus aliados en su competencia estratégica con China.
Además, la nueva matriz colonial en marcha no exige únicamente las materias primas alimentarias, como en el siglo XIX, sino también los
recursos naturales para sostener las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. El capitalismo de vigilancia y plataformas necesita “recursos naturales críticos” como el litio (baterías), el cobre (conductores para sus circuitos), el petróleo (para el hardware y las energías que los alimentan) y el agua dulce (para enfriar la Nube y sus servidores), como dejó perfectamente en claro la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, cuando se refirió al papel de los países de América Latina en el despiadado marco de las exigencias globales. Bajo esta imponente óptica neocolonial, la reprimarización de nuestras economías sería una consecuencia de la división internacional del capital y el trabajo en el siglo XXI, producto de un complejo entramado entre los sectores económicos dominantes, el poder militar, los gobiernos “neocolonialistas” y los medios de comunicación y redes sociales, que apelan a la polarización emocional para desestabilizar las democracias y construir sistemas de legitimación de la expoliación de los recursos naturales.
Ante esta perspectiva, corresponde al peronismo asumir que no habrá soberanía nacional, bienestar social, libertades democráticas ni desarrollo económico sin la conformación de un bloque histórico capaz de controlar las principales palancas del poder (políticas, culturales, económicas, militares) para cambiar estructuralmente nuestra sociedad. En ese marco, la agenda de la política exterior se muestra como el complemento de una estrategia de acumulación política: defender la soberanía depende, primero,de las condiciones de vida que Argentina les ofrece a sus ciudadanos. El pueblo puede movilizarse y sacrificarse por diversos motivos, pero, a la larga, defender una perspectiva de soberanía política implica garantizar un horizonte de justicia social.
Si el proyecto económico de Milei no es simplemente neoliberal, tiene que ver, además, con su defensa de los monopolios. Cuando el Estado se retira de su rol armonizador y organizador, crece la tendencia propiamente mercantil a la concentración económica. Milei sigue a Murray Rothbard, fundador del partido libertario de EEUU, quien afirmaba que los monopolios tienen una función positiva si son producto de “la acción emprendedora” (y en cambio son nocivos si son producto del poder del Estado). Según Milei, los monopolios optimizan la relación entre calidad y precio; por eso los emprendedores son héroes y benefactores sociales. El retiro calculado del Estado, entonces, no promueve la competencia sino la concentración. Sin embargo, el gobierno de Milei interviene vigorosamente en distintas áreas de la economía, especialmente para deprimir precios y salarios. Mientras el precio de la leche se define por la oferta y la demanda del mercado (y se vuelve impagable), las paritarias se imponen por resolución presidencial. Se liberalizan todos los precios, menos los salarios.
El gobierno nacional representa la voluntad de los grandes grupos económicos transnacionalizados del país por sacrificar cualquier apuesta de desarrollo autónomo y utilizar la estructura estatal con el objetivo de disciplinar a los sectores populares para que se adapten a la función complementaria del capital norteamericano. Y debe decirse que Milei tiene más apoyo del poder económico del que tuvo Macri -quien optó por excluir y hasta perseguir a parte de los grupos económicos. Presentarlo como un liderazgo “transgresor”, cuando todo ese poder está de su lado, parece un comentario trasnochado. El verdadero liderazgo disruptivo de nuestra época, que confrontó con todas las corporaciones a la vez desde un planteo nacional, fue y es Cristina Fernández de Kirchner.
