Horacio González, entre la iluminación y la comprensión
Por Carlos Semorile
Ayer tuve la fortuna de asistir a la presentación del libro «Historia conjetural del periodismo», último trabajo de Horacio González, Director de la Biblioteca Nacional. Y pienso, y siento, y finalmente escribo «fortuna», porque he leído muchos de sus ensayos pero nunca antes había estado en el bautismo de alguno de ellos. Este de anoche tuvo lugar en el Museo del Libro y de la Lengua, cuya directora, María Pía López, fue la encargada de abrir las exposiciones. Y lo hizo señalando la que tal vez sea la característica sobresaliente del abordaje filosófico que González hace de sus temas; esto es: no juzga ni condena, intenta comprender.
López advirtió que sumergirse en el pensamiento de Horacio no es una tarea sencilla pero, al igual que el río de Heráclito, uno sale de sus escritos con la conciencia de que ya no podrá leer de la misma manera a los autores y los textos por él citados. En el caso en particular de esta historia conjetural, González nos introduce en el doble debate del presente del periodismo, lo cual supone debatir sobre un tema en particular, sin dejar de discutir sobre los modos de abordaje que imponen los medios comunicacionales a través de «formatos predigeridos de goce, tiempo y habla».
Florencia Saintout (Decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata) también remarcó la existencia de un periodismo que, en un giro asombroso, ha abandonado toda capacidad auto reflexiva para terminar ofreciendo un lenguaje opaco y carente de horizontes. Saintout sostuvo que, por el contrario, el libro de Horacio sorprende por su capacidad de abrir nuevas perspectivas acerca de un tema sobre el cual parece que ya se ha dicho todo, y lo hace cabalgando sobre todas las tensiones que pone a disposición del lector.
El tema del lector fue abordado por el Director Nacional del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. Eduardo Jozami habló de un libro difícil, que en un principio parece previsible -y hasta ofrece un desarrollo cronológico de temas y autores-, pero que está signado por la sorpresa de ofrecer siempre un impensado punto de vista. En este sentido, como ya lo había señalado López, la escritura de González se aparta de lo convencional y es exigente con sus lectores. Para Jozami acaso sea necesario que el lector supere un momentáneo desánimo, fije la vista y prosiga con la lectura porque, sostuvo, en las páginas de Horacio le esperan «reflexiones inteligentes, relaciones inesperadas y afirmaciones luminosas».
Tal vez porque González habla como escribe (o escribe como habla; sea lo que fuere, se le agradece), sus palabras finales nos ofrecieron algunas de aquellas tensiones, iluminaciones y comprensiones que habían preanunciado sus presentadores. Así visto, indócil a las etiquetas fáciles de los medios masivos, el periodismo adquirió la misma estatura dramática que el resto de la vida pública argentina. Una sociedad que hoy tiene a personalidades como Saintout, López, Jozami y González al frente de algunas de sus instituciones más importantes. Intelectuales que, como planteara Saintout respecto de Horacio, merecen nuestro abrazo ante los agravios que les prodigan los medios concentrados. Ese abrazo, si se me permite, deberíamos dárselo también por la generosidad con que nos brinda su mirada, esa que ilumina y comprende.