Horacio González: «El Kairos sigue activo»
En su última nota, Lanata (que tiene el tupé de abrirla con una cita antiintelectual de Milton Friedman para justificar su resentimiento ante cualquiera que opte por profundizar en cualquier cosa) arremete (embiste, diría Kirschnbaum) contra Horacio González, a quien acusa de tener «un prosa mediocre e intrincada». Lanata detesta a González porque no le perdona su premonitor «Doce hipótesis sobre Página/12» (Paradiso, 1992) que eran, sobre todo, una crítica a su impronta. Quizá la prosa de Horacio sea un poco barroca, pero nunca, jamás me ha dejado indiferente. González hace pensar. Lanata pretende clausurar el razonamiento con un insulto.
Bóveda y tiempo
Me permitirán decir que lo político es siempre una búsqueda del tiempo, lo que implica situarse siempre frente al momento indicado, a ese fugitivo momento tan esperado y tan inconstante. La política nos acosa con su temporalidad que es evasiva, juega con la perenidad y sabe escabullirse a través de lo impensado.
Horacio e Iñáki Salinas en La Carretería, hace una década |
Por Horacio González / Tiempo Argentino
El juego con el tiempo tiene ese punto definitivo e irrepetible que los antiguos llamaron el Kairos, es decir, ese misterioso momento apropiado e irrepetible en que las cosas suceden. Una mixtura entre casualidad y destino, intuición y decisión razonada.
Siempre deja la duda, en caso de acierto, si es porque elegimos bien o porque la casualidad se adueñó de ese mínimo fragmento de acción. Y en caso de error, deja el sentimiento de si no era mejor una omisión de lo que de todas maneras se produjo.
En la década del kirchnerismo hay dos historias paralelas: una historia escénica, y otra fincada en la vida cotidiana de millones de personas que estaban envueltas en el desaliento y la descreencia.
No pueden escindirse fácilmente.
El kirchnerismo comenzó con una fuerte apuesta a las historias escénicas: el cuadro descolgado, los movimientos del bastón en molinete, los rasgos informales en los movimientos de Kirchner, la lapicera bic, hoy objeto de museo. También fue en parte escénico y en parte de una apuesta para mover los cimientos duros de lo real, el desendeudamiento, el pase a lo público de las pensiones privatizadas. Hay y sigue habiendo escenografías, imposibles de descartar de la cosa política.
Provienen de la fiesta popular, de las grandes conmociones públicas, que recuerdan vestigios de saturnales o las fiestas mayas. Nadie pensó nunca que sustituían la movilización popular. La fiesta en la tradición política –que se asienta definitivamente con la Revolución Francesa -, es en sí mismo una movilización que no excluye máscaras y tamboriles. Y no deja de convivir nunca con problemas irresueltos y traspiés que pudiendo no darse, se dan.
Pero ahora razones que provienen de una desaceleración económica, de una fomentada vulnerabilidad de las institucionalidad democrática con el pretexto de defenderla de aquello con la que nadie la ataca, y un tipo de publicidad cuyo género proviene de las novelas de terror del siglo XIX, introducen una debilidad en el sistema de persuasiones de las que gozaba hasta ahora el kirhcnerismo.
En un momento de menor crecimiento económico, se hacen notorios temas presentados bajo capa política pero pertenecen al espanto como forma de la ficción política. Nadie desea que arraigue el fantasma de la corrupción, pero el modo en que se la comenta y exhibe, tiene su punto de partida en un oscuro mito yacente en todas las culturas antiguas y modernas: la bóveda como cavidad demoníaca, que junta osamentas y dólares, vidas muertas y billetes sangrantes. Estos conocidos mitos se han apoderado de un público numeroso.
Si se me pregunta cómo veo la década kirchnerista, diré que el Kairos sigue activo. El tiempo presenta sus fisuras, sus minuciosas esperas, su esperanza por el momento cuyo nombre y fuerza le pertenezca. El tiempo sigue poroso trascurrida una década, un tiempo que nunca es lineal, sino que tropieza consigo mismo, repone motivos olvidados y crea futuros imprevistos.
El Kairos, el momento oportuno, no se prepara de antemano, pero se palpa en esperanzas no degradadas. Frente a él se halla la promoción de un tiempo ya cancelado, en forma de bóvedas espúreas que insultan a las bóvedas reales. Estas son testimonio de un tiempo que se sostiene de múltiples angustias y realizaciones, de esperanzas y cambios. La bóveda ficticia no está hecha de tiempo e historia, sino de clausura y falsía. Es meramente lo que ahora producen ellos: una historia escénica.