2. El gobierno de Milei es un intento por volver a sintetizar a los grupos económicos locales y el capital financiero internacional. Esta convergencia no se experimentaba desde la década del 90, cuando ambos sectores del poder dominante participaron de las privatizaciones
menemistas. El esquema supone una ocupación directa del Estado por parte de los grupos económicos, especialmente en áreas vinculadas a Vaca Muerta, que no puede entenderse en forma independiente del intento de cambio de régimen jurídico que propone modificar las relaciones sociales y económicas elementales con radicalidad, por medio del DNU 70/23, los intentos refundacionales de la denominada “Ley Ómnibus” y un sinnúmero de normas emitidas cotidianamente en la misma dirección. Su objetivo es configurar un esquema distributivo de carácter regresivo y fijarlo con una regla monetaria rígida al menor costo de requerimiento de divisas posible por la absorción de la demanda interna. El “medio” en el cual se busca implementar este esquema es una inflación inicial desbordada, que, abatidos los mecanismos regulatorios, impacta de lleno sobre el valor del trabajo y el capital productivo. El gobierno busca frenar la escalada de precios con un colapso de la demanda para consumo e inversión. El ajuste fiscal tiene como objetivo reducir la demanda en forma directa, y a su vez acorrala a los hogares y las empresas para que asuman gastos esenciales que antes se proveían o subsidiaban, ya sea porque hay recortes nominales o caídas reales, y el efecto refuerza a su vez esa caída de la demanda.
Al mismo tiempo, la presión de intereses de la deuda pública va en alza. Los intereses se incrementan por el negocio de valorización financiera y canje que el Gobierno les ofrece a los grandes tenedores de activos en pesos para evitar el proceso de licuación. El aumento de los intereses también incrementa la necesidad de reducir el gasto primario, relanzando el proceso, en un ciclo permanente de retroalimentación. Sobre este dispositivo opera funcionalmente el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) 70/23: una desregulación económica generalizada que viabiliza en una medida mucho más acelerada el ajuste de los precios relativos en detrimento del trabajo.Alquileres, comercio exterior, comercio interior, salud y energía, por caso, presentan desregulaciones para confirmar y propiciar el deterioro del salario real que persigue el esquema de política económica.
La eliminación por decreto de la normativa de protección laboral, aún controvertida en el Poder Judicial, refuerza la caída del salario real, tanto por el debilitamiento de la organización sindical, como por la desregulación de las relaciones individuales dirigida a captar porciones mayores de productividad por parte del sector patronal. Los precios de los alimentos y de la energía suben respecto de los salarios producto de la inercia y la devaluación, y aún más, por la eliminación de cupos de exportación que sederiva de la desregulación del Código Aduanero en el DNU, en lo que constituye un acto de acecho contra la subsistencia de las mayorías populares. La expresión más palmaria de los cambios en la estructura de los precios relativos que está imponiendo la primera etapa de Milei es que, si bien los salarios reales cayeron alrededor del 15% en los primeros cuatro meses de gobierno, los precios mayoristas de los oligopolios aumentaron 24% por encima del IPC. Ganadores y perdedores de la devaluación, el ajuste y la desregulación de los mercados.
La forma definitiva del plan orgánico de los grupos económicos y los fondos financieros extranjeros, las fuerzas relativas entre ellos mismos para predominar unos y subordinar a otros en el marco de pisos de acuerdo general, aún no la sabemos. Por lo pronto, en estos meses de gobierno, se sintetiza un nivel de acuerdo ampliado que nos hace retroceder en conquistas acumuladas durante décadas.
3. El proyecto de Milei apuesta a una estética política de carácter fascista y a un discurso cultural de la autenticidad. “Un showman economista en la Rosada”, como describió Cristina, cuyas características discursivas y performativas colocan al gobierno más allá de la mera denominación de “neoliberalismo”. La interpretación de este aspecto nos remite mucho más a la crítica cultural que a la sociología electoral. En sus análisis de posguerra, Adorno decía que “el agitador fascista es habitualmente un vendedor magistral de sus propios defectos psicológicos” y que esto sólo es posible “en virtud de una similitud estructural general entre el líder y sus seguidores”. Milei es un presidente que escenifica y glorifica cada una de sus acciones a través de una propaganda artística masiva. La palabra “espectáculo” resulta precisa: lo que logra el autoproclamado líder es una actuación con reminiscencias teatrales, deportivas y religiosas. No busca atraer la atención a pesar de las payasadas sino precisamente a causa a de ellas, generando un ritual de pertenencia donde la promesa expresada siempre termina en la destrucción gozosa del otro. Se trata de un método de construcción de poder intolerante al pluralismo inherente a cualquier democracia que se piense bajo el signo de la comunidad y la igualdad. El Frente de Todos intentó reivindicar una cultura de la legalidad, pero en cuanto no se cumplió con la palabra empeñada, terminó allanando el camino para una cultura política inversa: la aniquilación de toda regla compartida y de todo reconocimiento.
Bajo estas premisas se establecen las medidas tomadas por Javier Milei en menos de seis meses de gobierno, a saber: intervención de los
medios públicos, censura a programas de TV como el de las Madres de Plaza de Mayo, cancelación de cientos de contratos, cierre de la agencia estatal Télam, revocación de puestos de dirección de las 49 radios nacionales del país y centralización de la programación en Buenos Aires, quita de publicidad oficial del poder Ejecutivo, agresiones organizadas contra periodistas en ámbitos digitales y físicos, persecución ideológica y sindical, cierre del INADI, del INCAA y de las oficinas del ENACOM, suspensión de los fondos de fomento por ley a la comunicación audiovisual democrática, presiones para el cierre y desmantelamiento de la Defensoría del Público, desfinanciamiento de las universidades públicas y la radio y televisión universitaria, y descomunal aumento de tarifas a los servicios públicos básicos para producir comunicación. Como no hay un espacio común, la apuesta de Milei es escandalizar haciendo “lo que no se debe hacer”, ante la inexistencia árbitro invisible que sancione la ruptura de la moral o los valores compartidos. La propaganda y el escándalo constante no se dirigen a difundir una ideología sino, sobre todo, a ocupar el centro de la atención, volviendo inaudible la palabra política opositora. No se trata tanto de mentir (aunque hay mentira) como de lograr la creación de una realidad alternativa, inmune a los datos y argumentos, para erosionar las bases del debate público bajo el modelo cognitivo y organizativo de carácter binario que propagan las redes sociales.
Este andamiaje cultural de Milei se apoya en lo que Adorno llamaba “la jerga de la autenticidad”: un estilo de discurso que parte de verdades personales, de “ser uno mismo”, sin referencia a ningún régimen de verdad moderno. Depende del mito espontáneo del individuo que no necesita mediación. Y aunque huela a romanticismo anticapitalista, sintoniza perfectamente con el individualismo emprendedorista del capitalismo financiarizado.
A diferencia de Macri, que gobernó cínicamente, Milei parece creer en lo que está diciendo, y esa autenticidad le otorga hoy un crédito social momentáneo. Y, si bien es cierto que en el segundo tramo de la campaña Milei prometió que no iba a aumentar el transporte, los impuestos y las tarifas, también explicitó que aplicaría un ajuste brutal, con motosierra y licuadora, acompañado de un terrorismo verbal constante sobre distintos grupos sociales. No mintió descaradamente en campaña como hizo Macri.
Por más incentivos que se tuvieran para elegir el proyecto de Milei, hay un grado de responsabilidad en la mayoría social que votó a un candidato de esta naturaleza. Milei es auténtico en su decir, pero sus ideas son inauténticas, y comete la equivocación contra toda evidencia histórica de pensar que un proyecto con esas ideas puede funcionar en Argentina.
Estas evaluaciones invitan a considerar seriamente qué tipo de críticas y debates conviene plantearle al oficialismo. Ante la promoción
artística del escándalo continuo, no se puede elegir todos los temas. Como decía Perón: hay que pegar donde y cuando duele. Las denuncias e indignaciones que apuntan a la psicología del Presidente no tienen cabida en el marco de una sociedad con los indicadores de salud mental referidos. Pero sí logran su cometido las críticas que permiten cortocircuitar la autenticidad de su discurso en contraste con la realidad económica, como por ejemplo cuando Cristina afirmó que el gobierno no tenía superávit porque estaba endeudado, lo que condujo a Milei a tener que dar explicaciones durante una semana acerca de los pagos a CAMMESA y posteriormente a demorar el segundo tramo del aumento de tarifas.
Si la subjetividad de la época reclama autenticidad, ahí está Cristina. La potencia de su voz pública siempre derivó de su carácter auténtico, franco, y de no haberse traicionado nunca en sus propios términos. Cristina se peleó realmente con todos los factores de poder; y cuando le criticaban sus modales, su objetivo era neutralizar esa combinación fidedigna entre praxis personal y discurso. Para recuperar la credibilidad social, hay que registrar esa creciente necesidad de una palabra genuina y confiable.
También el arte y la cultura de nuestro país, cuyo valor resulta indiscutible, tienen mucho que aportar en el diseño de imaginarios éticos y
estéticos alternativos, que puedan ejercer la crítica del presente e invitar a nuevos horizontes de futuro,
Situación y desafíos del campo popular
1. En el peronismo, las derrotas electorales promueven necesariamente una revisión de lo actuado y en consecuencia un debate interno acerca de la identidad política de la etapa. Para no repetir la historia reciente, es indispensable señalar que el problema central del gobierno del Frente de Todos fue su administración económica, como lo testimonia la notable caída del salario real y la profundización de la desigualdad que dejó como legado.
El Frente de Todos fue incapaz de gestionar, con acciones frontales y
resultados contundentes, la crisis generalizada con origen en la expansión
de la deuda externa que produjo el gobierno de Macri.
Por eso es trascendente discutir el balance que hoy realiza un sector
del peronismo bajo la “teoría del fuego amigo”, donde el fracaso de nuestro
gobierno entre 2019 y 2023 se atribuye principalmente al volumen de la
discusión interna propiciado por el kirchnerismo, sin mencionar los
desaguisados en materia económica, el acuerdo con el FMI y la derrota en
las elecciones intermedias. Creemos que la justicia social no fue promovida
ni honrada durante el gobierno del Frente de Todos, y que tanto la inflación
como la desmovilización social fueron más importantes que el debate
interno. Fueron su causa y no su consecuencia. El balance sobre la
distribución económica resulta más relevante que la unidad de la
dirigencia política.
En ese sentido, reafirmamos que el kirchnerismo es el
peronismo de nuestra era, y no una etapa más, ya concluida, como se
pretende instalar desde sectores internos, en paradójica coincidencia
con el proyecto de nuestros adversarios políticos. Esta es una discusión
que tiene consecuencias políticas cruciales. Si se considera que el
kirchnerismo es una etapa acotada del peronismo, cuyo despliegue histórico,
político y social lo supera, la posición coyuntural y estratégica comienzan
siempre por suspender o encapsular el liderazgo de Cristina. Si, por el
contrario, se observa que el kirchnerismo es peronismo pleno y expresa
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cabalmente aquello que significaron históricamente Perón y Evita, surge
otra determinación, estratégica y coyuntural, que comienza siempre por
reconocer el liderazgo de Cristina Kirchner y hacerlo sin limitaciones.
La diferenciación entre peronismo y kirchnerismo no constituye
un proyecto nuevo sino remontable, al menos, desde 2016, cuando Macri se
cansó de repetir que había un peronismo “secuestrado” por las ideas
kirchneristas. Cabe recordar las palabras de Horacio González durante esa
época, cuando afirmaba que “decirse peronista y no kirchnerista significa
una protección, porque nadie dice ‘el peronismo es corrupto’ debido a que
hay peronistas con el macrismo y existen alianzas de todo tipo, pero el
kirchnerismo queda también debilitado. Por eso creo que el refugio en el
peronismo supone una amplitud sin coherencia, por eso digo que el frente
debe ser kirchnerista con todos los peronistas que tengan la lucidez y la
sensibilidad de aceptar esta situación y el papel preponderante de Cristina”.
En función de estas ideas, creemos que la reconstrucción del peronismo
debe tener un perfil kirchnerista. Los gobiernos de Néstor y Cristina fueron
el último momento de la historia reciente favorable a las mayorías
populares. Allí debemos encontrar el origen de nuestra inspiración y
confianza para la reconquista de un país justo e igualitario. El programa
político del futuro solicita más kirchnerismo, no menos.
Milei, es cierto, no busca diferenciar dos peronismos para
acordar con uno y aislar al otro. Pero nombra como “kirchnerista”, para
rechazarlo, a todo lo que no sea propio, y un sector de nuestro espacio le
adjudica valor a esa hipótesis porque comparte el principio de que puede
existir un peronismo sin kirchnerismo, más amable con los factores de
poder, capaz de darse un gobierno “de centro nacional”. Frente a esas
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pretensiones, hay que recalcar que el poskirchnerismo ya sucedió bajo el
nombre Frente de Todos: un gobierno de unidad nacional no popular,
concesivo a los grupos económicos, que hoy regresa en algunas
marquesinas como propuesta superadora del kirchnerismo. Es con ese
estilo de gobierno que ya perdimos elecciones, dejando un vacío de
representación que fue ocupado por Milei. “Moderación o pueblo” dijimos
en nuestra primera intervención, allá por 2022; lamentablemente el Frente
de Todos eligió la moderación, y el pueblo nos lo hizo sentir en las urnas.
Dos errores conceptuales marcaron la compleja etapa del Frente de
Todos, que se condensaron en estas consignas: 1) con Cristina no alcanza,
sin Cristina no se puede; 2) volver mejores. Ambos puntos de vista suponen
una falta de reconocimiento a los doce años de kirchnerismo inaugural y una
concesión a los sectores dominantes respecto al período que, afectando
intereses, propició la mejora ostensible de las condiciones materiales de
existencia para un extendido grupo poblacional, que quedaron grabadas
en la memoria de muchos y fueron fundamentales en el caudal electoral
de 2019.
2. La doctrina peronista establece nuestro sistema de valores morales
y políticos: justicia social, amor, igualdad. Frente al individualismo de Milei
decimos: “nadie se realiza en una comunidad que no se realiza”. Y añadimos
que la realización de la comunidad tiene prioridad sobre la realización
individual: la patria es el otro. La mejor respuesta ante las agresiones del
gobierno nacional es la organización política. Organizarse es protegerse.
Esto significa apostar decididamente al trabajo con las fuerzas vivas del
pueblo, sus instituciones intermedias, sus comunidades locales. A 50 años
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de su paso a la inmortalidad, deben recordarse las palabras del General
Perón en el Modelo argentino: “La comunidad debe ser
conscientemente organizada. Los pueblos que carecen de organización
pueden ser sometidos a cualquier tiranía”. La verdadera libertad está del
lado del colectivo organizado y no del individuo. Por eso es tan importante
recrear las condiciones de una politización popular. Sin compañerismo, sin
fraternidad, la libertad se desvanece. La convocatoria que hace una
década realizó Cristina al empoderamiento popular se enmarca en esta
concepción militante y no estatista de la política. Como señaló el propio
Perón, el peronismo se hizo cargo de un país “donde los ciudadanos no se
interesaban por la cosa pública, siendo la cosa pública uno de los
coeficientes de salvación de los países. Por eso nosotros tratamos de
politizarlo intensamente haciendo que cada uno se interese por todos”. La
militancia política tiene algo que ofrecer al discurso “anticasta” y a las
“ideas de la libertad”: la convocatoria permanente a la participación y
organización de la comunidad.
“El amor vence al odio” no es una constatación empírica
infalible sino una consigna de lucha y una identidad política. Si el
antiperonismo construyó históricamente desde los “discursos de odio”, el
peronismo lo hizo desde el amor. Pero el triunfo de las ideas del amor y la
igualdad conlleva debates y conflictos. Tocar intereses concentrados,
reconocer nuevos derechos, necesita de una sociedad movilizada. Si hay que
subrayar estas consideraciones es porque actualmente volvemos a escuchar
en nuestro espacio que estaría fuera de la doctrina criticar al poder
económico. Sin embargo, la esencia del peronismo no consiste en
llevarse bien con todo el mundo, como predica la socialdemocracia
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posmoderna, sino en pelear por la justicia social, que compromete tanto
la redistribución del ingreso como el reconocimiento de la dignidad y la
autoestima social. En este sentido, los “ortodoxos” somos los kirchneristas.
En Apuntes para la militancia, John William Cooke escribió: “Se les
pide que nos encaminemos al poder, que no nos encaminemos a la
disgregación, que no nos encaminemos a la esterilidad histórica.
Lógicamente como yo hago estas críticas, comprendo que puedan hacer
otras, pero siempre desde la lucha. La primera condición para criticar el
combate, es estar en el combate”. La actual irrupción de plataformas
audiovisuales plagadas de contenido político no redunda en una politización
general sino en un incremento del consumo a modo de hobby. Tomando a
la política como hobby, sin participación, sin militancia, se le quita potencia
y espacio. Y el espacio que no se ocupa, lo ocupan otros. Es necesario
recuperar una verdadera voluntad de poder colectivo para afrontar la etapa
histórica que tenemos por delante. No proponemos un llamado ingenuo a
salir de las pantallas para abocarse a la militancia territorial, sino en todo
caso a ampliar los ámbitos de reunión entre compañeros y compañeras,
cara a cara, fortaleciendo el intercambio afectivo e intelectual del
“núcleo duro” que es, primero que nada, con quien hay que dialogar.
3. Otro debate relevante a nivel interno, que involucra balances
diversos sobre el gobierno del Frente de Todos, tiene que ver con el modelo
de desarrollo económico. La concepción favorable al crecimiento nacional
es compartida dentro de nuestro espacio. Pero mientras la mirada del
peronismo “desarrollista” es “nacional” y se respalda en los incentivos al
capital, la nuestra es “nacional-popular” y se sustenta en el poder adquisitivo
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de los trabajadores para plasmar ese crecimiento. El gran tema es la
conducción de la economía desde el Estado nacional en función de una
lógica política, lo que supone siempre disciplinar de alguna manera a
los grupos económicos cuando asumen una estrategia que prioriza la
especulación financiera y la fuga de capitales al exterior. La crítica
dentro de nuestro espacio hacia una supuesta postura anti-empresaria es
equivocada. A lo que nos oponemos es a la pretensión de subordinar la
economía y el Estado a la valorización financiera de los grandes grupos
económicos, ya que ello implica menos crecimiento y más crisis, menos
inversión y más deuda externa y fuga de capitales. Es decir: menores
posibilidades de avanzar en la recomposición de los ingresos populares y la
distribución del ingreso. Se deben actualizar los debates sobre la restricción
al crecimiento, ponderando la perniciosa influencia que tiene la fuga de
capitales y la necesidad de actuar sobre ese fenómeno estructural.
Al respecto, la imposición de la valorización financiera por parte de la
dictadura militar implicó una modificación cualitativa de la restricción
externa, ya que a partir de entonces no estuvo determinada únicamente por
el saldo de la balanza comercial, como ocurría en la segunda etapa de
sustitución de importaciones y como sostienen actualmente los
neodesarrollistas, sino que a dicha variable se le agregó la fuga de capitales
locales al exterior como elemento central. En relación a esta última cuestión,
es importante recordar que los capitales fugados afectan principalmente a la
formación de capital y no al consumo de los sectores de altos ingresos, lo
que restringe la expansión industrial, el crecimiento y el nivel de empleo.
Además, la fuga de capitales merma las reservas de divisas, impulsando un
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notable endeudamiento estatal para cubrir la falta de divisas necesarias para
garantizar esa fuga y el funcionamiento económico.
Por otro lado, tiene un importante impacto negativo en las finanzas del
sector público, ya que en una proporción mayoritaria estos recursos evaden
sus obligaciones fiscales, lo que contribuye al mentado déficit fiscal. Por lo
tanto, ese déficit no se origina fundamentalmente en el enriquecimiento de
la “casta” o integrantes del sistema político (más allá de la percepción que
se tenga al respecto) como dice el relato promovido por el actual gobierno,
sino que proviene principalmente del núcleo central de los sectores
dominantes (grupos económicos y el capital financiero), que en esta etapa
impulsan como sus representantes políticos a los libertarios.
La hipótesis de un peronismo “desarrollista-productivista” en
oposición a otro “distribucionista” se debería dirimir partiendo de esta
premisa: reorientar el excedente ampliando los campos de inversión
productiva-industrial para hacer sostenible una mejor distribución del
ingreso. Nuestra visión sobre este verdadero conflicto nodal del desarrollo
argentino se puede resumir como sigue: ahorro nacional para financiar la
inversión, demanda futura y política industrial para garantizarla, y avance
en sectores estratégicos para inducir mejoras de la productividad que
permitan sostener los progresos del salario real y las cuentas externas.
Una prueba de la necesidad de impulsar la política industrial para
promover la inversión y aminorar la fuga de capitales es que, durante nuestro
gobierno, pese a la recuperación de los márgenes de ganancia y de la
actividad económica en la pospandemia, no se mejoró la distribución del
ingreso en favor de los sectores populares ni tampoco hubo sostenibilidad
de las cuentas externas y la inversión. Su reflejo lo constituyó una elevada
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fuga de capitales, que alcanzó, calculada con el método residual, los 44 mil
millones de dólares, mientras el Banco Central canalizaba divisas hacia los
grupos económicos locales y extranjeros por el equivalente de todo el
superávit comercial para que cancelaran sus pasivos y se sobreestoquearan
con insumos importados, en un período con excepcionalidades de variada
índole que justificaban el uso del conjunto de las herramientas disponibles
para acumular reservas y estabilizar el frente externo. No se comprende, por
otra parte, cómo de todo esto se puede atribuir responsabilidad a Cristina.
La fuga de capitales al exterior constituye la explicación
estructural de los problemas que afectan a la economía. La causa
fundamental reside en la adopción de la valorización financiera como eje de
la acumulación ampliada de capital por parte de los sectores dominantes
que, luego, las recurrentes y profundas crisis a las que da lugar ese patrón,
terminan difundiendo la “dolarización” como estrategia de ahorro de los
sectores de medios y de altos ingresos. Impulsamos este debate no desde
una explicación “cultural” sobre las razones de la fuga de capitales sino de
una explicación histórica vinculada a la irrupción de la valorización
financiera durante la dictadura. La singularidad argentina, queremos decir,
tiene que ver con su experiencia histórica. Y, a pesar de que la
financiarización de la economía es un proceso global, en la Argentina el
fenómeno tiene una magnitud mayor. A números de 2017, por ejemplo, se
fugaron 21.400 millones de dólares por año en materia de recaudación
impositiva debido al desvío de ganancias de empresas multinacionales. Ese
monto equivale a 5,1% del PBI. Hay fuga porque se valoriza
financieramente el excedente; ésa es la estrategia principal de construcción
de poder de los sectores dominantes argentinos.
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4. Cristina es nuestra conducción porque representa el punto de
realización más alto del pueblo y del peronismo. Es importante
diferenciar las cuestiones políticas de las electorales. No se trata de una
aritmética electoral en la que “Cristina conduce porque es la que mejor mide
de nuestro espacio”. Para comprender el rol de los liderazgos históricos,
conviene releer lo que apuntaba Eva Perón en Mi mensaje: “Los pueblos,
cuando encuentran un hombre digno de ellos, no siguen su doctrina,
sino su nombre”.
Un peronismo sin Cristina equivale a adherir a una doctrina sin asumir
su encarnación política concreta. A veces, poner los hechos en perspectiva
histórica sirve para no martillarse demasiado los dedos en la “autocrítica” y
para calmar las ansiedades que genera el presente. “La doctrina se convierte
en un dogma, que no es solo una variante empobrecedora de la política, sino
de la vida cultural de un pueblo. Surge siempre cuando se olvida el proyecto
y se disputa las herencias”. Estas oraciones, que recogemos de la revista
Unidos, corresponden al año…1984. Pensar que hay doctrina sin Cristina es
una equivocación enorme, además de un boomerang político, ya que los
compañeros con mayor visibilidad reflejan ante todo la luz que ella emite.
Repasando la historia del peronismo, observamos que no hubo líder más
cuestionado y traicionado que Perón. Y no nos referimos únicamente a los
proyectos alternativos que pudieran haber promovido Vandor por un lado y
Montoneros por otro, sino también al conjunto de iniciativas neoperonistas
que durante la etapa de la Resistencia apostaban a negociar con los
gobiernos de turno y posicionarse desde la especulación política sobre el no
retorno del líder. Y Perón siguió ahí. Cristina y Perón son iguales en este
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punto: conducciones únicas, históricas, pero sumamente discutidas. Son
asuntos que no se terminan de un día para el otro por el deseo de un puñado
de dirigentes. El liderazgo de Cristina ya soportó una década de
peronismo antikirchnerista. Convocamos a asumir de manera taxativa
que fueron Néstor y Cristina quienes pusieron al peronismo
nuevamente en línea con su tradición auténtica de soberanía política,
independencia económica y justicia social. Esto significa, adicionalmente,
reconocer que la famosa disputa por la resolución 125 no fue “el momento
donde se jodió todo” sino el ensayo más profundo y más osado por
cuestionar el modelo de valorización financiera impuesto por la dictadura,
algo que ninguna de las variantes del anti o poskirchnerismo jamás logró ni
se propuso. La reivindicación del kirchnerismo no tiene pretensiones
nostálgicas sino pedagógicas y programáticas.
En ese sentido, el tipo de unidad frentista desplegada para ganar las
elecciones de 2019 ya no parece la apropiada para la etapa por venir porque
se desentendió de la dimensión de proyecto y no cumplió con el contrato
electoral. La consigna sigue siendo la que estableció Néstor Kirchner:
“Todos juntos, sí; para bajar banderas, no”. Es abstracto discutir si tal o
cual dirigente debe participar; antes necesitamos establecer las bases de
nuestro programa. Una coalición sin programa, como demostró el Frente de
Todos, no solo produce malos resultados, sino que también provoca la
disolución de la identidad.
Hoy se reclama “renovar todo”, “reconstruir absolutamente el
peronismo” y en simultáneo se pretende no pensar nada porque “hay que
actuar ya y no podemos esperar”. Son exigencias contradictorias, de
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imposible cumplimiento. Lo que proponemos con este plenario es una
convocatoria a elaborar una revisión crítica de nuestra historia reciente, a
encontrar los instrumentos intelectuales para pensar una coyuntura inédita y
a ir construyendo nuevas síntesis, verdades relativas que aporten a la acción
política del futuro. Como definió Cristina en el acto de Quilmes, “tenemos
una inmensa responsabilidad, también como oposición, de rediscutir
este país, reconociendo lo que hicimos, admitiendo lo que nos faltó y
mirando para adelante, que siempre hay que mirar para adelante.